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martes, 14 de enero de 2014

MONGOLIA INTERIOR. LOS HIJOS PERDIDOS DE GENGIS KHAN.



La Nación”. Buenos Aires, lunes 25 de agosto de 1997 | 
Hipótesis de conflicto: Mongolia Interior
Los hijos perdidos de Gengis Khan
Parte del país del sanguinario conquistador continúa bajo el dominio comunista de Pekín, a pesar de la árdua lucha por integrarse con la Mongolia Exterior, independiente desde la caída de la dinastía manchú.

Mi primer contacto con la Mongolia actual fue el domingo 13 de junio de 1993, en la estación fronteriza de Erenhot: un chino (a nuestros ojos los mongoles parecen chinos), alto, flaco, borracho, de uniforme, subió tambaleándose al coche pullman del Transiberiano. Revoloteó por el vagón sin revisar nada. Se apoderó de una cerveza de las reservas del encargado chino, se la bebió, y entonces toqueteó aquí y allá los equipajes, hojeó, sin comprender nada, un libro en alemán de uno de los viajeros, se lo llevó y bajó, siempre rolando en la tormenta de su borrachera.
¿A eso habían quedado reducidos los famosos mongoles?
Para mí, acostumbrado a temblar ante el mero conocimiento histórico de sus feroces campañas de hace apenas siete siglos, fue una decepción, un anticlímax.
Hacía pocos días, en Moscú, al sacar la visa, el cónsul había entonado una verdadera loa a la raza, haciendo de los mongoles el centro y origen de todos los pueblos turcos. Orgullosamente, estampó una visa en letras mongolas que, apenas caído el poder soviético de Gorbachov y su perestroika, los mongoles habían retomado tras muchas décadas de verse forzados a visar en letras cirílicas.
Volviendo al viaje en el Transiberiano: desolación, polvo, un poquito de verde (muy parecido a la Patagonia), muchos animales, sobre todo caballos, jinetes, camellos, muchísimas yurtas (tiendas redondas, de fieltro), chicos (siguen pareciendo chinitos) que huyen aterrorizados tanto de los extranjeros como de las máquinas fotográficas, un colosal atraso y, en las estaciones, muchos retratos del Gengis Khan (pronúnciese Chinguis Jan), budas, cuadritos costumbristas, todo rematado con un atardecer en el Gobi, de indescriptible belleza. Hasta aquí, la Mongolia Exterior, independiente.
La Mongolia cautiva
A la madrugada, la frontera china. Con el telón musical de fondo de Madonna tronando en los altavoces (por qué y para qué, ºmisterio!), comienza la Mongolia Interior, aun más desolada. Y horas después empiezan los pueblos chinos, hasta llegar a la Gran Muralla, otrora frontera de la barbarie...
Esta nota se referirá a los problemas de la Mongolia Interior. Antes, sin embargo, debe recordarse la decadencia mongola que, en realidad, comenzó casi con el apogeo.
En el siglo XIII, los mongoles conquistaron China, Rusia, el Cáucaso, Persia y Corea, quemaron Cracovia, pulverizaron a los alemanes en Silesia, llegaron a los suburbios de Viena, incendiaron Budapest, arrasaron Croacia y el norte de Albania, invadieron Japón, Java, Birmania y la India. Esto, en vida de Kubilai Khan, nieto de Gengis. Kubilai murió en 1294 y ya en 1368 un levantamiento chino expulsó a sus descendientes de Pekín.
Debilitado, como su pueblo, por la civilización, el emperador huido recordaba en la aridez mongola: "Mi delicioso y fresco retiro de verano, encanto de mis divinos antepasados, ¡qué hice para perder así mi imperio!". Kubilai murió poco después, abrumado por el fracaso, la "saudade" y la desesperación.
En las generaciones siguientes, sus descendientes se dividieron, se hicieron la guerra, se unieron, y uno de ellos, Altan Khan, llegó a incendiar los suburbios de Pekín (1550), tomó 200.000 prisioneros y dos millones de cabezas de ganado. Fue el canto del cisne. Invitó a su corte al Dalai Lama y se convirtió en devoto budista.
El Khutuktu
A poco, el Lama instaló en Urga (hoy Ulan Bator) a un Buda viviente, el Khutuktu, encarnación de Maitreya (ver aparte). Hasta entonces, los mongoles seguían siendo invencibles con su "arma secreta": el hábil jinete con su temible arco. Pero no habían evolucionado nada y, en 1696, el emperador manchú Kanghi los aniquiló en una histórica batalla usando cañones, fundidos -dicho sea de paso- por jesuitas europeos.
Prudentes, los manchúes los dejaron vivir en su áspera tierra. Ya eran, aquellos mongoles, pacíficos budistas, pero, además del pacifismo, no habían adoptado "de la religión más que la santurronería y el clericalismo".
De entonces data la división de Mongolia en Exterior e Interior. El Khutuktu gobernaba la Exterior, y en la Interior lo hacían príncipes gengiskhanidas, incidentalmente con el apellido chino Wang (rey).
Mongolia Exterior se sacudió el dominio chino a la caída de la dinastía manchú en 1911, y comenzó a vivir su propia vida, "protegida" por Rusia.
La Interior inauguró sus problemas, objeto de esta nota. Los mongoles de esta región quisieron unirse con sus hermanos de la Mongolia Exterior, pero fracasaron, en 1911. Volvieron a intentarlo en vano en 1929. Sin embargo, bajo el dominio de los japoneses (1939-1945) lograron tener un gobierno propio.
Ulanfu se da vuelta
Eso se acabó por obra de la "liberación" de que los hicieron objeto el ejército popular y el Partido Comunista Chino. China intentó mejorar la atención sanitaria, la vivienda y la educación de los mongoles, pero exigiéndoles un alto precio: que abandonaran sus trajes nacionales, que dejaran sus costumbres, que aprendieran el chino y que aceptaran el comunismo. Que, en suma, vendieran su alma.
También se persiguió a la Iglesia Lamaísta, baluarte de la mongolidad. El PC envió a Mongolia Interior un gobernante mongol, comunista cabal: Ulanfu, educado en Moscú y en Yenan (la primer capital de Mao). Fue primer secretario del PC, jefe político y presidente del gobierno.
Sin embargo, al volver a su tierra mongola, redescubrió su mongolidad. Le molestó que su lugar natal, Tumed, hubiese sido chinificado, intentó contrarrestar la chinificación y trató de resistir. Todo, muy prudentemente.
Los mongoles no querían ni el comunismo ni el dominio chino. A fines de 1950, se recogieron testimonios: "Queremos independencia, aunque signifique adiós al socialismo"; "Si los colonos chinos siguen viniendo cerraremos las fronteras"; "El PC está conducido por el nacionalismo chino."
Dado que la cantidad de chinos es muy alta (en 1957 ya había siete por cada mongol), algunos dirigentes propusieron dividir la región en Mongolia mongola y Mongolia china, aun sacrificando regiones importantes. No caminó.
Llegó la Revolución Cultural (1967). Pekín mandó tropas. Ulanfu cayó en una purga que abarcó al 90 por ciento de los dirigentes (4500 de 5000). A Ulanfu se lo acusó de separatista y de haber dicho: "Hijos de Gengis Khan, uníos", así como de haber criticado a Mao en sus discursos en mongol.
Contra los Guardias Rojos
Los mongoles independentistas fueron acusados de revivir canciones mongolas de la época de la ocupación nipona, exaltadoras de Gengis Khan; de desenterrar el slogan "Mongolia Exterior e Interior, unidas bajo Ulanfu" y "Los antepasados de la nación mongola están en Ulan Bator" (capital de Mongolia independiente).
Oportunamente se formaron escuadrones de combate Gengis Khan, que se enfrentaron a los Guardias Rojos y al ejército. Hubo combates. Radio Ulan Bator informó de mongoles llevados a campos de concentración, de restricciones al uso del idioma mongol, de matrimonios a la fuerza sino-mongoles, de supresión de festividades y música nacional.
Ahora bien: aunque en Mongolia Interior los chinos son la gran mayoría y los mongoles apenas 2.500.000 en 21 millones (cifras de hace una década), ocurre que los chinos están concentrados en unos cuantos distritos importantes por la industria o la agricultura (85 por ciento en un 5 por ciento de la superficie regional, que es de 1.300.000 kilómetros cuadrados).
A la inversa, los mongoles siguen siendo mayoritarios en las regiones áridas y esteparias que, además, lindan con la Mongolia Exterior.
"Sigue profunda la conciencia nacional mongola y su resistencia a la asimilación", se escribió hace 20 años.
En 1993 recogí lo mismo: los mongoles aún anhelan unificarse.
A la hora de comer
Una receta popular de la cocina mongola en la década del 40: té con mijo o harina tostada, leche, manteca, sal y grasa de carnero frito. Según el caso, sale una sopa o un guiso. Los mongoles siempre toman su sal en el té, nunca en los platos sólidos.
Un caso sobre uso de condimentación fortuita: dos europeos viajaban con dos mongoles. Comían los cuatro de la misma olla y un día esperaban que la sopa hirviera. El combustible era estiércol. Uno de los mongoles avivó el fuego echando más estiércol... con el mismo cucharón de la olla, el que volvió a meter en la sopa. Poco después, al ver que se repetía la operación, uno de los europeos (¡sueco!) no aguantó más y, muy delicadamente, expuso su objeción.
El mongol sacó el cucharón, lo limpió con el faldón de su túnica y le dijo a su compatriota: "Pero comen carne de cerdo..." Los mongoles tienen contra esa carne "un fuerte prejuicio" (Owen Lattimore).
Hace siete siglos, cuando estaban conquistando el mundo, se enorgullecían de no bañarse más que una vez en la vida: al nacer, y en este caso eran bañados.
Aparte de estas originalidades, la cocina mongola es muy rica y uno de sus platos, incorporado a la cocina china como "regional", es el asado, en varias formas, y también el shish kebab (carne al "fierrito"). En el cruce de Mongolia, el coche comedor Transiberiano sirve comida mongola con camareras vestidas a la usanza nacional.
Zares rusos. deidades lamaístas
Mongoles y manchúes establecieron, desde que se fundó en China la dinastía manchú, un elegante sistema basado en el parentesco. Unos y otros reivindicaban como antepasado común a Gengis Khan (muy discutible para el caso de los manchúes) y lo hacían descendiente de la antigua dinastía tibetana, con lo cual quedaban bien con los grandes lamas.
Por otra parte, el Dalai Lama, que convirtió a su fe a Altan Khan a fines del siglo XVI, le explicó a éste que era la reencarnación de Kubilai Khan, con lo cual ganó, en una hábil jugarreta de alta política, su simpatía, halagándole el orgullo.
El Khutuktu, que reinó sobre la Iglesia Lamaísta Mongola, hasta la llegada del comunismo era considerado la reencarnación de Maitreya, una de las más ilustres deidades del lamaísmo, representado con la flor de loto en la mano, y en China como "el Buda del arroz", muy popular en todo el mundo por su sonrisa, bonhomía y gran vientre.
El lamaísmo mongol introdujo también en su religión a los zares de Rusia, a los que tuvo por reencarnaciones de la "diosa blanca", Tara, en la cual encarnó, a su vez, la esposa del rey tibetano que en el siglo VII se convirtió al budismo. Es probable que esta identificación femenina de los viriles emperadores rusos se deba a que, durante el siglo XVIII, en que tomaron contacto con los soberanos de San Petersburgo, se sucedieron allí cuatro emperatrices: Catalina I, Ana, Isabel y Catalina II, La Grande . .
Por Narciso Binayán

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