El Nafta cumple 20 años
La gestación del exitoso acuerdo de libre comercio entre
México, Canadá y EE.UU., nos recuerda la importancia de un liderazgo firme y la
fe en la causa de la libertad
Por
Mary Anastasia
O'Grady
“La Nación” Buenos
Aires. Lunes, 6 de Enero de 2014 0:02 EDT
Es fácil
subestimar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que la semana
pasada cumplió 20 años. Quienes predijeron que el Nafta o TLCAN, produciría
desempleo y pobreza se equivocaron claramente. En su lugar, la libertad de
comercio entre países vecinos (Canadá, México y Estados Unidos) ha generado
riqueza y oportunidades y aumentado la competitividad global de América del
Norte.
No obstante, el
desempeño estelar del Nafta no se mantendrá a la par de las crecientes
expectativas de integración norteamericana si no se profundiza. Y para ello, se
necesita visión y liderazgo. Para quien busca inspiración, recomiendo repasar
la gestación del acuerdo.
Al mismísimo
David Ricardo no se le habría ocurrido un mejor ejemplo que el Nafta para
ilustrar cómo el intercambio voluntario mejora la situación de todas las
partes. Una red norteamericana de cadenas de suministro sostiene instalaciones
de producción y sirve a los consumidores de tres países con una población
combinada de 470 millones de personas. Se estima que 40% del contenido de las
exportaciones de México a EE.UU. y 25% de lo que los estadounidenses compran de
Canadá se origina en EE.UU.
En todo tipo de
rubros, desde la agricultura al negocio aeroespacial, los fabricantes de
Norteamérica pueden aprovechar ventajas comparativas en diseño, tecnología,
mano de obra y manufactura de componentes a lo largo de la región. Esta zona
más dinámica puede competir con rivales como China.
Sin embargo, si
la interconexión se ha vuelto rutinaria, jamás fue inevitable. Antes del Nafta,
los auténticos acuerdos de libre comercio eran más bien la excepción, incluso
más si involucraban a un país desarrollado como EE.UU. y uno en desarrollo como
México. Tampoco hay que olvidar que en los tres países había poderosos
intereses creados que se aferraban a los privilegios del proteccionismo.
Fui invitada en
diciembre a la Institución Hoover, en la Universidad de Stanford, para un
debate acerca del pasado y el futuro del Nafta. Entre los participantes
figuraban los tres principales negociadores del pacto: Carla Hills, la ex
Representante de Comercio de EE.UU.; el ex ministro canadiense de Comercio
Internacional, Michael Wilson, y el ex secretario de Comercio y Fomento
Industrial de México, Jaime Serra Puche.
Wilson empezó
hablando de las guerras (comerciales) de Canadá. Indicó que el pacto automotor
de 1965, que eliminó los aranceles sobre partes y vehículos, marcó el
nacimiento "de la cadena de suministro norteamericana". No era libre
comercio, pero era una grieta en la puerta por la cual se filtraba la luz.
Canadá quería tener un mayor acceso al mercado estadounidense. El primer
ministro canadiense Brian Mulroney firmó el 2 de enero de 1988 el Acuerdo de
Libre Comercio entre EE.UU. y Canadá.
Mulroney asumió
un gigantesco riesgo político puesto que había comicios federales en noviembre
de ese año, en la que sigue siendo conocida en Canadá como "la elección
del libre comercio". "Fue feroz", recordó Wilson. Mulroney se
impuso, pero solamente después de que "se quitara la chaqueta y
peleara". Los conservadores ganaron las elecciones, pero perdieron 34
escaños.
Menos de dos
años después, a comienzos de 1990, Hills, la representante de Comercio
estadounidense y su contraparte mexicano, Jaime Serra Puche, empezaron a
dialogar en Davos, Suiza, sobre un acuerdo bilateral. Hills señaló durante su
presentación en la Institución Hoover que le transmitió la idea al presidente
George H.W. Bush y que en agosto "Jaime y yo presentamos un informe en el
que indicábamos que era una buena idea". Bush estuvo de acuerdo y anunció
que EE.UU. buscaría un pacto "bilateral". El gobierno de Mulroney en
Canadá no quería quedar al margen y se iniciaron las negociaciones para lanzar el
Nafta.
Estos
visionarios también tenían que ser buenos promotores del acuerdo. Hills pasó al
ataque. Su equipo "intensificó nuestras reuniones con el Congreso",
asistió a la conferencia del gobernador en Seattle en 1991 y llevó a una
delegación del Congreso estadounidense a México. Hills dio un discurso durante
una conferencia de la industria textil, donde la abuchearon. Escuchando a
Hills, parecía que estaba lista para dar la pelea.
Durante la
gestión de Carlos Salinas de Gortari, la fibra cultural del sistema unipartidista
y corporativista de México se estaba desmoronando. La economía había estado muy
"protegida durante cinco o seis décadas", manifestó Serra Puche, y
había "enormes distorsiones en los precios". Para recabar apoyo para
el Nafta, el equipo mexicano trabajó para demostrar a la comunidad empresarial
que la dependencia en las preferencias comerciales estaba mermando su
competitividad.
Los soñadores
del Nafta venían de mundos distintos, pero tenían en común la creencia de que
una mayor libertad mejoraría la situación de todos los norteamericanos. Nunca
se apartaron de su principal desafío, que era convencer a los escépticos.
Bill Clinton,
quien asumió la presidencia de EE.UU. en enero de 1993 cuando el Nafta estaba
muy cerca de llegar a la línea de meta, jugó un papel clave para que la
cruzara. Su representante de Comercio, Mickey Cantor, que también estuvo en la
reunión en la Institución Hoover, contó que hubo problemas con la delegación de
legisladores de Florida. Para resolver el impasse, Clinton le dijo que
"abriera la tienda de golosinas".
Hills señaló
que le habría gustado que la inmigración y la energía hubiesen sido parte del
pacto. "Nos habríamos ahorrado muchos de los problemas actuales",
afirmó. Se me viene a la mente la decisión del gobierno del presidente Barack Obama de bloquear el
oleoducto TransCanada, de Keystone XL. Algunos participantes comentaron que el
estancamiento del proyecto amenaza con socavar la confianza en la buena fe de
EE.UU.
No es demasiado
tarde. Pero ahora, al igual que entonces, la expansión de la libertad económica
exige un compromiso con la causa. Por desgracia, eso es algo que escasea en
Washington.
Escriba a
O'Grady@wsj.com
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