“El mundo árabe puede estar viviendo su propia Revolución Francesa”
Diario "Clarín". Buenos Aires, 12 de junio de 2011
HENRI ZOGHAIB PERIODISTA Y ESCRITOR LIBANÉSLas movilizaciones que están cambiando la fisonomía de los países árabes revelan también que la búsqueda de la democracia y la libertad no es algo nuevo en la historia De esas sociedades.
Un auténtico
personaje de novela este escritor y poeta libanés que representa una
tradición cultural hoy colocada en el epicentro del movimiento sísmico
que está cambiando la superficie del mundo árabe. Henri Zoghaib tiene
una columna regular en el diario más importante de su país, An-Nahar
(La Mañana), que es además el más difundido en lengua árabe junto al
egipcio Al Ahram. Es también un popular comentarista en la radio más
escuchada de Beirut, La Voz del Líbano, y académico de la Universidad
Libanesa de Beirut. Tradujo al árabe 34 libros del francés y el inglés
que fueron publicados además en París, Bagdad y Washington. Estuvo en
Buenos Aires invitado por la UNTREF, para participar del seminario
internacional “Cambios en el mundo árabe. Perspectivas académicas sobre
acontecimientos locales con repercusiones globales”.
Zoghaib
habla de cómo se está descorriendo un telón sobre la vida de sociedades
que adquieren nuevas fisonomías y lo hace utilizando abundancia de
metáforas e imágenes poéticas, acaso encontrando en ellas el puente para
salvar distancias culturales, religiosas o geopolíticas. Destaca,
además, la presencia de intelectuales, escritores y poetas en las
movilizaciones que ya han provocado la caída de dictaduras y regímenes
autocráticos en el Norte de Africa y Oriente Medio y no se sabe aún
cuándo y cómo se detendrán: “Tenemos tal vez por primera vez en el mundo
árabe contemporáneo -dice- más preguntas que respuestas. Eso es lo
fascinante y también lo preocupante de este momento”. ¿Podemos calificar como “revoluciones democráticas” los movimientos que han empezado a conmover a gran parte del mundo árabe en los últimos meses? No es todavía posible definir lo que está pasando como una -o como varias- revoluciones. Tampoco es posible saber a ciencia cierta si el destino final, la consecuencia previsible, de toda esta gran conmoción será la existencia de regímenes democráticos en todas partes. Lo que hemos visto hasta ahora es una gran revuelta de los pueblos; inimaginable para muchos, no tan inesperada para otros que ya venían observando su gestación. Son millones de personas en las calles reclamando el fin de los regímenes autoritarios que parecían inamovibles, sublevadas frente a sistemas de opresión que durante muchos años, si no siglos, les han impedido desarrollar sus culturas y sus propias formas de gobierno. Millones de personas que con una fuerza increíble y pacífica reclaman más libertad y respeto por sus derechos.
¿Es posible hablar de un mismo fenómeno de revueltas, o estamos acaso frente a un efecto contagio entre países y sociedades muy distintos unas de otras? Sabemos cómo empezó todo esto, con esa primera chispa que encendió la mecha del reguero de pólvora, que fue la autoinmolación del joven Mohamed Bouazizi en Túnez. Nadie creía que esa inmolación desencadenaría estos disturbios que siguieron en Argelia, Egipto, Marruecos, Libia, Siria y otros países del mundo árabe hasta el día de hoy. Pero siempre es así: aparece una grieta en el suelo reseco a través de la cual de repente empieza a manar el agua. Y una vez que el agua mana, empieza a surgir por todas partes y descubrimos que había ríos subterráneos debajo del desierto. Pero permítame que le haga una observación. El 14 de marzo de 2005, en el momento en que todo el mundo árabe estaba adormecido bajo estos regímenes, contra su voluntad y aplastados, y nadie podía salir a hacer una manifestación en la calle, tanto en Yemen, como en Siria o en Libia, hubo un millón de manifestantes en Beirut después del asesinato del primer ministro Rafik Hariri, que se reunieron en la gran plaza para repudiar ese magnicidio y reclamar la retirada del ejército sirio del Líbano. Fue una primera chispa de las manifestaciones populares que empezaron a multiplicarse ahora tras la injusta muerte del joven tunecino.
Usted habla de “un río subterráneo” que estaba gestando esta gran convulsión. ¿No era entonces solamente la crisis de estas viejas dictaduras lo que provoca su caída? Era algo que se preparaba, pero esperaba el momento oportuno para aflorar en la superficie; puede ser un incidente, un accidente, un discurso, para poder penetrar por un solo punto. Hace falta una circunstancia determinada para que se desencadene. Pero si me pregunta por el mar de fondo, le digo que lo que podría parecer una crisis de regímenes en la mayoría de los países del mundo árabe, no es otra cosa que una crisis existencial, que se arrastra desde hace décadas, siglos incluso.
¿A qué se refiere? La esencia de la crisis no se relaciona con el pensamiento árabe en sí, sino más bien con el contexto sociopolítico que sofocaba y censuraba cualquier eclosión de libertad.
¿A qué otro momento de la historia puede compararse el actual para estos pueblos? Creo que el mundo árabe puede estar viviendo su propia Revolución Francesa: caen -o empiezan a caerse- regímenes que ya no son admitidos como legítimos por sus pueblos; hay también una tendencia hacia regímenes más laicos, aunque no podemos saber a ciencia cierta si esa tendencia democrática y laica prosperará, irá para un lado o para el otro. Porque el Islam está en el centro del poder político secular. No se podrá disociar el Islam del poder secular, pero ¿el Islam pesará tanto como antes o como pesaba hasta hace poco? Es una incógnita. Estamos apenas en los comienzos de algo nuevo y distinto.
Usted recuerda la Revolución Francesa. ¿Es posible compararlo también con la caída del Imperio Otomano, que dio paso a los nacionalismos contemporáneos? Por supuesto. La parábola de la caída del imperio otomano es acertada. Como también la caída del imperio árabe en Andalucía, en 1492. Tras la caída del imperio otomano, hacia fines de la Primera Guerra Mundial, las potencias occidentales entraron como mandatarias para cambiar el statu quo árabe de la división tribal a la unidad políticosocial, previendo el reparto de Oriente Medio – entre el Mar Negro, el mar Mediterráneo, el Mar Rojo, el Océano Índico y el Mar Caspio – en zonas de influencia mutua con el fin de dominar las reivindicaciones otomanas. Pero con el establecimiento de los nuevos estados árabes el nacionalismo -que habría podido ser la solución- no pudo plasmarse como un verdadero movimiento de liberación nacional ni a nivel de los países del Levante ni en los niveles locales de cada país.
¿Sería entonces lo de ahora una continuidad de aquellos nacionalismos que quedaron en el camino? Lo que vemos es que la Edad de Oro de la cultura árabe fue un poco aplastada en estos últimos decenios por los regímenes políticos. Retomará su florecimiento una vez que estos regímenes políticos autócratas caigan. La cultura árabe dio mucho a la cultura mundial, no sólo occidental. Y no fue por las guerras de conquista o las invasiones. Ahora será una fuente de inspiración importantísima, en todos los ámbitos: en la filosofía, la poesía, las artes, el cine, el teatro, el pensamiento.
¿Qué rol tiene en todo esto la tecnología de la comunicación? Principal. Miremos lo que está ocurriendo en Siria: hace treinta años, el presidente Hafiz al-Assad demolía cualquier oposición o manifestación en contra. Hoy, su hijo ya no puede acallar esas voces. El régimen busca controlar la información, pero hasta un chiquito de 10 años con su celular puede sacar fotos y divulgarlas por todas partes. De modo que la tecnología desempeña un gran papel en estas manifestaciones. La globalización englobó e interconectó todo.
Se lee a veces “globalización” como “occidentalización”. ¿Le molesta? A mí no me molesta decir globalización u occidentalización. Pero no se entiende lo que está ocurriendo si se utilizan esos parámetros. Es necesario desembocar en democracias en el mundo árabe. Pero debemos ser amplios y cautelosos respecto de los cambios en curso. No se espere que exista un solo camino ni que los resultados sean los que los ojos occidentales quieren ver. Lo digo y lo pienso desde el Líbano, que es un caso único y dramático de un país que ha logrado tener una democracia, rodeado de guerras a su alrededor y en su interior que lo desangraron varias veces. El Líbano fue un refugio de los rebeldes de todo el mundo árabe, de pensadores libres que encontraban un oasis de libertad de expresión. Ahora, esa llama de libertad se enciende en otros países de la región. Un amigo poeta en Bagdad me decía: “Lo que más me gusta del Líbano es que hay un señor que se llama el “ex presidente””. En el mundo árabe nunca hubo “ex presidentes”. Siempre estaba el presidente vitalicio, que llegaba para quedarse para siempre.
Copyright Clarín, 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario