Diario "La Nación". Buenos Aires, 14 de diciembre de 2003.El mundo
El mundo baila con Strauss
Leo
Strauss, un filósofo de origen alemán fallecido en 1973, es el
inspirador del ala dura de la administración Bush y de los
neoconservadores norteamericanos. Cómo sus ideas están cambiando a los
Estados Unidos y al mundo
NUEVA YORK
Dejó escrito Pascal que si Cleopatra hubiera tenido una nariz más corta
habría cambiado la faz del mundo. Al leer las docenas de artículos que
estos últimos meses se han dedicado a la influencia del pensamiento de
Leo Strauss (1899-1973) en la política exterior estadounidense, uno no
puede dejar de preguntarse si el mundo hoy también sería distinto en el
caso de que algunos straussianos no ocuparan posiciones clave en la
administración Bush.
La historia del straussianismo, la historia de los discípulos y de los
discípulos de los discípulos de Strauss, norteamericano de origen
alemán, es la historia de una gran persuasión.
La persuasión del gobernante y la búsqueda del consentimiento a través de la mentira son precisamente, para Strauss, condiciones indispensables para que la "alta política" (la que buscan favorecer los "sabios", la que ha de permitir instaurar el "mejor régimen") llegue a buen puerto. Maestros en el arte de crear prejuicios y expertos en las técnicas de legitimación, los straussianos han conseguido cambiar en profundidad --y no sólo en el ámbito de la política exterior-- el discurso conservador estadounidense. Y lo han podido hacer gracias al soporte financiero de las grandes corporaciones que, a través de fundaciones como Olin, Sarah Scaife, la Bradley o el American Enterprise Institute (AEI), han sufragado con cientos de millones de dólares no sólo la publicación y difusión de los libros y revistas que han promovido sus ideas, sino también los numerosísimos departamentos universitarios que ocupan y los "laboratorios de ideas" que controlan (los famosos think tanks, que son un vínculo privilegiado entre la reflexión académica neoconservadora y la agenda política republicana, en la que desempeñan un papel determinante).
En buena parte gracias a la eficaz actuación de estos think tanks el pensamiento de Strauss ha sido, desde la era Reagan, una de las principales fuentes de la renovación de la cultura política del conservadurismo norteamericano. No debería olvidarse que antes de la "guerra contra el terror" se produjo, en el interior de los Estados Unidos, lo que se conoció como la "guerra de la cultura". Y que, en esta guerra, los straussianos ya llevaron la voz cantante.
Diagnóstico
La "primera generación" de straussianos, con Allan Bloom (fundador en 1984 del centro de estudios de la fundación Olin y discípulo dilecto de Strauss) al frente, rearmaron el pensamiento conservador dotándolo de unos argumentos que iban más allá de la adhesión cerril a los valores tradicionales y de la defensa economicista del libre mercado.El cierre del intelecto americano (1987), de Bloom, un best-seller de larga duración que algunos straussianos recomiendan aún hoy, ofrecía, a través de un análisis de la cultura universitaria norteamericana, un diágnóstico de los Estados Unidos y una terapia. El diagnóstico era pesimista: el régimen norteamericano estaba, desde los 60, en una crisis cultural y moral profunda. El pensamiento "nihilista" y el abuso que los liberales hacían de la "neutralidad de Estado" habían llevado a los Estados Unidos al borde del abismo. Se imponía una terapia drástica. En el terreno académico, esta terapía prescribía, en clara polémica con el "multiculturalismo", una vuelta a los clásicos, a la lectura de las "grandes libros" de la tradición de Occidente. Este programa tenía también una clara traducción política. En su punto de mira estaban la eliminación de las políticas de "discriminación positiva" de las minorías, el cierre del grifo de las subvenciones a la cultura "corruptora" de los jóvenes, la defensa institucional de los valores religiosos, la implantación de una interpretación restrictiva de la libertad de expresión y el recorte del Estado del bienestar y de los derechos de la mujer. Desde la era Reagan se han multiplicado, bajo el patrocino de fundaciones como Olin, Bradley o AEI, las publicaciones e iniciativas que han legitimado, cuando las circunstancias políticas lo han permitido, la implementación progresiva de aquel programa.
Libros como los de Dinesh d´Souza o Charles Murray sobre el racismo, los de Christina Hoff Sommers contra el feminismo o los de Lynne Munson sobre la política cultural han desempeñado un importante papel en este proceso.
Gracias a los straussianos, el conservadurismo, desde los 60 a la defensiva, pudo pasar al ataque. En su nuevo juego pudo percibirse un significativo cambio de discurso. La cotización del discurso neoliberal a la Hayek o a la Friedman y las apologías del "Estado mínimo", fueron a la baja. La crítica del Estado de bienestar continuó formando parte del discurso neoconservador, pero dejó de ponerse el acento en sus efectos sobre la economía para centrarse en sus consecuencias políticas y morales. La "neutralidad" de Estado, antes tan valorada como garantía del libre mercado, pasó a ser vista más como un problema que como una solución.
Las lecciones de Strauss, y las de su protector Carl Schmitt, empezaban a ser escuchadas. Para Schmitt y Strauss, contrarios a los planteamientos economicistas, la esencia del Estado es política y la política se basa en la oposición entre amigo y enemigo. De acuerdo con ello, el Estado debe promover, tanto en el exterior como en el interior, la oposición entre "nosotros" y "ellos" y fundamentar su unidad en la toma patriótica de partido. Este discurso ha tomado un nuevo impulso tras el 11 de septiembre de 2001. Las iniciativas que pretenden limitar la libertad de expresión y de cátedra en nombre del patriotismo, lideradas por la historiadora y esposa del actual vicepresidente Lynn Cheney, son los últimos episodios de una guerra de la cultura que ya es indiscernible de una cultura de la guerra que también ha crecido a la sombra de Strauss.
Durante la administración Clinton, muchos neoconservadores desalojados del poder y afines a los planteamientos straussianos encontraron refugio en las fundaciones neoconservadoras. Acababa de terminar la Guerra Fría y los think tanks se pusieron a analizar el nuevo orden internacional. En la Olin Fundation se debatió sobre el "fin de la historia", un viejo tema de debate entre el filosofo francés de origen ruso Kojève y Strauss, que puso sobre la mesa Francis Fukuyama, discípulo de Bloom. Y luego, vía Samuel Huntington, se habló del "choque de civilizaciones".
Cambio de regímenes
Por su parte, algunos miembros del AEI y de otras fundaciones neoconservadoras pusieron en marcha el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) que, ya a fines de la era Clinton, propuso al entonces presidente las bases de lo que ha acabado siendo la política unilateral de la administración Bush. Entre sus propuestas también estaba la de provocar un cambio de regímenes en cadena en Medio Oriente, empezando por Irak.Con Bush, muchos de los straussianos que hallaron cobijo en las fundaciones neoconservadoras volvieron a ocupar lugares clave en la administración y particularmente en el Pentágono. En una conferencia pronunciada hace unos meses en el AEI, Bush, tras elogiar a los cerebros del instituto como a los mejores de la nación, destacó los grandes servicios que algunos estaban ofreciendo desde sus cargos gubernamentales. Si de algo no cabe duda es de que su política exterior está profundamente marcada por la influencia de estos cerebros y por el 11-S, el "nuevo Pearl Harbor" al que los documentos del PNAC aludían, ya a fines de los 90, como oportunidad para que su proyecto pudiese llevarse a cabo. Basta recordar tres nombres para percatarse: Irwing Kristol, Paul Wolfowitz y Abram Shulsky.
Irwing Kristol, el "padrino de los neoconservadores", ha reconocido siempre de buen grado la influencia de Strauss sobre el pensamiento de los neoconservadores en general y sobre el suyo en particular. Es el presidente del PNAC y padre de William Kristol, director de The Weekly Standard, propiedad del multimillonario Rupert Murdoch que, desde las múltiples y multinacionales publicaciones de su propiedad, ha apoyado el giro belicista de Bush y de Blair. Kristol senior, junto con Robert Kagan, con quien ha publicado algún libro, ha sido uno de los principales propagandistas del belicismo. Estudió con uno de los profesores más destacados de la escuela straussiana, Harvey Mansfield (Universidad de Harvard), un entusiasta de la "Patriot Act" que, tras el 11-S, limitó los derechos individuales de los ciudadanos estadounidenses y dio poderes extraordinarios al presidente.
Aunque no haga bandera de su straussianismo, Wolfowitz, número dos del Pentágono, mantuvo una estrecha relación con Bloom y asistió, en Chicago, a un par de cursos de Strauss. Miembro del PNAC y del AEI, amigo de ilustres straussianos del mundo universitario, es considerado el gran promotor de la actual política americana en Medio Oriente. Hace meses dio una lección implícita de teoría política straussiana en unas sonadas declaraciones a Vanity Fair en las que reconocía que lo de las armas de destrucción masiva era una "verdad burocrática" destinada a buscar el consentimiento de quienes nunca hubieran aceptado asumir las causas reales de la guerra. Con estas declaraciones, Wolfowitz jugaba con una idea típica de Strauss y sus seguidores, la que da por sentado que, a partir de la distinción entre una "agenda abierta" y una "agenda oculta", la "alta política" exige y legitima el recurso al engaño.
En el apartado bibliográfico del currículum de Shulsky se encuentra una contribución al volumen Strauss, the straussians and the Study of American Regime. En ella, Shulsky puso en entredicho los métodos de trabajo de los servicios secretos y subrayó, sobre la base de la filosofía de Strauss, que las agencias de espionaje no deben olvidar que el engaño es la norma de la política. Tras el 11-S, Donald Rumsfeld fundó la Oficina de Planes Especiales con la misión de buscar información sobre las intenciones hostiles de Irak y sus vínculos con el terrorismo. Y Shulsky fue nombrado director de esta oficina.
En un artículo aparecido hace meses se afirmaba que los neoconservadores bailan el vals de Strauss. Puede decirse que, con ellos, lo baila el mundo. .
Por Josep María Ruiz Simón LA NACION y El Mundo
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