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viernes, 16 de octubre de 2015

PANAMA 1999 Qué país entra en el canal

Diario "La Nación". Buenos Aires, 6 de junio de 1999.

Qué país entra en el canal

La tremenda desigualdad de su relación con Washington convirtió a la pequeña nación del istmo en una sociedad multirracial y contradictoria, que, al influjo de la famosa vía interoceánica, fue sólo un puente de negocios ajenos. A fin de año, con la completa devolución de los territorios, los panameños tienen la posibilidad histórica de corregir una de las peores distribuciones de la riqueza del globo. En su contra juega una tradición política llena de corrupción y autoritarismo.
Domingo 06 de junio de 1999
CIUDAD DE PANAMA.- EL sol cae a pique sobre la costa del istmo sobre el Pacífico, donde está asentada la engañosa urbe de un país que intenta ser país. La humedad espantosa y la constante amenaza de chaparrón tropical no eclipsan la sensación de poder y dominio que se experimenta a las puertas del edificio enclavado en lo más alto de la ciudad, la sede de la Panama Canal Commission (PCC), en el barrio de Balboa Heights.
Los Estados Unidos, con su largo brazo federal representado en esa construcción, han tenido, en los últimos 96 años, mucho más que la sensación de influencia y poderío. Lo han tenido casi todo. Pero, a fin de este año, deberán perderlo todo. A pesar de que aún flamean en el jardín de honor las dos banderas.
En la playa de estacionamiento del complejo, en su caseta de seguridad, un guardia uniformado de té con leche pasea con aire orgulloso su condición de empleado de la Casa Blanca, hasta fin de año. "Yo soy licenciado en finanzas. Hasta hace poco era oficial contable en un gran banco de la ciudad. Pero sólo ganaba unos 500 dólares. Aquí, como guardia, gano 2000 por ocho horas diarias. Eso me permite darles a mis hijos buena educación y salud. Así que no me importa estar bajo el sol o la lluvia. En realidad, me siento protegido", explica con ademanes afables Emilio de Ycaza, un panameño de 35 años de cuya eficiencia como control de seguridad ningún gringo dudaría.
Un operario revisa las compuertas de la esclusa de Pedro Miguel, ubicada en la punta del canal que desemboca en el Pacífico, que fue vaciada para llevar adelante las imprescindibles tareas de mantenim
Un operario revisa las compuertas de la esclusa de Pedro Miguel, ubicada en la punta del canal que desemboca en el Pacífico, que fue vaciada para llevar adelante las imprescindibles tareas de mantenim.Foto:Gentileza de la Comisión del Canal de Panamá
Emilio mira hacia abajo y señala la pista de aterrizaje norteamericana que poseía la agencia que administra el canal. Poseía porque esa instalación es una de las miles que está traspasando Washington al gobierno panameño en virtud del célebre tratado Carter-Torrijos, de 1977, y que obliga a entregar y retirarse de los territorios ribereños a la vía interoceánica el último día de este año. La pista ya es usada por el país para vuelos de cabotaje.
Más allá, contra el mar, se delinea una city bancaria y hotelera que, a simple vista, envidiaría la mayoría de los países latinoamericanos. Ese perfil hace pensar en tecnología, progreso, pujanza y poder económico.
Pero es sólo un espejismo, un espejismo que lleva a caer en la idea de un paraíso, un paraíso como el que vive Emilio de Ycaza y nada más que otros 9000 empleados de la PCC, pero del que sólo disfruta una clase acostumbrada a tratar con facilidades fiscales, lavado de dinero y compra-venta de cualquier cosa que no se pueda adquirir en un territorio legal.
Un distrito que, junto con unos pocos barrios residenciales donde viven, por supuesto, aquellos que ocupan las oficinas más altas de las torres bancarias, está rodeado por áreas típicamente centroamericanas, es decir, donde sobra la miseria y falta de todo.
Ese es el país, y no otro, que dejará el tío Sam. El pequeño y estratégico territorio de su más acabada experiencia colonial luego de que los franceses, a principio de siglo, fracasasen en el intento de repetir lo del canal de Suez con el ingeniero François de Lesseps.
La cabeza de playa para la gran cruzada anticomunista en el "patio trasero", América latina. Y el canal, ese tótem de la excelencia de ingeniería que fue usado como comodín geopolítico y que ahora comienza a ser mirado desde el Norte como un objeto nostálgico del colonialismo. Irónicamente, el sitio que ocupaba la célebre Escuela de las Américas, centro de instrucción para muchos de los posteriores dictadores latinoamericanos, será pronto un hotel de la cadena española Sol Meliá.
Por eso es que el país que está surgiendo de esa relación tremendamente desigual con los Estados Unidos es una sociedad contradictoria. Cómo no habría de serlo si, cuando el país se declaró formalmente independiente de Colombia, en 1903 (incentivado y respaldado en todo sentido por la Casa Blanca de Theodore Roosevelt), no obtuvo su integridad territorial. El diez por ciento quedó en manos norteamericanas. Es decir, con una verdadera frontera hacia adentro, además de las que tenía con sus vecinos y los mares.
"Nosotros teníamos problemas con algunos de nuestros embajadores cuando iban a festejos por el Día de la Raza. Todos los demás representantes latinoamericanos honraban a la madre patria, pero los nuestros, en realidad lo hacían con la abuela patria, porque la materna es Colombia", cuenta en tono jocoso el ex canciller Jorge Illueca, que vive apaciblemente su ancianidad.
La contradicción se acentúa con una de las peores distribuciones de la riqueza no sólo de América latina, sino del mundo, muy cerca de Brasil y casi a la par de Sudáfrica. La contracara es que Panamá tiene un nivel promedio de vida superior, junto con Costa Rica, al de la generalidad de América Central. Esa desigualdad se nota en forma patente comparando la zona de libre comercio, que tiene su base en la punta atlántica del canal en la ciudad de Colón, con el interior del país, el área rural, de extrema pobreza.
Ese desarrollo extraño para la región se asentó en el sector terciario, o sea, comercio y servicios, con un muy bajo crecimiento del sector primario y secundario (agrícola e industrial, respectivamente). En otras palabras, país de tránsito, por donde pasan los barcos, las mercaderías, los turistas, los aviones. Una marca de fuego para Panamá, donde todo pasa pero poco queda para su gente: sólo un puente de riqueza ajena.
"En la década de los ochenta, con la dictadura de Manuel Antonio Noriega, que terminó con la invasión de las tropas norteamericanas, la base social de Panamá sufre una crisis en la cual un sector importante renuncia a la soberanía del país en función de una democracia vigilada, y la parte restante resigna el discurso democrático alegando la soberanía y el nacionalismo", explica el sociólogo y analista Raúl Leis, consultor de Naciones Unidas y catedrático de la Universidad de Panamá.
"Por lo tanto, los valores políticos se dividieron: por un lado, el mensaje nacionalista encarnado en Noriega y apoyado por los herederos de Omar Torrijos que sentencian que la soberanía nacionalista es más importante que la soberanía popular; por el otro, los civilistas, que se oponen a la dictadura militar y ruegan la invasión de Estados Unidos bajo el lema exactamente inverso: votos antes que nacionalismo. Es decir, un terrible entrecruzamiento de valores que sólo lleva a la intervención final de Washington", aclara Leis.
Los noventa trajeron algo novedoso. Dos elecciones presidenciales transparentes que han afirmado un camino hacia una democracia liberal de la mano de la gente, que anduvo mentalmente más ágil que sus políticos de larga tradición clientelista y de corrupción institucionalizada.
La población, con su voto, alternó las fuerzas políticas en el poder persiguiendo algo muy básico que los dirigentes no querían ver, de tan acostumbrados a un manejo feudal y primitivo: las políticas de desarrollo social, la equidad distributiva.
Por eso fue que en los comicios presidenciales de hace un mes, en los que venció Mireya Moscoso, las fuerzas políticas no tuvieron más armas electorales que recurrir a sus propios fantamas: Moscoso, "la viuda del caudillo" civil (Arnulfo Arias) contra Martín Torrijos, "el hijo de Omar" (el general Torrijos). Una para hacer lo que su ex exposo no pudo porque lo derrocaron las tres veces que fue presidente. El otro para terminar lo que su papá firmó con Carter hace 22 años. El pasado condenó sus campañas electorales.

El mosaico panameño

La estructura fenicia de la economía trajo una composición social de sorprendente diversidad. La primera cuña de ello fue la construcción del canal. Llegaron extranjeros de las más distintas razas y religiones que conformaron un mosaico multicolor.
Sólo el 10 por ciento es blanco europeo. Hay negros del atlántico, llegados de las colonias sajonas del Caribe. Hay negros del Pacífico, colonizados por los españoles, e indígenas rurales como los cuna. Hay una fuerte comunidad judía que domina buena parte del comercio, radicados en lo que se conoce como los rascacielos de Punta Paitilla, un sector capitalino de departamentos de lujo. Hay hindúes y hay árabes. Y hay un cinco por ciento de chinos que inunda la ciudad de sabor oriental.
La vida cotidiana, como podía suponerse, tiene ribetes cosmopolitas y sinuosos. No está lejos de ser calificada como una Casablanca moderna. Se espera en oficinas con paredes blindadas y aire acondicionado con vista a la avenida Balboa. Se habla con personas dedicadas a lo que se da en llamar decorosamente importaciones y exportaciones, y se come con ellas en restaurantes serenos mientras pesados caballeros custodian la situación desde mesas aledañas.
Por la noche, al tomar posición sentado cómodamente en el salón del casino del hotel Continental resulta interesante ver cómo apuesta la gente. Los hombres usan cadenas de oro y zapatos blancos, algunas de sus mujeres, tapados de piel. Da la impresión de que ponen el aire acondicionado al máximo para que sea necesario usar los abrigos.
El juego es una de las tradiciones culturales más distintivas de la ciudad. Las veredas de las avenidas principales están llenas de "billeteras". ¿Su principal mercancía? Los billetes de lotería. Hay tantos casinos como peluquerías puede haber en Buenos Aires. Y gentes humildes, con unos pocos dólares en sus manos, se aferran a las mesas de paño verde en busca de algún resuello económico. En esta faceta sobresalen los chinos, que gastan sin remedio el fruto de su esfuerzo hasta perder la última moneda.
En la espléndida pileta con water-bar de El Panamá, el clásico hotel de categoría por donde todos pasan para ser vistos y para ver, se come pollo asado con vino tinto chileno y la orquesta toca salsa para las mesas. De repente, un muchacho renegrido cruza por la cantina enfundado en una reluciente camiseta de Boca Juniors, sí, de nuestro boquita. De inmediato, la consulta a un mozo. "¿Es que acá hay hinchas del equipo argentino?" Y la respuesta: "Sí, claro, lo vemos siempre por TV y, además, se sigue la actuación de los jugadores colombianos, como el Chicho Serna". Tal vez, en ese mismo momento, guerrilleros compatriotas de los futbolistas estén descansando en tierra panameña fronteriza con Colombia, en el Darién, porque nadie vigila esa zona despoblada y selvática. Toman fuerzas allí y vuelven a sus país para volver a atacar.

Las garzas como testigos

En un área residencial de la capital, el presidente Arturo Pérez Balladares, el mandatario torrijista que tendrá que dejarle el mando en septiembre a doña Mireya, recorre escaleras abajo el salón de entrada de estilo colonial español y pasa cerca de las garzas blancas que dan su nombre al Palacio Presidencial. ¿Será el último político acusado de corrupción, de licitaciones irregulares y de adueñarse de pingües porcentajes accionarios de empresas privatizadas durante su gobierno?
Mientras tanto, Pérez Balladares ve cómo las aves corretean alrededor de la fuente. Dicen que cuando Jimmy Carter viajó a Panamá para ratificar los acuerdos con el general Omar Torrijos, el servicio secreto roció la sede con un desinfectante que protege a los presidentes, pero que mata a las garzas. Para evitar la indignación popular, fueron traídos ejemplares desde Chitré e ingresados al amparo de la oscuridad.
En el barrio de El Chorrillo, algo así como un San Telmo porteño pero paupérrimo, un exquisito manto de césped cubre el lugar donde alguna vez estuvo la comandancia de Manuel Antonio Noriega. Allí, donde la Operación Causa Justa de 1989 fracasó tan estrepitosamente en su intento de invadir el país sin río de sangre. Nadie sabe quién comenzó a disparar. Algunos dicen que fueron las tropas invasoras, si es que se puede decir que uno invade un país que ya ocupa.
José Aparicio, un mestizo de 50 años vecino de El Chorrillo, prefiere no recordar esos días. Tiene ahora preocupaciones mayores. Teme, con razón, perder la fuente de su estabilidad económica. Es uno de los cuatro mil empleados de las distintas bases militares gringas que dejarán de serlo muy pronto. "Yo lustro unos 25 pares de botas por día y con eso llego a unos 1000 dólares mensuales. No sé qué será de mi futuro y el de mi familia, porque el gobierno no tiene previsto nada para nosotros."
La incertidumbre de Aparicio sirve de clave para entender por qué algunas encuestas más o menos recientes revelaron que buena parte de los panameños prefería que su gobierno no tomara la administración del canal y que ésta quedara aún en manos de los norteamericanos.

El dolor más grande

¿Dónde les duele más a los norteamericanos la retirada del canal? No es en la Casa Blanca ni tampoco entre las filas militares.
Es verdad que en estos últimos meses distintos jefes militares y asesores de seguridad han enviado mensajes en cuanto a mantener alguna de las instalaciones en poder yanqui, como el caso del Centro Multilateral de Drogas. Pero las negociaciones con el gobierno panameño no llegaron a buen puerto y el zar antidrogas norteamericano, el general Barry McCaffrey, curiosamente ex comandante de las fuerzas en Panamá, terminó echándole ruidosamente la culpa del fracaso al canciller panameño, Jorge Ritter, y adelantando que los EE. UU. ya tienen negociaciones avanzadas con Aruba, República Dominicana y con Ecuador para levantar esos centros.
Pero no es allí donde hay más desgarramiento. El dolor más grande lo padecen los zonians o zonianos, los habitantes civiles de la Zona del Canal. ¿Quiénes son los que integran esta categoría muy atípica de norteamericanos? Se trata de un grupo social de características similares a los pro apartheid sudafricanos. Conservadores llegados del sur profundo de EE.UU. en la época de construcción del canal, que ramificaron su descendencia aquí con un ritmo de vida totalmente extraño al del resto del país. Un verdadero enclave sociológico del primer mundo en un país del tercer mundo.
Esta gente se siente dueña de ese territorio, siente que les corresponde por derecho propio. No habla otra cosa que el inglés, son protestantes y en su mayoría han evitado la integración con los panameños. Donde viven todavía, en las ciudades ribereñas al canal, no ha existido nunca lugar para la diversión mundana, ni qué hablar de prostitución ni violencia. Los muy pocos soliviantados de la cofradía bajaban a la capital cuando querían algo de esparcimiento.
En el momento de mayor auge de este Estado segregado, hacia los comienzos de la década del setenta, los habitantes llegaron a los 100.000. Ahora están cerrando sus colegios, sus universidades, sus iglesias y sus casas en Panamá mordiendo mucha bronca. Y llegan a la tierra madre sureña de los Estados Unidos bastante desubicados. Los zonians quedaron en un limbo, a muchos años de la realidad.
La entrega de casas y otras propiedades tanto de civiles como de militares se está haciendo en orden y cumpliendo a raja tabla con los tratados, pero a cara de perro. "Vine a Panamá a recibir de un hospital norteamericano instrumental y aparatología que decidieron donar a entidades argentinas. No pude evitar preguntarle al militar que me atendió por qué no donaban ese valioso material a los panameños, que seguramente lo necesitan más que la Argentina. Me contestó secamente:"No queremos dejarles nada. Sólo pisos, paredes y techos", contó un argentino que no quiso revelar el nombre de su interlocutor y, por supuesto, el suyo tampoco.
En lugar de una gran celebración el 31 de diciembre, negociadores de ambos países planean una ceremonia en alguna fecha cercana al 10 de diciembre.
La aparente falta de entusiasmo en torno de la transferencia tiene su explicación política. "No puedo imaginar a ningún candidato presidencial en potencia que desee estar ahí y arriesgarse a ser relacionado con la pérdida del canal", dijo un funcionario de la administración Clinton cuando se le preguntó si sería posible que el vicepresidente Al Gore asista a la ceremonia.
Por Marcelo Franco (Enviado especial)

Con la mira en Singapur

CIUDAD DE PANAMA.- SON nada menos que 145.000 hectáreas con vastas regiones de selva tropical con una fauna y flora únicas en el mundo, sobre todo por la variedad de aves. Islas, un lago enorme, cuatro puertos y un ferrocarril, además de una exuberante urbanización con cientos de instalaciones militares y civiles.
En el medio de todo ello, se encuentra una de las vías marítimas más transitadas del globo, el canal. Su funcionamiento, por lo menos en los próximos tres años, no aparece comprometido. Actualmente, un equipo competente compuesto en un 90 por ciento por panameños entrenados por años por los norteamericanos administra el corredor interoceánico.
Las dudas llegan desde otro ámbito. Nicolás Ardito Barletta, un veterano torrijista que fue presidente del país en la época de Noriega, es el gran rematador del territorio más desarrollado de todo Panamá. El encabeza la Autoridad Regional Interoceánica (ARI), la entidad creada por el gobierno local para encargarse de recibir todo lo que hay en la Zona del Canal, supervisar las entregas por parte de EE.UU., licitar y reconvertir.
"La reversión de las tierras marcha en los plazos previstos. Llegaremos a fin de año con el trabajo completado. El proyecto de futuro es convertir a Panamá en una Singapur latinoamericana", dice Barletta a La Nación . Ninguna pregunta asusta a este economista de hablar muy sereno y sigiloso que cultivó una amistad con Domingo Cavallo.
Las acusaciones por procesos irregulares en la privatización de los predios más valiosos no lo conmueven. "Cada proceso licitatorio ha sido y será una competencia completamente transparente", afirma. Pero según el diario La Prensa, dos ministros y líderes del partido gobernante han sido beneficiados por la ARI con casas en la base Albrook, cerca de la capital. "Ese fue un acto enteramente corrupto", dijo Roberto Eisenmann, empresario y miembro del grupo anticorrupción que integra Transparency International.

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