Diario “La
Nación”. Buenos Aires, lunes 13 de octubre de 1997 |
Hipótesis de
conflicto: Lejano Oriente
La II Guerra aún ruge
Complica la paz entre Japón y Rusia la peregrina creación
staliniana de un Estado no comunista.
Es una interesante curiosidad histórica, muy relegada en
general, el olvido de varios remanentes de la Segunda Guerra Mundial pese a que
siguen aún hoy en vigencia. El más resonante es el del nombre de la
organización internacional: Naciones Unidas.
Originalmente se aplicó a la coalición de países aliados
contra las potencias del Eje -Alemania, Japón e Italia- y se usó por primera
vez en un compromiso del 1º de enero de 1942 vetando cualquier propuesta de paz
por separado. Luego de la victoria aliada en Europa se firmó la Carta que crea
la organización continuando todavía las hostilidades en el Pacífico aunque sin
la participación de la URSS.
Igualmente, junto con el nombre de la coalición
triunfadora, la Carta intentó congelar la situación política de ese momento, al
instituir los miembros permanentes del Consejo de Seguridad el derecho a veto.
Estas son las grandes potencias victoriosas: Gran Bretaña, Estados Unidos,
URSS, Francia y China. Disuelta la URSS, su banca privilegiada pasó a Rusia
(admitiendo así públicamente que la igualdad de las quince repúblicas
soviéticas era sólo una ficción).
Pero la realidad se impuso y las cosas han cambiado. Los
imperios coloniales gigantescos de Francia y sobre todo de Gran Bretaña han
desaparecido y Rusia no es más que la sombra de lo que fue. De hecho durante
años había habido dos "superpotencias" y hoy sólo queda una: EE.UU.
Apenas ahora se empieza a hablar en serio de romper aquel intento de
congelamiento -fosilización- de una situación perimida de hace más de medio
siglo.
Pero tras esta recordación general, una particular. El
Japón se rindió sin condiciones a los aliados el 15 de septiembre de 1945 tras
el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9
de agosto). Tras varios años de ocupación norteamericana, Japón firmó la paz
con los diversos países beligerantes menos uno, la URSS, o sea Rusia.
Con sentido de la oportunidad, sagaz, aunque no elegante,
Stalin no se incorporó a la coalición aliada contra el Japón hasta el 8 de
agosto de 1945, 48 horas después de lanzada la primera bomba atómica. De
inmediato sus tropas invadieron Manchuria (norte de China) y la conquistaron
fácilmente tomando prisioneros a algo menos de un millón de soldados nipones.
Distracción
Al mismo tiempo y distraídamente, ocuparon las islitas de
Etorofu (28 de agosto), Shikotan, Taraku, Kunashiri, Shibotsu, Yuri y Suisho
(1º/3 de septiembre). Tienen una superficie total de 4996 kilómetros cuadrados
y tenían una población de 13.000 japoneses que, conforme con la metodología
soviética de esos años, fueron llevados cautivos.
La ocupación de esas islas es lo que ha impedido hasta
hoy que el imperio japonés acepte firmar un tratado de paz aunque el estado de
guerra se dio por terminado en octubre de 1956.
La cuestión es extremadamente irritativa para el Japón y,
aunque no se habló mucho del asunto tratando de apaciguar los ánimos, su
posición ha sido categórica: no aceptó ni acepta la anexión de las islas a la
URSS (Rusia) y no firmará la paz hasta que le sean devueltas.
En 1977 la URSS emitió una declaración fijando "la
zona de pesca" de sus aguas territoriales (200 millas). Ese documento fue
provocativo puesto que varias de las islas son visibles a simple vista desde el
territorio japonés y la más cercana se encuentra a algo menos de cuatro
kilómetros, es decir, menos que la distancia de la plaza San Martín a la plaza Italia.
Públicamente fue Shevardnadze quien primero habló del
tema, en visita oficial a Japón (1986) y luego -sin mencionar a las islas- lo
hizo Gorbachov (1989).
Con ningún tacto, Yeltsin desde el mismo territorio
discutido -la isla de Kunashiri- indicó que devolverlas sería un grave
perjuicio económico para su país ya que su riqueza ictícola representa muchos
millones al año.
Mientras, en Japón se realizan periódicamente actos de
reclamo y se han reunido ya cuarenta millones de firmas reclamando la devolución
de la islas.
La vida en ellas no es buena. En Etorofu se pescaron
31.000 toneladas de salmón (1991), pero se les pagaron sueldos de la mitad del
mínimo de subsistencia (1992). "Todo el pescado se va, quién sabe donde y
el nivel de vida sigue bajando. ¿Dónde podremos escapar?" (Sakhalin
soviético, 19/12/1992). En las otras es por el estilo.
Ahora bien, los sectores nacionalistas rusos braman. B.
Slavinski, por ejemplo, escribió poéticamente en Izvestia (12/5/1992): "No
podemos ceder estas tierras rusas, nuestras, que durante la última guerra
bebieron la sangre de nuestros soldados". Olvidaba que fueron ocupadas sin
lucha, rendido ya el Japón.
¿Un país nuevo?
Más serio y a la vez más ridículo fue la declaración de
altos mandos militares rusos: la entrega de las islas "provocará en la
población de la región un sentido contra el gobierno y reforzará la posición de
las fuerzas separatistas, hasta producir la secesión del Extremo Oriente y la
creación de una república de Extremo Oriente". (Vostok Rosii, número 40,
1992). Nada menos.
Con ello revolvieron el fantasma de una realidad
olvidada. En abril de 1920, un comunista judío de Kiev, Alexander
Krasnoshchekev, (en verdad, Tabalson), dos veces preso en Rusia, emigrado a
Estados Unidos, abogado en Chicago y de vuelta tras la revolución bolchevique,
propuso a Lenin la creación de un nuevo Estado no comunista, Extremo Oriente,
que serviría de parachoques a una eventual expansión nipona.
La declaración de independencia -detalle picante- la
escribió en inglés y fue retraducida al ruso, ya que no lo hablaba bien. La
capital fue Chitá en territorio otrora mongol.
La independencia no impidió la ocupación de parte de la
región por parte de tropas de diversos países, la mayoría niponas, pero frenó
efectivamente avances de Tokio.
Hubo enojosas negociaciones, pero finalmente se convino
la evacuación. Los japoneses dejaron su último baluarte, Vladivostok, el 25 de
octubre de 1922. Al día siguiente, entraron las tropas de Extremo Oriente y el
14 de noviembre ésta pidió ser admitida en la URSS. Lo fue el 15 y así terminó
la curiosa historia.
El asunto tuvo mucho de ópera bufa, pero al fin se había
logrado. Nadie la tomó en serio en su momento y es llamativo -por decir lo
menos- que se saque a relucir el tema justamente en estos tiempos y por algo
tan insignificante como las islitas en discusión. Es otro caso más de política
ficción.
{Subtít.concatenado} Los blancos aborígenes Las islas que
motivan esta nota estaban habitadas desde tiempo inmemorial por el curioso
pueblo de los ainus que ocupaba también el resto de las Kuriles, Sajalín y todo
el archipiélago nipón,incluso Okinawa.
Cuando el pueblo de Yamato -amarillos- comenzó a
organizar su Estado, el futuro Japón enfrentó a los ainus e hizo de su historia
"en cierto modo, la de la colonización ...contra esa raza diferente. El
desarrollo de la espada japonesa , el intrépido espíritu guerrero, el Bushido
... o Camino de los samurais, todo comenzó a aparecer en esta frontera".
Los ainus son blancos, primitivos y extremadamente
peludos. La mezcla con ellos ha determinado que los japoneses sean, a su vez,
el más peludo de los pueblos amarillos. Hasta hace pocas generaciones, la isla
de Hokkaido, la que está más al norte de Japón, era totalmente ainu, pero ya ha
sido completamente colonizada y sólo queda en algunas reservas.
Su gran festival -atracción turística- es el sacrificio
del oso, dios de las montañas.
En la isla cuestionada de Shikotan fueron concentrados
por el gobierno nipón los que vivían en las Kuriles y en Sajalín. Quedaban en
1941 apenas 50. Parece que luego de 1945 no queda ninguno. En total, en Japón
hay 50.000 muy mezclados. El activista Shigeru Kayano fue electo diputado
-primer ainu- en 1984.{Subtít.concatenado} Rusia al Pacífico El avance ruso
hacia el Pacífico se concretó en los primeros reinados de la casa Romanov.
Chitá fue fundada en 1658, pero ya se había instalado Okhotsk, sobre la costa,
algunos años antes. La expansión hacia el Sur, sobre territorio chino, fue
frenada por el tratado de 1689 que fijó límites respetados durante 169 años.
Fue el conde Murariov, gobernador de Siberia oriental (1847-1861), quien
planteó el "destino manifiesto" de su país: "Para conservar
Siberia es necesario conservar y reforzar para nosotros Kamchatka, Sajalín y la
desembocadura y navegación del Amur y obtener una sólida influencia sobre la
vecina China". Murariov rechazó, en cruenta lucha, un intento británico de
ocupar Kamchatka durante la guerra de Crimea. Entre 1858 y 1860 conquistó para
Rusia algo más de un millón de kilómetros cuadrados de China. Esta fue la parte
más importante de la "república del Extremo Oriente". .
Por
Narciso Binayán Carmona
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