Diario "La Nación". Buenos Aires,Jueves 14 de octubre de 2010 |
¿Se aproxima el fin del libre comercio?
El proteccionismo y las guerras cambiarias fueron nefastos en la década de los 30. No debemos repetir los mismos errores hoy
El desempleo y un débil crecimiento de la economía han convertido a
Estados Unidos en terreno fértil para un nuevo sentimiento
proteccionista que evoca el período de la Gran Depresión, cuando se
levantaron aranceles proteccionistas, al principio con el argumento de
proteger a los agricultores estadounidenses, pero que trajeron como
consecuencia más daños que beneficios.
Entonces, ¿se está preparando EE.UU. para volver a levantar sus puentes levadizos?
Sirve empezar con un análisis claro de la ley Smoot-Hawley, que elevó los aranceles en 1929 y fue sólo uno de los errores cometidos en la era de la Depresión, ni siquiera el que tuvo las consecuencias más negativas.
Cuando se le preguntó si Smoot-Hawley provocó la Gran Depresión, el economista de la Universidad de Chicago y ganador del premio Nobel Milton Friedman contestó: "No. Creo que la ley Smoot-Hawley fue una mala ley. Creo que causó daño. Pero la ley Smoot-Hawley por sí sola no hubiera dejado a un cuarto de la fuerza laboral sin empleo".
Tal como demostró el propio trabajo de Friedman, la provisión de dinero y los precios internos habían caído un tercio durante la Depresión, en gran parte debido a un patrón oro que no funcionaba bien y a una política monetaria inepta por parte de la Reserva Federal. Estas fueron las causas fundamentales del descalabro económico.
La ley Smoot-Hawley no tuvo un gran impacto macroeconómico porque en el momento en que fue promulgada, a diferencia de hoy, EE.UU. no estaba muy abierto al comercio internacional. Sin perjuicio de lo anterior, la ley Smoot-Hawley tiene muy bien ganada su nefasta reputación. Llegó en el momento equivocado y se basó en un juicio erróneo de la realidad. Al final, el tiro salió por la culata.
La ley originalmente fue propuesta para ayudar a los agricultores estadounidenses, quienes experimentaron un largo período de dificultades después del auge de la Primera Guerra Mundial. Los bajos precios agrícolas causaron severos problemas financieros y morosidad en los pagos de hipotecas.
Para que pareciera que hacía algo para ayudar a los agricultores, el Congreso optó por fijar aranceles de importación más altos. El problema fue que la mayoría de los agricultores exportaba sus cosechas y el mercado mundial determinaba los precios que recibían. Los aranceles más altos sobre la cantidad trivial de importaciones no los ayudaron en nada.
Lo que es peor, el Congreso no limitó los nuevos aranceles a los productos agrícolas y, en su intento por complacer los intereses internos, las autoridades pasaron por alto una cosa: la reacción internacional y su impacto sobre las exportaciones estadounidenses.
Los socios comerciales de EE.UU. estaban indignados por el hecho de que el país más rico del mundo pusiera obstáculos que afectaban su capacidad de obtener los dólares que necesitaban para pagar deudas y realizar los pagos de reparación de la Primera Guerra Mundial. No se quedaron de brazos cruzados. Canadá, el mayor mercado para las exportaciones de EE.UU., impuso aranceles contra productos estadounidenses y, esencialmente, le cedió el mercado a los británicos. Quizás se crearon unos pocos empleos en EE.UU. al bloquear las importaciones, pero se perdieron muchos más cuando se esfumó la demanda externa de productos estadounidenses.
Es muy poco probable que EE.UU. regrese a una política como la de Smoot-Hawley. El país está mucho más integrado en la economía mundial y la mayoría entiende que los trastornos comerciales serían mucho más costosos.
Al parecer, EE.UU. ha aprendido algunas lecciones de su historia.
En primer lugar, las restricciones a las importaciones rara vez logran las metas que se proponen. La ley Smoot-Hawley terminó por perjudicar a los agricultores estadounidenses.
Aunque algunos sostienen que aplicar sanciones comerciales a China crearía empleos en EE.UU., el efecto más probable es que esos empleos se desplazarían a otros países en vías de desarrollo con bajos salarios.
Lo que es más importante: hemos aprendido a tener en cuenta la posibilidad de represalias contra las exportaciones estadounidenses. China es una potencia en ascenso cuya ideología marxista ha dado paso a un nacionalismo cada vez más enérgico. No se quedaría de brazos cruzados si se convirtiera en el blanco directo de restricciones comerciales.
La ley Smoot-Hawley sigue siendo un importante ejemplo de lo que no hay que hacer. Pero hay otras lecciones, más sutiles, que se desprenden de los errores de la Gran Depresión y son más relevantes para los problemas de hoy.
El momento decisivo para la política comercial en la era de la Depresión no fue cuando el presidente Herbert Hoover firmó la ley en junio de 1930, sino cuando algunos países abandonaron el patrón oro y otros no lo hicieron en septiembre de 1931. Esa divergencia desató una guerra comercial, ya que los países que conservaron el patrón oro comenzaron a restringir las importaciones de los países que permitían la depreciación de sus monedas.
En investigaciones que realicé con Barry Eichengreen, el economista de la Universidad de California, en Berkeley, descubrimos que durante la década de los 30, los países usaron políticas monetarias expansivas y proteccionismo comercial como sustitutos el uno del otro. Los países que se aferraron al patrón oro fueron obligados a mantener políticas monetarias estrictas. Ya que no podían imprimir dinero para contrarrestar las fuerzas deflacionarias que habían tomado control de la economía mundial, impusieron aranceles más altos, cupos de importación y controles cambiarios para restringir las importaciones. Las barreras a las importaciones fracasaron por completo en su intento por reactivar sus economías y estos países sufrieron una larga depresión.
Los países que abandonaron el patrón oro y permitieron la depreciación de sus monedas, en cambio, no tuvieron que recurrir a medidas proteccionistas. Usaron la política monetaria para poner fin a la deflación y restaurar el crecimiento económico. Puesto que la expansión monetaria estimuló el crecimiento, también ayudó a las economías de los países vecinos.
Aquí es donde encontramos la conexión crucial a nuestra situación actual, con la posibilidad de una guerra comercial motivada por las cotizaciones de las monedas.
Si todos los bancos centrales intervinieran en los mercados cambiarios para reducir el valor de sus monedas, ninguno tendría éxito en su intento de alterar el tipo de cambio nominal, pero sería el equivalente a una relajación mundial de la política monetaria. Una postura monetaria más expansiva fue clave para acabar con la Depresión en los años 30. Si hubiera sido coordinada para que las tasas de cambio no variaran de forma abrupta, el proteccionismo se podría haber mantenido bajo control.
Por otro lado, si algunos países intervienen de forma unilateral -algo de lo que con razón se la acusa a China- los tipos de cambio nominales se ven afectados y los productos con precios en yuanes se vuelven más asequibles cuando se compran con dólares o euros. La experiencia de los años 30 muestra que este tipo de situación genera disputas comerciales y puede desatar una respuesta proteccionista.
Entonces, ¿qué puede hacerse para que EE.UU. no tome medidas contra países que deprecian sus monedas? La herramienta más importante para resistir el sentimiento proteccionista en los años 30 fue una política monetaria que promovió el crecimiento económico. Si los temores deflacionarios cedieran y el empleo creciera con más rapidez, la presión de una respuesta proteccionista de Washington se disiparía.
Cuando la economía tiene un buen desempeño, las disputas cambiarias pasan a segundo plano. La gran preocupación es que una política monetaria expansionista conduzca a una inflación sin control que destruya la fe en el dólar.
Ese tipo de temores podrían justificarse en épocas con pleno empleo, pero cuando hay problemas considerables en la economía y el desempleo sigue siendo alto, la política monetaria puede ayudar a aumentar la producción antes de que provoque precios altos.
Si la Fed actuara de forma más decisiva, no sólo ayudaría a la economía sino que también contribuiría a evitar medidas proteccionistas que provocarían daños económicos duraderos.
-Douglas A. Irwin, profesor de economía de la Universidad de Dartmouth, es autor de "Peddling Protectionism: Smoot-Hawley and the Great Depression", que será publicado en febrero, y "Trade Policy Disaster: Lessons from the 1930s", que será publicado dentro de un año. .
Por Douglas A. Irwin
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