Israel, una mirada diferente
Revista Rumbos. Buenos Aires, 4 de mayo de 2014
Durante
décadas y décadas, toda noticia que recibimos desde Israel ha estado
asociada a conflictos y tragedias. Un cronista de Rumbos viajó hasta
allí para descubrir una sociedad que vive uno de los momentos más
sosegados de toda su historia.
Por:
Guido Piotrkowski
Foto:
Guido Piotrkowski
Mientras esperaba por mi falafel (plato callejero típico de Oriente Medio), sentado en la barra de un local en el centro de Tel Aviv, noté cómo bromeaban Akram, el dueño del pequeño local, que es musulmán, el encargado Muhamad, musulmán también, y Nurit, la camarera, que es judía como la mayoría de los comensales.
Aquí, donde no todo es odio, donde no todos los días caen bombas, se ocupan territorios y corre sangre, esta escena cotidiana no llama la atención de ninguno de los que me rodean. Pero sí la mía, acostumbrada a recibir solamente malas noticias de este rincón del Oriente Medio.
Y en eso de la coexistencia pensaba cuando una mujer de unos setenta años se para al lado mío y pide un falafel. Tenía tatuados en su cara los emblemas de las tres religiones monoteístas: la cruz, la medialuna y la estrella de David. Divina casualidad. Le conté entonces que estaba pensando en eso de la co-existencia, justamente cuando llegó. Le pedí una foto, y, para quebrar el hielo, le pregunté si el falafel era bueno. “Sí –me respondió–. Pero lo más importante es que aquí son buena gente”.
Debe ser muy difícil convivir en un país que todos quieren, pretenden, reclamar suyo; una tierra donde el dolor impera, un lugar donde es casi inevitable tener algún pariente o amigo cercano que haya sufrido, de uno u otro lado, las consecuencias horrorosas del eterno conflicto.
Sin embargo, alejado del epicentro de los conflictos mundiales desde hace un par de años, el país vive un período de paz, un clima que se respira en las calles de cada ciudad que visité. Pude deambular sin preocupaciones por la ciudad antigua de Jerusalén, donde los judíos caminan por el barrio musulmán y viceversa, donde los cristianos ortodoxos se arrodillan ante el santo sepulcro, donde confluyen los sitios más sagrados de los tres credos. Pude caminar por Haifa, conocida como la ciudad de la convivencia, donde la coexistencia tan mentada es casi un modelo para la región: aquí no se registran conflictos entre judíos y las diferentes etnias árabes: musulmanes, cristianos, drusos y maronitas entre otros. También visité Acre en un sábado de sol, el día de descanso para los judíos, que se entremezclan con los árabes en su barrio, dentro de la antigua ciudadela. Y me dejé llevar en Tel Aviv, de una punta a la otra de esta metrópoli que no descansa.
A lo largo del viaje, dialogué con árabes y judíos, ortodoxos y seculares. Personalmente, prefiero creer que la coexistencia es posible, aunque no deja de ser una mirada de afuera. Por eso, me quedo entonces con una frase del fotógrafo judeo-francés Frederic Brenner. “Eventualmente, lo que aprendí de Israel, es abrazar lo que no entiendo”.
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Diario "La Capital". Rosario, 31 de marzo de 2015. |
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