Traducir

martes, 3 de marzo de 2015

JAPON.1995. ATENTADO EN EL SUBTERRANEO DE TOKIO.

Literatura Testimonial

Crónica de una pesadilla

En los años noventa, un ataque con gas sarín en el subterráneo de Tokio conmovió a la sociedad japonesa. El hecho dio lugar a uno de los libros más singulares de Haruki Murakami, que se traduce por primera vez al castellano
Por   | LA NACION
Haruki Murakami ya era un escritor consagrado en Japón cuando la mañana del 20 de marzo de 1995 un periodista le avisó que habían cometido un atentado con gas sarín en el subte de Tokio que arrojó muchos muertos y heridos. Se sospechaba de la secta Aum Shinrikyo. Aunque la noticia lo conmovió, el origen de la amalgama de crónica y testimonios que plasmó en Underground se remonta a la cobertura periodística que abrumó al país en las semanas siguientes con una visión dicotómica: los locos y los cuerdos, ellos y nosotros. Pero ellos salieron de nosotros, dice Murakami, y el periodismo estereotipó a las víctimas -trece muertos y casi mil heridos, varios muy graves- impostándoles una voz y un relato que ahogaba las vivencias personales. Víctimas primero del gas y luego de los medios, sus verdaderas historias no existían.
Murakami les dio voz en las páginas de Underground, que también le permitieron satisfacer su necesidad de "entender Japón a un nivel más profundo". El ataque de la secta liderada por Shoko Asahara lo sorprendió de vacaciones en su país, pues por entonces vivía y enseñaba en la universidad de Massachussets. Llevaba más de siete años viviendo en Europa y Estados Unidos y había terminado una de sus mejores novelas, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo donde, igual que en otras obras suyas, lo subterráneo y las profundidades gravitan con fuerza.
Underground se publicó en Japón en 1997 y ahora se traduce por primera vez al español. El título se refiere en un sentido literal al subte y sus vagones y andenes, escenarios del terror, y en otro sentido más amplio y ambicioso a las fuerzas subterráneas que esconde la sociedad japonesa y que el autor intenta apresar por medio de sesenta y un testimonios de víctimas y familiares y ocho de integrantes de la secta.
Por lo tanto, no se trata de una novela ni de una investigación periodística, y en otras manos el método que eligió Murakami garantizaría el fracaso. Los entrevistados narran sus vidas y luego el atentado. Unas pocas preguntas contrapuntean sus relatos, que luego el autor les envió para que agregaran o quitaran a voluntad hasta quedar satisfechos. Un breve texto suyo introduce a cada entrevistado con una descripción e impresiones.
En el tramo de las víctimas y familiares, que ocupa las cuatro quintas partes del volumen, este método tendría que haber agobiado al lector pues prácticamente ningún entrevistado vio a alguno de los cinco autores materiales del atentado y los síntomas que narran son idénticos: un olor indescriptible, tos, los ojos que empiezan a llorar y que al rato convierten el día soleado en tiniebla. Después, mareos, vómitos y una vida que ya no será la de antes. Y sin embargo, cada relato se lee como si se tratara del primero porque refleja una vida diferente, partida en dos después del ataque invisible. Es el acierto del novelista, que jamás opera sobre el texto y deja discurrir la galería de fatalidades cotidianas que condujo a estos empleados que iban al trabajo directo hacia el horror.
Sobre una base común de dolor e impotencia, también varían las consecuencias para cada uno. Todos sufrieron stress postraumático. Las pesadillas aparecían apenas cerraban los ojos, la disminución de la vista sólo se revirtió en parte y en muchos la memoria quedó disminuida. Pocos pudieron volver a trabajar como antes y algunos cambiaron su forma de ver y afrontar la vida, ganando en sabiduría.
A medida que se avanza en la lectura de las tragedias se perfila la intrincada relación de los japoneses con el trabajo. Aún sin comprender qué les ocurría, la mayoría hace lo imposible por llegar a su empleo incluso a ciegas y desfalleciendo. En el peor de los casos, se las ingenian para avisar por teléfono que llegarán tarde, o que no llegarán. Por lo general, aunque no siempre, esta devoción será correspondida por la futura comprensión del empleador. Aparece también la sorprendente ineptitud de las autoridades ante la emergencia y la pasividad policial pese a los atentados que ya había cometido la secta con gas sarín.
De todas las entrevistas, la más lograda y conmovedora es una en la que Murakami no obtuvo la menor información pues la víctima, tras un largo período en coma, despierta pero apenas puede hablar y quizá tampoco comprende plenamente qué le preguntan. Sin embargo, con la ayuda del hermano se tiende un puente silencioso hacia el misterio que asoma en los ojos de la mujer.
Mientras se ocupa de las víctimas, Murakami dosifica con hábil avaricia la información sobre los cinco terroristas que en distintas líneas y formaciones pincharon con las puntas afiladas de sus paraguas las bolsas que contenían el líquido del que emanó el gas venenoso. El retaceo aumenta la curiosidad del lector por la secta, especialmente al saber que algunos de los obedientes terroristas de Asahara pertenecían a la élite nipona y eran importantes científicos y médicos.
El tramo final con los seguidores y ex adeptos de la secta arroja algo de luz sin alcanzar a explicar por completo lo ocurrido. Queda, en cambio, la sospecha, como subraya Murakami, de que la frontera entre ellos y nosotros es muy débil y que así como unos pocos factores pueden convertirnos en víctimas, otra combinación nos puede colocar del lado de los victimarios.
Underground
Por Haruki Murakami
Tusquets
Trad.: Fernando Cordobés González y Yoko Ogihara
560 páginas
$ 209.

No hay comentarios:

Publicar un comentario