Diario “La Nación”.
Buenos Aires, lunes 23 de junio de 1997
Hipótesis de conflicto: Afganistán
La línea Durand
Herencia anacrónica de un
poderío inglés fenecido, deja a media nación afgana en su país y a la otra
mitad en la India, ahora Pakistán.
No. Error. Esta nota no se refiere para nada a la
invasión soviética a Afghanistán, episodio cruento pero, simplemente,
anecdótico. Tampoco a los talibanes, triste y deprimente anécdota, lamentable
versión de un islam mal comprendido que es totalmente ajeno a delitos tontos
semejantes. En otras palabras, dos situaciones de coyuntura y nada más.
En este caso tocaré un problema grave y de fondo, legado
a la nación afgana por el imperialismo inglés en tiempos de la reina Victoria:
el problema rigurosamente actual de la línea Durand.
Primero, un mínimo de información. La nación afgana es
una de las más orientales del medio oriente, que toca las estribaciones del
Himalaya y ha jugado un papel nada pequeño en la historia humana, por muy
alejada que hoy esté de los centros de poder.
A causa de las fallas en censos y cosas por el estilo,
puede decirse con la mayor de las imprecisiones que esta nación suma entre 15 y
25 millones de personas.
FUNDACIÓN
EN EL CAOS
Es un pueblo musulmán sunnita en su totalidad. Aproximadamente
la mitad -por obra de la reina Victoria y sus agentes- vive en Afghanistán, y
la otra mitad, en Pakistán. En Afghanistán, por otra parte, los afghanos suman
un poco más de la mitad; el resto, está repartido entre numerosos pueblos,
todos musulmanes pero, en muchos casos, shiítas.
Lo dicho lleva, segundo, a la fundación del Estado
afghano. Se produjo en el caos que siguió a la caída de la vieja dinastía en
Persia y al gran papel jugado en la invasión a la India del nuevo shah por un
joven general afghano de poco más de 20 años: Ahmed Khan, que a su capacidad
militar sumaba un gran sentido práctico. En Dheli se apoderó nada menos que del
tesoro de los grandes mogoles. Fue proclamado rey de su pueblo (1747), pero,
con el estilo democrático característico en él, por una asamblea (djirgah) y
con una simple espiga de trigo por corona. Fundó un vasto imperio que duró
poco, pero es la base del Afghanistán actual. Dio a su dinastía, que gobernó
hasta 1973, un nuevo nombre, más rumboso que su modesta corona: Durrani
(perla).
Y así llegamos a la etapa tercera y actual, cuando
comenzó el choque de los imperialismos occidentales, tan típico del mundo
moderno. En este caso los primeros en meterse fueron los ingleses que,
intentando proteger sus posesiones de la India de un even tual avance ruso,
invadieron el país (1839-1842, 1a. guerra afgana). Ello coincidió, por cierto,
con la "guerra del opio" llevada contra China.
Expulsados por una explosión de furia popular, los
ingleses siguieron intentando ganar posiciones y volvieron a invadir
(1878-1880, 2da. guerra afgana). Triunfaron y hasta lograron instalar un
gobierno en Kabul, pero la indignación popular provocó una nueva retirada. Esto
no desalentó a los ingleses, que siguieron maquinando hasta que, en 1893,
lograron imponer una frontera artificial al máximo, la actual, la "línea
Durand", la que divide a la nación afgana en dos mitades: una en
Afghanistán y otra en la India, actualmente Pakistán.
Lo arbitrario de esa demarcación lo da, por ejemplo, el
caso de la tribu de Mohmand, de medio millón de almas. La mitad quedó en un
país y la mitad en otro. Esto no gustó para nada a los afectados y, en la
práctica, siempre han ignorado la línea Durand -debe de ser la menos respetada
de todas las fronteras-, aunque ha provocado una serie de alzamientos
violentísimos como los de 1897, 1919 y 1930 y, el peor de todos, el de 1936 a
1938, en que los ingleses debieron enviar la mitad de su ejército en la India a
sofocar el conflicto. La política británica estuvo lejos de la suavidad.
Churchill, que participó en una campaña algo al Norte de
esta región, escribió (cito de memoria): "Quemamos las casas, destruimos
los sembrados, cegamos los pozos y nos retiramos dejando a salvo el honor del
Imperio Birtánico". Pero la cuestión de fondo quedó igual: los afghanos
seguían divididos por la línea arbitraria.
Ante esta situación se plantea la idea de separar en un
Estado independiente o autónomo a la región afgana de la India (Pashtunistán),
pero la oportunidad se perdió en la consulta de 1947 al retirarse los ingleses.
Se preguntó al electorado si optaba por la India o por Pakistán. Y no se
consultó lo lógico, que aquí era: independencia o unión con Afghanistán. Si
bien la mayoría de los que votaron optó por Pakistán, la mayoría de los votantes
potenciales saboteó la elección.
Eso tampoco solucionó nada y el problema siguió igual,
aunque con el gobierno de Londres reemplazado por el de Pakistán. También esto
llevó a varios conflictos: retiro de embajadores, cierre de frontera e,
incluso, varias explosiones violentas con choques armados entre ambas partes,
en especial en 1950-1951 y en 1960-1961, dentro de un anhelo permanente:
modificar la frontera de 1893, herencia anacrónica de un poderío inglés ya
terminado.
COMO
EN MANTECA
La invasión soviética a partir de 1978 y la guerra civil
una vez retiradas las tropas moscovitas, pusieron un alto en el planteo, ya que
ni los más nacionalistas entre los afghanos del lado pakistaní tenían el menor
interés en pasar a súbditos de un nuevo país títere de otro imperialismo
occidental. Ni, por otra parte, pese a ser uno de los pueblos más guerreros de
la tierra, les interesaba entrar en una contienda absurda. Acotación
pertinente: la frontera es tan caliente que los ingleses crearon un colchón, la
zona tribal, donde la población se maneja con mayor libertad.
Sólo están libres para circulación los caminos, pero con
la advertencia: "No salga de la ruta. No se detenga. No fotografíe
mujeres. No viaje de noche".
En Darrah, famoso centro de fabricación de armas, compré
dos puñales adornados con florcitas y el vendedor me dijo: "Señor, no he
tenido nunca quejas. Llévelos tranquilo. Entran como en manteca". Así son
los afghanos, pero por ahora la situación está parada. Es, únicamente, un compás
de espera. Nada más.
ARIOS
QUE QUIEREN SER JUDÍOS
Si Hitler hubiera sido un lector voraz y un hombre de
mentalidad abierta hubiera debido saber que, tanto en el mundo musulmán como en
el Oriente cristiano, el origen judío tiene un extraordinario prestigio snob y que
son numerosos los pueblos y familias que se jactan de él, casi siempre sin
razón. Uno de estos pueblos, encarnación misma de lo más puro de lo ario (sin
ninguna carga pura como le dio el nazismo) es el afghano, como los persas o los
beluches. El conde de Gobineau que Hitler hubiera debido leer, reunió en uno de
sus libros (lo tenía en un biblioteca aquí, Juan Agustín García) los datos de
una vieja crónica afgana. Los afghanos o pathanes o pashtus también se llaman
Beni Israel y su leyenda nacional los hace descendientes del rey Saúl
(1044-1029) cuyo nieto Afgana fue general de Salomón y cuyo vigésimo séptimo
nieto viajó desde Ghor (en el centro de Afganistán) a ver a Mahoma y se
convirtió al Islam. Cada afgano conoce su clan y su tribu -Gobineau indica que
son 382- y puede así remontar su árbol genealógico hasta aquel antepasado que
hace quince siglos se hizo musulmán. Hablando con un afgano cerca de la
frontera me dijo entusiasmado: "Sí, sabemos que venimos de Saúl, que era
un rey judío de la tribu de Benjamín, pero no sabemos nada más de Saúl ni de la
tribu de Benjamín". También el rey Habibullah (1901-1919), se jactaba
"¡Soy de la tribu de Benjamín!".
POESÍA
Y GRANDEZA
Auque los afghanos hayan caído de su altura histórica les
gusta recordar sus momentos de grandeza. Un poeta de hace siglos hizo estas
líneas: "Cuando escribo Pashtun llamó al honor, a la gloria / Sin esto
¿qué es la historia de los afghanos? / Sólo por el sable pasa nuestra
liberación / Por este sable que hizo nuestra fuerza/Cuando otrora reinábamos
sobre la India / Hoy ya conocemos la paz. Hemos pecado...Afila tu sable, soy
pronto a combatir /Yo, Khousal Khalak, estoy listo /Para defender el nombre
Afghano". Tres veces, efectivamente, dinastías afganas han ocupado el
trono de Delhi.
Y, por lo demás, si bien la
reivindicación afgana a la unidad nacional es una aspiración legítima, ha
llevado aparejada con frecuenia, un imperialismo: la salida al mar por el
territorio de los beluches. Es decir que, aunque la sociedad afgana es una de
las más democráticas de Asia -todo se hace por medio de asambleas- no es lo
mismo con otras naciones. .
Por
Narciso Binayán Carmona
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