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sábado, 2 de mayo de 2015

REINO UNIDO. SI DIANA VIVIERA


Personajes

Si Diana viviera

Mientras el mundo sigue conmemorando el décimo aniversario de su muerte, Lady Di todavía plantea una pregunta inquietante: ¿en qué se hubiera convertido si aún estuviera entre nosotros? Tina Brown, amiga personal de la princesa y autora del best seller The Diana Chronicles, basado en entrevistas a 250 personas, trata de dar con la respuesta


La segada vida de la princesa Diana dejó tras de sí una inquietante pregunta: ¿en qué podría haberse convertido?
¿Hubiera cumplido su potencial como humanitaria global, como lo sugería su última y exitosa campaña contra las minas terrestres? ¿O habría caído en el ocio deluxe de una típica celebridad distanciada y protegida del mundo, tal como lo sugiere su romance final con el play­boy Dodi Al Fayed? Las escabrosas circunstancias de su muerte, diez años atrás, oscurecen el hecho de que en sus últimos meses Diana estaba más dispuesta que nunca a concretar las potencialidades de su rol público.
Me encontré para almorzar con ella en Nueva York, en junio de 1997, dos meses antes de su fatal accidente del 31 de agosto, donde perdió la vida junto con Al Fayed. En ese momento, estaba muy entusiasmada por el triunfo de Tony Blair en las elecciones de mayo. Creía que Blair pensaba en ella como embajadora humanitaria del Reino Unido. Más tarde me enteré por otra amiga de ella, la autora británica Shirley Conran, que en medio de sus frívolas vacaciones con Al Fayed, Diana, que acababa de cumplir 36 años cuando murió, planeaba algo que nunca antes había tenido: una carrera.
"Deseaba realización profesional -me dijo Conran-. Quería hacer algo por sí misma que demostrara que no era una idiota."
El último proyecto de Diana, alimentado en silencio, era producir documentales siguiendo el modelo del aclamado film de la BBC sobre su viaje a Angola, que dio gran relevancia a su campaña contra las minas de tierra. Les había pedido a algunos amigos que le buscaran un instructor mediático para ayudarla a mejorar sus capacidades y así poder dirigir los documentales, y presentarlos ella misma. Ya había elegido el tema de su próxima campaña: el analfabetismo de los adultos.
¿Habría continuado su evolución hasta convertirse en una mujer independiente con verdadero peso en la escena mundial? Yo creo que sí.
La cultura de la celebridad, como hemos visto, iba en la misma dirección que ella. El poder político de la monarquía se había estado desgastando durante cuatrocientos años, y para la época de Diana ya había desaparecido. Pero la princesa de la gente había logrado una nueva clase de poder real.
Cuando abrazó a un niño de 7 años enfermo de sida, en febrero de 1989; cuando tomó en sus manos desnudas los dedos carcomidos de los leprosos ese mismo año y caminó un campo minado sólo parcialmente despejado en Angola, demostró el poder latente del antiguo concepto de la munificencia real: que los dramas mundiales que requieren de la preocupación humanitaria podía conectarse al sistema nervioso electrónico de los medios globales. Hoy, la tragedia de Darfur, que depende de manera tan vergonzosa del megáfono de Hollywood para conseguir difusión mediática, necesitaría sin dudas el efecto Diana. Es incuestionable que ella hubiera respondido, apuntando su reflector sobre esas escenas desesperadas y esos campos arrasados de Sudán con una intensidad que los medios globales jamás podrían pasar por alto.
Por cierto, siempre hubo en ella un elemento de riesgo. Eso es lo que la hace perennemente fascinante. Aquello en lo que podría haberse convertido dependía de esa otra volátil zona de guerra: su vida privada.
"Prepárense para un cambio de ánimo, muchachos", solía decirles, bromeando, a su secretario privado, Patrick Jephson, y su equipo.
La herida primal de sus abandonos en la infancia y el derrumbe de su sueño de princesa, junto con el fracaso de su matrimonio, la llevaban a hacer, a veces, cosas poco cuerdas. Su necesidad emocional la deprimía constantemente.
Poco antes de que emprendiera con Dodi Al Fayed su desafortunado viaje, Hasnat Khan, el cardiocirujano paquistaní al que ella adoraba, había terminado con la relación secreta que ambos habían mantenido durante dos años. El príncipe Carlos le había asestado un golpe demoledor al celebrar una fiesta para el cumpleaños número 50 de su triunfante rival, Camilla Parker Bowles.
Incluso después de tantos años de finalizado su matrimonio, Diana no podía aceptar que su fantasía juvenil hubiera sido destrozada por la tenacidad de la madura amante de su esposo. En julio de 1997, después de ver un programa de TV que situaba firmemente a Parker Bowles como futura consorte, Diana llamó desesperada a su astróloga, Debbie Frank.
"Todo el dolor de mi pasado vuelve a emerger. Me siento terriblemente mal... tan asustada y hambrienta." Frank dijo más tarde que sonaba "entrecortada, otra vez como una niña".

Ser madre

La triste verdad es que para su segundo acto Diana necesitaba un hombre... que probablemente no existía. Necesitaba un protector muy rico, muy competente, con un jet Gulfstream y una sólida agenda de preocupaciones globales. Un hombre suficientemente seguro de su propio ego como para no sentirse amenazado, con paciencia inagotable para una superestrella que era un manojo de nervios y con la capacidad de permanecer discretamente en las sombras sin alterarse por una vida de constante fastidio mediático. Un hombre, en suma, que era lo contrario de Al Fayed.
Jackie Onassis había encontrado un hombre así en el tercer acto de su vida: su último galán, el empresario Maurice Templesman. Pero Onassis siempre fue una mujer pragmática. El defecto de Diana -y su mayor atractivo- fue ser una romántica incurable. Siempre se enamoraba del hombre equivocado.
Sin embargo, me gusta pensar que el rol que finalmente habría triunfado sobre todas las dificultades de Diana era el que ella más atesoraba: el de madre. Pocos novios inadecuados hubieran sobrevivido al disgusto de los príncipes William y Harry. William ya le había manifestado claramente a Diana que Al Fayed le resultaba un incordio.
En última instancia, habría protegido más el camino al trono de su hijo mayor que su deseo del rol de reina. Y no hay duda de que sus apuestos y atractivos hijos hubieran asegurado que se le restituyera el lugar que le correspondía en la jerarquía real.
"No te preocupes, mami -le dijo William, entonces de 14 años, cuando la reina Isabel II decretó que Diana perdería su título de alteza real-. Te lo devolveré cuando sea rey."
Diana habría querido que sus hijos estuvieran orgullosos de ella. La mayor pena que causa su pérdida es que no vivió para ver lo bien que sus instintos maternales sirvieron a la Casa de Windsor.
Fotos: Getty Images y Archivo
Traducción: Mirta Rosenberg/ Copyright: Tina Brown .
Por Tina Brown (Copyright Tina Brown) 
 
 

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