Revista de "La Nación". Buenos Aires, 2 de diciembre de 2007.
Domingo 13 de julio de 2008 |
...mientras tanto...
Voy a matar a Gorbachov
DUBLIN.- Un hombre muere y va al infierno, donde descubre que puede
elegir entre el capitalista y el comunista. Para comparar, va al
primero, donde el diablo con cara de Ronald Reagan le dice que allí se
hierve a la gente, se la quema con aceite y se la acuchilla. Luego va al
comunista, donde el diablo con cara de Stalin le dice que allí se
hierve a la gente, se la quema con aceite y se la acuchilla. "¡Pero es
igual al capitalista!", se sorprende. ¿Por qué hay tanta cola para
entrar, entonces? "Bueno -suspira Stalin-, es que a veces no tenemos
aceite, a veces no hay cuchillos y otras falta el agua caliente..."
El chiste lo contó un taxista polaco, quien, como todos en Irlanda, teme
que después de una bonanza sin precedente se esté entrando en una
crisis.
Entre los inmigrantes de Europa del Este que llegaron de forma masiva en
los últimos años, aseguró, esto ha vuelto a poner de moda los chistes
políticos de las épocas de la Cortina de Hierro.
Incluso en las librerías ya puede verse un flamante libro que las
compila y analiza, titulado Hammer and Ticke (o bien ´Martillo y
cosquillas ). Su autor, Ben Lewis, sostiene que, si bien los chistes
eran una forma de resistencia al régimen, en muchas oportunidades fueron
también una válvula de escape. A pesar de que periódicamente perseguían
a quienes los contaban, las autoridades también creían que los chistes
eran alertas sobre los problemas más urgentes, y los veían como una
forma de liberar tensiones. Lewis también señala que muchas de las
célebres bromas, de hecho, ni siquiera eran originales y pueden
encontrarse variantes en distintos momentos y puntos del planeta. Aunque
el libro no llega a una respuesta definitiva sobre cómo los chistes
funcionaban en términos políticos, sociales o psicológicos, la colección
de anécdotas es imperdible.
Vaya como ejemplo un chiste que contó Gorbachov mismo: "Un hombre está
haciendo una cola de varios kilómetros para comprar vodka en Moscú.
Finalmente, harto, le dice a su amigo: «No aguanto más. Voy a ir a matar
a ese Gorbachov». Dos horas más tarde, regresa y el amigo le pregunta:
«¿Y? ¿Mataste a Gorbachov?», a lo que responde: «No, la cola ahí era aún
más larga»".
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