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jueves, 12 de marzo de 2015

EE.UU. E IRÁN. 2015. ALGO MÁS QUE UNA DISCREPANCIA CON ISRAEL.

Diario "Clarín". Buenos Aires, 7 de marzo de 2015

E.UU. e Irán: algo más que una discrepancia con Israel

Panorama Internacional
Washington busca consstruir con Teherán un puente que le ayude a cerrar el conflicto en Afganistán y que mantenga bajo control a Irak y a Siria evitando la anarquía regional. La vision es de varias potencias balanceandose en la región. De eso se trata lo que se negocia y de esa detente es la que irrita y preocupa a los iraelíes
Marcelo Cantelmi

En el preciso momento que el premier israelí Benjamin Netanyahu descargaba su catilinaria en Washington contra Barack Obama y las negociaciones con Irán, en Irak una escena desnudaba hasta qué punto la realidad se impone a sus protagonistas. Allí, en la gigantesca batalla que ha comenzado para recuperar la ciudad de Tikrit de manos de la banda integrista ISIS, tropas iraníes iniciaron su avance con mucho más que una simple cobertura aérea norteamericana. Hay treinta mil soldados en ese asalto estratégico, de los cuales dos tercios son milicianos armados y respaldados por Teherán que despachó a la zona al líder de la Fuerza Quds, el mayor general Qasem Suleimani.
El hecho tiene una importancia actual evidente. Pero no es la primera vez que estas veredas opuestas se vinculan en público o clandestinamente. Sucedió incluso cuando George W. Bush ocupaba el sillón de la Casa Blanca e iraníes y norteamericanos unían intereses contra Al Qaeda o los Taliban, aunque no dejaran de mostrarse los dientes. La política exterior, se ha dicho, es el arte de establecer prioridades.
Estos sucesos no necesariamente son contradictorios. Constatan, en cambio, la profundidad de los cambios geopolíticos que experimenta esta etapa y de qué modo las necesidades definen las posibilidades. Horas antes de la exposición de Netanyahu, el jefe del Estado Mayor Conjunto norteamericano Martin Dempsey elogiaba en el Senado en Washington “como positivo” el involucramiento militar iraní en ese frente. Y expertos como el ex asesor de Obama, Valir Nsr, hoy en la Johns Hopkins, decía a The New York Times que la estrategia norteamericana en Irak si algún éxito tuvo “fue largamente debido a Irán”, cuyo gobierno actual en Bagdad como el anterior sigue siendo parte del riñón de Teherán.
Este proceso no se explica meramente por la amenaza creciente y superadora del ISIS que ha tomado la delantera en el interés público. La crueldad de esa organización terrorista no quita que se trata de una banda de aventureros que articula con muchos de los poderes regionales, una estrategia que apenas enmascara su retórica apocalíptica. Coherente con esa línea, ha venido concentrando su mayor capacidad de daño sobre blancos excluyentes del mapa iraní. Como ellos se asumen como sunnitas y los persas son shiítas, eso ha dado sustento a la idea un tanto elemental de que estamos frente a una guerra religiosa. Lo cierto es que lo que por ahora hace a esa entidad impermeable a la supuesta coalición occidental y árabe que la ataca, es la respuesta a una pregunta obvia: por qué alguien destruiría a un eficiente enemigo de mi enemigo. De hecho y por eso mismo, el ISIS o Estado Islámico o Daesh, como se lo conoce en árabe, al revés de lo que se supone, figura bastante lejos en la lista de prioridades de las potencias.
En las negociaciones centrales de este mes, EE.UU. al frente del G-5 más uno, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania, dio el primer paso a una estrategia que pretende habilitar a un puñado de potencias en la región que se balanceen entre ellas. Irán e Israel son dos de ellas. Turquía y Arabia Saudita completan el racimo. Ese destino encaja con la visión de la teocracia persa que busca un renacimiento a partir de la caída de las sanciones que asfixian su economía. Pero el cuadro estremece al resto de esos jugadores.
EE.UU. busca construir con Teherán un puente que le ayude a cerrar el conflicto en Afganistán y que mantenga bajo control a Irak y a Siria evitando una disolución total de esos estados. Y entonces sí, neutralizar las apetencias lunáticas del ISIS. De ese modo, conjura el riesgo de ataques terroristas en su territorio y contra sus intereses y pone distancia de Oriente Medio para centrarse en el “rebalance asiático”, el pivot de la demorada doctrina de seguridad, económica y política de EE.UU. Para que esto funcione necesita que Teherán repliegue parte de su estructura nuclear. Es claro que a Israel no lo abruma tanto esa iniciativa que describe como “una amenaza existencial”, sino el significado extraordinario de una detente de esta magnitud entre su aliado norteamericano y el régimen de los Ayatollahs. Es lo mismo que quita el sueño a los sauditas.
Netanyahu usó este conflicto en Washington para hacer campaña. Y lo hizo con la exageración conocida, porque los sondeos anticipan un posible mal momento para la continuidad de su coalición frente a la alianza socialdemócrata que encabezan el laborista Isaac Herzog y la centrista Tzipi Livni. Pero su mensaje en el Capitolio tiene una dimensión que no debería descuidarse. Hubo ahí un enorme coro de legisladores republicanos que ovacionaron 15 veces de pie la durísima invectiva que sostuvo que un no acuerdo con Irán es el mejor acuerdo. El dato revela el difícil sendero que acecha a Obama en su propio espacio para llevar adelante esta delicada negociación. Nada diferente a lo que experimenta el gobierno iraní. Su colega Hasan Rohani convive con una mayoría electoral y una minoría institucional. Ni el Parlamento ni los principales estamentos del Poder Judicial le responden pese a que la economía ha mejorado por el alivio de algunas de las barreras comerciales. En esos dos poderes se estancó gran parte del pensamiento del régimen ultra de Mahmud Ahmadinejad que lo precedió. Ese dirigente fue quien, como un Fidel Castro en miniatura, intentó en sus dos mandatos convertir las sanciones en un pretexto de fervor nacionalista y antiimperialista con el agregado de un feroz antisemitismo para mantener bajo su liderazgo a un país abatido por una pésima gestión económica.
Ese conflicto de poderes desmentiría, de paso, el supuesto insistente en Argentina respecto a que Teherán no cumplió su parte y se habría negado a ratificar en el Parlamento el controvertido memorandum que la Casa Rosada negoció con Ahmadinejad. Ese trámite no hubiera tenido objeciones de parte de la Asamblea. Pero sucede que en Irán este tipo de convenios son asumidos como un entendimiento entre poderes ejecutivos y, reglamentariamente, no se contempla que los acompañe ningún aval legislativo. Es, además, conocido que por encima de sus diferencias el memorándum con Argentina por la AMIA ha sido defendido por todos los sectores políticos iraníes detrás del interés de liberar a sus funcionarios de la persecución de Interpol. Se trata de una llave tan apreciada que es con la que Ahmadinejad intentó sin suerte abrir el camino a su candidatura para un tercer mandado. En ese esfuerzo obtuvo la mano oportuna de su aliado Hugo Chávez quien hizo las gestiones ya conocidas con Argentina.

Copyright Clarín, 2015.

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