El terror es viral
Las
redes sociales y la TV replican los brutales crímenes del grupo
terrorista ISIS. En su libro “El retorno de la yihad”, el periodista
británico Patrick Cockburn revela la naturaleza de una guerra que se
libra también en la web.
Por:
Aníbal Mendoza
Los
noticieros difunden en horario central decapitaciones escenificadas
como rituales. Las redes sociales replican los lanzamientos al vacío
desde las terrazas o el incineramiento de hombres enjaulados. No hay
canal de información que no haya repetido hasta el domesticamiento del
espanto los fusilamientos de rehenes de batón naranja sacados de una
lista sábana de enemigos: infieles de todo cuño, herejes, militares,
apóstatas, homosexuales o el cartel que les adosen. El Estado Islámico
(ISIS, por sus siglas en inglés) irrumpe en la pantalla como una de las
tantas representaciones del mal en su formato de caricatura. Una
película de terror, deudora del cine clase B o del mito del snuff, si no
fuera por el hecho de que las escenas entrevistas son reales,
acicaladas por las herramientas de la ficción para multiplicar su efecto
sobre el espectador. Ocurren mayormente en Siria, en el norte de Irak y
ciernen su sombra sobre Occidente.
La masacre perpetrada en enero de este año en la redacción del semanario parisino Charlie Hebdo renovó la vigencia de la amenaza global del fundamentalismo islámico, aletargada, a ojos de los países centrales, tras la ejecución de Bin Laden por parte de un comando de elite de las fuerzas militares de Estados Unidos en mayo de 2011.
En estos cuatro años, sin embargo, grupos terroristas de diversa denominación, amuchados en principio bajo el velo fantasmal de Al Qaeda, siguieron en la brecha por cuenta propia. No sólo resistieron a la tentación de asumir su final proclamado sino que coparon la parada hasta reclamar la vanguardia de la yihad.
En el verano de 2014, el tablero de la política de Oriente Medio, fiel a su inercia del siglo XX, estalló de tal manera que sus esquirlas rebotan hasta la actualidad. Fue cuando los combatientes del Estado Islámico obtuvieron victorias espectaculares en contra de las fuerzas iraquíes, sirias y kurdas y lograron el control en buena parte del noreste de Siria.
El Día D fue el 10 de junio del año pasado, cuando el ISIS capturó la capital del norte de Irak, Mosul, luego de cuatro días de combate y plantó bandera el surrealista Califato de Al Baghdadi, el más reciente lado oscuro de la fuerza. Hasta nuevo aviso. “Siria no es para los sirios e Irak no es para los iraquíes. La Tierra es de Alá”, proclamó su líder para marcar el terreno que, por cierto, cubre un área mayor que Gran Bretaña y contiene a una población más grande que Dinamarca, Finlandia, Irlanda.
Los medios de todo el mundo se desayunaron con la primicia de que Oriente Medio contaba con un nuevo protagonista que no se conformaba con un papel de reparto en el conflicto geopolítico de la región.
El cuco no sólo asusta a los países de Occidente. El advenimiento del Ejército Islámico, en su puesta en escena de terror sofisticado y violencia decorada en isla de edición inspiró nuevos reacomodamientos de fuerzas y enroques de trinchera. Unió a rivales como Estados Unidos e Irán a partir de un miedo común a los fundamentalistas. Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo se plegaron a los ataques aéreos de la US Army por instinto de supervivencia y la amenaza a su status quo político en Oriente Medio, la mayor desde la invasión de Kuwait por Saddam Hussein en 1990.
¿Qué hay detrás de unas siglas que predican el uso del marketing de alta tecnología combinado con adscripción a un credo medieval, el odio a la modernidad, a la libertad de costumbres y otros tantos pecados?
El libro ISIS: el retorno de la yihad (Editorial Ariel, 2015) intenta aproximarse a un fenómeno que reclama una disección sin maniqueísmos. Su autor, Patrick Cockburn (Cork, Irlanda, 1950), colaborador del diario británico The Independent, cree que los líderes del ISIS son producto de una década de guerra en Irak y Siria. Sus triunfos vienen con denominación de origen: hombres bomba como táctica militar preponderante, pero eso apenas explica el éxito de su misión.
Para el experto en Oriente Medio, las cuatro guerras libradas en Afganistán, Irak, Libia y Siria en los últimos doce años han implicado la intervención extranjera abierta o encubierta en países divididos. La participación de Occidente, reclama el autor, exacerbó las diferencias existentes y forzó a las fuerzas hostiles a una guerra civil para dejar en el camino un tendal de muertos de toda procedencia. Todas las confrontaciones tienen un denominador común. Son guerras de propaganda, en las que la radio, la TV y los diarios desempeñan un rol fundamental. “La mitad de la yihad es mediática”, reza un eslogan en un sitio web extremista. Las ideas, las acciones y los objetivos de los fundamentalistas se transmiten a diario a través de TV satelital, Youtube, Twitter y Facebook, con sus incitaciones al odio de cristianos, sufíes y judíos, según desmenuza Cockburn. Sus habilidades en el uso de las comunicaciones modernas superan por mucho a la mayoría de los movimientos políticos existentes en el mundo. El registro visual del ISIS redobla el impacto político de sus acciones.
Mapas difuminados
En su ensayo, distinguido en 2014 con el British Journalism Award en la categoría de Periodismo Internacional, Cockburn aventura que los cien días de ISIS en 2014 marcan el fin de un período particular en la historia iraquí que comenzó con el derrocamiento de Saddam Hussein, producto de la invasión estadounidense y británica en marzo de 2003.
Su tesis es que la guerra con el terror emprendida por Estados Unidos y sus aliados a partir del 11-S ha fracasado porque no se dirigió al movimiento yihadista como un todo y, por encima, no tuvo como objetivo a Arabia Saudita y Paquistán, los sponsors principales del yihadismo como credo y como movimiento. Las intervenciones en Afganistán e Irak tampoco fueron, en el mejor de los casos, eficaces. La estabilidad en Oriente Medio no ha aumentado. El equilibrio de poderes cambia cada semana, al igual que las fronteras, lo que revela la magnitud del desastre.
En el medio del caos, el Ejército Islámico aparece como un artesano del miedo. Los videos de sus ejecuciones de soldados chiíes desempeñaron un papel, según el especialista, para atemorizar y desmoralizar al ejército regular iraquí, más poderoso y equipado, aunque diezmado de corrupción.
El resurgimiento de estos grupos no es una amenaza confinada a Siria, Irak y sus vecinos cercanos. Lo que está ocurriendo en estos países significa que 1.600 millones de musulmanes, casi una cuarta parte de la población mundial, resultará cada vez más afectada. “Es poco probable que los no musulmanes, incluyendo muchos en Occidente, no sean tocados por el conflicto”, conjetura el especialista, sin apoltronarse en el confort de la equidistancia. ISIS ha demostrado que peleará con cualquiera que no se adhiera a su variante intolerante, puritana y violenta del islam, una interpretación de la Sharía -la ley islámica- que incluye en todos los casos un Estado policíaco que prohíbe la libertad de expresión, asesina homosexuales, reprime a las mujeres y pregona la injerencia de la teocracia en todas las tramas de la vida social.
Un video del ISIS publicado durante la primavera de 2014 muestra a yihadistas extranjeros quemando sus pasaportes para demostrar un compromiso permanente con la yihad. La película tiene una confección y lenguaje profesionales de un blockbuster de Hollywood e incluso apela al mensaje aleccionador. Un canadiense, un jordano, un egipcio y un checheno hacen profesión de fe y lanzan advertencias. El enemigo está en todas partes y va por más. Un mensaje hacia Occidente que lo mira por TV.
La masacre perpetrada en enero de este año en la redacción del semanario parisino Charlie Hebdo renovó la vigencia de la amenaza global del fundamentalismo islámico, aletargada, a ojos de los países centrales, tras la ejecución de Bin Laden por parte de un comando de elite de las fuerzas militares de Estados Unidos en mayo de 2011.
En estos cuatro años, sin embargo, grupos terroristas de diversa denominación, amuchados en principio bajo el velo fantasmal de Al Qaeda, siguieron en la brecha por cuenta propia. No sólo resistieron a la tentación de asumir su final proclamado sino que coparon la parada hasta reclamar la vanguardia de la yihad.
En el verano de 2014, el tablero de la política de Oriente Medio, fiel a su inercia del siglo XX, estalló de tal manera que sus esquirlas rebotan hasta la actualidad. Fue cuando los combatientes del Estado Islámico obtuvieron victorias espectaculares en contra de las fuerzas iraquíes, sirias y kurdas y lograron el control en buena parte del noreste de Siria.
El Día D fue el 10 de junio del año pasado, cuando el ISIS capturó la capital del norte de Irak, Mosul, luego de cuatro días de combate y plantó bandera el surrealista Califato de Al Baghdadi, el más reciente lado oscuro de la fuerza. Hasta nuevo aviso. “Siria no es para los sirios e Irak no es para los iraquíes. La Tierra es de Alá”, proclamó su líder para marcar el terreno que, por cierto, cubre un área mayor que Gran Bretaña y contiene a una población más grande que Dinamarca, Finlandia, Irlanda.
Los medios de todo el mundo se desayunaron con la primicia de que Oriente Medio contaba con un nuevo protagonista que no se conformaba con un papel de reparto en el conflicto geopolítico de la región.
El cuco no sólo asusta a los países de Occidente. El advenimiento del Ejército Islámico, en su puesta en escena de terror sofisticado y violencia decorada en isla de edición inspiró nuevos reacomodamientos de fuerzas y enroques de trinchera. Unió a rivales como Estados Unidos e Irán a partir de un miedo común a los fundamentalistas. Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo se plegaron a los ataques aéreos de la US Army por instinto de supervivencia y la amenaza a su status quo político en Oriente Medio, la mayor desde la invasión de Kuwait por Saddam Hussein en 1990.
¿Qué hay detrás de unas siglas que predican el uso del marketing de alta tecnología combinado con adscripción a un credo medieval, el odio a la modernidad, a la libertad de costumbres y otros tantos pecados?
El libro ISIS: el retorno de la yihad (Editorial Ariel, 2015) intenta aproximarse a un fenómeno que reclama una disección sin maniqueísmos. Su autor, Patrick Cockburn (Cork, Irlanda, 1950), colaborador del diario británico The Independent, cree que los líderes del ISIS son producto de una década de guerra en Irak y Siria. Sus triunfos vienen con denominación de origen: hombres bomba como táctica militar preponderante, pero eso apenas explica el éxito de su misión.
Para el experto en Oriente Medio, las cuatro guerras libradas en Afganistán, Irak, Libia y Siria en los últimos doce años han implicado la intervención extranjera abierta o encubierta en países divididos. La participación de Occidente, reclama el autor, exacerbó las diferencias existentes y forzó a las fuerzas hostiles a una guerra civil para dejar en el camino un tendal de muertos de toda procedencia. Todas las confrontaciones tienen un denominador común. Son guerras de propaganda, en las que la radio, la TV y los diarios desempeñan un rol fundamental. “La mitad de la yihad es mediática”, reza un eslogan en un sitio web extremista. Las ideas, las acciones y los objetivos de los fundamentalistas se transmiten a diario a través de TV satelital, Youtube, Twitter y Facebook, con sus incitaciones al odio de cristianos, sufíes y judíos, según desmenuza Cockburn. Sus habilidades en el uso de las comunicaciones modernas superan por mucho a la mayoría de los movimientos políticos existentes en el mundo. El registro visual del ISIS redobla el impacto político de sus acciones.
Mapas difuminados
En su ensayo, distinguido en 2014 con el British Journalism Award en la categoría de Periodismo Internacional, Cockburn aventura que los cien días de ISIS en 2014 marcan el fin de un período particular en la historia iraquí que comenzó con el derrocamiento de Saddam Hussein, producto de la invasión estadounidense y británica en marzo de 2003.
Su tesis es que la guerra con el terror emprendida por Estados Unidos y sus aliados a partir del 11-S ha fracasado porque no se dirigió al movimiento yihadista como un todo y, por encima, no tuvo como objetivo a Arabia Saudita y Paquistán, los sponsors principales del yihadismo como credo y como movimiento. Las intervenciones en Afganistán e Irak tampoco fueron, en el mejor de los casos, eficaces. La estabilidad en Oriente Medio no ha aumentado. El equilibrio de poderes cambia cada semana, al igual que las fronteras, lo que revela la magnitud del desastre.
En el medio del caos, el Ejército Islámico aparece como un artesano del miedo. Los videos de sus ejecuciones de soldados chiíes desempeñaron un papel, según el especialista, para atemorizar y desmoralizar al ejército regular iraquí, más poderoso y equipado, aunque diezmado de corrupción.
El resurgimiento de estos grupos no es una amenaza confinada a Siria, Irak y sus vecinos cercanos. Lo que está ocurriendo en estos países significa que 1.600 millones de musulmanes, casi una cuarta parte de la población mundial, resultará cada vez más afectada. “Es poco probable que los no musulmanes, incluyendo muchos en Occidente, no sean tocados por el conflicto”, conjetura el especialista, sin apoltronarse en el confort de la equidistancia. ISIS ha demostrado que peleará con cualquiera que no se adhiera a su variante intolerante, puritana y violenta del islam, una interpretación de la Sharía -la ley islámica- que incluye en todos los casos un Estado policíaco que prohíbe la libertad de expresión, asesina homosexuales, reprime a las mujeres y pregona la injerencia de la teocracia en todas las tramas de la vida social.
Un video del ISIS publicado durante la primavera de 2014 muestra a yihadistas extranjeros quemando sus pasaportes para demostrar un compromiso permanente con la yihad. La película tiene una confección y lenguaje profesionales de un blockbuster de Hollywood e incluso apela al mensaje aleccionador. Un canadiense, un jordano, un egipcio y un checheno hacen profesión de fe y lanzan advertencias. El enemigo está en todas partes y va por más. Un mensaje hacia Occidente que lo mira por TV.
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