Miércoles 01 de marzo de 2006 |
La fórmula invisible del éxito chileno
Por Ricardo Esteves
Para LA NACION
Para LA NACION
Cada vez que se visita Chile se reconocen los cambios en sentido
positivo que experimenta la sociedad chilena, aun cuando al recorrer el
interior del país los efectos de la modernización sean mucho menos
evidentes que en Santiago.
Del mismo modo, se percibe en el interior de manera clara una mayor
presión demográfica que la que se respira en la Argentina. Y aunque
Chile no alcanzó todavía los niveles de desarrollo social de la
Argentina en más de un aspecto, entre ellos el nivel educativo de las
clases populares (lo que hace que la gente sencilla argentina tenga esa
característica desenvoltura y seguridad en sí misma que notamos en la
confrontación con la de otros países) y la calidad de la vivienda en
general de los sectores humildes -excluyendo, obviamente, de la
comparación nuestras villas de emergencia-, el paulatino progreso de
Chile se intuye por doquier.
Por otra parte, si en el plano de la vivienda se encuentran en déficit, en el parque automotor la superioridad chilena es abrumadora, lo cual es una contradicción para un país que fabrica automóviles y otro que debe importarlos, aun cuando el nivel de ventas sea proporcional a la población de cada uno. Quizás el dato llamativo sea que en estos parámetros la Argentina y Chile ya se comparan de igual a igual, cuando hace apenas unas décadas la diferencia entre ambos era abismal.
¿Cuáles son las claves del éxito chileno?
Por un lado, saltan a la vista los aciertos con que ellos han manejado su economía. Nunca salieron de dos ejes centrales: pragmatismo y responsabilidad. Aunque hubiera que pagar un precio en popularidad, tanto la dictadura como los gobiernos de la democracia agarraron siempre al toro por las astas. Tomaron las decisiones que más convenían a Chile. Y si bien sectores de la derecha se quejan aún de que los gobiernos de la Concertación no continuaron con la modernización al ritmo adecuado, admiten, sin embargo, que Chile, como un todo, se ha beneficiado al poder mostrarles al mundo y a los inversores que gobiernos que incluían al Partido Socialista o que eran encabezados por él jamás renunciaron a los dos grandes parámetros: pragmatismo y responsabilidad.
Ello nos lleva al segundo gran acierto de Chile: la forma constructiva e integradora con que se llevó adelante el proceso de transición política, fruto de la madurez, la tolerancia y la honestidad de su clase política.
Pero, mas allá de estos logros, de los cuales aparecen como artífices sectores de la dirigencia chilena, hay razones más profundas que sustentan los éxitos.
Esos factores no son ya el resultado de la acción de las clases dirigentes, sino de toda la sociedad chilena: el eje dominante de la vida en común entre los chilenos es el respeto. En Chile el respeto es un valor que no se cuestiona, más allá de cualquier ideología.
Y ese respeto se aplica a rajatabla, al menos en tres planos: respeto a la ley, a las instituciones y entre los propios chilenos. Un solo botón como muestra de ese respeto en el plano humano es la consideración que se dispensa a los transeúntes en las franjas peatonales, que nos recuerda a los hábitos de aquellas sociedades desarrolladas en las que priva el humanismo.
En nuestro país, por caso, existe una confusión de valores y, también como botón de muestra, se advierte una extralimitación en el respeto del derecho a la protesta social. Mientras que ésta puede avasallar el respeto por los demás, incluso hasta el punto de menospreciar no sólo libertades y derechos de otros ciudadanos, sino también hasta la propia vida, las personas individuales que no forman parte de ningún grupo demandante pueden transformarse en rehenes de esos sectores. La protesta social es un derecho, pero no un derecho supremo que está por encima de todos los demás.
Retornando a la consideración entre los conciudadanos, recorriendo Chile y oyendo hablar a otros turistas surge con evidencia la diferente concepción del respeto humano entre los ciudadanos de uno y otro país, al escuchar en argentinos expresiones tan típicamente nuestras como "gilada", que, en el fondo, significa que todos los demás son "giles" con la excepción de quien habla.
En el plano del respeto, el déficit es abrumador de este lado de la Cordillera. Es muy bajo el grado de respeto a la ley, a las instituciones, y entre nosotros, entre los propios argentinos.
Y si bien es cierto que muchas de las estrategias chilenas han resultado exitosas, tal vez el más precioso valor por imitar sea ése, el respeto que supieron construir entre todos los chilenos.
Mas allá de los indudables sucesos alcanzados, se abaten sobre Chile desafíos no menores. Por un lado, para poder mantener su proceso de modernización debe encontrar la fórmula para que el éxito que logró al poner en valor con miras a la exportación los frutos del país (minerales, frutas, celulosa, pesca, vinos, etc.) se extienda ahora a la producción de bienes industriales con mayor valor agregado.
Pero tal vez más importantes aún sean los retos en el campo social. Como lograr que la bonanza que impregnó a la mitad más alta de la sociedad se permeabilice hacia las capas más bajas de la comunidad, y conseguir que el sistema educativo de los sectores humildes, que tiende actualmente a afianzar el statu quo, los estimule al progreso social. .
El autor es copresidente del Foro Iberoamérica.
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