La Nación”. Buenos Aires, lunes 25 de agosto de 1997 |
Hipótesis de conflicto: Mongolia Interior
Los hijos
perdidos de Gengis Khan
Parte del país del sanguinario conquistador continúa bajo
el dominio comunista de Pekín, a pesar de la árdua lucha por integrarse con la
Mongolia Exterior, independiente desde la caída de la dinastía manchú.
Mi primer contacto con la Mongolia actual fue el domingo
13 de junio de 1993, en la estación fronteriza de Erenhot: un chino (a nuestros
ojos los mongoles parecen chinos), alto, flaco, borracho, de uniforme, subió
tambaleándose al coche pullman del Transiberiano. Revoloteó por el vagón sin
revisar nada. Se apoderó de una cerveza de las reservas del encargado chino, se
la bebió, y entonces toqueteó aquí y allá los equipajes, hojeó, sin comprender
nada, un libro en alemán de uno de los viajeros, se lo llevó y bajó, siempre
rolando en la tormenta de su borrachera.
¿A eso habían quedado reducidos los famosos mongoles?
Para mí, acostumbrado a temblar ante el mero conocimiento
histórico de sus feroces campañas de hace apenas siete siglos, fue una
decepción, un anticlímax.
Hacía pocos días, en Moscú, al sacar la visa, el cónsul
había entonado una verdadera loa a la raza, haciendo de los mongoles el centro
y origen de todos los pueblos turcos. Orgullosamente, estampó una visa en
letras mongolas que, apenas caído el poder soviético de Gorbachov y su
perestroika, los mongoles habían retomado tras muchas décadas de verse forzados
a visar en letras cirílicas.
Volviendo al viaje en el Transiberiano: desolación,
polvo, un poquito de verde (muy parecido a la Patagonia), muchos animales,
sobre todo caballos, jinetes, camellos, muchísimas yurtas (tiendas redondas, de
fieltro), chicos (siguen pareciendo chinitos) que huyen aterrorizados tanto de
los extranjeros como de las máquinas fotográficas, un colosal atraso y, en las
estaciones, muchos retratos del Gengis Khan (pronúnciese Chinguis Jan), budas,
cuadritos costumbristas, todo rematado con un atardecer en el Gobi, de
indescriptible belleza. Hasta aquí, la Mongolia Exterior, independiente.
La Mongolia cautiva
A la madrugada, la frontera china. Con el telón musical
de fondo de Madonna tronando en los altavoces (por qué y para qué, ºmisterio!),
comienza la Mongolia Interior, aun más desolada. Y horas después empiezan los
pueblos chinos, hasta llegar a la Gran Muralla, otrora frontera de la
barbarie...
Esta nota se referirá a los problemas de la Mongolia
Interior. Antes, sin embargo, debe recordarse la decadencia mongola que, en
realidad, comenzó casi con el apogeo.
En el siglo XIII, los mongoles conquistaron China, Rusia,
el Cáucaso, Persia y Corea, quemaron Cracovia, pulverizaron a los alemanes en
Silesia, llegaron a los suburbios de Viena, incendiaron Budapest, arrasaron
Croacia y el norte de Albania, invadieron Japón, Java, Birmania y la India.
Esto, en vida de Kubilai Khan, nieto de Gengis. Kubilai murió en 1294 y ya en
1368 un levantamiento chino expulsó a sus descendientes de Pekín.
Debilitado, como su pueblo, por la civilización, el
emperador huido recordaba en la aridez mongola: "Mi delicioso y fresco
retiro de verano, encanto de mis divinos antepasados, ¡qué hice para perder así
mi imperio!". Kubilai murió poco después, abrumado por el fracaso, la
"saudade" y la desesperación.
En las generaciones siguientes, sus descendientes se
dividieron, se hicieron la guerra, se unieron, y uno de ellos, Altan Khan,
llegó a incendiar los suburbios de Pekín (1550), tomó 200.000 prisioneros y dos
millones de cabezas de ganado. Fue el canto del cisne. Invitó a su corte al
Dalai Lama y se convirtió en devoto budista.
El Khutuktu
A poco, el Lama instaló en Urga (hoy Ulan Bator) a un
Buda viviente, el Khutuktu, encarnación de Maitreya (ver aparte). Hasta
entonces, los mongoles seguían siendo invencibles con su "arma
secreta": el hábil jinete con su temible arco. Pero no habían evolucionado
nada y, en 1696, el emperador manchú Kanghi los aniquiló en una histórica
batalla usando cañones, fundidos -dicho sea de paso- por jesuitas europeos.
Prudentes, los manchúes los dejaron vivir en su áspera
tierra. Ya eran, aquellos mongoles, pacíficos budistas, pero, además del
pacifismo, no habían adoptado "de la religión más que la santurronería y
el clericalismo".
De entonces data la división de Mongolia en Exterior e
Interior. El Khutuktu gobernaba la Exterior, y en la Interior lo hacían
príncipes gengiskhanidas, incidentalmente con el apellido chino Wang (rey).
Mongolia Exterior se sacudió el dominio chino a la caída
de la dinastía manchú en 1911, y comenzó a vivir su propia vida,
"protegida" por Rusia.
La Interior inauguró sus problemas, objeto de esta nota.
Los mongoles de esta región quisieron unirse con sus hermanos de la Mongolia
Exterior, pero fracasaron, en 1911. Volvieron a intentarlo en vano en 1929. Sin
embargo, bajo el dominio de los japoneses (1939-1945) lograron tener un
gobierno propio.
Ulanfu se da vuelta
Eso se acabó por obra de la "liberación" de que
los hicieron objeto el ejército popular y el Partido Comunista Chino. China
intentó mejorar la atención sanitaria, la vivienda y la educación de los
mongoles, pero exigiéndoles un alto precio: que abandonaran sus trajes
nacionales, que dejaran sus costumbres, que aprendieran el chino y que
aceptaran el comunismo. Que, en suma, vendieran su alma.
También se persiguió a la Iglesia Lamaísta, baluarte de
la mongolidad. El PC envió a Mongolia Interior un gobernante mongol, comunista
cabal: Ulanfu, educado en Moscú y en Yenan (la primer capital de Mao). Fue
primer secretario del PC, jefe político y presidente del gobierno.
Sin embargo, al volver a su tierra mongola, redescubrió
su mongolidad. Le molestó que su lugar natal, Tumed, hubiese sido chinificado,
intentó contrarrestar la chinificación y trató de resistir. Todo, muy
prudentemente.
Los mongoles no querían ni el comunismo ni el dominio
chino. A fines de 1950, se recogieron testimonios: "Queremos
independencia, aunque signifique adiós al socialismo"; "Si los
colonos chinos siguen viniendo cerraremos las fronteras"; "El PC está
conducido por el nacionalismo chino."
Dado que la cantidad de chinos es muy alta (en 1957 ya
había siete por cada mongol), algunos dirigentes propusieron dividir la región
en Mongolia mongola y Mongolia china, aun sacrificando regiones importantes. No
caminó.
Llegó la Revolución Cultural (1967). Pekín mandó tropas.
Ulanfu cayó en una purga que abarcó al 90 por ciento de los dirigentes (4500 de
5000). A Ulanfu se lo acusó de separatista y de haber dicho: "Hijos de
Gengis Khan, uníos", así como de haber criticado a Mao en sus discursos en
mongol.
Contra los Guardias Rojos
Los mongoles independentistas fueron acusados de revivir
canciones mongolas de la época de la ocupación nipona, exaltadoras de Gengis
Khan; de desenterrar el slogan "Mongolia Exterior e Interior, unidas bajo
Ulanfu" y "Los antepasados de la nación mongola están en Ulan
Bator" (capital de Mongolia independiente).
Oportunamente se formaron escuadrones de combate Gengis
Khan, que se enfrentaron a los Guardias Rojos y al ejército. Hubo combates.
Radio Ulan Bator informó de mongoles llevados a campos de concentración, de
restricciones al uso del idioma mongol, de matrimonios a la fuerza
sino-mongoles, de supresión de festividades y música nacional.
Ahora bien: aunque en Mongolia Interior los chinos son la
gran mayoría y los mongoles apenas 2.500.000 en 21 millones (cifras de hace una
década), ocurre que los chinos están concentrados en unos cuantos distritos
importantes por la industria o la agricultura (85 por ciento en un 5 por ciento
de la superficie regional, que es de 1.300.000 kilómetros cuadrados).
A la inversa, los mongoles siguen siendo mayoritarios en
las regiones áridas y esteparias que, además, lindan con la Mongolia Exterior.
"Sigue profunda la conciencia nacional mongola y su
resistencia a la asimilación", se escribió hace 20 años.
En 1993 recogí lo mismo: los mongoles aún anhelan
unificarse.
A la hora de comer
Una receta popular de la cocina mongola en la década del
40: té con mijo o harina tostada, leche, manteca, sal y grasa de carnero frito.
Según el caso, sale una sopa o un guiso. Los mongoles siempre toman su sal en
el té, nunca en los platos sólidos.
Un caso sobre uso de condimentación fortuita: dos
europeos viajaban con dos mongoles. Comían los cuatro de la misma olla y un día
esperaban que la sopa hirviera. El combustible era estiércol. Uno de los
mongoles avivó el fuego echando más estiércol... con el mismo cucharón de la
olla, el que volvió a meter en la sopa. Poco después, al ver que se repetía la
operación, uno de los europeos (¡sueco!) no aguantó más y, muy delicadamente,
expuso su objeción.
El mongol sacó el cucharón, lo limpió con el faldón de su
túnica y le dijo a su compatriota: "Pero comen carne de cerdo..." Los
mongoles tienen contra esa carne "un fuerte prejuicio" (Owen
Lattimore).
Hace siete siglos, cuando estaban conquistando el mundo,
se enorgullecían de no bañarse más que una vez en la vida: al nacer, y en este
caso eran bañados.
Aparte de estas originalidades, la cocina mongola es muy
rica y uno de sus platos, incorporado a la cocina china como
"regional", es el asado, en varias formas, y también el shish kebab
(carne al "fierrito"). En el cruce de Mongolia, el coche comedor
Transiberiano sirve comida mongola con camareras vestidas a la usanza nacional.
Zares rusos. deidades lamaístas
Mongoles y manchúes establecieron, desde que se fundó en
China la dinastía manchú, un elegante sistema basado en el parentesco. Unos y
otros reivindicaban como antepasado común a Gengis Khan (muy discutible para el
caso de los manchúes) y lo hacían descendiente de la antigua dinastía tibetana,
con lo cual quedaban bien con los grandes lamas.
Por otra parte, el Dalai Lama, que convirtió a su fe a
Altan Khan a fines del siglo XVI, le explicó a éste que era la reencarnación de
Kubilai Khan, con lo cual ganó, en una hábil jugarreta de alta política, su
simpatía, halagándole el orgullo.
El Khutuktu, que reinó sobre la Iglesia Lamaísta Mongola,
hasta la llegada del comunismo era considerado la reencarnación de Maitreya,
una de las más ilustres deidades del lamaísmo, representado con la flor de loto
en la mano, y en China como "el Buda del arroz", muy popular en todo
el mundo por su sonrisa, bonhomía y gran vientre.
El lamaísmo mongol introdujo también en su religión a los
zares de Rusia, a los que tuvo por reencarnaciones de la "diosa
blanca", Tara, en la cual encarnó, a su vez, la esposa del rey tibetano
que en el siglo VII se convirtió al budismo. Es probable que esta
identificación femenina de los viriles emperadores rusos se deba a que, durante
el siglo XVIII, en que tomaron contacto con los soberanos de San Petersburgo,
se sucedieron allí cuatro emperatrices: Catalina I, Ana, Isabel y Catalina II,
La Grande . .
Por
Narciso Binayán
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