Un acuerdo que selló la paz y la integración regional
Aniversario.Argentina y Chile celebran las tres décadas de suscripción del acuerdo que puso fin a sus conflictos.
Por Dante Caputo,
Winston
Churchill decía que lo lejos que podamos mirar hacia atrás será lo
lejos que podremos ver hacia delante. Es un buen argumento para entrar
en nuestras historias argentinas; entre ellas la del Beagle, la guerra y
la paz con Chile.En noviembre de 1984, los argentinos votamos en una consulta popular voluntaria y no vinculante para aceptar o rechazar el Tratado de Paz y Amistad con Chile que había sido negociado por el nuevo gobierno democrático. El Sí obtuvo el 81%, con una participación del 70%.
El tratado resolvía el corazón de un litigio que había durado un siglo, la soberanía de las tres islas situadas en el Canal de Beagle. La dictadura militar había rechazado el laudo de la corona británica y posteriormente la propuesta papal, que otorgaban la soberanía de las islas a Chile.
Cuando asumimos en 1983, todas las puertas de negociación estaban cerradas. El gobierno podía optar entre mantener el litigio en una peligrosa indefinición o enfrentar la herencia y poner término a la disputa. La decisión fue asumir los riesgos de aceptar la soberanía chilena. La instrucción de Raúl Alfonsín fue breve y difícil: “resuelva la cuestión del Beagle”. Ni una palabra más.
Esta decisión derivó en un año de negociaciones que concluyeron, en 1984, en el texto del tratado.
Si bien el hecho en sí y las historias que lo rodearon no carecen de interés, los sucesos que se desenvolvieron exceden un asunto de política exterior. En las discusiones de entonces se reflejaron los anhelos de una sociedad, los signos del tránsito entre una política que creíamos que moría y otra que queríamos ver nacer. Recordar lo que pasó en torno a la cuestión del Beagle es tan importante como el hecho mismo del tratado.
Habíamos estado muy cerca de la guerra en 1978. Al rechazar el laudo británico, Videla y sus camaradas sabían que clausuraban las negociaciones y todo conducía al conflicto. Estuvimos a horas de que se iniciaran las hostilidades con Chile, con las tropas ya desplegadas. La decidida acción del presidente James Carter y del Vaticano impidió el desastre a último momento.
De haberse producido la guerra, además de los miles de muertos, la herida entre nuestros países habría cambiado nuestra existencia por el resto de nuestras vidas, la de nuestros hijos y nietos. Lógicamente nadie escribe la historia de los hechos que no suceden. Pero es precisamente allí donde se debería medir la dimensión del acuerdo con Chile. El tratado es la guerra que no fue.
Poco después, la misma sociedad que había visto cómo rozábamos el desastre expresó su fervor por la aventura de Malvinas. De pronto, los asesinos de miles de compatriotas que nos habían llevado al borde del conflicto con los chilenos eran vistos como los guerreros de la soberanía. El dictador Galtieri era vivado en la Plaza de Mayo y los partidos políticos con sus líderes (excepto Alfonsín y un par más) se plagaban a la insensatez.
Como sabemos, la euforia terminó el 14 de junio de 1982. Entonces, militares y políticos derrotados dejaron el espacio al rápido crecimiento de la figura de Alfonsín, quien, en plena guerra, había osado reclamar la formación de un gobierno civil de transición.
Sólo 30 meses después, esa misma sociedad que aplaudía la guerra votaría masivamente en elecciones no obligatorias a favor de la paz con Chile. En apenas un período de seis años, del temor de 1978, la exaltación de 1982 a la paz de 1984, sociedad, partidos políticos y en general la dirigencia argentina zigzaguearon juntos.
En muchas otras situaciones de nuestra historia, la sociedad y su dirigencia exhibieron comportamientos similares, como si no existiera un sistema de valores o creencias permanentes que lograran vertebrarnos. Nuestra sociedad va y viene, cambia hacia uno y otro lado, aturdida por el encandilamiento de lo inmediato. Y su dirigencia, sin la audacia para liderar y remar contra las encuestas, no hace más que acentuar, con su triste oferta, el desconcierto sobre el país que queremos e imaginamos. Cabalga la ola en lugar de crearla.
En un sistema democrático, los gobiernos y las sociedades se construyen y destruyen mutuamente. Malos gobiernos crean sociedades débiles y desestructuradas que a su vez causan la emergencia de gobiernos pobres. Desafortunadamente, este es el círculo vicioso entre gobernantes y gobernados de las últimas décadas.
El tratado, el voto, la paz con Chile, sucedieron en el centro de aquellos dos años distintos, 1984-85, que incluyeron el enjuiciamiento a los dictadores. Después, todo comenzó a desvanecerse y nuestro insensato presente permanente tomó forma y nació.
Sin embargo ... Creo, lector, que muchos nos apasionamos con la política porque es la lucha contra las dificultades, contra lo que parece una fatalidad irremediable. ¿Quién de nosotros habría soñado en 1978 que sólo pocos años después nuestra sociedad votaría libremente por la paz? También había entonces una sociedad con los valores anestesiados, a veces cómplice.
A pesar de la desesperanza de entonces, muchos comprendimos que no había un destino inexorable y que sólo existía el futuro, modelable y diverso. La posibilidad de construirlo creó, en gran parte, la fuerza para hacerlo nuestro. Por eso hubo paz y no guerra.
Dante Caputo, ex Canciller
No hay comentarios:
Publicar un comentario