Diario "La Capital". Rosario, Miércoles, 22 de julio de 2015
La radiación los echó y ahora dudan en regresar
Efectos de Fukushima. Cuatro años después del maremoto, algunas ciudades pueden ser habitadas de nuevo. Sus ex pobladores sienten el dilema de volver o no.
¿Volver? Satoru Yamauchi, oriundo de Naraha, en su restaurante abandonado.
Irse fue difícil, volver también lo es. Cuatro
años después de haber tenido que abandonarlo todo por la catástrofe
nuclear de Fukushima, miles de habitantes dudan si volver al lugar donde
nacieron o quedarse donde rehicieron su vida.
"Este restaurante era toda mi vida", dice Satoru
Yamauchi, oriundo de Naraha, una de las ciudades de la provincia de
Fukushima (centro de Japón) evacuadas debido a la alta radiación
provocada por la explosión de la central nuclear, al día siguiente del
maremoto del 11 de marzo de 2011.
El 5 de septiembre quedará sin efecto la orden de
evacuación de Naraha, una ciudad totalmente vacía, y sus 7.000
habitantes podrán, si lo desean, volver a sus hogares.
"Desde que se tomó la decisión de autorizar el
regreso de los habitantes hemos avanzado mucho", afirma Yukiei
Matsumoto, el alcalde de la ciudad, en una carta abierta dirigida a sus
coterráneos.
Hace cuatro años, los habitantes de Naraha fueron
dispersados en todo el territorio japonés y muchos de ellos ocupan
viviendas precarias.
Los trenes hacia Naraha volvieron a circular y en la
ciudad abrieron sus puertas un supermercado y un banco para los
habitantes que desde abril tienen derecho a pasar varios días para
preparar su regreso definitivo.
También para la legión de trabajadores que limpian la
ciudad, restauran edificios, reparan las infraestructuras vitales y
construyen una clínica.
Pero para convencer a Yamauchi eso no alcanza. "Volver en septiembre es absolutamente imposible", dice de forma tajante.
"Dos meses es poco tiempo. Se necesitan tiendas,
infraestructuras, servicios para vivir. Las viviendas dañadas por el
sismo no han sido reconstruidas", explica Yamauchi, que calcula que por
el momento sólo 20 por ciento de la población volverá a Naraha.
"Lo que me inquieta es el agua, el agua con la que
cocinamos y nos lavamos, ¿entiende?", insiste ese hombre de 60 años, que
vino a ver su restaurante especializado en soba (fideos de trigo
sarraceno).
La vida de Yamauchi cambió bruscamente el 11 de
marzo, a las 14,48, la hora que aún señala el reloj del restaurante,
cuando se sintieron los violentos temblores del sismo.
"Enseguida me di cuenta que no era un sismo pequeño y
luego escuché la sirena de la alcaldía que avisaba la llegada del
tsunami", recuerda.
Al día siguiente, azorados, los habitantes de Naraha
escucharon la explosión de la central nuclear de Fukushima Daiichi,
situada a unos veinte kilómetros.
Ante el riesgo de radiación, las autoridades
ordenaron la evacuación inmediata y Yamauchi tuvo que irse, abandonando
el restaurante y su domicilio, una hermosa mansión con vistas al prado y
las colinas.
Yamauchi mira el paisaje que tanto extrañaba y
comenta fatalista: "El nivel de radioactividad es elevado, justo detrás y
en la colinas".
El dilema de Yamauchi y los ex residentes de Naraha
lo tendrán en los próximos meses y años miles de japoneses expulsados de
sus viviendas.
En Iitate, más al noreste, decenas de excavadoras y
centenares de trabajadores protegidos con combinaciones blancas, botas,
guantes, máscaras y cascos, remueven la tierra alrededor de las
viviendas y las depositan en bolsas en un lugar de almacenamiento
improvisado.
"Obras de descontaminación", dicen los carteles de las carreteras.
"El estado hizo un gran esfuerzo pero por ahora sólo
han sido descontaminadas áreas delimitadas alrededor de las zonas de
viviendas, pero no de los bosques aledaños al pueblo", señala Jan Vande
Putte, experto nuclear de la organización Greenpeace.
"Existe un riesgo de recontaminación debido a la
migración de la radiactividad de la montaña hacia las zonas
descontaminadas", agrega.
El gobierno quiere que los habitantes regresen. "Si
algunos ancianos de Iitate quieren volver porque pasaron casi toda su
vida aquí hay que respetarlos", dice Vande Putte."Pero una ciudad no
funciona sólo con ancianos"
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