Diario "La Nación". Buenos Aires, Domingo 13 de agosto de 2006
Opinión
Merecedores de democracia y paz
Si
EE.UU. no comprende que debe apoyar al frágil movimiento democrático
libanés, contener la ofensiva israelí y buscar con Siria la manera de
limitar el accionar de Hezbollah, según el autor la guerra en Medio
Oriente puede extenderse indefinidamente
NUEVA YORK
.- Cuando fui al Líbano hace 22 años, poco después de que 241 soldados
norteamericanos murieran en un ataque suicida, me encontré con Fouad
Siniora, hoy primer ministro. Entonces, él trabajaba en el sector
financiero y, en el cansino estilo de sus compatriotas, dijo: "El Líbano
es una herida que se mantiene abierta para que sangre un poco cuando es
el interés de alguna de las partes".
Siniora me pareció sabio entonces, un hombre sagaz que trataba de
planear una actividad comercial en medio de una guerra civil, y el par
de décadas que siguieron han confirmado su pronóstico. La sangre ha
continuado fluyendo en el Líbano con ocasionales interludios de paz, a
veces con un poco de sangre y luego, en momentos como éste, con mucha.
El Líbano obtuvo su independencia de Francia en 1943, cinco años antes de la fundación del Estado de Israel. Al igual que sus vecinos del sur, comprendió que para sobrevivir era necesario luchar. Al igual que Irak, otra invención post-otomana, lidió con una multiplicidad de religiones, clanes y etnias. Como cualquier país pequeño aplastado entre dos poderes más grandes, sufrió su cuota de abusos.
En 1984, cuando estuve en Beirut, el país aún sufría las consecuencias de la invasión israelí de 1982, destinada en parte a expulsar a la Organización de Liberación Palestina. La OLP había estado utilizando al Líbano como base, tal como ahora lo hace Hezbollah.
Los nombres cambian, los objetivos son algo diferentes. Pero los hechos básicos persisten: el Líbano es un país débil flanqueado por un estado de Israel mucho más fuerte que aún está tratando de definir sus fronteras y vive en una región árabe, mucho más decidida a dejar que Beirut "sangre un poco" que a apoyar la mentada causa árabe con armas.
Algunas semanas después de iniciada la versión actual del conflicto, se puede afirmar con seguridad lo siguiente: Hezbollah ha mantenido al ejército de Israel ocupado durante más tiempo que cualquier estado árabe en varias décadas. La popularidad de su líder, Hassan Nasrallah, posiblemente crezca. El desarme de Hezbollah parece remoto.
Cualquier posición que Estados Unidos haya tenido como participante ecuánime en Medio Oriente desapareció con el firme apoyo del gobierno de Bush al uso de la fuerza por parte de Israel en respuesta a la invasión asesina de Hezbollah el 12 de julio.
Poco sutil y muy predecible, Washington ha proseguido con su familiar lógica post 11/9: Hezbollah se iguala con terrorismo, el terrorismo debe ser aplastado, la única manera es ser implacables y al diablo con las consecuencias. Esta posición permitió que Israel emprendiera su propio post 11/9. "Todos comprenden que una victoria de Hezbollah es una victoria del terrorismo", afirmó Haim Ramon, ministro de justicia israelí.
Pero no es tan así: una victoria de Hezbollah es una victoria para Hezbollah, que no es Al-Qaeda, que no es el movimiento nacional palestino, que no es la insurgencia iraquí, que no es el terrorismo suicida surgido en el mismo seno de Europa. Intentar convertir los problemas del mundo en un solo tema indiferenciado, la guerra contra el terrorismo islámico, no le hace bien a nadie.
Observemos la actual violencia, reflejo del fracaso norteamericano para manejar el conflicto palestino-israelí de manera seria en los últimos cinco años. Los problemas deben ser resueltos uno por vez, lo que requiere interés en comprenderlos y hallar soluciones específicas. Nadie en Medio Oriente quiere ser Hamid Karzai de Afganistán, un hombre generalmente listo para cumplir con las órdenes de Washington. Siniora seguramente no quiere serlo. Tampoco, por supuesto, Bashar al-Assad de Siria.
Pero estos líderes tampoco quieren estar dominados por Irán. Estados Unidos podría indagar en esta ambivalencia. Pero primero debe dejar de dar luz verde a Israel para, en el lenguaje actual, aplastar al terrorismo.
Pero es poco probable que Bush cambie, especialmente en un año electoral. Su postura es aceptada no sólo por los judíos norteamericanos sino también por la derecha cristiana. "EE.UU. ha sido más parte que árbitro de este conflicto", dijo Mourhaf Jouejati, director de Estudios de Medio Oriente de la George Washington University. "La democracia libanesa, objetivo querido por EE.UU., ha sido sacrificada por el aliado israelí", agregó.
El frágil gobierno libanés nacido luego del retiro de las tropas sirias el año pasado ha sido destrozado. El movimiento democrático de 2005, aplaudido por el Departamento de Estado como la "revolución de cedro", fue abandonado junto con un cargamento de alimentos como muestra de simpatía. La actitud norteamericana de animar levantamientos democráticos para luego desaparecer -recuerden a los chiitas de Irak al final de la Guerra del Golfo, en 1991- ha provocado otro desgraciado capítulo.
Y este capítulo podría continuar. A menos que EE.UU. detenga a Israel y se involucre con Siria como modo de restringir a Hezbollah, los dos lados podrían luchar durante meses. Israel necesita una clara victoria y Hezbollah debe sobrevivir para proclamar la propia: esos objetivos opuestos parecen la receta ideal para prolongar el conflicto.
Hace 22 años el aeropuerto de Beirut fue destruido y la única forma de salir era tomar una pequeña lancha en el puerto pesquero de Jounieh, al norte de Beirut, hasta un barco que esperaba a unos metros de la costa.
Entonces yo escribí en The Wall Street Journal: "Mientras la lancha se bambolea detrás del pequeño vapor, las mujeres gritan, los niños están paralizados por el miedo y los oficiales ayudan a la gente a saltar a bordo. La alternativa es volver, de modo que los libaneses cierran sus ojos y entre lágrimas realizan otro acto, un salto de un metro o más sobre el agitado mar. Luego todo se termina".
Pero no es así. El Líbano todavía sangra. Siniora merece algo mejor, no sólo por parte de Washington. E Israel merece una paz que ninguna demostración de poder le dará.
Traducción: María Elena Rey
© LA NACION y The New York Times .
Por Roger Cohen
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