Los chicos que van a luchar con el ISIS y los que huyen
Diario "Clarín". Buenos Aires, 27 de setiembre de 2015.
ISIS-REFUGIADOS.Medio millón de personas, que escapan de la guerra, se jugaron la vida este año para alcanzar Europa y darle un futuro a sus hijos. Otros jóvenes, que gozan de todos los privilegios en esos países, van a Siria y se unen a las filas del jihadismo.
Unas 3.000
personas murieron en los últimos meses tratando de huir de la muerte y
la destrucción. Se ahogaron en el Mediterráneo o el Egeo. Escapaban de
la guerra en Siria, del califato decretado por el ISIS y de la sinrazón
de más de una década de violencia en Irak y Afganistán. Pero también de
Eritrea y los territorios palestinos. Son medio millón en lo que va del
año de personas desesperadas que intentan alcanzar el corazón de Europa,
particularmente Alemania que prometió recibir a todos los sirios que
lleguen a su territorio.
Caminan miles de kilómetros y se
enfrentan a la policía húngara que intenta detenerlos en su frontera con
Serbia. Pero el éxodo que creó la peor crisis de migración en Europa
desde la Segunda Guerra Mundial continúa y nada pareciera capaz de
detenerlo. Lo ilógico, lo demente, es que en el medio de esta crisis
humanitaria haya jóvenes europeos, canadienses y estadounidenses que
quieran ir a esos territorios en guerra para unirse al bando más
sangriento de todos, el del ISIS, los islamistas radicalizados, los
hijos de la red terrorista Al Qaeda, que declararon un califato entre
Siria e Irak y someten a dos millones de personas a la ley coránica
(sharía) del siglo XIV.La foto del pequeño cuerpo de Aylan Kurdi muerto a los 3 años en una playa turca cuando sus padres intentaban una mejor vida en Europa después de sobrevivir a los ataques en Kobane, en la frontera sirio turca, avergonzó al mundo. También lo hacen los relatos de algunos de los jóvenes que regresan a Europa después de combatir con el ISIS y el dolor con el que se expresan las madres que vieron a sus hijos partir para hacer la jihad (la guerra santa). Ellas trabajan ahora para que otros padres no sufran el mismo martirio y para que muchos chicos que abrazan el islamismo no se radicalicen. Juntas, las fotos, las situaciones, hablan de la permanente contradicción que conlleva la condición de ser humano. Hablan de la estupidez infinita que nos arrastra a estas situaciones y de la lucha inagotable de muchos por alcanzar la libertad, la verdad y la superación del dolor extremo.
Michael “Younes” Delefortrie, 26 años, es uno de los tantos europeos que se fue a luchar obnubilado por el éxito del califato y que cuando regresó a la ciudad belga de Antwerp, donde había nacido en una familia católica y asistido a misa por años, se cruzó con miles de personas que buscaban refugio en su país y en la vecina Alemania. También con el servicio secreto belga que lo venía vigilando desde hacía tiempo por pertenecer a la red de reclutadores “Sharia4Belgium”. Fue sometido a juicio junto a otras 46 personas y sentenciado a tres años de libertad vigilada. Durante las audiencias relató que había padecido un “desorden de hiperactividad” cuando era un adolescente y eso le había traído muchos problemas con su familia y en la escuela.
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A los 17 años se hizo amigo de unos chicos musulmanes y en forma secreta se convirtió al Islam. Comenzó a frecuentar a grupos extremistas y conoció a Fouad Belkacem, uno de los principales reclutadores del ISIS en Europa. En diciembre de 2013 se tomó un autobús a Düsseldorf, Alemania, y allí un avión hasta Turquía. En la pequeña ciudad de Adana, en la frontera con Siria, ya lo estaban esperando para llevarlo a una “casa de huéspedes” de la ciudad de Aleppo, donde convivió con tunecinos, franceses, holandeses y otros belgas. Se sacó unas cuantas fotos con su Kalashnikov al hombro y una bolsa de granadas que colgó en Facebook. Cuando estaba haciendo su entrenamiento militar el lugar fue atacado por fuerzas del ejército del régimen de Bashar Al Assad y el grupo terminó disperso. Seis meses más tarde, Delefortrie estaba de regreso en Bélgica y bajo arresto. De acuerdo al investigador Pieter Van Ostaeyen, un especialista en terrorismo, unos 480 belgas se unieron a la jihad en Siria, el mayor grupo europeo. En total son unos 4.000 europeos de los que regresaron unos mil y el flujo se renueva permanentemente.
Gotemburgo, la segunda ciudad sueca, es otro semillero de jihadistas. La policía local contó hasta 150 jóvenes que dejaron ese lugar para viajar a Siria, la mitad del total de suecos enrolados en el ISIS. Al menos 11 eran mujeres; otros 18 varones regresaron y están bajo custodia. Allí, en el barrio obrero de Angered, un chico que se llama Ahmed y había llegado a los tres años junto a su familia escapando de la guerra en Irak, fue rescatado por su madre y una trabajadora social apenas unos minutos antes de que viajara para unirse al ISIS.
La policía informó que Ahmed fue identificado en una mezquita local como un “rebelde en busca de causa”, en apenas seis o siete semanas le dieron lecciones de salafismo, la interpretación radical del Islam, y en unos pocos días más se alejó de sus amigos y comenzó a ver a su familia como “kuffar”, pecadores. De escuchar hip-hop y beber cerveza pasó a dejarse una larga barba, vestir una keffiyeh (camisón) y decir que todo lo occidental es “haram”, prohibido.
En la noche del último Año Nuevo la madre llamó desesperada a la trabajadora social que seguía el caso: “Se va, haga algo, todavía no cumplió los 18 años”. La policía se lo llevó, estuvo unos días en un instituto de menores y desde entonces permanece en “monitoreo permanente” de la familia. Ahmed ya tenía un contacto para ser recibido en Raqqa, la capital del califato del ISIS, entre Siria e Irak. Zan Jankovski, inmigrante y encargado de la seguridad de varios jóvenes en Gotemburgo explica la situación: “estos chicos son el producto del desempleo, de la falta de una integración real, de las imágenes de la guerra donde ven como matan a chicos como ellos y el creciente movimiento de neonazis que los persiguen en las calles de sus propios barrios”
Rick Coolsaet, experto belga en radicalismo de la universidad de Ghent, cree que, además, hay un elemento que él llama “coolislamismo”: “es un rasgo cultural de estos jóvenes –comenta- que mezclan los ritmos “gangsta” del rapero Tupac Shakur con el sufrimiento de los palestinos en la Franja de Gaza y la invasión estadounidense a Irak. Se alimentan de radicalismo islámico con las redes sociales. Son menos ideológicos que sus antecesores y se acercan más al extremismo por un sentimiento de pertenencia”.
En el caso de las chicas, apunta Daniel Koehler, del Instituto Alemán de Desradicalización, GIRDS, “muchas van detrás del “hombre real”, el “mujahaidin” (combatiente) que las rescate de una vida vacía en algún suburbio europeo”.
Las tres chicas londinenses, de unos 15 años, que se escaparon a Siria para casarse con milicianos del ISIS, es el ejemplo más emblemático. Khadiza Sultana se había enamorado de un chico de su escuela en el barrio de Bethnal Green, al este de Londres, que tenía contactos con otros más grandes y radicalizados. Ellos fueron los que la convencieron de que lo mejor para su vida era entregarse a un combatiente y “procrear muchos niños en el califato”. Su amiga Sharmeena Begum la siguió porque estaba enojada con su padre que había quedado viudo y se casó con una nueva mujer. La tercera, Amira Abase, pareciera no tener más justificativo que el de querer seguir a sus amigas mayores. Las cámaras de seguridad las mostraron pocas horas después cruzando con gran tranquilidad los controles del aeropuerto londinense de Gatwick para abordar un vuelo hacia Turquía. Desde entonces, se comunicaron algunas veces con sus familias para decir que estaban bien pero que pasaban algunas penurias y admitieron que “la vida en el califato no es tan feliz como lo habían imaginado” aunque aseguraron que ya no volverán atrás.
Christianne Boudreau, es una madre canadiense de la ciudad de Calgary que se pasó meses pegada a la computadora viendo videos del ISIS. Le repugnaba ver toda esa violencia pero quería encontrar allí una repuesta al porqué su hijo se había unido a los barbudos de las banderas negras y había muerto allí combatiendo con ellos. Damián, el chico, se crió aislado y metido en los videojuegos desde que el padre los dejó y ella tuvo que trabajar todo el día. Una noche, a los 17 años, Damián se quiso suicidar. Cuando salió del hospital dijo que había descubierto el Corán. Aunque la familia era cristiana, la señora Boudreau dio la bienvenida a la conversión de su hijo porque lo veía mucho mejor. Pero poco a poco se fue radicalizando. Hasta que le anunció a su madre que haría un viaje iniciático a Egipto. En la mañana del 23 de enero de 2013 aparecieron en la casa de Christianne dos agentes de los servicios de inteligencia canadienses para decirle que su hijo se había unido al grupo Jabhat al Nusra, la rama de Al Qaeda en Irak. Fue cuando se puso a ver los videos en forma obsesiva. Un año más tarde, el 14 de enero de 2014 un periodista la llamó para preguntarle si era auténtico el mensaje de Twitter que decía que Damián, ya para entonces un miliciano del ISIS, había sido ejecutado a las afueras de Aleppo por el Ejército Libre de Siria.
Meses más tarde, y como parte de su terapia de recuperación, Christine decidió contactarse con otras madres en la misma situación. El profesor Daniel Koehler la ayudó a organizar Hayat Canadá y Madres por la vida, dos ONG’s dedicadas a ayudar a las familias de chicos radicalizados en todo el mundo. Hace unos pocos días, con la firma de madres de siete países, lanzaron una carta que apela a la moral de sus hijos y de los líderes del ISIS. Lo hacen con un profundo conocimiento del Islam y les dicen que el Corán los obliga a apoyar y cuidar de sus madres y que ellas están “llenas de dolor y esperando su regreso”.
Hay unos 20.000 extranjeros enrolados en el ISIS, la gran mayoría proveniente de los países árabes. Aunque en las últimas semanas se conocieron informes de la “desilusión” de muchos de estos jóvenes que intentan regresar a sus países. Los servicios secretos europeos hablan de centenares que intentan confundirse con los refugiados que huyen de la guerra. Algunos que forman parte de “células dormidas” a la espera de hacer algún atentado y otros para abandonar su “aventura”. El ICSR, el Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización de Gran Bretaña, presentó un informe en el que habla de 58 “desertores” (51 hombres y siete mujeres de 17 países) que regresaron “asqueados por la violencia extrema o el maltrato de sus jefes en el ISIS”.
El profesor Daniel Koehler, explica desde Berlín, que hay posibilidades de trabajar tanto con los que se quieren ir a la jihad como los que regresan. “Es un enorme trabajo que hay que hacer. Tenemos que mostrarles a estos jóvenes que sus motivaciones de libertad, justicia y honor se pueden canalizar también aquí en sus nuevos países de Europa”, dice.
Y apunta que para esto es fundamental la labor de la familia. Por esa razón, dice, hay que trabajar en integración desde el primer día. Tenemos que trabajar ya con los que están llegando y atacar los males de todo esto en Medio Oriente”.
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