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miércoles, 15 de enero de 2014

AFRICA.KETU. DAHOMEY - NIGERIA. UNA NEGRA POLÍTICA BLANCA. 1997



Diario “La Nación”. Buenos Aires, lunes 21 de julio de 1997 
Hipótesis de conflicto: Ketu
Una negra política blanca
Un país homogéneo y orgulloso de su identidad, dividido por la arbitrariedad de Londres y París, sigue reclamando su reunificación como hace un siglo.
En diciembre de 1971, casi un siglo después de que Francia e Inglaterra se habían repartido su país, el rey de Ketu (el alaketu), Adetutu, decía: "Los europeos han trazado la frontera, pero no nos han dividido".
Replanteaba la reivindicación que el emperador de todo su pueblo -ºrey de reyes de reyes!- había expresado en tiempos de la división de Africa entre las potencias europeas: "Yo, cabeza de la tierra yoruba, cuyos cuatro pilares son y han sido conocidos desde tiempo inmemorial: Egbo, Ketu, Ijebu y Oyo".
Efectivamente, conforme con este reparto, Ketu, capital de ese reino, vino a quedar en Dahomey (hoy Benin) mientras que los otros tres, incluido él mismo, correspondieron a Nigeria, posesión inglesa.
La presente nota no se refería ni siquiera a la partición de la tierra yoruba como un todo, sino sólo a la del mismo reino de Ketu, que es un ejemplo excelente, por desgracia, de una situación demasiado general en el continente africano.
Los yorubas son una nación y siguen siendo una tribu. El concepto no es peyorativo; se trata de uno de los grupos más interesantes de Africa.
Su historia, mezclada en sus comienzos con la leyenda, nace hace alrededor de mil años; tienen una original cultura típicamente urbana, centrada en torno de grandes ciudades; crearon un arte original e instituciones puramente africanas sin mayor influencia de las culturas mediterráneas.
Son no menos de 20 millones de almas y dos de las mayores ciudades africanas, Lagos e Ibadán, con más de un millón de personas cada una, son metrópolis yorubas.
Su religión nacional es el vudú, que comparte con algunos pueblos vecinos, pero el avance del Islam es muy fuerte.
El eunuco fatídico
El reino de Ketu nació hace unos siete u ocho siglos con un grupo de príncipes que dejó la ciudad sagrada de Ifé -donde fue creado el mundo, según la tradición yoruba- y que vagaron durante bastante tiempo hasta que se asentaron y fundaron la metrópoli motivo de esta nota.
Hubo guerras -dos reyes fueron ejecutados por cobardía- y bajo el 14¡ monarca se edificaron sus murallas, con los correspondientes fosos y puertas.
Hay una serie de anécdotas históricas de las que se puede retener, por ejemplo, la que costó la vida al 43er. rey, a mediados del siglo pasado.
Un grupo de cortesanos se las arregló para que el monarca se encontrara "casualmente" con el eunuco guardián del mercado. Ello le estaba vedado bajo pena de muerte, y el rey Adagbedé, víctima de la intriga, aceptó su destino. Fue a palacio y se envenenó.
La vida siguió, muy marcada por las frecuentes guerras con los belicosos monarcas dahomeyanos, sus vecinos, y en 1886 éstos quemaron y arrasaron la ciudad. Se perdieron, incluso, los tambores reales.
Esta situación de guerra duró mucho y benefició al rey vasallo de Meko que pidió, sin éxito, ser ascendido a rey de más alto rango (hay varias categorías reales entre los yorubas). Hacia fines del siglo XIX, dividido el reino entre Francia e Inglaterra, el rey de Ketu fue degradado por los franceses, quedó como simple "jefe de distrito" y le quitaron más o menos la mitad del poco territorio que le había quedado. Ketu país fue un simple recuerdo (y aun menos para los franceses) mientras Meko crecía(gracias a los ingleses).
Un rey humillado
La humillación del rey fue absoluta. No sólo era tratado con el mayor desprecio por los funcionarios franceses que lo mandaban llamar cuando querían, haciéndole hacer largas "amansadoras", y lo recibían haciéndolo permanecer de pie humildemente y con las manos cruzadas ante ellos, sino que entregaron el gobierno efectivo a otros nativos, hechura suya.
Ello produjo un efecto no pensado en París. El prestigio del alaketu creció ya que nadie lo podía acusar de colaboracionista.
Por lo demás, su pueblo lo seguía venerando tanto en Dahomey como en Nigeria.
Incluso los ingleses debieron recurrir a él tanto para que reconociera el nuevo rango del monarca de Meko, como para que dispusiera cual de dos pretendientes debía ocupar el trono. Ello ocurrió en 1941.
La ocupación francesa fue cantada por poesías de tipo tradicional, dentro de un arte típicamente yoruba que incluye artesanía, el geledé. Por ejemplo, a principios de siglo impusieron el uso obligatorio en todo momento de una chapa colgada al cuello como signo de haber pagado los impuestos.
El poeta recuerda invasiones anteriores y dice: "Ahora somos súbditos del dominio francés-europeo/ No lo rechazamos/ Aceptamos pagar impuestos/ Padre, madre, ¿qué es eso que brilla horriblemente en vuestro pecho? Es la chapa kangé/ No es sólo por el impuesto/ Por ella no podemos movernos libremente en Ketu/ Excepto, y a no ser, que nos pongamos la horrible chapa".
Décadas más tarde, en 1937, otro señalaba: "¡Ah! Los molestos ´blancos´(1) Están aquí/ Las cosas no son las mismas/ Se regodean en el brutal apaleo de gente inocente/ No queremos un puesto aduanero/ Váyanse".
No sólo se trataba así la comunicación entre la gente de un mismo país con sus compatriotas y parientes, sino que las tradiciones y jerarquías no eran respetadas. Ambos reyes, el mayor y el subordinado, cobraban salario como agentes forzados de la administración ocupante.
Proletarización
El alaketu recibía hace seis décadas 35 libras al año, mientras el soberano de Meko, cien (de franceses e ingleses, respectivamente). Así es que en 1966, el de Meko tenía dos autos, y el de Ketu no podía pagarse ni siquiera una bicicleta.
Las cosas cambiaron con la independencia. En 1965 el alaketu actual, ya mencionado, fue entronizado con todo el ceremonial debido y confirmado, además, por el voto popular. En cambio, su súbdito rebelde de Meko no tuvo la misma suerte y en el quemante juego pendular de la política nigeriana perdió sus dos autos (2).
Por lo demás, Ketu sigue siendo una realidad política y humana. En 1990, poco antes o poco después, un alto dignatario de la sagrada Ifé fue a Ketu -esto es, cruzó la frontera artificial- en representación del rey de esa ciudad para una ceremonia altamente oficial.
En su discurso, el alaketu, saliéndose del protocolo, le rogó: "Le pedimos a usted, que está cerca de nuestro padre, el rey de Ifé, para que ponga fin a esta situación. Por favor, que use su poder". ¿Es necesario más?
(1) Es alusión satírica a los negros de otras tribus empleados como policías por los franceses.
(2) Casi todo el material utilizado proviene de varios trabajos del doctor Ijaola Asiwaji, profesor de la Universidad de Lagos, que vive la partición en carne propia.
Reyes buenos mozos y antidespóticos
El rey de Ketu, segundo en toda la complicada jerarquía de los reyes yorubas, es elegido por un colegio electoral formado por los jefes de las principales familias que estuvieron en la fundación de Ketu.
Cinco ramas de la dinastía se alternan en el cargo: los Alapini, los Magbo, los Aro, los Mechu y los Mefu.
La rama a la que le toca el turno presenta a sus candidatos, que deben ser físicamente perfectos y no tener tendencias despóticas.
Hecha la elección se consulta el oráculo y se rehace el viaje original de los fundadores, deteniéndose un tiempo en cada una de las antiguas escalas. Después, el gran sacerdote inicia al elegido en los secretos sagrados. Desde entonces su palabra será terrible. Por ejemplo, no podrá decir "Buenos días" pues, en su contexto, equivale a condenar a muerte.
Hay fórmulas distintas según sea que el rey responda al saludo de una mujer, de un noble o de un plebeyo.
La reconstrucción del viaje ancestral dura tres meses, y, como recorre todo el reino, es una especie de reconocimiento plebiscitario.
Al llegar a Ketu, el rey entra por la puerta de Idena hasta la plaza del mercado, donde un dignatario le recita de memoria toda la lista de los reyes y sus ramas, en medio de los aplausos y ovaciones de la multitud ante este triunfo de la memoria frente al peligro (antes, el menor error significaba la pena de muerte).
Después, el rey reside seis meses en dos mansiones distintas hasta instalarse en el palacio real "de Ifé", pues se considera idealmente que sigue viviendo en la ciudad santa. .
Por Narciso Binayán Carmona

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