Martes 06 de junio de 2006
Italia, republicana y latinoamericana
Por Néstor Tirri
Para LA NACION
Para LA NACION
GENOVA
Desde este puerto ligur, en el siglo XIX partieron cientos de miles de
italianos que llevaron a América latina rasgos de una cultura milenaria.
En esos años bullían, en la península, los ideales de emancipación y de
unificación de una Italia secularmente dividida. Las luchas por esas
metas conformaron el proceso histórico que se conoce como Il
Risorgimento. Este movimiento, impulsado por Giuseppe Mazzini y Giuseppe
Garibaldi, repercutió con fuerza en varios países sudamericanos. La
genovesa Casa América convocó al simposio El Risorgimento en América latina , que se celebró en esta ciudad ligur.
En el pensamiento de Mazzini palpitaba también el ideal de la República, condición que, sin embargo, Italia no conquistó hasta después de la Segunda Guerra, como resultado de aquel referéndum de 1946 que desplazó definitivamente a la monarquía de los Saboya, un 2 de junio del que acaban de conmemorarse 60 años.
Casa América, una fundación que funciona desde 2000, reunió a unos cuarenta historiadores y estudiosos italianos, brasileños, peruanos, argentinos y uruguayos, quienes aportaron ponencias acerca de los múltiples fenómenos que vinculan las peripecias del Risorgimento italiano y el proyecto de un Estado republicano con las luchas de emancipación en América. Proceso que registra un asombroso ir y venir de hombres y acciones entre el continente joven y Europa, y no sólo de italianos: a los exiliados peninsulares, que refuerzan los cuadros de patriotas sudamericanos, se suman miembros del disperso ejército napoleónico. El nexo más ostensible lo encarna la presencia de Garibaldi en Brasil y Uruguay desde 1836, cuando el italiano desembarca en costas brasileñas, pero la gravitación del republicano Mazzini se verifica en el ideario de algunos de sus coetáneos argentinos: Echeverría, Alberdi (éste, también de raíces ligures) y Mitre.
Lo interesante, y en cierto modo paradójico, de este intercambio fue que los pueblos latinoamericanos que se emanciparon al calor de la influencia italiana alcanzaron su status republicano mucho antes que su modelo inspirador. Con la entrada triunfal de Garibaldi en la romana Porta Pia, en 1870, Italia consolidó su unificación, pero bajo la hegemonía monárquica de Vittorio Emanuele II. Mazzini, relegado a una zona de sombra y rodeado por un escueto grupo de amigos y seguidores, murió dos años más tarde. Con él, el ideal de la Repubblica ingresó también en una prolongada noche de silencio.
El vínculo de América latina con estas tierras xeneizes en las que ahora asistimos a la reivindicación de aquellos ideales ya existía por la ascendencia del general Manuel Belgrano, aparte de otro, más simbólico, cifrado en el año del nacimiento del genovés Mazzini, en 1805, "el mismo año en el cual, en Roma, Simón Bolívar juró dedicar su vida a la liberación del colonialismo", según lo señaló Roberto Speciale, presidente de Casa América, en la apertura del simposio. Y el ex presidente de Uruguay Julio María Sanguinetti, hijo de un inmigrante de Oneglia (costa ligur), hizo llegar un opúsculo sobre la gravitación del Risorgimento en el origen del Partido Colorado. Por su parte, el también uruguayo Abelardo García Viera destacó las influencias de Garibaldi, quien, en la costa oriental, "estimuló el entusiasmo con que los patriotas sostenían su lucha; muchos de los italianos participantes de esa emancipación luego regresaron a Italia para sumarse a la guerra de unificación de la península, acompañados por algunos uruguayos".
Una presencia atractiva fue la de Anita Garibaldi Jallet, bisnieta del eroe di due mondi; esta mujer, cuya energía desbordante remite inevitablemente a su casi homónima antepasada (Ana María Jesús Ribeiro da Silva, la muchacha de Rio Grande do Sul que en 1839 unió su vida a la del general italiano y se convirtió en la legendaria Anita Garibaldi), trazó un cuadro de las andanzas de los hijos y nietos del ilustre Giuseppe, como continuación del mito heroico.
Anita hizo hincapié en la proverbial amistad que cultivaron Garibaldi y el general Bartolomé Mitre, quien escribió sobre las marcas mazzinianas en los procesos locales e integró el movimiento La Joven Argentina, heredera de la Giovane Italia creada por Mazzini en 1831; desde entonces y hasta su muerte Mazzini fundó más de veinte diarios, convencido de la importancia del periodismo como una vía eficaz para proclamar los principios republicanos. Fiel seguidor de ese modelo, Mitre fundó LA NACION, emprendimiento que precedió apenas en unos meses a la entrada de Garibaldi en Porta Pia, el 20 de septiembre de 1870: desde las columnas del flamante cotidiano el ilustre argentino afirmaría las concepciones liberales que ganaban terreno en el mundo.
El periodismo ya venía desempeñando un rol importante en la vida política de la convulsionada Argentina; como lo señaló Miguel Angel De Marco, de la Academia Nacional de la Historia de Buenos Aires, muchos periodistas argentinos emigraron a Uruguay durante la dictadura de Rosas y allí conocieron al italiano Giovanbattista Cuneo, un ferviente propagador de los ideales de Mazzini en el Río de la Plata. Después de la caída de Rosas volvieron a Buenos Aires y se sumaron al proceso de reunificación del país.
En el simposio genovés, se presentó también un informe sobre las corrientes inmigratorias italianas de extracción mazziniana en la Argentina, según un artículo publicado en estas mismas páginas. El monumento a Mazzini en la porteña plaza Roma, en efecto, erigido por esos inmigrantes en 1878 (apenas seis años después de la muerte del prócer), fue el primero que se le dedicó a su figura en el mundo, aun antes que en Italia, donde la concreción de un Estado republicano se había convertido en poco menos que una utopía.
Se hizo realidad, finalmente, en aquel esperanzado y ferviente 1946. Allí, y según afirmó el docente de historia contemporánea Giovanni De Luna, en otro simposio convocado hace unos días en Milán por la Fundación Corriere della Sera, "Italia desplegó su extraordinaria capacidad para resurgir y restablecerse después del duro 1945, restañando las heridas de la guerra y construyendo una democracia destinada a perdurar". En el sexagésimo aniversario de esa conquista se reaviva -en circunstancias acaso nada fortuitas- un fervor casi equiparable al de aquella posguerra. Así es como, después de un funambulesco proceso electoral que parecía de ficción (diríase urdido para una comedia de Dino Risi), todo tiende a indicar que en la península se ha instaurado un clima de racionalidad política e institucional.
Italia está viviendo un reciclamiento del espíritu democrático y republicano con un nuevo Parlamento, un nuevo Senado y un flamante gobierno, resultantes de las urnas. No casualmente el nuevo presidente de los italianos, Giorgio Napolitano, en su discurso de asunción en el Palazzo di Montecitorio aludió a la presencia, en estas circunstancias, del legado del Risorgimento, con una promesa -aseguró- de "imparcialidad, moderación y persuasión moral". .
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