“La Argentina aprendió a recuperarse de las crisis pero no a prevenirlas”
Por Fabián Bosoer
El mayor déficit en estos 30 años de democracia es la ausencia de estrategias de mediano plazo y políticas “contracíclicas”, dice este politólogo de Stanford y Miami.
Ciclos implacables. “La ‘década K’ parecía haber sido la excepción, pero creo que esta excepción se está acabando”, dice Smith/ DIEGO WALDMAN
Diario "Clarín". Buenos Aires, 29 de diciembre de 2013.
Usted viene estudiando la política argentina en el contexto latinoamericano de las últimas décadas. ¿Cuál es su balance de estos 30 años de democracia que acaban de cumplirse?
Creo que durante los últimos 30 años la Argentina ha vivido un proceso de consolidación democrática exitosa, aunque con claroscuros. Primero hay que subrayar los logros antes de remarcar los déficits democráticos. Yo recuerdo muy bien el terrorismo de Estado y la masiva violación de los derechos humanos durante la dictadura militar. Recuerdo muy bien la violencia previa de los años ‘70, con una alta movilización social y política, pero también represión y violencia. Desde esta perspectiva, tal vez el logro más importante de las tres décadas de democracia ha sido la casi total desmilitarizarizacion del sistema político y la erradicación de cualquier pretensión de protagonismo político por parte de las Fuerzas Armadas. Las Fuerzas Armadas ya están sujetas al control civil indiscutido y existe una sólida y fuerte subordinación al Estado democrático.
¿Además de éste, cuáles fueron los principales logros?
Resumiendo lo positivo de cada etapa, de cada presidencia, creo que con Alfonsín se avanzó mucho con las primeras tareas de la transición, sobre todo en relación a los Derechos Humanos, con el juicio a las Juntas, que fue trascendental. Luego, con Menem y Cavallo, con la convertibilidad y la “cirugía sin anestesia” del proyecto neoliberal, dejando de lado por un momento sus altos costos sociales, se puso fin a la hiperinflación y terminó la era de las insurrecciones militares. Ambos eran hasta entonces aparentes problemas insolubles. Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner lograron estabilizar la economía en el contexto de una crisis social enorme y sin precedentes. Y Kirchner inició la recuperación de la política democrática (me refiero a la capacidad de un presidente elegido por el pueblo de tomar decisiones frente a la pretendida autonomía del mercado y los llamados “poderes fácticos”) y avanzó con la reconstrucción de la autoridad del Estado. Finalmente, con Cristina Fernández no sólo se ha expandido la ciudadanía a través de nuevos derechos civiles (matrimonio igualitario, etc.) sino también se han implementado algunas de las políticas sociales más progresistas del periodo democrático.
Vamos entonces, ahora sí, a los déficits de nuestra democracia ...
Hoy la Argentina tiene un régimen político basado en arreglos institucionales liberal-democráticos con un sistema federal y división de poderes, que aun con sus defectos, funciona formalmente según lo prevén sus leyes y normas. Pero, como todo el mundo reconoce, la democracia argentina padece de una serie de problemas comúnmente reunidos bajo el rótulo de “baja calidad institucional”. Este lado problemático tiene que ver con la erosión de identidades y la fragmentación del sistema de partidos. En el nivel subnacional, el de la política de las provincias, estos fenómenos van de la mano con problemas de la política territorial como el clientelismo y la complicidad -por acción u omisión- de los caciques locales y la policía con el crimen o el delito organizado y la inseguridad ciudadana. De tal modo que la consolidación de la democracia no ha podido resolver, sino sólo modificar, el nivel y la complejidad del mal endémico que es la debilidad institucional en la Argentina. Aquí hay que mencionar los conocidos diagnósticos de Guillermo O’Donnell y otros colegas argentinos acerca de la democracia delegativa, el hiperpresidencialismo, la falta de transparencia y la debilidad de la “accountability” (responsabilidad de los gobernantes frente a los gobernados). En breve, la democracia argentina está consolidada pero es una democracia de mala calidad.
¿Cómo se explica que al cabo de una década de crecimiento económico y énfasis en la recuperación del rol del Estado en la economía y la sociedad, el país recaiga en crecientes conflictos y protestas de aristas violentas?
Volvamos a una década atrás: el país más igualitario de la región mostraba, de repente, a un 50% de su población por debajo de la línea de pobreza. Toda la política económica del inicio del nuevo siglo se dirigió a estabilizar la economía y lograr el repunte. Desde el punto de vista de la política, creo que otro logro muy importante era reconstruir la política frente al mercado y a los grandes grupos económicos, los poderes fácticos, y fortalecer el Estado, como respuesta a los excesos del neoliberalismo precedente. Fortalecer el Estado es fundamental, porque sin Estado no hay derechos. Para que haya derechos el ciudadano tiene que poder recurrir a instancias estatales, para que sean derechos verdaderamente ejercidos. Y aquí es donde la cosa comienza a complicarse.
¿De qué modo?
En los ‘90 se hablaba de “democracia delegativa” en referencia al gobierno de Menem y sus políticas neoliberales. Pero resulta que los gobiernos de los Kirchner, con contenidos y orientaciones diferentes, también obedecieron a una lógica delegativa de concentración y personalización del poder. Comienza así a vivirse un proceso parecido, con la misma secuencia: el Gobierno adopta medidas fuertes para enfrentar una crisis estatal de magnitud; tiene aciertos, con la implementación de políticas económicas que coincidirán con el período más largo de la historia de crecimiento económico, hasta 2007, 2008. Con creciente formalidad del mercado de trabajo, millones de empleos, crecimiento con cierta inclusión social, etc. Pero el correlato político será una creciente personalización y concentración del poder en un pequeño círculo, que, es verdad, había comenzado ya con Menem; la idea de “gobierno de emergencia”, los “superpoderes” y la dificultad del Congreso de fiscalizar la acción ejecutiva. Al principio parecía que el kirchnerismo venía a mejorar la calidad institucional, pero luego la economía le da un margen amplio de juego y en lugar de utilizar ese margen para construir una institucionalidad más sólida y de mejor calidad, lo que hace es profundizar la concentración de poder, “doblar la apuesta” y lanzar aquel “vamos por todo”. O sea que utilizó la misma lógica que cuando había momentos de crisis y eso termina conspirando contra sus propios logros.
¿Al final, esta política seguiría sometida a los ciclos económicos en lugar de evitar o atenuar sus curvas de alza y baja? ¿Se monta sobre la curva ascendente (recuperación, crecimiento, consumo) y cae junto con la pendiente en descenso (inflación, contracción, menor crecimiento)?
Detrás de esos problemas cíclicos siempre parece haber un origen fiscal, tanto en el menemismo como en el kirchnerismo, supuestamente modelos diferentes. Eso tiene que ver con la la existencia de un partido hegemónico, la fragmentación partidaria y el hiperpresidencialismo, como le decía antes. Porque ¿cuáles son los incentivos para que el Ejecutivo no sobreactúe en los momentos de auge? En esta lógica de los hiperpresidencialismos, sin un adecuado control del Parlamento o de la sociedad civil, se da un achicamiento de los horizontes temporales, se piensa sólo en el ciclo electoral, se hace todo para maximizar el voto a corto plazo. Cada presidente, para ser elegido, tiene que demonizar al gobierno anterior y prometer una ruptura drástica con el pasado. El problema es cómo alargar los horizontes temporales para que ese fin de los ciclos presidenciales no termine precipitando una nueva crisis.
¿Puede ser esa la encrucijada que le toca ahora transitar al kirchnerismo en el final de su tercer gobierno consecutivo?
Pensando en los próximos dos años, creo que no obstante los logros, todo indica que la economía argentina corre el riesgo de ir por el camino equivocado, en la dirección errada, de nuevo. La posibilidad de otro ciclo de crisis plantea un rompecabezas muy complicado. Todo indica que, más allá del contenido especifico de las políticas económicas -convertibilidad y moneda fuerte con desregulación con Menem, o el default, el boom de las exportaciones primarias y el tipo de cambio competitivo con Néstor y Cristina – la economía no consigue evitar caer en esos ciclos abruptos. La democracia argentina aprendió a recuperarse de las crisis pero no aprendió a prevenirlas. La “década K” parecía haber sido la excepción, pero creo que esta excepción se está acabando. Me pregunto: los últimos cambios en el gabinete y la posibilidad de modificaciones importantes en las políticas económicas del gobierno, ¿significan el abandono de esta “lógica K” de redoblar la apuesta o tal vez apenas una leve alteración? Creo que en buena medida la respuesta a esta pregunta será fundamental no sólo los próximos dos años sino también en la determinación de la próxima fase de democracia argentina.
Copyright Clarín, 2013.
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