Diario "La Nación". Buenos Aires, Domingo 21 de septiembre de 2014
Economía internacional
La globalización todavía no está en retirada
Aunque Estados Unidos atraiga gran parte de la manufactura mundial, es improbable que eso esté acompañado por muchos empleos
NUEVA
YORK.- Hace no mucho, ejecutivos de la multinacional holandesa Royal
DSM, un fabricante mundial de suplementos dietarios y materiales de alta
tecnología, solía requerir una batería de estudios internos para
decidir dónde hacer un negocio o ubicar una nueva planta industrial.
Pero
hoy "ni siquiera hacemos el estudio", dijo el miembro del directorio
para las Américas, Stephan B. Tanda. "Está claro que será en Estados
Unidos."Estados Unidos, señala, tiene mucho gas natural barato y un mercado laboral poco regulado. Al mismo tiempo, China, donde Royal DSM tiene unas 40 plantas, está perdiendo su ventaja. "Es menos atractivo que antes como fuente desde la cual atender al mundo", dijo Tanda.
Si uno quiere pensar en qué momento Estados Unidos fue tan competitivo como lo es ahora, hay que remontarse a antes de la primera crisis del petróleo en la década de 1970. De los US$ 3600 millones en adquisiciones de Royal DSM desde 2010, el 80% ha ido a los Estados Unidos.
¿Podría la globalización hacer un giro en U? En el último año o dos, un número creciente de analistas de negocios vienen sosteniendo que estamos entrando en una nueva era de manufactura global, con Estados Unidos en el centro de la escena.
El mes pasado, el Boston Consulting Group, al hacer una actualización de un estudio anterior que sugería que la "repatriación" de fábricas a los Estados Unidos era la nueva tendencia, difundió un informe que sostiene que Estados Unidos tiene los costos de manufactura más bajos entre los principales exportadores del mundo desarrollado y está cerca de poder competir con China.
Pero antes de entusiasmarse demasiado con las perspectivas de un renacimiento industrial estadounidense, vale la pena mirar con un poco más de escepticismo a la afirmación de que la globalización se ha agotado.
"No estoy de acuerdo con que el momento de China llega a su fin", dijo Karl P. Sauvant del Columbia Center on Sustainable Investment. "El determinante más importante de la inversión es el tamaño y el crecimiento del mercado, y China sigue siendo un mercado grande y sigue creciendo a tasa razonable".
¿Qué importa que los obreros de las zonas costeras chinas se están volviendo más costosos? El país subirá la escalera del valor agregado para producir cosas más sofisticadas. Por cierto, los países tienden a comerciar más a medida que convergen sus ingresos, no menos. Los fabricantes que busquen mano de obra barata tienen aún muchos lugares a dónde ir, como Vietnam, Bangladesh, México o incluso el interior chino con gran población, que se beneficiará de la inmensa inversión de Pekín en infraestructura del transporte que lo conecte a la costa.
Hay dinámicas que podrían afectar realmente a la globalización. Si los precios de la energía despegan de nuevo, eso favorecerá redes de producción regionales en vez de globales. La piratería de la propiedad intelectual en China podría atemperar el apetito de las corporaciones multinacionales por invertir en industrias avanzadas allí.
Las tecnologías que permiten a menos obreros realizar tareas más sofisticadas -impresión 3D, por caso- podrían alentar más producción en países ricos, cerca de los mercados masivos de consumo.
El crecimiento lento ya está socavando los argumentos en favor de los mercados abiertos de los que depende la globalización. El comercio se ha desacelerado de modo significativo desde la gran recesión. Las medidas proteccionistas de pequeña escala se han multiplicado, al buscar los países proteger los productores locales.
El terrorismo y la inestabilidad política podrían hacer aún más lento el proceso, agregando otra capa de costos a las redes de producción globales.
Quizá los costos en ascenso chinos finalmente le den una oportunidad a los trabajadores estadounidenses que han estado perdiendo terreno por dos décadas frente a un pozo de mano de obra barata que en un tiempo no tenía fondo.
"Los trabajadores pueden tener la oportunidad de recuperar la participación en el producto en las décadas por delante", sugirió este año Dean Baker, del Center for Economic and Plociy Research, en un ensayo breve que también sostuvo que ningún otro país podrá copiar los éxitos chinos.
Aún así, Richard Baldwin, del Graduate Institute of International and Development Studies de Ginebra, señala que es improbable que la convergencia de ingresos promovida por la industrialización acelerada de China y otros países como Brasil y la India se detenga pronto. En 1988 la participación de dos tercios del ingreso mundial en manos de las siete naciones más ricas llegó a su pico. Para 2010 había bajado a la mitad del ingreso mundial. Baldwin propone que es "probable que siga cayendo por décadas".
Es difícil encontrar evidencias en los datos de que la globalización está entrando en reversa. Los flujos de inversión externa directa se mantienen sustancialmente por debajo del récord de US$ 2000 millones de 2007. Pero el año pasado se recuperaron un 9%, a US$ 1450 millones, según datos de las Naciones Unidas. Más de la mitad fue a países en desarrollo y China recibió US$ 124.000 millones, casi un récord y aproximadamente un 50% más que hace seis años.
Aunque Estados Unidos atraiga una mayor parte de la manufactura global, es improbable que ello venga acompañado de muchos puestos de trabajo con alto salario.
Jan Svejnar, del Center on Global Economic Governance de la Facultad de Política Internacional y Pública de Columbia, es optimista respecto de la perspectiva para Estados Unidos. "El mercado emergente más prometedor del mundo es Estados Unidos", me dijo. Pero toda manufactura nueva que se desarrolle aquí será capital intensiva, agregó, con muchos menos obreros fabriles que en el pasado.
Y por más esperanzas que haya de que la energía barata y abundante de Estados Unidos o el alza de los costos laborales chinos podrían producir una oleada de repatriaciones, hasta ahora eso no se ha producido.
James B. Rice Jr. Y Francesco Stefanelli, del Center for Transportation and Logisitics del Massachusetts Institute of Technology, analizaron cuidadosamente 50 compañías estadounidenses -incluyendo Apple y General Electric- que habían anunciado que repatriarían empleos. La mayoría aún no ha concretado nada.
"No creemos que eso sea realmente lo que está sucediendo", me dijo Rice..
Dani Rodrik: "Las políticas van de un extremo a otro porque se rigen por modas"
DANI RODRIKLa crisis está cambiando el discurso económico dominante.
Si la crisis
financiera comienza en Tailandia y los astilleros se desmantelan en
España es porque algo hicieron mal en sus lecciones de globalización.
Pero cuando el epicentro de la debacle está en unas hipotecas de EE.UU. y
las automotrices que se deshacen de empleados tienen sede en Detroit, lo que anda mal es el sistema.
El economista turco y profesor en Harvard Dani Rodrik lleva desde 1997
escribiendo libros sobre los riesgos de la globalización. No fue hasta
2008 que los hechos terminaron dándole la razón.
En su última obra, La paradoja de la globalización (2012), quien fue el primer premio Albert O. Hirschman de la Academia de Ciencias Sociales de EE.UU. profundiza en los desequilibrios que provocó una ideología del "libremercadismo", en la que a todos los problemas económicos se les prescribió el mismo remedio: desregular y eliminar aranceles. En un mundo con mínimas barreras aduaneras, las empresas obligadas por sus países a pagar sueldos dignos y respetar derechos laborales no compiten en pie de igualdad frente a las que maltratan a sus trabajadores (porque el gobierno se los permite). En conversación telefónica con iEco, Rodrik explicó por qué, a pesar de eso, se ha mantenido durante años el "fundamentalismo del libremercado": "Las políticas económicas van de un extremo a otro porque se rigen por modas. Yo preferiría que tuvieran en cuenta tanto los peligros del proteccionismo como los de una excesiva apertura. Si los aranceles de hoy fueran de 30%, y no de 5%, probablemente yo abogaría por defender el libremercado".
-En su libro pone como ejemplo de globalización equilibrada al capitalismo con intervención estatal formulado en Bretton Woods. Si era tan bueno, ¿por qué se abandonó?
- La crisis del petróleo en los 70, la crisis posterior de la deuda en América Latina, la inflación y el desempleo creciente en los países desarrollados... Todo eso culminó en un giro fundamental de la narrativa que dominaba hasta entonces el pensamiento y las políticas económicas. Con las victorias electorales de (Ronald) Reagan, en EE.UU. y de Margaret Thatcher en el Reino Unido, las ideas de Milton Friedman se convirtieron en sabiduría popular a la hora de pensar el papel del gobierrno en la sociedad. Pero hasta mediados de los 70, las ideas de Friedman aún eran las de una minoría.
- ¿Hay espacio en la OMC para matizar el objetivo del arancel cero?
- La Organización Mundial del Comercio es poco relevante para entender qué pasa. Ahora la acción está en los acuerdos regionales y en los bilaterales. La idea de la apertura de los mercados no se mantiene por la OMC, sino por el consenso político de los países centrales.
-¿China es el único país que conserva el estilo Bretton Woods de protección a la industria nacional?
- China también se rindió con el tema de los aranceles cuando entró en la OMC. Donde yo sí diría que sigue el espíritu de Bretton Woods es en sus intervenciones sobre el tipo de cambio, algo que también hacen otros emergentes como Brasil, Corea del Sur o Turquía.
- ¿Es un primer paso en la revisión de la ideología del 'libremercadismo'?
- Sí, aunque en cierto grado es una reacción natural. El fundamentalismo del libremercado puso una carga extra en el tipo de cambio. Si atás tus manos en una esfera, crece la carga sobre otras variables.
- En la crisis islandesa, el FMI aceptó controles de capitales. ¿Eso sí es un cambio de tendencia?
- Su cambio de opinión sobre los controles de capitales fue notable. El FMI también fue capaz de revisar sus ideas sobre los beneficios de la austeridad, algo que la Comisión Europea aún defiende.
- No descarta los aranceles para proteger a la industria pero tampoco cree que el sector secundario vuelva a ser el gran empleador, ¿por qué?
- La forma en que los asiáticos crecieron con la industrialización podría no repetirse en la próxima generación de países exitosos. La industria se está convirtiendo en algo más intensivo en habilidades que en capital. Ya no tiene tanta capacidad para absorber a masas de gente sin formación, que fue lo que permitió veloces aumentos de productividad en Taiwán, Corea del Sur y China. Las fuerzas de la industrialización van a ser más moderadas: implicarán crecimientos y cambios estructurales menores.
- ¿Hay sustitutos para la industria?
- No. Están los servicios, que a su vez se dividen en dos grandes grupos. Los de alto valor y que requieren altos conocimientos, como los financieros o los de tecnologías de la información, pueden tomar algo del papel de la industria pero no tienen tanta capacidad empleadora. El otro grupo, de servicios informales, no transables y de muy baja productividad, representa un gran avance con respecto a la agricultura tradicional pero tampoco sustituye a la antigua industrialización.
- Frente a los que acusan a los lobbies de impulsar cambios de política que los favorecen especialmente, ustedsubraya la influencia del pensamiento económico. ¿Los economistas no pueden ser víctimas del lobby?
- La plata juega un papel, pero no creo que la dinámica fundamental sea servir al interés financiero de un sector. Es un fenómeno más sociológico. Los economistas quieren que sus ideas sean tomadas en serio y que los poderosos les den palmaditas en la espalda. Los bancos necesitan legitimar sus ideas, y se vuelcan a los economistas de ideas más consistentes con sus intereses. Se refuerzan unos a otros de forma mutua. La plata juega un papel, pero no es el motor principal.
- ¿El financiero siempre fue más poderoso que otros sectores?
- Eso es un fenómeno relativamente nuevo, engendrado por la desregulación y globalización financiera de los 80 y 90. En EE.UU., antes se decía: "Lo que es bueno para General Motors es bueno para el país". En la última crisis financiera, la opinón general parecía ser otra: "Lo que es bueno para Wall Street es bueno para Estados Unidos".
- ¿No creció demasiado el poder de las grandes empresas como para retroceder con la liberalización?
- Los cambios en la regulación de sindicatos y mercados laborales de los 80 aumentaron el poder negociador de los empleadores con respecto a sus trabajadores. La globalización además les permitió cambiar de país, con lo que su poder negociador frente a los gobiernos también aumentó. Pero yo creo que muy a menudo los gobiernos infravaloran su propio poder. Aunque operen de forma internacional, las empresas dependen de impuestos y regulaciones gubernamentales. Y cuando vienen las vacas flacas, como ocurrió en la última crisis, tienen que pedirles ayuda. A General Motors y a Ford no las rescató el G20 sino el gobierno de EE.UU. Los gobiernos nacionales aún tienen poder. La pregunta es si quieren ejercitarlo.
- ¿Por qué no querrían?
- Como decíamos al principio, tiene que ver con la narrativa dominante. Muchos aún creen que no es bueno adoptar posturas que molesten a las grandes empresas. Pero es algo que está cambiando lentamente. Un ejemplo es la nueva tasa a las transacciones financieras de Europa, algo que obviamente no era deseado por los bancos.
- ¿La Comisión Europea aún cree que la austeridad funciona?
- Han ido muy lejos con esa narrativa como para retroceder. Sería muy embarazoso y probablemente tendrían que renunciar algunos de sus defensores. Están atascados.
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Diario "La Nación". Buenos Aires, Domingo 13 de febrero de 2011 |
Economía y sociedad
Una nueva elite global en las alturas del mundo
La
velocidad de la innovación tecnológica y los mercados financieros han
creado la mayor cantidad de multimillonarios de la historia. Los
expertos lo definen como un fenómeno de la economía globalizada: ya no
se trata de unas pocas dinastías en un puñado de países poderosos, hoy
las fortunas son más diversas que nunca en cuanto a edad, nacionalidad,
origen étnico y cultura. Cómo son y cómo viven estos nuevos
supermillonarios, que no heredaron su riqueza, sino que la hicieron
trabajando, y que parecen vivir desconectados del país que les permitió
crecer
Por Juana Libedinsky
Por Juana Libedinsky
JOSE IGNACIO
Durante
una comida en una casa de unos 500 metros cuadrados con vistas a un
campo suavemente ondulado que da al mar, con los muebles tapizados en el
cuero italiano más suave imaginable, cada objeto de iluminación una
escultura firmada por diseñador internacional y atendidos por un staff
de no menos de 40 personas, los dueños de casa, conocidos popes de Wall
Street, comentaban su preocupación por el ingreso de su pequeña hija al
sistema escolar privado en Nueva York."Es una locura, con excesos que parecen sacados de la serie Gossip Girl; los niños de tres años que van a clase en limusina", se horrorizaban, a pesar de ser ellos mismos parte de esa minoría que uno espera encontrar en las listas de Fortune o las páginas de Forbes.
Pero ocurre que en ciertos lugares clave -y Manhattan es uno muy emblemático- el nivel de ultramillonarios es tal que lo que hoy es usual en la vida cotidiana de muchos de ellos (como tener tres yates, un Gulfstream siempre disponible, varios Ferraris en la puerta, casas repartidas por los puntos más exclusivos del planeta) excede cualquier medida anterior: pese a la voraz crisis económica de la que el mundo todavía intenta recuperarse, ha surgido una nueva elite económica mundial, totalmente distinta a la de las viejas fortunas e incluso a la de los viejos nuevos ricos. Y es tan numerosa esta nueva elite que establece, en ciertos círculos, nuevos parámetros de "normalidad". Para algunos es incluso una nueva cultura, casi un nuevo país en sí mismo, que no responde a límites geográficos sino a patrones de conducta y consumo que le son muy específicos.
Robert Frank, periodista norteamericano que cubre el tema de las grandes fortunas para el Wall Street Journal, bautizó a esta elite de manera muy elocuente: Richistán fue el título del libro que escribió sobre ellos, y que fue todo un éxito editorial. Este mes, al tiempo que el foro de Davos reunía en Suiza al poder político y económico del planeta, la revista Atlantic Monthly llevó el tema a su tapa. En resumen, hay una nueva y cada vez más numerosa elite global, y está dejando muy atrás al resto de los mortales.
Las cifras de Frank lo dicen todo: el último año se superó levemente la marca de los 10 millones de millonarios en el mundo (personas que tienen un patrimonio de más de un millón de dólares, excluyendo el valor de su residencia principal). La marca era de 2007, considerado por muchos el momento pico de la burbuja inmobiliaria y financiera previa a la crisis. En 2000, el número de millonarios en el mundo era de "apenas" 7,2 millones. Los 25 hedge-fund managers que más fondos manejan recibieron en 2009, en promedio, mil millones de dólares más cada uno en comparación con el año anterior, eclipsando incluso el récord de 2007, previo a la crisis.
Sólo en Estados Unidos, en 1982 había 13 billonarios (personas con un patrimonio de más de mil millones de dólares, excluyendo el valor de su residencia principal). Hoy son más de 400, con una fortuna combinada de 1,37 trillones de dólares. Y en todo el mundo hay más de mil billonarios, con una fortuna combinada de unos 39 trillones de dólares.
¿Pero qué es lo que realmente tienen de nuevo? Después de todo, multimillonarios hubo siempre y países como Estados Unidos tienen una larga tradición de robber barons , aquellos que en un momento dado sacudieron el statu quo de sus sociedades y que, tras amasar grandes fortunas de manera muchas veces controvertida, crearon las instituciones benéficas que hoy perpetúan su nombre.
"Hoy estamos hablando de un fenómeno distinto -asegura Frank a LA NACION-, y el primer dato es que haya tantos de ellos: la velocidad de la innovación tecnológica y los mercados financieros han creado la mayor cantidad de multimillonarios de la historia en todo el mundo. En segundo lugar, los multimillonarios siempre existieron, pero solían ser un grupo, además de chico, relativamente silencioso e invisible a las grandes masas, al menos si se los compara con los de ahora, que, orgullosos de su éxito, se venden a sí mismos como marcas -Bill Gates, Warren Buffett o Norman Abramovich son algunos ejemplos evidentes- y hacen un ruido más propio de estrellas de rock. Y en tercer lugar, las fortunas hoy son más diversas que nunca en cuanto a la edad, nacionalidad, origen étnico y cultura de quienes las poseen: ya no se trata de unas pocas dinastías en unos pocos países, como era el caso hasta hace unas décadas. En general se trata de gente emprendedora, que no nació rica pero hizo sus millones muy rápidamente".
Prueba muy clara de esto es que, en los 80, la mitad de las grandes fortunas de EE.UU. era heredada. Hoy sólo un 15% de ellas proviene de una generación anterior.
Comparativamente, EE.UU. se mantiene a la cabeza en el número total de millonarios, con 2,8 millones. En toda Europa hay 3 millones, y Alemania está al frente, con 861 mil; en toda la zona llamada Asia-Pacífico (incluida Australia) hay otros 3 millones de millonarios. En toda América latina hay 500 mil millonarios; en Medio Oriente 400 mil y Africa está a la cola, con 100 mil.
Sin embargo, este panorama es de un gran dinamismo. En la India, el número de millonarios aumentó un 50 por ciento en 2009 y hoy son unos 126.000. En China su número aumentó un 31 por ciento, a un total estimado en 477.000. Y en Brasil, donde ya suman 146.000, su número creció en un 12 por ciento. La tendencia viene desde hace unos años. De hecho, en un informe para inversores de 2005, tres analistas de Citigroup alertaban que el mundo se está dividiendo en dos bloques: una plutonomía y el resto.
"Se trata de personas hipertrabajadoras, altamente educadas, que pertenecen a un jet set meritocrático y que sienten que son los ganadores en una durísima competencia económica internacional -señala Chrystia Freeland en The Altlantic -, y se están convirtiendo en una comunidad transnacional de pares que tienen más en común entre sí que con sus compatriotas. Ya sea que residan en Nueva York, Moscú, Hong Kong o Mumbai, los ultramillonarios son hoy una nación en sí mismos."
Esto se hace evidente si se observan sus patrones de consumo, muy distintos a los del resto del planeta (si en El Gran Gatsby Scott Fitzgerald alertaba que los muy ricos son diferentes del resto, esta diferencia habría que elevarla ahora a la enésima potencia) pero muy similares entre sí. Los multimillonarios usan básicamente los mismos autos, los mismos relojes, van de vacaciones a los mismos balnearios o centros de esquí, y les cocinan los mismos chefs en todos los puntos del planeta. Por eso se puede decir que han creado también una tercera cultura, que no es una importación norteamericana ni es autóctona de sus países de origen, sino una cultura exclusiva para gente de distintas nacionalidades pero muy similar entre sí. "Hoy un multimillonario indio tiene mucho más que ver con un multimillonario brasileño que con un indio de clase media", subraya Frank.
Un efecto de esto es que los nuevos multimillonarios tienen lazos mucho más débiles con sus propias comunidades. Antes, el primer paso para una gran fortuna personal global era el éxito económico produciendo o vendiendo productos en el propio país. Hoy la clave es tanto producir como vender en otro lado. Por eso, para esta gente, lo que piensan los otros "pobladores" de Richistán es posiblemente mucho más importante que lo que opina la gente de su propio país.
¿Cómo se impresionan entre sí? Algunos símbolos de estatus se mantienen, aunque a una escala mayor ("No sos nadie en este grupo si no tenés, como [el ruso Roman] Abramovich, tres megayates, no uno", ilustra Frank). Pero la gran diferencia es que los principales símbolos de estatus ahora son otros: una idea original y acceso al poder y al capital, por ejemplo. Davos es una muestra perfecta: estar ahí supone que uno puede comer o charlar con los políticos más importantes, así como con otros multimillonarios, e intercambiar con ellos ideas para hacer crecer sus fortunas o resolver viejos problemas. Para un multimillonario, hoy es mayor símbolo de estatus poder conversar de economía con Ben Bernanke, digamos, que sumar una Ferrari más.
"Mostrar que uno tiene acceso al poder y al capital es muchas veces tan importante como tenerlo", observó un asistente al Aspen Forum, quien en la cola para entrar al VIP se sorprendió al ver allí, a su lado y esperando muy pacientemente, al hombre más rico del planeta, el mexicano Carlos Slim, quien no quería perderse la oportunidad de charlar -y ser visto charlando- con la entonces precandidata presidencial Hillary Clinton.
Pero ¿cómo son los nuevos exponentes de esta elite global? Los hay de todo tipo, pero una anécdota que involucra a un joven argentino ofrece algunas claves para entender a ese segmento tan novedoso de jóvenes brillantes, ligado al auge de las redes sociales y las nuevas tecnologías: el argentino en cuestión compartió departamento, cuando era estudiante de posgrado en los 90, en Stanford, con un muchacho callado, que se la pasaba literalmente pegado a su computadora "buscando un logaritmo", según aclaraba, y se negaba a toda interacción. Si alguien llamaba a su casa, se escuchaban ruidos extraños, y eran circuitos que estaba desarrollando para abrir y cerrar puertas, prender la tele y demás actividades del hogar. Lo criticaba al estudiante argentino por dispendioso, ya que compraba pequeños yogures de marca en vez de sin marca y al por mayor, mucho más baratos. Unos años después, vio una noticia en el Wall Street Journal que captó su atención: se anunciaba la salida a la Bolsa de Google, por 28 mil millones de dólares y había reconocido en la foto a su viejo compañero de piso: era Larry Page, con su socio Sergey Brin, ahora entre los hombres más ricos de Estados Unidos.
En muchos sentidos, la vida de Page no ha cambiado mucho desde entonces, asegura Frank luego de escuchar la anécdota. "A esta generación de nuevos multimillonarios -y los que vienen del mundo tecnológico en esto son paradigmáticos- le importa marcar que, culturalmente, sigue perteneciendo a la clase media trabajadora y no a una elite aristocrática. Es cierto que Page, por ejemplo, se acaba de comprar un megayate. Pero es probable que dentro del yate siga trabajando todo el día, pegado a una computadora. A la clase más acomodada se la solía llamar en inglés la leisure class , en referencia al tiempo libre y diversión del que disponían. Pero hoy nadie llamaría a esta gente parte de una leisure class : nunca sueltan su blackberry, y cuando mejor la pasan es cuando pueden estar hablando de negocios", subraya. De cualquier manera, el autor de Richistán insiste en que la clave es lucir siempre informales. "Los más ricos hoy usan el uniforme de mocasines, camisa abierta y jeans muy caros. La única gente que usa traje es la que trabaja para los muy muy ricos, no ellos".
Poder para decidir
Hay otros rasgos interesantes que surgen de esta obsesión por el trabajo, que parecen llevar a todas las esferas de la vida. La forma en que hacen sus donaciones, por ejemplo. "Si se toman personajes como Warren Buffett, por nombrar sólo uno de los multimillonarios más emblemáticos -explicó una fuente vinculada al mundo de las finanzas-, existe una diferencia llamativa entre la forma en la que hacen el dinero, con prácticas durísimas a la hora de comprar empresas en mal estado y volverlas altamente redituables, con todo lo que esto implica, y su forma de devolver a la comunidad. Son millones y millones los que dan a la caridad y filantropía, pero en todo momento quieren ser ellos los que deciden a quién, cómo y cuánto dan".
En esto los nuevos superricos también marcan un quiebre con generaciones anteriores. No es novedad que la filantropía es la ruta que muchos encuentran para el éxito y la penetración social tanto como para la satisfacción moral y la preservación del nombre como la de un santo secular para el futuro. Volviendo al ejemplo clásico de los robber barons norteamericanos, Andrew Carnegie dejó todo lo que tenía a hospitales, salas de conciertos, universidades y bibliotecas que hoy llevan su nombre.
Pero, según Matthew Bishop y Michael Green en su libro Filantrocapitalismo, la tendencia es a que los nuevos multimillonarios dispongan de su fortuna un poco de la misma manera en la que la hicieron: en vez de simplemente donar a obras de caridad o instituciones, quieren manejarlo de manera empresarial. Y lo están haciendo desde mucho más jóvenes que antes. Es decir que no hay crisis económica que haya alterado su filosofía, ni para hacer dinero ni para devolverlo.
Porque además, según Freeland, los nuevos multimillonarios no se ven como responsables directos de la crisis financiera, pese a que a los ojos de la mayoría algo de eso hay. Ellos apuntan más bien a sus primos de clase media, que se endeudaron con la burbuja inmobiliaria y compraron casas más grandes y más costosas de lo que el sentido común -y el salario- dictaba. Pero esa no parece ser la única explicación.
"Cuando hablo con los mutimillonarios de la industria, le echan la culpa de la crisis a los multimillonarios de Wall Street, que a su vez le echan la culpa a un número muy pequeño de traders que a su vez le echan la culpa a eventos impredecibles, los llamados cisnes negros", señala Frank. Agrega que para mucha de la gente más rica de Estados Unidos es problemático que hoy se pueda crear tanta riqueza sin crear valor. "Es muy distinto quien crea una compañía como Steve Jobs, con productos que pueden mejorar la vida cotidiana de la gente, de quien crea sofisticados productos financieros que no tienen nada que ver con la población. Pero éste es un grupo de dentro de Wall Street que a su vez se defiende diciendo ´hey, nosotros nos ganamos la vida tomando decisiones respecto del dinero y eso es algo muy importante, que merece un bono grande´, y algo de razón tienen también. Pero puede terminar, más que en una guerra entre clases, en una guerra entre los multimillonarios que producen, por decirlo de alguna manera, versus un grupo de traders de Wall Street".
Edad de Oro
Las cifras parecerían indicar que estamos viviendo una edad de oro para el Richistán, o la nueva plutocracia. Frydland concluye que de ellos mismos debe surgir la demanda de una mayor regulación del mercado financiero y de mayores impuestos, como una forma de autopreservarse frente a la amenaza de un populismo que podría limitar seriamente su actual poder. Frank, en cambio, cree que estos multimillonarios son parte de una tendencia que sólo puede ir en aumento con la velocidad creciente de los cambios tecnológicos y los mercados globalizados.
"La diferencia más marcada que sí se verá dentro de Richistán en los próximos años es que los norteamericanos serán cada vez menos importantes. Serán como esos primeros grupos de inmigrantes que llegan a un Nuevo Mundo: empiezan arriba y van cayendo. Prueba de esto ya se pudo ver este año en Davos, donde hubo menos estadounidenses que nunca. Puede ser porque muchos millonarios prefieren no ser vistos en un centro de esquí cuando la economía todavía no se recuperó para la mayoría. Pero también porque se enviaron menos invitaciones a millonarios norteamericanos para hacer lugar a nuevos millonarios rusos, chinos o sudamericanos", adelanta Frank.
Mucho se ha escrito respecto de que la clave para la entrada de miembros de estos países en el selecto club de los ricos ha sido la mejora en la educación, pero Frank cree que eso es algo idealista. "Hay miles de personas educadísimas que no por eso se hicieron ricas. Una sólida educación es una condición necesaria, pero no suficiente para entrar en la elite global. Hay que tener también acceso a capital para convertir la idea que uno tiene en realidad y, según los países, acceso al gobierno para evitar, por ejemplo, que se pongan trabas arbitrarias a la expansión. Sobre todo hace falta una enorme perseverancia, no bajar los brazos jamás y -esto me lo reconocen en privado todos los multimillonarios- mucha suerte: haber estado en el lugar adecuado, con la idea adecuada, en el momento adecuado. Se necesita todo lo demás también. Pero nadie se hace multimillonario, ni se hará jamás, sin una gran ayuda de la diosa Fortuna". Y en eso al menos, volviendo a Gatsby, sí los multimillonarios son iguales a todos los demás.
© LA NACION .
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