R “La Nación” Revista. Buenos
Aires, domingo 30 de junio de 2013
Testigo del siglo
BELO HORIZONTE, Brasil.- Década del 50: Murillo Mendes
tiene poco más de 20 años y se embarca en la construcción de la represa
hidroeléctrica de Furnas, una de las mayores de América latina, prioridad en la
agenda del desarrollo energético de Brasil para el entonces presidente
Juscelino Kubitschek.
Fines de los 70: Murillo Mendes ya ha participado en la
construcción del puente Río-Niteroi (el más extenso de América latina y séptimo
en el mundo), y de tramos importantes de la ruta Transamazónica. Lidera el
consorcio de construcción de Itaipú (por años, la mayor usina generadora de
energía del planeta), y su reputación es indiscutida: su empresa de ingeniería,
la Mendes Júnior, está entre las diez más grandes del mundo.
Murillo Mendes también está haciendo obras en Irak. Allá
lejos y en una cultura tan diferente. La suya es la primera y única empresa
brasileña en el Golfo Pérsico, con gigantes proyectos de infraestructura: la
línea ferroviaria Bagdad-Al Qaim-Akashat, la ruta Expressway 1 y una estación
de bombeo en el mítico río Éufrates.
A comienzos de los 80, del otro lado del mar, su país
natal está en problemas: no tiene el petróleo que necesita para desarrollarse y
crecer. Justamente Brasil, que en 2013 (y a pesar de sus dificultades) es la
sexta economía del globo.
Entonces, Murillo Mendes se convierte en una pieza clave
para que la nación vecina consiga su objetivo. Sólo un detalle: para acceder al
crudo hay que negociar con Saddam Hussein.
En esa tarea, mientras construye rutas y vías férreas, se
embarca el ingeniero de Belo Horizonte. Brasil consigue el crudo. Pero la
Mendes trastabilla.
Minas Gerais
es, en 2013, uno de los estados más poderosos del país. El de la tierra
colorada, el agua que brota por todas partes y los camiones repletos de
minerales. La oficina de Murillo Mendes en Belo Horizonte -la capital- está a
unos 40 minutos del Aeropuerto Internacional Tancredo Neves, una obra en cuya
construcción también participó. Durante el trayecto, el taxista sólo habla de
fútbol (el Atlético Mineiro ganó el campeonato estadual y está en las
semifinales de la Libertadores) aunque es capaz de abandonar por un momento a
Ronaldinho para señalar al costado de la ruta una de las últimas obras del gran
Oscar Niemeyer. Es la sede administrativa del gobierno de Minas, ejecutada por un
consorcio de las grandes constructoras de Brasil, incluida la Mendes Júnior.
Ingeniero, intelectual, empresario y hombre poderoso,
Murillo es un hombre grande que sólo a veces se comporta con la formalidad
brasileña del tudo bom, tudo jóia. Habla con una frontalidad arrollladora. Mira
fijo. Dice lo que piensa y hace lo que dice. Con la fuerza de un coracero
francés va directo a su objetivo:
-Brasil es famoso por su cordialidad. Detesta la
franqueza -bromea-. En algún momento, todos pensamos que nuestro propio país es
una mierda. Pero cuando otro lo dice, nos enojamos. Cuando estuvimos en Irak,
donde pusimos mucho acento en respetar la idiosincrasia y la cultura local, una
cosa que estaba prohibida era decir: Brasil es el más grande, el mejor.
* * *
En los buenos tiempos, Saddam Hussein pagaba por
adelantado. A fines de los años 70, Murillo Mendes empleaba en Irak a 10 mil
brasileños, más trabajadores locales, para los que construyó casas, escuelas,
clubes, hospitales, y para quienes llegó a necesitar 33 mil raciones diarias de
comida.
La historia que siguió es larga, pero puede resumirse
así: Brasil comenzó a importar el petróleo a cambio de las obras de ingeniería
que la Mendes llevaba adelante en Irak. Hubo un momento en que el país de
Saddam "entregaba 400.000 barriles de petróleo diario, casi el 70% de la
importación total del país", según cuentan Murillo Mendes y Leonardo
Attuch en su libro Quiebra de contrato (Folium, 2008). Antonio Delfim Netto,
que fue ministro de Hacienda, Planeamiento y Agricultura durante el régimen
militar, afirma sin rodeos en esas páginas que "la Mendes sustentó la
importación de petróleo", y que la empresa fue un instrumento del gobierno
para sostener el acceso a esa fuente de energía.
La ecuación parecía perfecta hasta que llegó la
pesadilla. La sangrienta guerra entre Irak e Irán hizo que Saddam dejara de
pagar. La Mendes se propuso varias veces abandonar ese país. Pero la situación
se endureció: Irak no otorgaba visas de salida a extranjeros ni daba licencias
de uso de equipamientos. Murillo llevó el caso a la Corte Internacional de
Arbitraje (ICC), en París, que falló a su favor. A pesar de eso, Saddam amenazó
con discontinuar la provisión del petróleo que necesitaba Brasil si las obras
de infraestructura se interrumpían.
El gobierno brasileño de João Baptista Figueiredo
presionó a la Mendes para que permaneciera en Irak. Autorizó créditos que el
Banco de Brasil otorgó a la empresa, contra la prestación de las obras que le
permitirían al país continuar recibiendo el crudo. La cobertura de cualquier
riesgo en esa difícil situación correría por parte del Instituto de Reaseguros
de Brasil (IRB), incluso en caso de incumplimientos causados por un conflicto
bélico.
La Mendes asumió que su salida de Irak (la que ocurrió
años más tarde, a pedido de Itamaraty, durante la Guerra del Golfo) estaría
cubierta por el pago de indemnización al banco por parte del IRB. Pero ocurrió
lo contrario: la Mendes Júnior fue ejecutada por el Banco de Brasil. A este
conflicto se sumó otro: la falta de pago de sus trabajos en la Usina
Hidroeléctrica de Itaparica por parte de la Compañía Hidroeléctrica de San
Francisco (Chesf), otra empresa con control estatal. La constructora entró en
su peor crisis. Perdió patrimonio. Se achicó. Despidió a cientos de trabajadores.
E inició acciones legales contra el estado brasileño: 600.000 millones de
dólares actualizados a 2013, la mayor demanda contra el país, hoy en manos de
la Corte.
Tenaz. El
ingeniero es un hombre firme: desde hace años mantiene un juicio millonario
contra el estado brasileño. El ingeniero Mendes no suele dar entrevistas.
Lee con una rapidez envidiable, y tiene una biblioteca con libros prolijamente
clasificados que prefiere explorar en idioma original ("hay muchos en
inglés, es mejor leerlos sin defectos de traducción"). The Economist y
Businessweek son sus revistas de cabecera: asegura que no se necesita más para
entender lo que pasa en el mundo.
Recuperada luego de años de buena gestión y nuevas ideas,
su empresa está ahora involucrada en proyectos como el saneamiento del Puerto
de las Dunas, en el nordeste brasileño; la expansión de la ruta Ferro Carajás
(Marañao y Pará), y el mantenimiento de la Usina José Mendes Júnior, en Minas
Gerais, entre otras obras. En los 90, construyó la monumental Usina
Hidroeléctrica de Tianshengqiao, en China. Fue la primera compañía brasileña en
lograr un contrato de construcción en esa potencia oriental.
La gran expansión de los 80 ya no existe -dice el hombre
que mira fijo-. Lo que existe son los mismos principios.
-En su libro Quiebra de contrato usted afirma que pocos
temas están tan presentes en el debate actual sobre la viabilidad económica de
un país (en su caso, Brasil) como el del respeto a los contratos. Y que las
sociedades más avanzadas son las que logran construir confianza.
-Yo fui víctima de quiebras de contrato que tuvieron
consecuencias extraordinariamente negativas. Un conflicto que se extendió por
más de 20 años y que sigue sin resolverse. Cualquier poder, no sólo el poder
político gusta ejercer su fuerza bruta. Eso es lo contrario del contrato
social, incluyendo los contratos comerciales. Brasil no es la excepción. Al
político le gusta usar el poder. Y la justicia es lenta. Pero el problema de
los contratos, como decían Locke o Mill, es la base de todo. En cualquier país
civilizado tiene que haber reglas. El mundo anglosajón es más desarrollado que
nosotros porque no renuncia a sus reglas.
-El conflicto se produjo durante el gobierno militar
brasileño. ¿Por qué usted participó de negocios con ese gobierno?
-Desde que se creó la empresa nosotros tuvimos relaciones
de convivencia con el Estado. Estábamos en temas importantes para el desarrollo
de Brasil, y todo lo relevante dependía, lógicamente, de los presidentes.
Mantuve relaciones cordiales, pero sin crear intimidades, como decimos en
Brasil. Nunca tuve preocupación por agradar a los poderosos. Siempre dije lo
que pensaba y lo sigo haciendo. No le debo nada a nadie. Y no pierdo tiempo en
discutir si fui amigo de tal o cual. Igual la gente habla, dice cosas. Ya se
sabe: la única forma de que no hablen mal de usted es que usted no tenga
ninguna relevancia. Si todo el mundo habla bien, es sospechoso. Digamos que un
15% de las personas debe considerar que usted es un hijo de puta para que usted
se quede más o menos tranquilo de que todo anda bien.
Energía vital.
La represa hidroeléctrica de Itaipú, en la frontera entre Brasil y Paraguay. La
empresa de Murillo Mendes participó activamente en su construcción.
-¿Cómo era
Saddam?
Hábil para el mando militar, cruel con sus opositores y
obsesionado por el espionaje.
-¿Y en las negociaciones?
Un joven extremadamente capaz.
-Usted habló del descreimiento y la falta de seguridad
jurídica, temas cotidianos también en la Argentina. ¿En cuánto nos parecemos?
Yo considero que la capacidad interna de destrucción de
los políticos en la Argentina fue mayor que la de Brasil. Los brasileños
tuvimos grados mayores y menores de depredación, pero lo de ustedes es peor,
una lástima, en un país infinitamente rico y privilegiado. Yo veo que a pesar
de que ciertos sectores se movilizan para reclamar por lo que no quieren, el
argentino en general está más resignado a aceptar la desgracia política.
-¿Todo político es corrupto?
Eso piensa mi mujer. No es así. Todos conocemos políticos
de una integridad total. En la Argentina, en Brasil, en cualquier lugar. Eso
sí: el arte del político es el de mantenerse en el poder, y a veces sobrepasa
límites que otros no saltarían. En nuestros países, cuando esos límites se
pasan, no hay castigo. Ahora, justamente, tengo un amigo que quiere entrar en
política. Ya le dije que se olvide.
-¿Qué virtudes le faltan a su amigo?
Ninguna. Lo que le faltan son defectos.
-¿Nota alguna diferencia entre los políticos de Brasil y
la Argentina?
Brasil es mucho más pluralista, creo. Más flexible. Por
lo que yo veo, en la Argentina la oposición a veces se ve tan radical como el
poder público, poco elástica para lograr sus objetivos. Aquí, el PT, por
ejemplo, tiene muchas vertientes diferentes. Hay mucha gente buena, gente
sensata, y otra que no lo es.
* * *
En un presente con cuestiones pasadas sin resolver
(Murillo no piensa abandonar su demanda contra el Estado), el ingeniero habla
de futuro. Se viene -dice- un tiempo en que la tecnología va a producir una
mejora social, y va a dejar a las masas "ese poder que ningún régimen
autoritario conseguirá asegurarse de aquí en más".
-La gente dice que usted es un empresario poco común. Una
suerte de empresario intelectual.
Es que necesito pensar. No porque sea un intelectual, es
para mi trabajo. Me enfrento con problemas que no siempre son parte de mis
competencias, entonces voy y busco soluciones consultando a otros,
principalmente en los libros. Los libros tienen todo lo que pasa en el mundo.
-¿Pesa más la experiencia que la formación académica?
El problema es que la gente con formación académica no
siempre tiene interés pragmático. Yo siento curiosidad intelectual, dentro mío
hay una especie de anarquista que cuestiona todo. En la escuela yo tenía buenos
profesores, pero los enfrentaba, protestaba, me interesaba la discusión, la
diversidad de ideas, compartir.
Hay gente que
va y viene en la oficina de Murillo Mendes. El fotógrafo, su secretaria, un
amable señor que sirve café, su equipo de comunicación. La energía circula.
"Los seres humanos se agrupan desde que nacen", reflexiona. Es así:
"La antropología, la psicología social o la sociología hablan de la tribu
por necesidades de taxonomía académica. Pero en realidad están hablando de
cosas sencillas y cotidianas: juntarse, ser hincha de un club de fútbol, tener
una misma lengua. ¿Sabe cuántas lenguas tenemos aquí, en las comunidades
indígenas? Son como 300. Algunos tontos académicos están preocupados y quieren
enseñarles a estas comunidades la lengua que habla la mayoría.
Asegura que la especie humana es frágil en comparación
con otros mamíferos: "Fíjese que otras especies nacen caminando. Nosotros
no. Lo nuestro es un verdadero misterio. Hasta Jesús, que sabía todo, terminó
jodido en la cruz".
Se siente orgulloso de que su nombre esté ligado al 40%
del potencial hidroeléctrico instalado en Brasil, y a 14 mil kilómetros de
rutas y líneas férreas, a refinerías, aeropuertos y plataformas petrolíferas. Y
obsesionado con ver cumplido un deseo: "El imperio de la ley, y no la ley
del emperador de turno".
Regala un libro,
recibe otro. El sol del mediodía entra en su oficina. Alguien comenta que esta
mañana, como todas, el ingeniero nadó unos cuantos largos y jugó con su
bisnieto. Ahora posa con poco placer para las fotos, se toca la pierna y la
mueve como un péndulo: "Esta rodilla me está molestando -dice, a sus 87-. No bien tenga tiempo,
me voy a operar"..
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