Diario "Clarín". Buenos Aires, 2 de octubre de 2011
“Aun con todo en contra, Obama todavía puede ser como Roosevelt”
G. JOHN IKENBERRY PROFESOR Y TEORICO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALESLos EE.UU. están obligados a redefinir su liderazgo. Son una superpotencia cuestionada, por lo que frente a la multipolaridad emergente deben probar el rol saludable de socio que coopera.
Hace veinte años,
este destacado académico norteamericano de la Universidad de Princeton y
teórico de las Relaciones Internacionales llegó como asesor al
Departamento de Estado cuando acababa de tener lugar el golpe contra
Gorbachov y empezaba a desintegrarse la Unión Soviética. Estaba presente
en ese instante en que Washington empezaba claramente a tener la visión
de que la Guerra Fría había terminado. “Había júbilo, pero también
ansiedad entre mis colegas -recuerda-. Júbilo porque era el final
pacífico a una lucha de 45 años. Ansiedad porque el viejo orden estaba
desapareciendo muy rápido, la contención ya no era el principio guía de
los Estados Unidos, y entonces ¿qué vendría después?”, explica.
Veinte
años más tarde, G. John Ikenberry, 56 años, autor de numerosos libros
muy leídos y citados en el mundo académico, conversa con Clarín
en Buenos Aires. Despliega así su balance de estas décadas: “El final de
la Guerra Fría y lo que vino después sorprendió a mucha gente. No fue
una época en la que todo se desmoronó. La OTAN continuó y hasta se
amplió, el sistema GATT pasó a ser la OMC, tuvimos NAFTA en parte de las
Américas y APEC en Asia oriental. Hubo expansión, integración y
continua globalización y hubo también transiciones democráticas que
desbordaron todas las previsiones. Se abrió una suerte de movimiento
progresivo positivo en la historia, pero también, más en cámara lenta,
hemos visto revelarse peligros y amenazas, como el terrorismo y las
inestabilidades financieras”. Ikenberry habla de “los problemas del
éxito” de la globalización del orden liberal, es decir, “los problemas
de integrar Estados que no habríamos imaginado que serían tan grandes y
poderosos hace 20 años: China, India, Brasil y Sudáfrica; Turquía,
Indonesia”. Y sostiene que “los desafíos de integrar y desarrollar
nuevas responsabilidades son problemas que deberíamos estar contentos de
tener, porque no son los problemas de preparación para la guerra, sino
de imaginar la expansión de sistemas internacionales abiertos”. Atravesamos aniversarios redondos: veinte años del comienzo del fin de la Unión Soviética, diez años de los atentados del 11-S, en plena crisis económico-financiera. ¿Estamos más cerca del fin de una etapa histórica o ya en los comienzos de una nueva era en las relaciones internacionales? Creo que hay múltiples y extensos dramas históricos desarrollándose al mismo tiempo. Estamos viviendo una época de transformaciones que está ocurriendo como movimientos geológicos, estructurales, y que se viven en la superficie como una o varias obras dramáticas simultáneas. El poder y la riqueza se están moviendo del Oeste hacia el Este y del Norte hacia el Sur. El viejo orden dominado por los Estados Unidos y Europa occidental está dando lugar a otro crecientemente compartido con Estados emergentes. Avanza China y, en líneas más generales, el resto de los países en desarrollo como India, Brasil, Sudáfrica, que están haciendo su ingreso en el sistema global a un alto nivel.
¿El mundo y la globalización se volverán menos estadounidenses? En los próximos 20, 30, 40 y 50 años más países serán capaces -y estarán ansiosos- de desempeñar un rol mundial. EE.UU. tendrá que reconocer que su posición global de liderazgo cambiará y deberá desempeñar un papel de socio colaborador en esfuerzos más amplios y algunos problemas serán conducidos por otros países. Pero la cuestión más amplia es que el tipo de orden con el que soñó EE.UU. y que trató de construir en este último medio siglo -un mundo abierto, fundado en el predominio de las democracias liberales, basado en el Estado de derecho, al menos en términos generales- es una visión del mundo muy viva y más vigente que nunca. Y aunque el poder estadounidense está evolucionando lentamente y hasta cierto punto reduciéndose, el sistema mundial más amplio continúa viendo el modelo básico que podríamos llamar “internacionalismo liberal” como una forma muy importante y efectiva de organizar la política mundial, incluso en un mundo que será menos estadounidense.
Se habla bastante de una crisis de liderazgos internacionales. ¿Faltan líderes en condiciones de gobernar los cambios o hay una crisis más profunda, de respuestas adecuadas a los actuales desafíos? Es un momento en el que la capacidad del sistema mundial para gobernarse es una incógnita. Creo que el hecho es que si EE.UU. no lidera, nadie lo hará en su lugar. Lo que Obama está tratando de impulsar es un liderazgo asociativo, lo que significa desarrollar coaliciones que permitan un liderazgo compartido. Lo vimos en el caso de la intervención en Libia, el llamado “ leading from behind ” (liderar desde atrás). Es un buen ejemplo, consistente con la clase de multilateralismo que caracteriza al sistema internacional multipolar que está surgiendo.
Hay una suerte de carácter trágico -usted habló recién de drama- en la política exterior norteamericana: impulsa un sistema internacional, con reglas e instituciones, pero no acepta someterse a ellas ni controlar las fuerzas que desata. ¿Es una paradoja imposible de resolver? Es una paradoja, efectivamente, el hecho de que Estados Unidos en el siglo XX fue el mayor paladín del derecho internacional y de las normas y las instituciones para la gestión de la gobernabilidad global -la ONU, el FMI, el Banco Mundial, la OMC-, pero al mismo tiempo le resultó muy difícil cumplir esas reglas y ser un “país normal” en el contexto de esas normas. La idea de la excepcionalidad estadounidense siempre ha estado al acecho en el fondo y la política interna siempre ha dificultado a los políticos y líderes firmar acuerdos y cumplir con esas normas. A EE.UU. le gusta pensarse como un país excepcional, único, que puede existir casi por encima de las normas que se les exigen al resto. Eso es lo que hizo la administración Bush y vimos las consecuencias que tuvo. La respuesta del mundo y las consecuencias que tuvimos nos mostraron que esa visión estadounidense no es sostenible.
¿Cuánto ha cambiado verdaderamente esa visión con Obama? Creo que hay mucho más respeto por lo que llamamos el orden internacional “liberal”, que es el gran legado del liderazgo estadounidense en el siglo XX. Obama trata de recordar a los estadounidenses que EE.UU. hizo grandes cosas que incluyeron construir normas e instituciones. Y al hacerlo, les está diciendo “nos conviene seguir haciendo eso”. Es una forma de transmitir el mensaje de que él no es Bush y que está tratando de restaurar una tradición estadounidense más antigua, que se basa en su compromiso con el sistema global de alianzas e instituciones multilaterales. Quiere recordar que el país pagó un costo muy alto en sangre: la guerra mundial, la guerra de Corea y obviamente el gasto militar.
¿No incluye Irak y Afganistán? También Irak y Afganistán, por supuesto. Creo que Obama está tratando de restablecer un enfoque estadounidense de posguerra en el que se ejerce el poder, se preocupa por la seguridad, se hacen alianzas. Pero a la vez se impulsa la participación y se busca una paz práctica fundada en el desarrollo de instituciones, acuerdos y compromisos internacionales. Un internacionalismo pragmático, no utópico, ni idealista ni “justiciero”, volviendo a ese compromiso más antiguo, que implica tanto limitaciones como compromisos.
¿Cuál es el balance que hace usted de los éxitos y fracasos que ha tenido Obama en esa reorientación? Creo que parte de los fracasos hasta ahora se originan en la crisis que recibió: la política exterior era sencillamente espantosa, la agenda externa era la más espantosa que ha recibido cualquier presidente desde la Segunda Guerra Mundial. Una crisis económica que es la peor desde los años 1930. Negociaciones de paz en Oriente Medio estancadas e inconclusas. Dos guerras en Afganistán e Irak. Y un déficit sin precedentes. Creo que, en primer lugar, tiene mérito por haber evitado que se produjera lo peor: evitó una depresión mundial. En segundo lugar, mejoró la relación con Rusia, y creo que también marcó una diferencia en Asia, en las relaciones con China para construir un marco dentro del cual EE.UU. y China puedan manejar conjuntamente las relaciones globales en el siglo XXI. Hay una política exterior con proyecciones, pero que en gran medida está inconclusa.
En los comienzos de su gestión, se comparó a Obama con Roosevelt. Con tantos problemas y resultados adversos, ¿puede terminar como Carter al concluir su mandato? Espero que no. Si no gana la elección se parecerá más a Carter que a Roosevelt. Pero recordemos que Roosevelt no siempre fue el Roosevelt que pasó a la historia. Tuvo sus altibajos, inclusive en 1937 cuando capituló ante un Congreso que quería llevar adelante un presupuesto de austeridad, y el llamado estímulo keynesiano que había sido votado previamente se suspendió. La economía estadounidense cayó en otra recesión. Fue la Segunda Guerra Mundial lo que sacó a EE.UU. de la recesión. De modo que Roosevelt necesitó más de cuatro años para ser aquel Roosevelt. Ahora existe un preocupante giro hacia la derecha en el partido republicano que alejó el internacionalismo conservador tradicional hacia algo más extremo. No es totalmente aislacionismo, pero es unilateralismo, populismo, una desconfianza en las instituciones y las normas internacionales que abre la puerta al proteccionismo y al repliegue estadounidense. Pero aun con todo eso en contra, si Obama puede lograr su reelección -algo difícil pero no imposible- todavía puede ser como Roosevelt.
Copyright Clarín, 2011.
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