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lunes, 27 de julio de 2015

U.E. El sueño imposible de Europa. Paul Krugman

Ieco Diario "Clarín". Buenos Aires, 26 de julio de 2015

El sueño imposible de Europa

“¿Qué tendría que hacer Europa ahora? No hay buenas respuestas porque el euro se ha convertido en una trampa para cucarachas, de la que es difícil escapar. Si Grecia aún tuviese su propia moneda, el argumento a favor de devaluar esa moneda, mejorar la competitividad griega y terminar con la deflación, sería irrefutable. El hecho de que Grecia ya no cuenta con una moneda propia y tendría que crearla desde cero, complica aún más la situación”.
  • (c) The New York Times - Paul Krugman

Algo se han apaciguado las noticias provenientes de Europa, pero la situación sigue siendo terrible. Grecia experimenta una caída peor que la Gran Depresión y nada de lo que pasa ahora ofrece esperanzas de recuperación. A España se la elogia y se la muestra como ejemplo de éxito porque la economía finalmente está creciendo, pero sigue habiendo un 22% de desempleo. Y hay un arco de estancamiento en todo el norte del continente: Finlandia sufre una depresión comparable con la del sur de Europa y a Dinamarca y Holanda también les va pésimo.
¿Por qué las cosas salieron tan mal? Esto es lo que pasa cuando políticos autocomplacientes pasan por alto la aritmética y las lecciones de la historia. Y no, no me refiero a los izquierdistas de Grecia y otros países sino a los hombres ultrarrespetables de Berlín, París y Bruselas, que pasaron 25 años tratando de manejar a Europa basándose en teorías económicas fantaseadas.
Para alguien que no supiese mucho de economía, o prefiriese eludir cuestiones incómodas, crear una moneda única europea parecía una gran idea. Facilitaría los negocios entre fronteras nacionales y serviría como un poderoso símbolo de unidad. ¿Quién podría haber anticipado los enormes problemas que causaría el euro?
A decir verdad, muchas personas. En enero de 2010, dos economistas europeos publicaron un artículo titulado “No puede suceder, es una mala idea, no va a durar”, burlándose de economistas estadounidenses que habían advertido que el euro ocasionaría grandes problemas. Y resultó que el artículo pasó a ser un clásico accidental: en el preciso momento en que era escrito, todas esas advertencias funestas se estaban confirmando. Y si el artículo apuntaba a ser un “salón de la vergüenza” –cita una larga lista de economistas pesimistas sobre el euro que se equivocaban–, se convirtió, en cambio, en un cuadro de honor, un quién es quién de los que, en mayor o menor medida, tuvieron razón.
El único gran error que cometieron los euroescépticos fue subestimar cuánto daño haría la moneda única.
Lo peor es que no era difícil de ver, desde el comienzo mismo, que la unión monetaria sin una unión política era un proyecto muy dudoso. Entonces, ¿por qué Europa siguió adelante con esto? Fundamentalmente, yo diría, porque la idea del euro sonaba demasiado bien. Es decir, sonaba vanguardista y muy europea, exactamente como la clase de cosa que atrae a la clase de gente que pronuncia discursos en Davos. Esas personas no querían que economistas nerd les anduvieran diciendo que su visión glamorosa era una mala idea.
De hecho, dentro de la elite de Europa pronto fue muy difícil plantear objeciones al proyecto de la moneda única. Recuerdo muy bien el clima que se vivía a principios de los 90: cualquiera que cuestionase la conveniencia del euro era efectivamente excluido de la discusión. Además, si un estadounidense era quien expresaba sus dudas, invariablemente se lo acusaba de tener segundas intenciones: de ser hostil a Europa o querer preservar el “exorbitante privilegio” del dólar.
Y se creó el euro. Durante sus diez primeros años de vida, una gigantesca burbuja financiera ocultó sus problemas subyacentes. Pero ahora, como dije, se confirmaron todos los temores de los escépticos. Más aún, la historia no termina ahí. Cuando comenzaron las presiones pronosticadas y predecibles sobre el euro, la respuesta política de Europa fue imponer una austeridad draconiana a los países deudores y negar la simple lógica y la evidencia histórica que indicaban que esas políticas causarían un daño económico terrible y no lograrían la prometida reducción de la deuda.
Todavía hoy impacta ver cuán despreocupadamente los principales dirigentes europeos desestimaron las advertencias de que recortar el gasto público y aumentar las tasas provocaría fuertes recesiones, y cómo insistieron en que todo estaría bien porque la disciplina fiscal inspiraría confianza. (No fue así). Lo cierto es que tratar de enfrentar enormes deudas únicamente con austeridad –en particular, mientras, simultáneamente, se aplica una política de moneda fuerte– nunca funcionó. No funcionó en Gran Bretaña tras la Primera Guerra Mundial, pese a inmensos sacrificios; ¿por qué alguien podría esperar que funcionase en Grecia?
¿Qué tendría que hacer Europa ahora? No hay buenas respuestas porque el euro se ha convertido en una trampa para cucarachas, de la que es difícil escapar. Si Grecia aún tuviese su propia moneda, el argumento a favor de devaluar esa moneda, mejorar la competitividad griega y terminar con la deflación, sería irrefutable.
El hecho de que Grecia ya no cuenta con una moneda propia, que tendría que crearla desde cero, eleva enormemente la apuesta. Considero que la salida del euro seguirá siendo necesaria. Y, en todo caso, será esencial condonar buena parte de la deuda griega.
Pero no estamos teniendo una discusión clara de estas opciones, porque el discurso de Europa todavía está regido por ideas que la elite del Viejo Continente querrían que fuesen verdad, pero no lo son. Y Europa está pagando un terrible precio por su monstruosa autoindulgencia.

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