Diario "La Nación". Buenos Aires, 8 de agosto de 1999
LIBROS / Anticipo
Un eslabón clave de la reconciliación
En
octubre de 1978, cuando Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II,
concedió su primera audiencia privada a su amigo Jerzy Kluger, un
compatriota judío con el que había compartido la infancia. En El papa oculto (Vergara), Darcy O´Brien analiza cómo influyó esta amistad en las relaciones entre el Vaticano e Israel.
EN Roma, y cuando faltan pocos minutos para las siete de la tarde del lunes 16 de octubre de 1978, el ingegnere Jerzy Kluger se encontraba sentado en el sillón del dentista; (...) Allí la radio permanecía siempre encendida.
(...) Había sobrevivido al confinamiento en un campo de trabajos
forzados en Rusia y a otras tragedias, de modo que el arreglo de una
muela no significaba para él precisamente una crisis. (...).
Cuando acudió a la consulta del dentista, Jerzy tenía cincuenta y siete años. (...).
De pronto, la música cesó (...) Una voz jubilosa se elevó por encima de aquel rumor: " Habemus Papam! " (...)
-Por fin han elegido un nuevo Papa -dijo el dentista, suspendiendo su tarea-. (...)
Jerzy, todavía con el aparato en la boca, sólo acertó a gruñir.
(...) Este cónclave, el segundo en dos meses, había durado tres días; la chimenea de la capilla Sixtina había despedido varias veces el consabido humo negro que indica que los cardenales aún no han alcanzado el consenso. Incluso en el Parioli, el club de tenis, durante el fin de semana las conversaciones giraban en torno a quién sería el nuevo Papa y si elegirían de nuevo a un italiano. (...) Según lo que Jerzy había oído, el cardenal Siri, conservador dispuesto a derogar las reformas del Vaticano II que habían infundido en no pocos católicos el temor de que la Iglesia estuviese precipitándose como una bola de nieve hacia el infierno, era el favorito en una proporción de tres a uno. El punto muerto se prolongó todo el domingo, y el interés se centró en el cardenal florentino Benelli, mientras un holandés, y un francés que había comenzado con muy pocas probabilidades, comenzaban a escalar posiciones.
Por lo general a Jerzy le encantaba el chismorreo que circulaba en su club (...) pero con respecto a esta competición había mantenido una reserva poco común en él. Quizás algunos socios consideraron que no se trataba de una cuestión que debiera interesar a un judío. Resultaba asombroso que estos sofisticados romanos se desviviesen por informarse de lo que sucedía en el Vaticano. (...) Una elección papal era algo que emocionaba a todas las capas sociales y económicas de Italia casi tanto como un mundial de fútbol. (...)
Jerzy reparó en lo irónico que resultaba que él, uno entre un puñado de socios judíos de su club, mantuviese con el colegio cardenalicio un contacto tan estrecho como cualquiera de los socios católicos. En ese momento, un antiguo condiscípulo suyo, el arzobispo de Cracovia, no sólo se encontraba encerrado en la capilla con el resto de los cardenales sino que incluso había sido designado candidato. Jerzy no tenía ni la menor idea de a quién votaría su amigo; ni siquiera sabía si éste deseaba ser objeto de una distinción tan inimaginable. Los pronósticos parecían descartar por completo la posibilidad de que eligiesen a un papa no italiano. (...)
A pesar de todo, Jerzy anhelaba que la elección recayera en su amigo, no sólo por motivos personales sino también porque pensaba que Karol Wojtyla era un ser humano tan maravilloso que tenerlo como jefe de la Iglesia católica apostólica romana redundaría en beneficio de la humanidad.
Desde luego, no había mencionado esto a nadie. (...) Él no haría nada que comprometiese aquella amistad, que valoraba más que ninguna otra cosa en el mundo (...)
" Ioannem Paulum Secundum! ", anunció la radio. (...)
-¿Ha entendido su nombre verdadero? -le preguntó el dentista-. ¿Es italiano?
Irritado, Jerzy se sacó el tubo de la boca.
-Ya lo dirán luego por la televisión -replicó-. (...) Estoy seguro de que es italiano. Mientras tanto, ¿podría terminar con mi muela, por favor? (...)
-¡Chsss! ¡Va a hablar el Santo Padre! -advirtió el dentista.
Obligado a escuchar, Jerzy oyó una meliflua voz de barítono. (...)
-¿Qué acento es ése? -preguntó el dentista.
-¡Polaco! -exclamó Jerzy.
Se levantó de un salto del sillón (...) mientras gritaba:
-¡Es Lolek! ¡Lolek es el Papa!
-¿Cómo dice?
Jerzy aferró al dentista por los hombros.
-Es Wojtyla, ¿no se da cuenta? ¡Yo lo conozco!
-¿Usted conoce al Papa? -inquirió el dentista, escéptico.
-¡Es amigo mío! ¡Reconocí su voz en cuanto la oí! ¡Crecimos juntos en Wadowice! -explicó Jerzy pletórico de entusiasmo.
-Enhorabuena, ingegnere Kluger. Tal vez lo nombre cardenal. -El dentista lo observaba con recelo.
-Necesito usar su teléfono.
-Por supuesto. Pero es posible que Su Santidad esté ocupado en este momento. Le resultaría más fácil comunicarse con la Reina de Inglaterra -repuso el dentista.
(...) Esa misma noche, monseñor Stanislaw Dziwisz, quien había sido durante años el secretario privado del cardenal Wojtyla, telefoneó a los Kluger para invitarlos a una recepción especial que Su Santidad ofrecería a la semana siguiente en el Vaticano. El papa Juan Pablo II (...) llamó a este encuentro informal "Despedida de la madre patria". Invitó en persona a sus amigos polacos de Roma a unirse a él para dar la bienvenida a los miles de peregrinos que viajarían desde Polonia para celebrar el ascenso al papado de un compatriota. Wojtyla era el primer sumo pontífice no italiano desde Adriano VI, un holandés que había sido elegido en 1522 y había muerto al año siguiente (...)
Al atardecer del lunes siguiente los Kluger hacían su entrada en el auditorio Paulo VI (...) Unos pocos tendrían el honor de ser llamados individualmente a una sala situada detrás del escenario, en la que Su Santidad los saludaría en una serie de audiencias privadas. (...)
Jerzy, Renée, su hija Linda, y la hija de ésta, Stephania, se mezclaron en la gran estancia con los otros invitados, cuyo número debía de acercarse a los tres mil. Jerzy sabía que él había conocido al nuevo papa antes que cualquiera de cuantos se hallaban en aquella sala. Aun ahora, cuando pensaba en él, el nombre que le venía a la mente era aquel apelativo cariñoso de la infancia compartida, Lolek, diminutivo de Karol (la forma polaca de Carlos).
(...) En el auditorio, todavía nadie había sido llamado. (...) De pronto, amplificadas por un altavoz, se oyeron las palabras "¡ Ingegnere Jerzy Kluger y familia!".
(...) El pontífice, radiante, se puso de pie y extendió los brazos para saludarlos. Jerzy, que había imaginado algo más grandioso -pompa, un trono, ostentación-, vio ante sí al Lolek de siempre (...).
-Jurek -dijo el Papa, llamando a su amigo por el diminutivo de su nombre (el equivalente de Jerzy en español es Jorge)-. Estoy encantado de veros.
(...) ¿Cómo se suponía que debía uno saludar al Vicario de Cristo?
(...) Antes de que pudiera decidir qué decir o hacer, se vio rodeado por los brazos del Papa. Se arrodilló (...) para besar el famoso anillo del pescador, pero no alcanzó a hacerlo. Sintió al instante en el hombro el fuerte apretón de la poderosa mano derecha de Juan Pablo II que lo obligó a ponerse de pie.
-Nunca te arrodilles ante mí, Jurek -dijo el Papa-. Permanece de pie, como has hecho siempre.
A la mañana siguiente, el titular de uno de los diarios romanos rezaba: "El Papa otorga su primera audiencia a un amigo judío."
* * *
Al día siguiente de su encuentro con el Papa, Jerzy Kluger recibió una llamada telefónica del doctor Meir Mendes, a quien él conocía como agregado cultural de la embajada israelí. El doctor Mendes se había enterado de que Juan Pablo II había recibido a Jerzy y lo felicitaba por ello. Había católicos destacados, además de ciertos jefes de Estado, a quienes nunca se les concedería semejante privilegio. ¿Existía la posibilidad, bromeó el doctor Mendes, de que a él se le concediera una audiencia con el amigo del Papa?
-Por supuesto (...) -respondió Jerzy-.
(...) El doctor Mendes (...) le pidió que se encontraran lo más pronto posible, y dijo que le agradecería que no mencionase esta cita a nadie.(...)
Los Kluger se habían mudado a Roma en 1954 y habían habitado el mismo edificio desde 1962. (...)
Su calle (...) desembocaba en el Viale Maresciallo Pilsudski, así llamado en honor de Josef Pilsudski, el insigne jefe militar polaco que expulsó a las tropas soviéticas de Varsovia, tomó Kiev y se convirtió en jefe de Estado de la flamante república independiente de Polonia en 1918. El 19 de marzo de cada año (...), aquel en que se festeja el onomástico del mariscal, Jerzy colocaba dos rosas, una roja y la otra blanca, los colores de Polonia, al pie del monumento a Pilsudski. Realizaba la ofrenda en memoria de su padre, Wilhelm, que había servido como oficial en las legiones de Pilsudski y había venerado al mariscal como impulsor de la independencia polaca y protector de los judíos. (...)
(...) -Por desgracia, no soy embajador -se lamentó el doctor Mendes- (...) Soy ministro plenipotenciario encargado de los contactos con la Santa Sede. Embajador en el Vaticano sería mucho menos engorroso, desde todo punto de vista. -Aludía a las dificultades inherentes a la falta de representación diplomática formal entre la Santa Sede e Israel. El doctor Mendes agregó que sus colegas se burlaban de él y de su ambigua situación llamándolo "monseñor Mendes". Aunque tenía sus contactos, no conocía a nadie capaz de tratar con él de manera directa y autorizada las cuestiones de Estado. El Vaticano era bizantino, si es que la metáfora era acertada. Uno formulaba una pregunta y lo que conseguía era un centenar de evasivas. Comentó también que el papel de judío que representa a Israel ante el Vaticano sin estar acreditado le hacía sentirse a veces como "un intruso que se cuela en la fiesta sin haber sido invitado".
-Tal vez el nuevo Santo Padre remedie esta situación -aventuró Jerzy-, aunque yo no sé qué piensa al respecto.
El doctor Mendes se inclinó hacia adelante y miró con fijeza a Jerzy a través de sus gruesas gafas.
-¿Acaso usted discutió el tema con el Santo Padre? Disculpe la pregunta.
-Puede preguntarme lo que quiera, doctor Mendes, créame. Pero ese encuentro fue puramente personal. Un gesto de cortesía. Yo no sé nada acerca de esta cuestión -respondió Jerzy.
-Usted conoce a Juan Pablo II desde hace mucho tiempo, ¿verdad?
-Por supuesto; fuimos juntos al colegio.
-Comprendo. Entonces no hablaban de política.
-Doctor Mendes, no soy más que un hombre de negocios. (...) -lo atajó Jerzy.
-Pero ¿lo conoce usted bien?
-Jugábamos al fútbol. En los últimos años hemos ido a esquiar juntos alguna vez. (...) -comentó Jerzy.
-Entonces, ingegnere Kluger -dijo por fin-, ¿qué va a ocurrir ahora?
-¿Qué va a ocurrir? -repitió Jerzy.
-En su opinión, como amigo del Papa, ¿qué va a ocurrir ahora con el Vaticano y los judíos?
-Ah, eso. No hay por qué preocuparse.
-Juan Pablo II, ¿es antisemita? -soltó sin más el doctor Mendes.
-¿Wojtyla? De ninguna manera -afirmó Jerzy-. ¿Por qué me pregunta algo así? ¿Porque es polaco?
-Exactamente.
Jerzy reflexionó por un momento. Comprendía demasiado bien el motivo por el cual el doctor Mendes, o cualquier otra persona, daban por supuesto que Lolek, como católico polaco, debía de ser antisemita. Era lo que la mayoría de la gente pensaba acerca de los polacos. (...).
-(...) Comprendo por qué me hace esa pregunta (...). Se lo explicaré así, doctor Mendes: entre el ochenta y el noventa por ciento de los habitantes de esta ciudad son más antisemitas que él. Él no es antisemita en absoluto, ¡y le aseguro que sé alguna cosa sobre antisemitas y polacos!
-No lo dudo, pero es un tema que me preocupa. Todos estamos preocupados. Después de todo lo que ha ocurrido nos inquieta lo que pueda suceder ahora, con este nuevo Papa -dijo el doctor Mendes.
-Juan Pablo II es un buen hombre. Lo juro por mi vida -insistió Jerzy.
Jerzy tenía sus propias ideas acerca de los polacos y el antisemitismo, pero no estaba dispuesto a discutirlas ni con el doctor Mendes ni con nadie. (...)
Antes de marcharse, el doctor Mendes preguntó a Jerzy si esperaba reencontrarse con el Papa en el futuro cercano.
-Es un hombre siempre muy ocupado, ahora más que nunca -contestó Jerzy-. No creo que tenga mucho tiempo para mí en este momento de su vida. No soy precisamente una persona importante. .
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