Diario "La Capital". Rosario, Miércoles, 14 de marzo de 2012
El fin de una misión fracasada
Por Antonio Caño / El País (Madrid). Aunque el Pentágono prometió mantener el calendario y los planes previstos en Afganistán, la matanza ocurrida el domingo pasado fulmina cualquier esperanza de una evolución positiva de la guerra y convierte definitivamente la presencia militar de la Otán en una invasión odiosa que será necesario acortar lo máximo posible.
Por Antonio Caño / El País (Madrid)
Aunque el Pentágono prometió mantener el
calendario y los planes previstos en Afganistán, la matanza ocurrida el
domingo pasado fulmina cualquier esperanza de una evolución positiva de
la guerra y convierte definitivamente la presencia militar de la Otán en
una invasión odiosa que será necesario acortar lo máximo posible. Cómo
hacerlo sin perder la cara y sin entregar precipitadamente el país a los
talibanes es la gran duda que en estos momentos envuelve a los centros
de decisión en Washington, especialmente a la Casa Blanca.
Barack Obama, el comandante de las fuerzas armadas de
Estados Unidos, había diseñado una estrategia de retirada paulatina que
le permitiera llegar a las elecciones de noviembre en un clima de
relativa estabilidad militar sobre el terreno y un horizonte de
conclusión del conflicto de forma ordenada.
La ilusión de una victoria había desaparecido hacía
tiempo. Los objetivos de la misión habían sido rebajados
considerablemente. Ya no se contaba con la derrota de los talibanes ni
con la reconstrucción o la democratización de Afganistán. Contra la
opinión de la oposición republicana, Obama había fijado la fecha de 2014
para la retirada de tropas y habían iniciado conversaciones directas
con los talibanes con el propósito de pactar la transición.
Incluso esas modestas ambiciones y ese realista
camino de salida están hoy en peligro tras la acción desesperada de un
soldado que mató a 16 personas, incluidas mujeres y niños, en una
aterradora cacería, casa por casa, en una lejana aldea de la provincia
de Kandahar. Ese suceso, unido a la reciente quema de varios ejemplares
del Corán y al video anterior en que militares norteamericanos orinaban
sobre los cadáveres de sus enemigos, marca la ruptura entre las tropas
extranjeras y la población a la que se supone que deben proteger de los
extremistas islámicos.
Después de una década en Afganistán, EEUU no se ha
ganado el favor de los afganos. Sus proyectos de reconstrucción han
fracasado o resultan inapreciables en comparación con los daños que
produce la guerra. El país ha hecho algunos progresos hacia la
democracia, pero, igualmente, son muy inferiores al crecimiento de la
corrupción y los abusos de poder. Los afganos encuentran hoy menos
razones que hace 10 años para apoyar a los invasores, quienes, lejos de
señalarles una vía hacia la modernización y el progreso, les muestran
ahora un rostro inamistoso y, a veces, brutal.
En estas condiciones, es imposible alargar la
presencia militar. En todo caso, su extensión para no dejar la impresión
de una huida, irá acompañada, seguramente, de más violencia. Hay que
contar con acciones de venganza de parte de los talibanes y con una
mayor reclusión de las fuerzas de la Otán en sus bases, donde poco
pueden hacer más que evitar nuevos incidentes y más bajas. La labor de
entrenamiento del Ejército afgano, que ya estaba amenazada por los
repetidos incidentes de soldados afganos que se volvían contra sus
adiestradores, se hará aún más complicada. La táctica de los últimos dos
años de acercarse a los líderes locales para evitar la penetración de
los radicales, será casi imposible de continuar. Ni siquiera es posible o
conveniente sostener en el poder a Hamid Karzai, que trabaja ya en su
propio futuro al margen de Washington.
En definitiva, ya no hay nada más que hacer en
Afganistán. El objetivo de liquidar a Al Qaeda, cuyos pocos
supervivientes están dispersos en varios países, no exige en este
momento una presencia militar en Afganistán. Es el momento de irse, y
las conversaciones que se llevan a cabo en Qatar, aunque ahora serán más
complicadas porque EEUU está en una posición mucho más débil, parecen
el único instrumento para hacerlo dignamente. Un 54 por ciento de los
norteamericanos, según una encuesta de ABC y The Washington Post, opinan
lo mismo.
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