Diario “La Nación”. Buenos Aires, lunes
29 de diciembre de 1997
Hipótesis en conflicto
Tras la dinastía del Dragón nace el imperio rojo
Con la caída de Pu Yi, el Hijo del Cielo,
terminó la vieja sociedad.
En un pasaje inicial de "El último emperador",
hay una escena no muy larga, pero sí reveladora. A una estación de tren repleta
de detenidos y prisioneros políticos de los comunistas llega, en 1945, el
último emperador de China, Pu Yi(1908-1912), cautivo a último momento cuando
intentaba huir. Alguien lo reconoce y se va corriendo la noticia por la
estación.
Desprestigiado, extranjero (manchú), títere durante años
de los japoneses y preso, Pu Yi seguía siendo emperador. No era él mismo sino
una institución tan vieja y venerada como la misma China.
En la misma película, se dedica mucho espacio al
"lavado de cerebro" al que fue sometido el depuesto monarca. Parecía
humillante, pero la misión que se había confiado al funcionario comunista Jin
Yuan era de la más alta importancia política.
Para los jerarcas rojos, Pu Yi era el compendio de todo
el oprobio de la vieja sociedad china. Cuanto más grave fuese la culpa, más
espectacular sería la redención y mayor la gloria para el Partido Comunista
Chino. E igualmente "la transformación de Pu Yi en ciudadano comunista
ejemplar demostraría la superioridad de la revolución china respecto del
sistema soviético. En Rusia, poco después de la revolución bolchevique, toda la
familia imperial había sido brutalmente asesinada. ºNi Lenin había sido capaz
de convertir al último zar en un buen comunista!". (Edward Behr,"El
último emperador", Planeta, 1988, pág. 239) A esto debería añadirse algo
mucho más importante. Pu Yi -siempre al margen de su persona- era para la
sociedad china normal (no sólo para la minoría comunista en el poder) el
símbolo vivo de toda su gloriosa historia.
Si él, el Hijo del Cielo, se convertía, legitimaba en
cierta forma el régimen rojo y servía de puente entre un pasado cierto y un
futuro misterioso.En esto estaba dentro de la más pura tradición china: la
legitimación de una nueva dinastía por un traspaso bien hecho.
PRESAGIOS Y SUPERSTICIÓN
El mismo general Yuan Shi-kai, que fue presidente de la
república y que se hizo votar y hasta proclamar emperador (1915), utilizó en
sus intrigas a un príncipe imperial que habría sido "precandidato" a
emperador antes de Pu Yi.
Con extrema sagacidad y con su gran conocimiento de las
cosas chinas, Erwin Wickert, embajador alemán en China (1976-1980), cuenta que,
al ser nombrado, el jefe del gabinete presidencial le preguntó por qué tenía
urgencia en viajar. El contestó: "En China ha caído un meteorito, los
terremotos han aumentado en frecuencia y esto se viene considerando allí desde
tiempos remotos como el anuncio del fin de una dinastía o, cuando menos, como
presagio de la muerte del emperador. Y los grandes presidentes se incluyen, sin
duda, en esa misma categoría".
Su interlocutor le preguntó dudando: "¿Es que cree
usted en esas cosas?". Y él: "Los chinos sí creen".
-¿Todavía hoy?
-Por lo visto, sí, sino los periódicos no se dedicarían a
publicar artículos contra esa superstición. Hace ya más de dos mil años el
emperador intentó cortar el paso a esa superstición. Naturalmente, en vano.
Quizá por eso deba darme aún más prisa.
Sabía lo que decía. Llegó a China el 29 de agosto y Mao
murió el 9 de septiembre ("China vista desde adentro", Barcelona,
1983, pág. 15).
Cuando se habló hace cincuenta años de Pu Yi como
"compendio de todo el oprobio de la vieja sociedad china" y se le
echaron en cara todos los excesos de la ocupación japonesa y los suyos, reales
o no, se estaba siguiendo una regla invariable: probar las culpas de un régimen
(dinastía) para justificar el cambio.
Porque "la misión de los emperadores es gobernar con
rectitud y benevolencia para que el pueblo sea bueno y dichoso. Cuando obran
mal el Cielo los advierte por medio de tempestades, hambres y otras
calamidades, y, si persisten, dicta sentencia quitándoles el poder y dándoselo
a otros más dignos".
En este sentido los dos últimos emperadores de las dos
primeras dinastías, hace 38 y 30 siglos, respectivamente, Kie y Chu Sin, y sus
esposas, han quedado como monstruos de crueldad, lujuria y sadismo que
justifican las palabras de Confucio: "Un gobierno tiránico es peor que un
tigre".
MONARCAS SIN RETORNO
Es inevitable, a esta altura recordar la forma en que fue
perseguida la viuda de Mao y sus cómplices de "la banda de los
cuatro", además del abandono de la Revolución Cultural y sus horrores (dos
millones de muertos y destrucción).
¿Se recordará, quizá, en el futuro cuando China vuelva a
la normalidad entre las culpas del comunismo caído el "capitalismo
salvaje" y su costo social tremendo impulsado en estos últimos lustros? Es
probable.
¿Restauración? Por el contrario, no es probable que la
dinastía manchú vuelva al Trono del Dragón. Totalmente desacreditada, más que
por el pobre Pu Yi, por el desastroso gobierno de su tía abuela, la emperatriz
viuda, es además extranjera y conquistadora de China (la coleta la impusieron
como signo de humillación).
A esto se suma la regla invariable en toda la larga
historia del Celeste Imperio que no hay ningún caso en que una dinastía caída
haya sido restaurada. La única excepción es aparente (siglo I).
No es, en cambio, imposible que en algún momento
totalmente imprevisible del futuro se vuelva al régimen imperial.
El caos total en que quedó sumido el país con la
república, la guerra civil y sus millones de muertos, el descrédito del régimen
nacionalista que facilitó la victoria comunista y el cruel gobierno rojo (que
costó muchas más decenas de millones de vidas que la guerra civil) no dejan de
pesar en la balanza.
Y se calcula que cuando una minoría educada a la europea
impuso la república, el 80 por ciento de la población quería la monarquía
(1912).
FALSAS GENEALOGÍAS
En la teoría y en la práctica, las dinastías chinas han
cambiado y no están mutuamente emparentadas. Pese a ello, y sin convencer a
nadie, todas han intentado probar un origen común mediante falsas genealogías.
Si fue por un patético anhelo de legitimidad o por simple esnobismo no es
posible decirlo.
Todas reivindican como antepasado común al más antiguo de
los emperadores, evidentemente legendario, Huang-Ti (2705-2595 a. C.), "el
emperador amarillo", al que se atribuye tanto virtud como éxito en la
guerra y desde la invención de la escritura hasta la del arco y la flecha, la
flauta de bambú y las bases del taoísmo.
Ahora bien, ninguna trató de probar que era pariente de
la anterior sino que afirmaba venir de alguno de los sucesores inmediatos de
Huang-Ti, también legendarios, siempre a través de diversos antepasados,
siempre primos del emperador Yao que en 2205 a. C. fundó la primera dinastía
histórica y del que se escribió hace dos mil años: "Su benevolencia era
como la del Cielo; su sagacidad, divina; era ardiente como el sol, e imponente
como las nubes".
Los eruditos que prepararon las
genealogías, ¿no habrán querido hacer con esos raros entronques alguna broma
intelectual, sugiriendo de entrada que eran falsos? .
Por
Narciso Binayán
No hay comentarios:
Publicar un comentario