Martes 18 de agosto de 2015 |
El eclipse de Estado Islámico
Ian
Lustick, profesor de Ciencia Política de la Universidad de
Pennsylvania, publicó, en 1997, un ensayo que podría dar alguna pista
sobre el eventual destino del grupo jihadista sunnita Estado Islámico de
Irak y el Levante (EIIL) del autoungido califa Abu Bakr al-Baghdadi.
El
objetivo de su texto era comprender por qué en Medio Oriente no han
surgido grandes potencias, y subrayaba el papel de la guerra en la
construcción del Estado y la capacidad de éste para librarla. En esa
dirección, la evolución de la violencia interestatal en Europa desde la
Paz de Westfalia hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, según
Lustick, puede servir de punto de referencia para entender Medio
Oriente, el lugar de la fuerza en la política regional y la falta de
poderes altamente dotados en el área. En especial, el hecho de que Medio
Oriente, en contraste con Europa, tenga un estatus rezagado, es decir,
que haya entrado al sistema internacional cuando las reglas de juego ya
estaban establecidas, explica la ausencia de potencias gravitantes en el
área.El estatus rezagado se explica de varias maneras: por un lado, la gestación y el afianzamiento de un conjunto de normas y regímenes que fueron beneficiando a los poderes establecidos y limitando las posibilidades de agrandamiento territorial y de agresividad militar por parte de los países débiles de la periferia que pretendiesen ser más grandes y fuertes. Por el otro, las potencias ya consolidadas tuvieron la voluntad y la aptitud de intervenir decisivamente en Medio Oriente con el propósito de evitar la hegemonía regional de un solo país y de preservar un balance de fuerzas favorable a sus objetivos estratégicos.
Lustick describe las experiencias de dos mandatarios del siglo XX que tuvieron un ambicioso proyecto de mancomunidad y recurrieron a la guerra para convertirse en potencias decisivas en Medio Oriente: Gamal Abdel Nasser, en Egipto, y Saddam Hussein, en Irak. Los dos gobernantes naufragaron en el intento. Aunque Lustick no lo menciona, se podría sumar una intentona similar, aunque menor, por parte de Muammar al Khadafi, quien desde Libia buscó encabezar otro proyecto panarabista. Los ejemplos mencionados involucraron líderes de corte nacionalista que presidieron países con una estatalidad originalmente frágil. Procuraron ampliar su base geográfica, fiscal, política y militar y se enfrentaron a un entorno regional y mundial que nada tenía que ver con las lógicas y dinámicas aceptadas desde el siglo XVII hasta comienzos del siglo XX. Los fracasos fueron elocuentes.
Con ese telón de fondo se podría decir que antes Al-Qaeda y ahora EIIL han recurrido a la guerra asimétrica con la meta última de recrear el Califato. Es un nuevo proyecto de integración del espacio árabe musulmán con un alcance más vasto, pues pretende abarcar la totalidad del mundo islámico. Su origen no es estatal, aunque Arabia Saudita haya amparado con miles de millones de dólares un sunismo wahabita rigorista, extremo y expansionista. Finalmente, y en contraste con las experiencias de Nasser, Hussein y Khadafi, el desmedido proyecto de Al-Baghdadi no tiene los ribetes nacionalistas del pasado: EIIL es, paradójicamente, un producto de la modernidad y la secularización que pretende regenerar un ideal premoderno y cimentado en la religión.
El debilitamiento de Al-Qaeda y el auge de EIIL se insertan en una compleja trama en la que, entre otros, Occidente aparece en la región, en Asia Central y en el norte de África recurriendo de manera exclusiva al uso de la fuerza y a la real politik convencional como armas para enfrentarlos. Es probable que, tal como ocurrió durante la Guerra Fría con Egipto e Irak, Al-Qaeda no logre establecer una gran potencia árabe en Medio Oriente. Es también posible que Estado Islámico de Irak y el Levante no prospere en su proyecto grandioso, ya sea por las persistentes y crecientes disputas entre grupos que pugnan por el Califato o debido a las victorias temporales de una heterogénea coalición coyuntural en su contra.
Pero Occidente no puede suponer que con bombas evitará el surgimiento de nuevas fuerzas, más violentas y recalcitrantes, al tiempo que tolera que Riad financie el islamismo fundamentalista. Washington y Bruselas creen que pueden "administrar" el caos en Medio Oriente tal como Estados Unidos y Europa lo hicieron históricamente. Es posible que asistamos al gradual ocaso de EIIL, pero sin transformaciones básicas en el propio Medio Oriente y ante la insistencia de Occidente en repetir sus viejas recetas sólo podemos esperar nuevos y más temibles acontecimientos.
Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales, UTDT.
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