Diario “La
Nación”. Buenos Aires, lunes 21 de julio de 1997
Hipótesis de
conflicto: Ketu
Una negra política blanca
Un país homogéneo y orgulloso de su identidad, dividido
por la arbitrariedad de Londres y París, sigue reclamando su reunificación como
hace un siglo.
En diciembre de 1971, casi un siglo después de que
Francia e Inglaterra se habían repartido su país, el rey de Ketu (el alaketu),
Adetutu, decía: "Los europeos han trazado la frontera, pero no nos han
dividido".
Replanteaba la reivindicación que el emperador de todo su
pueblo -ºrey de reyes de reyes!- había expresado en tiempos de la división de
Africa entre las potencias europeas: "Yo, cabeza de la tierra yoruba,
cuyos cuatro pilares son y han sido conocidos desde tiempo inmemorial: Egbo,
Ketu, Ijebu y Oyo".
Efectivamente, conforme con este reparto, Ketu, capital
de ese reino, vino a quedar en Dahomey (hoy Benin) mientras que los otros tres,
incluido él mismo, correspondieron a Nigeria, posesión inglesa.
La presente nota no se refería ni siquiera a la partición
de la tierra yoruba como un todo, sino sólo a la del mismo reino de Ketu, que
es un ejemplo excelente, por desgracia, de una situación demasiado general en
el continente africano.
Los yorubas son una nación y siguen siendo una tribu. El
concepto no es peyorativo; se trata de uno de los grupos más interesantes de
Africa.
Su historia, mezclada en sus comienzos con la leyenda,
nace hace alrededor de mil años; tienen una original cultura típicamente urbana,
centrada en torno de grandes ciudades; crearon un arte original e instituciones
puramente africanas sin mayor influencia de las culturas mediterráneas.
Son no menos de 20 millones de almas y dos de las mayores
ciudades africanas, Lagos e Ibadán, con más de un millón de personas cada una,
son metrópolis yorubas.
Su religión nacional es el vudú, que comparte con algunos
pueblos vecinos, pero el avance del Islam es muy fuerte.
El eunuco fatídico
El reino de Ketu nació hace unos siete u ocho siglos con
un grupo de príncipes que dejó la ciudad sagrada de Ifé -donde fue creado el
mundo, según la tradición yoruba- y que vagaron durante bastante tiempo hasta
que se asentaron y fundaron la metrópoli motivo de esta nota.
Hubo guerras -dos reyes fueron ejecutados por cobardía- y
bajo el 14¡ monarca se edificaron sus murallas, con los correspondientes fosos
y puertas.
Hay una serie de anécdotas históricas de las que se puede
retener, por ejemplo, la que costó la vida al 43er. rey, a mediados del siglo
pasado.
Un grupo de cortesanos se las arregló para que el monarca
se encontrara "casualmente" con el eunuco guardián del mercado. Ello
le estaba vedado bajo pena de muerte, y el rey Adagbedé, víctima de la intriga,
aceptó su destino. Fue a palacio y se envenenó.
La vida siguió, muy marcada por las frecuentes guerras
con los belicosos monarcas dahomeyanos, sus vecinos, y en 1886 éstos quemaron y
arrasaron la ciudad. Se perdieron, incluso, los tambores reales.
Esta situación de guerra duró mucho y benefició al rey
vasallo de Meko que pidió, sin éxito, ser ascendido a rey de más alto rango
(hay varias categorías reales entre los yorubas). Hacia fines del siglo XIX,
dividido el reino entre Francia e Inglaterra, el rey de Ketu fue degradado por
los franceses, quedó como simple "jefe de distrito" y le quitaron más
o menos la mitad del poco territorio que le había quedado. Ketu país fue un
simple recuerdo (y aun menos para los franceses) mientras Meko crecía(gracias a
los ingleses).
Un rey humillado
La humillación del rey fue absoluta. No sólo era tratado
con el mayor desprecio por los funcionarios franceses que lo mandaban llamar
cuando querían, haciéndole hacer largas "amansadoras", y lo recibían
haciéndolo permanecer de pie humildemente y con las manos cruzadas ante ellos,
sino que entregaron el gobierno efectivo a otros nativos, hechura suya.
Ello produjo un efecto no pensado en París. El prestigio
del alaketu creció ya que nadie lo podía acusar de colaboracionista.
Por lo demás, su pueblo lo seguía venerando tanto en
Dahomey como en Nigeria.
Incluso los ingleses debieron recurrir a él tanto para
que reconociera el nuevo rango del monarca de Meko, como para que dispusiera
cual de dos pretendientes debía ocupar el trono. Ello ocurrió en 1941.
La ocupación francesa fue cantada por poesías de tipo
tradicional, dentro de un arte típicamente yoruba que incluye artesanía, el
geledé. Por ejemplo, a principios de siglo impusieron el uso obligatorio en
todo momento de una chapa colgada al cuello como signo de haber pagado los
impuestos.
El poeta recuerda invasiones anteriores y dice:
"Ahora somos súbditos del dominio francés-europeo/ No lo rechazamos/
Aceptamos pagar impuestos/ Padre, madre, ¿qué es eso que brilla horriblemente
en vuestro pecho? Es la chapa kangé/ No es sólo por el impuesto/ Por ella no
podemos movernos libremente en Ketu/ Excepto, y a no ser, que nos pongamos la
horrible chapa".
Décadas más tarde, en 1937, otro señalaba: "¡Ah! Los
molestos ´blancos´(1) Están aquí/ Las cosas no son las mismas/ Se regodean en
el brutal apaleo de gente inocente/ No queremos un puesto aduanero/
Váyanse".
No sólo se trataba así la comunicación entre la gente de
un mismo país con sus compatriotas y parientes, sino que las tradiciones y
jerarquías no eran respetadas. Ambos reyes, el mayor y el subordinado, cobraban
salario como agentes forzados de la administración ocupante.
Proletarización
El alaketu recibía hace seis décadas 35 libras al año,
mientras el soberano de Meko, cien (de franceses e ingleses, respectivamente).
Así es que en 1966, el de Meko tenía dos autos, y el de Ketu no podía pagarse
ni siquiera una bicicleta.
Las cosas cambiaron con la independencia. En 1965 el
alaketu actual, ya mencionado, fue entronizado con todo el ceremonial debido y
confirmado, además, por el voto popular. En cambio, su súbdito rebelde de Meko
no tuvo la misma suerte y en el quemante juego pendular de la política
nigeriana perdió sus dos autos (2).
Por lo demás, Ketu sigue siendo una realidad política y
humana. En 1990, poco antes o poco después, un alto dignatario de la sagrada
Ifé fue a Ketu -esto es, cruzó la frontera artificial- en representación del
rey de esa ciudad para una ceremonia altamente oficial.
En su discurso, el alaketu, saliéndose del protocolo, le
rogó: "Le pedimos a usted, que está cerca de nuestro padre, el rey de Ifé,
para que ponga fin a esta situación. Por favor, que use su poder". ¿Es
necesario más?
(1) Es alusión satírica a los negros de otras tribus
empleados como policías por los franceses.
(2) Casi todo el material utilizado proviene de varios
trabajos del doctor Ijaola Asiwaji, profesor de la Universidad de Lagos, que
vive la partición en carne propia.
Reyes buenos mozos y antidespóticos
El rey de Ketu, segundo en toda la complicada jerarquía
de los reyes yorubas, es elegido por un colegio electoral formado por los jefes
de las principales familias que estuvieron en la fundación de Ketu.
Cinco ramas de la dinastía se alternan en el cargo: los
Alapini, los Magbo, los Aro, los Mechu y los Mefu.
La rama a la que le toca el turno presenta a sus
candidatos, que deben ser físicamente perfectos y no tener tendencias
despóticas.
Hecha la elección se consulta el oráculo y se rehace el
viaje original de los fundadores, deteniéndose un tiempo en cada una de las
antiguas escalas. Después, el gran sacerdote inicia al elegido en los secretos
sagrados. Desde entonces su palabra será terrible. Por ejemplo, no podrá decir
"Buenos días" pues, en su contexto, equivale a condenar a muerte.
Hay fórmulas distintas según sea que el rey responda al
saludo de una mujer, de un noble o de un plebeyo.
La reconstrucción del viaje ancestral dura tres meses, y,
como recorre todo el reino, es una especie de reconocimiento plebiscitario.
Al llegar a Ketu, el rey entra por la puerta de Idena
hasta la plaza del mercado, donde un dignatario le recita de memoria toda la
lista de los reyes y sus ramas, en medio de los aplausos y ovaciones de la
multitud ante este triunfo de la memoria frente al peligro (antes, el menor
error significaba la pena de muerte).
Después, el rey reside seis meses en dos mansiones
distintas hasta instalarse en el palacio real "de Ifé", pues se
considera idealmente que sigue viviendo en la ciudad santa. .
Por
Narciso Binayán Carmona
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