Isabel II ya es la reina más longeva de Gran Bretaña, y lo celebra en familia
La monarquía británica.Superó a su tatarabuela, la reina Victoria. Reinó 23.226 días, 16 horas y 23 minutos. No habrá ceremonias oficiales. Lo pasará con su nieto William, Kate y sus bisnietos.
A las 5 y cinco
de la tarde, en plena hora del té, la reina Isabel se convertirá este
miércoles en la reina más longeva de Gran Bretaña. Habrá superado a su
bisabuela, la reina Victoria, que reinó 23.226 días, 16 horas y 23
minutos. Después de muchas reticencias, la celebración no podrá ser más
británica: inaugurará una placa en una remota estación de tren escocesa,
y es probable que, excepcionalmente, hable al país. No está aún
confirmado. Después regresará a su cercano palacio de Balmoral, el
refugio familiar en las buenas y las malas ocasiones, para pasar el día
junto a sus dos invitados: el príncipe William, su mujer, Kate, y sus
dos hijos, el futuro rey George y la pequeña princesita Charlotte. El
príncipe Carlos no estará en la celebración porque tiene otro compromiso
protocolar.
Para la reina su rol es un deber. Su función, un servicio a sus súbditos, que cumple con lo que ella llama “el uniforme”. Sombrero obligatorio de colores sobresalientes para ser vista, guantes, tapado y su infaltable y leal cartera Launer, que en diferentes colores, usa desde que llegó al trono.
No habrá ni estampilla celebratoria, ni carrozas, ni cañones en la Torre de Londres, ni fiestas callejeras, ni “Garden Parties” en el palacio de Buckingham. “Bussines as usual”, como dicen los voceros del palacio de Buckingham: “Como todos los días”.
La soberana octogenaria descartó una a una todas las ceremonias que le ofrecieron. Pidió que no las hubiera. El Speaker del Parlamento, John Bercow sugirió que la reina hiciera un mensaje en un video a una multitud que esperaba en el palacio de Buckingham. Los historiadores llamaron a una “verdadera celebración nacional”. Los oficiales de prensa del palacio escucharon el clamor de los editores de diarios británicos: posar para una foto. A Isabel II todas las propuetas le parecieron indignas comparadas a la memoria de quien ella bate con su récord: su bisabuela, la reina Victoria. Ella pidió “un día tranquilo” como todo regalo, en su agenda preparada con un año de anticipación.
La mayor celebración será en la discreción de Balmoral, el palacio de piedra que mandó a construir su bisabuelo Alberto para la reina Victoria, con sus perros Corgies enredándose a su paso, jugando con sus dos bisnietos, probablemente en un cottage discreto de la inmensa estancia, donde ella misma lava los platos y se viste informalmente mientras el príncipe Felipe organiza “barbecues” con sus privilegiados y discretos invitados. Como un matrimonio ordinario. Probablemente allí “Lilibeth”, como la llaman íntimamente en su casa, llegará manejando su viejo Land Rover, con su clásico pañuelo de seda en la cabeza, hará chistes, imitará con perfección a alguien, desplegará su excelente y ácido sentido del humor. Tomará su Triplex de dos partes de Dubonnet y una parte de gin, ese hábito que heredó de su madre, la reina Madre, y habrá cumplido ser la soberana más longeva en mil años de historia de reyes y reinas de Gran Bretaña.
Pero jamás se sabrá exactamente como no celebró esta histórica fecha la soberana que más años ha estado en el tronoel reino. Los funcionarios del palacio ya están organizando otra cosa: los 90 años de la reina Isabel, que serán en abril de 2017. Esta discreción refleja la historia familiar: lo mismo hizo su padre y su bisabuela.
El primer ministro David Cameron le rendirá tributo este miércoles durante una hora en el Parlamento por sus 63 años de servicio. Los líderes del Commonwealth, institución que ella ama y respeta, también honrarán su reinado en un día de celebraciones que se iniciará en la pequeña y remota isla de Tuvalu en el Pacífico hasta Canadá y Australia.
La reina ha sobrevivido con sentido común, pragmatismo y excelentes modales las peores tempestades y las grandes alegrías de su reinado, incluidos los primeros ministros británicos. Sufrió y superó el divorcio de tres de sus cuatro hijos, los escándalos familiares que casi arrasan la monarquía y su prestigio. Le dio la mano a Martin McGuinness, el republicano jefe del IRA en la guerra civil en Irlanda del Norte, la organización que había volado a Lord Mountbatten, tío de sus hijos. Se conmovió en su visita oficial a Dublín, donde fue idolatrada después de tantas discordias. Sonrió por tres horas, bajo la lluvia, en una barcaza en el río Támesis en su Jubileo. Su comando de si misma, su falta de emoción oficial le trajo enormes dramas tras la muerte de la princesa Diana, en otra ocasión donde la Casa de Windsor corrió grandes riesgos frente a sus enojados súbditos. Sobrevió a ese maremoto. “No hay un solo momento donde la reina no es la reina” aseguran sus cortesanos.
Su instructor de equitación Horace Smith guarda su mayor sueño y escasa confesión: “Si yo no fuera quien soy, me hubiera gustado ser una señora, que vive en el campo, con muchos caballos y perros”.
Para la reina su rol es un deber. Su función, un servicio a sus súbditos, que cumple con lo que ella llama “el uniforme”. Sombrero obligatorio de colores sobresalientes para ser vista, guantes, tapado y su infaltable y leal cartera Launer, que en diferentes colores, usa desde que llegó al trono.
No habrá ni estampilla celebratoria, ni carrozas, ni cañones en la Torre de Londres, ni fiestas callejeras, ni “Garden Parties” en el palacio de Buckingham. “Bussines as usual”, como dicen los voceros del palacio de Buckingham: “Como todos los días”.
La soberana octogenaria descartó una a una todas las ceremonias que le ofrecieron. Pidió que no las hubiera. El Speaker del Parlamento, John Bercow sugirió que la reina hiciera un mensaje en un video a una multitud que esperaba en el palacio de Buckingham. Los historiadores llamaron a una “verdadera celebración nacional”. Los oficiales de prensa del palacio escucharon el clamor de los editores de diarios británicos: posar para una foto. A Isabel II todas las propuetas le parecieron indignas comparadas a la memoria de quien ella bate con su récord: su bisabuela, la reina Victoria. Ella pidió “un día tranquilo” como todo regalo, en su agenda preparada con un año de anticipación.
La mayor celebración será en la discreción de Balmoral, el palacio de piedra que mandó a construir su bisabuelo Alberto para la reina Victoria, con sus perros Corgies enredándose a su paso, jugando con sus dos bisnietos, probablemente en un cottage discreto de la inmensa estancia, donde ella misma lava los platos y se viste informalmente mientras el príncipe Felipe organiza “barbecues” con sus privilegiados y discretos invitados. Como un matrimonio ordinario. Probablemente allí “Lilibeth”, como la llaman íntimamente en su casa, llegará manejando su viejo Land Rover, con su clásico pañuelo de seda en la cabeza, hará chistes, imitará con perfección a alguien, desplegará su excelente y ácido sentido del humor. Tomará su Triplex de dos partes de Dubonnet y una parte de gin, ese hábito que heredó de su madre, la reina Madre, y habrá cumplido ser la soberana más longeva en mil años de historia de reyes y reinas de Gran Bretaña.
Pero jamás se sabrá exactamente como no celebró esta histórica fecha la soberana que más años ha estado en el tronoel reino. Los funcionarios del palacio ya están organizando otra cosa: los 90 años de la reina Isabel, que serán en abril de 2017. Esta discreción refleja la historia familiar: lo mismo hizo su padre y su bisabuela.
El primer ministro David Cameron le rendirá tributo este miércoles durante una hora en el Parlamento por sus 63 años de servicio. Los líderes del Commonwealth, institución que ella ama y respeta, también honrarán su reinado en un día de celebraciones que se iniciará en la pequeña y remota isla de Tuvalu en el Pacífico hasta Canadá y Australia.
La reina ha sobrevivido con sentido común, pragmatismo y excelentes modales las peores tempestades y las grandes alegrías de su reinado, incluidos los primeros ministros británicos. Sufrió y superó el divorcio de tres de sus cuatro hijos, los escándalos familiares que casi arrasan la monarquía y su prestigio. Le dio la mano a Martin McGuinness, el republicano jefe del IRA en la guerra civil en Irlanda del Norte, la organización que había volado a Lord Mountbatten, tío de sus hijos. Se conmovió en su visita oficial a Dublín, donde fue idolatrada después de tantas discordias. Sonrió por tres horas, bajo la lluvia, en una barcaza en el río Támesis en su Jubileo. Su comando de si misma, su falta de emoción oficial le trajo enormes dramas tras la muerte de la princesa Diana, en otra ocasión donde la Casa de Windsor corrió grandes riesgos frente a sus enojados súbditos. Sobrevió a ese maremoto. “No hay un solo momento donde la reina no es la reina” aseguran sus cortesanos.
Su instructor de equitación Horace Smith guarda su mayor sueño y escasa confesión: “Si yo no fuera quien soy, me hubiera gustado ser una señora, que vive en el campo, con muchos caballos y perros”.
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