Traducir

jueves, 2 de abril de 2015

NOBEL (2000) Y LOS DESCONOCIDOS DE SIEMPRE.



HISTORIAS

El nobel y los desconocidos de siempre

¿Cómo se llama? Cada año, el mundo se pregunta por méritos de un genio ignorado a quien un grupo de suecos le tenía reservado un lugar en la posteridad al que accede casi haberlo soñado
"¿Cómo dijo que se llama?" "¿Alguien lo conoce?" "¿De dónde es?" "¿Qué dicen que hizo?" Cada año es igual. El mundo se llena de preguntas tratando de averiguar los misterios de un supuesto genio ignorado a quien un grupo de suecos le tenía reservado un pequeño espacio en la posteridad. El rito no es nuevo. Al igual que una extraña ave migratoria, cada octubre el premio Nobel instala sus majestuosas alas sobre un médico, un físico, un químico, un economista y un escritor. A partir de ese momento, la vida de estos hombres ya no volverá a ser la misma. Sus imágenes y sus nombres, hasta entonces por lo general absolutamente desconocidos para el resto de los mortales, ingresarán repetidos hasta la saciedad en cualquier hogar del planeta. Serán los nuevos semidioses y, como tales, habrán de ser adorados y combatidos, estudiados y denostados. Este es el precio que las mentes más brillantes de su generación tendrán que pagar por su valor. Y esto es así gracias al testamento que dejó el industrial y químico sueco Alfred Nobel (1833-1896). que quizá para mitigar la culpa que le provocó ser el inventor de la dinamita instituyó los célebres premios que el Estado sueco luego hizo suyos.
El enorme aparato publicitario que le sirve de ornato, unido a la nada despreciable cantidad de la recompensa (cercana al millón de dólares), convirtió al Nobel en un premio poco común, tan polémico como codiciado. Aunque de las cinco especialidades, ninguna despierta tanta atención y controversias como la literaria, cuyos laureles siempre parecen sobrar o quedar algo incómodos sobre las célebres cabezas galardonadas. El último célebre enigma es chino, se llama Gao Xinjiang, vive en París y nadie en el mundo parecía tener algo que decir al respecto. De hecho, hasta se ignoraba la existencia, como escritor o no, del tal señor Gao. Y no es la primera vez que ocurre una cosa así relacionada con el Nobel.
Detrás de un vidrio oscuro. Desde su instauración, en 1901, el premio se otorgó a 97 escritores. Un rápido vistazo a la lista de premiados sorprende no sólo por los nombres que figuran en ella, sino especialmente por los que no aparecen. Entre la legión de olvidados se encuentran, entre otros nombres significativos, nada menos que Ibsen, Zola, Tolstoi, Proust, Kafka, Joyce, Pessoa, Malraux o... Borges (en verdad, más negado que olvidado).
Es de destacar que el olvido de un autor por el Nobel en muy poco afectará el valor de su obra. En el sentido inverso, la concesión de un premio a la mediocridad tampoco alcanzará para salvarla, aun cuando atraiga un poco de luz sobre sí. Basta con desempolvar algunos viejos laureados. El primer Nobel literario fue a caer en manos de un poeta francés, Sully Prudhomme, cuya obra hoy no recuerda nadie. Ni siquiera en su momento (1901) era demasiado apreciada, ya que por entonces la poesía francesa todavía estaba sacudida por el influjo del simbolismo y ya se esboza el viento renovador de nuevas formas vanguardistas. Al año siguiente, el mediocre historiador alemán Theodor Mommsen llegaba a Estocolmo para recoger una gloria inmerecida, que tampoco dejaría huella. En 1904 el premio se entregaría compartido entre otro mediocre poeta francés, Frederic Mistral, y el que habría de resultar el primer Nobel de lengua castellana: el español José Echegaray y Eizaguirre. Como dramaturgo, Echegaray se destacó por ser un excelente director general de Obras Públicas y ministro de Fomento. El premio le fue concedido gracias a las gestiones y presiones del gobierno español de turno, que de esta forma condenó a toda la generación del 98, entre cuyos representantes se encontraban nada menos que Antonio Machado y Ramón del Valle-Inclán. De cualquier forma, es preciso resaltar que a Echegaray se lo recordó mucho en España por dos motivos fundamentales: su rostro figuró por décadas en los billetes de cien pesetas, y entre sus herederos estéticos se cuenta un talento especial: Corín Tellado.
Hasta la década del 30, los señores del Nobel siguieron combinando errores con algunos aciertos, como los premios concedidos al inglés Rudyard Kipling (1907), la sueca Selma Lagerlöf (1909) o los irlandeses William Butler Yeats (1923) y George Bernard Shaw (1925). En 1931, sin embargo, la Academia se permitió un lujo: por única vez en su historia entregó un premio a título póstumo. La distinción recayó en el sueco Erik Axel Karlfeld, un modesto -aunque elegante- autor de poemas paganos. El honor negado a Tolstoi y hasta el propio Strindberg (por honrar a una gloria local) tiene su explicación. Desde 1907 Karlfeld integró el Comité de Selección del Nobel y a partir de 1912 fue su secretario permanente. Un gesto lo redime: en 1920 se negó obstinadamente a que sus pares lo premiaran y propuso en su lugar al noruego Hamsun. Una elección más que justa desde el punto de vista literario, obviando el hecho de que años más tarde Hamsun se convertiría en un confeso colaboracionista nazi. Por esa misma inclinación le fue negado el premio a escritores como Louis-Ferdinand Céline y Ezra Pound.
Persona. El Comité Nobel se ha caracterizado durante muchos años por mantener una imagen monolítica respecto a sus decisiones. Sin embargo, en los últimos años se descubrieron demasiadas fisuras en su aparentemente sólida estructura interna que devinieron escándalos de todo tipo. En verdad, comprender la cocina del Nobel no parece ser tan complicado como si se descubre en la realidad.
La Academia Nobel de Letras ha estado integrada durante muchos años por dieciocho profesores (obviamente también escritores, aunque no todos cumplen con este requisito) especializados en diversas áreas tanto genéricas como idiomáticas. A no ser que alguien renuncie a su silla -lo cual ocurrió en 1989 con el affaire Rushdie-, sóolo pueden ser reemplazados a su muerte. Pero estos notables no están solos. Para comenzar, un equipo de investigadores y autoridades académicas suecas de los departamentos de lengua y literatura de distintas universidades puede asesorar sobre distintas obras y autores. Además, en enero de cada año se envían invitaciones a las academias de Letras de todos los países, Pen Clubs, literatos que ya fueron galardonados con el premio, e incluso los comités de otros premios internacionales para que cada uno acerque un candidato posible. Hacia abril y mayo pueden ser más de mil los nombres acumulados de posibles aspirantes, y allí se elaboran algunas listas que sirven de base a las valoraciones (allí, como un jurado de preselección, intervienen los especialistas universitarios). Además, claro, la Academia se reserva para sí el derecho de incluir sus propios postulantes. Finalmente, la lista se reduce entre 250 y 300 nombres, y a partir de ahí se va estrechando cada vez más.
Por supuesto, si bien el premio se estima de carácter humanitario, dando prioridad a aquellas obras que lleven en sí la posibilidad de transformar la realidad en algo mejor y privilegien la capacidad imaginativa de los autores propuestos (de acuerdo con los principios declarados por los propios académicos), sería ingenuo a estas alturas ignorar que también se les otorga importancia a otros factores, como cierta corrección política y, asimismo, contemplar las culturas minoritarias. Esto, por ejemplo, posibilitó que en los últimos años se haya premiado por primera vez a autores de lenguas como el árabe, portugués o chino, hasta entonces ignoradas. Uno de los académicos suecos reconoció las dificultades que se les presentan en ocasiones para "poder distinguir entre un buen escritor y un buen patriota." Sin embargo, la Academia siempre privilegia la justicia.
En ocasiones, este celo excesivo puesto en una pretendida ecuanimidad dejó muy mal parada a la institución, e incluso estuvo a punto de terminar con ella. Cuando el imán Khomeini resolvió instalar la pena de muerte sobre el anglo-paquistaní Salman Rushdie (candidateado al Nobel en varias oportunidades), la comunidad literaria internacional salió rauda en su defensa. En Suecia, organismos como la Sociedad de Escritores, el Pen Club y el Club de los Publicistas firmaron sendos documentos a favor del escritor y condenando a Irán por "conspirar contra la libertad de expresión". Incluso la cancillería sueca había elevado su protesta, o mejor, "manifestado su molestia". La Academia Sueca de Letras celebró entonces dos reuniones en las que sus dieciocho miembros condenaban a título individual la amenaza contra Rushdie, pero como institución se llamó a silencio en función de que "la Academia no toma posición respecto de consideraciones políticas". Es decir que los dieciocho miembros piensan lo mismo como individuos, pero colectivamente no. Por si faltara acentuar el sinsentido, los académicos mostraron sentirse "profundamente afectados por el silencio" de la institución, como si no fueran ellos, sino sus fantasmas, los que la conforman. El entuerto terminó con la renuncia indeclinable de tres de sus miembros. Los escritores Lars Gyllensten y Kerstin Ekman, incluso, participaron abiertamente a partir de allí en actos de solidaridad con Rushdie. Como afirmó otro conocido escritor sueco que pidió mantener su nombre en reserva, "neutrales somos todos, pero cuando comienza el partido sabemos con qué colores jugamos".
El huevo de la serpiente. Más allá de penas y olvidos, el Nobel siguió (y sigue) siendo la mayor recompensa literaria a la que un escritor puede aspirar. No obstante, su concesión motiva las más diversas reacciones de los propios protagonistas. Codiciado en extremo por algunos (como Borges, que no se cansó en declarar que "el Nobel representa cierta esperanza"). fue rechazado y desdeñado por otros. Claro que las causas nunca fueron las mismas. En 1958, el ruso Boris Pasternak fue convencido por las autoridades de su país a desistir de tal honra. En cambio, a Jean-Paul Sartre no hizo falta que nadie le diera argumentos para negarse a recibirlo en 1964, sin más explicaciones que su vocación rebelde. El irlandés Samuel Beckett, cinco años más tarde, recibió la noticia por teléfono con cierto laconismo: "¿Podría decirme qué he hecho para merecer semejante calamidad?", expresó a su atónito interlocutor.
Gabriel García Márquez, por el contrario, al enterarse dio rienda suelta a todo su histrionismo narcisista: "Me alegro por dos motivos -dijo a los medios suecos-. El primero es que ya no tendré que seguir esperándolo. El segundo es que debo ser el Nobel más joven de la historia." Al menos en esto, se equivocaba. El más joven hasta el momento fue Albert Camus, que en 1957, en el momento de recibirlo tenía 44 años. Pero esto no pareció importarle demasiado a Gabo, que en diciembre de 1982 apareció por la gélida Estocolmo para recibir el premio ataviado con un tropical traje de fiesta colombiano (el liqui), una rosa amarilla, setenta bailarines de cumbia y trescientas botellas de ron cubano, "regalo de mi amigo Fidel para todos los compañeros latinoamericanos que residen en Suecia". El generoso obsequio, empero, fue requisado por las autoridades suecas: era mucho más de lo permitido.
También acompañado por una corte de bailarines y vestido con coloridas ropas típicas, llegó tres años más tarde el nigeriano Wole Soyinka, primer Nobel africano. Su inglés de Oxford ayudó para equilibrar las reglas de la etiqueta.
Gritos y susurros. A lo largo de su historia, abundaron las polémicas dentro y fuera de la Academia. Desde que se le concedió el Premio a Winston Churchill (cuyo mayor y único mérito literario es haber impuesto la frase "Sangre, sudor y lágrimas"), fue difícil unificar criterios a la hora de decidir. En 1983, el irreverente Arthur Lundkvist (académico que tuvo un papel preponderante en el Nobel a Neruda y en la negación de Borges) rompió el fuego al desacreditar públicamente a sus compañeros por la elección del británico William Golding, "a quien ni siquiera se puede considerar escritor", apostilló, en detrimento de su candidato, el francés Claude Simon. Al año siguiente, la balanza se inclinaría en favor del postergado Simon. Algo similar volvió a ocurrir en 1988, cuando los laureles recayeron en el egipcio Naguib Mahfouz.
No sólo hubo molestias entre algunos académicos por entender que el poeta libanés Adonis representaba mejor al mundo árabe, sino que otro escritor egipcio, Yousif Idris -bien conocido en lengua inglesa e incluso también en sueco-, denunció que alguien de la Academia lo había llamado días antes para anunciarle que el Nobel era suyo.
Un año más tarde, otro escándalo. El premio recayó en Camilo José Cela, candidato del académico Knut Ahnlund. Ante eso, Lundkvist (muy enfermo por entonces) reaccionó con violencia contra su compañero por haber impuesto al español "por intereses personales", relegando a "su" candidato, Octavio Paz. Luego Ahnlund respondió que dada la senilidad de Lundkvist, no podía tener voz ni voto en las decisiones de la Academia. Pero el irreverente Lundkvist no se equivocaba demasiado: casi simultáneamente que se supo el nombre del nuevo premio Nobel, apareció la versión sueca de Mazurca para dos muertos. El traductor (de esta y de toda la obra de Cela): el mismísimo Knut Ahnlund. Al año siguiente el Nobel recayó -inesperadamente- sobre Octavio Paz. Fue la última travesura de Lundkvist.
De todos modos, 1989 estalló con el llamado affaire Rushdie, cuando la Academia se negó a pronunciarse contra la sentencia de muerte contra el escritor anglo-paquistaní. Tres miembros renunciaron y se temía por la continuidad del premio. A partir de allí se resolvió un perfil más bajo, tanto en lo que respecta a los premiados como a las declaraciones que debían surgir del seno de la Academia.
Se premió debidamente a buenos aunque ignotos poetas (el caribeño Derek Walcott, la polaca Wislewa Szymborska), se hizo justicia con las minorías (la negra Toni Morrison) y con la lengua portuguesa (premiada por vez primera en José Saramago tras dura puja con Lobo Antunes). Se desconcertó al mundo cuando le tocó el turno a Dario Fo. El año anterior, la ruleta sueca, se sospechaba, debía recaer sobre algún autor de lengua germana. El último en recibirlo fue Heinrich Böll y eso ocurrió en 1972, mucho antes incluso de la caída del muro de Berlín y el rol hegemónico de Alemania en Europa.
Si bien es cierto que Günter Grass era observado desde hacía ya varios años, algunos elementos en el seno de la Academia no veían con demasiado agrado su excesivo humanismo pacifista, sus posiciones por momentos extremas.
Incluso desde el punto de vista literario, otro candidato parecía correr con el favor de los académicos: el austríaco Peter Handke. El problema fue que estalló la crisis yugoslava y Handke no tuvo mejor idea que alinearse del lado equivocado: los serbios. Fue suficiente. Al fin de cuentas, el Nobel sabe de justicias.

Cuentos chinos

Desde que en 1990 el conocido sinólogo Göran Malmqvist se integró de modo efectivo a la Academia Sueca, se comenzó a especular en serio con la posibilidad de que el Nobel recaería sobre un escritor chino. El nombre de Bei Dao, un exquisito novelista, fue el que sonó durante casi toda la década como el candidato natural, pero también figuraban en la misma lista los nombres de Li Rui, Yang Liang y quien finalmente resultó el vencedor, Gao Xingjiang. Todos ya habían sido publicados previamente en sueco, y lo que tal vez pudo decidir la suerte de Gao es su formación europea -concretamente, francesa-, lo que posibilitaba una mejor asimilación para los mercados occidentales. Es más, una obra teatral de su autoría, La parada de ómnibus, se está representando desde hace unos meses en Estocolmo. De modo tal que la sorpresa absoluta que experimentó el mundo al conocer el nombre de Gao, para los círculos intelectuales suecos no fue tan grande.
Lo que sí resultó toda una sorpresa, fue otro confuso episodio relacionado con la concesión del Nobel a Gao. La editorial Forum ya había publicado La montaña de los espíritus de Xingjiang, y se proponía publicar otros títulos de su obra, cuando en junio 16 recibieron una carta del chino diciendo que le retiraba a esta editorial los derechos sobre su obra. Esto, por lo general, es un proceso que lleva algún tiempo, sobre todo cuando no existe un justificativo para eso. El 29 de septiembre, la editorial Atlantis, ligada a la Academia Nobel (publica a los clásicos premiados), hizo saber a Forum que a partir de la fecha tenían un contrato con Gao Xingjiang y que pensaban editar su última obra, La Biblia de un hombre solo. En efecto, la obra salió a la luz, por Atlantis... el mismo día que se le concedió el Nobel a Gao. Su traductor: Göran Malmqvist.
Según parece, no sólo en Dinamarca algo huele a podrido. .
Texto: Christian Kupchik -Fotos: AP
 
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
 

Historias

Ser premio Nobel

Esta semana, en Suecia, los elegidos en 2003 recibirán la prestigiosa distinción. En esta nota, algunos de los secretos de la historia que inició Alfred Nobel, y relatos sobre vidas de científicos que, aun en las condiciones más adversas, alcanzaron el galardón
Es sabido que, en su testamento, Afred Nobel destinó el grueso de su fortuna a premiar cada año, desde 1901, los más importantes logros en física, química, medicina, literatura y por la paz. Desde 1968, el Banco de Suecia financia el de Ciencias Económicas.
Algunos datos poco difundidos: entre los premiados hay historias parecidas, muchos con comienzos comunes, muchos con valores espirituales excepcionales.
Analizando los niveles económicos de su infancia y juventud, algunos fueron muy pobres, y la mayor parte de clase media o, a lo sumo, acomodada.
Por su género, las mujeres fueron muy pocas. Si se da una mirada al campo de los científicos, fueron 11 las premiadas de un total de 539; de los 723 premiados totales, sólo lo recibieron 28. El primero fue para María Curie (1903, Física), la primera persona que ganó dos premios Nobel, el segundo en Química, en 1911. Además, su familia fue prolífica, recibió otros cuatro: su esposo lo ganó con ella en 1903, su hija y yerno lo recibieron en 1935, y el esposo de su hija Eva, H. Labouisse, obtuvo el Nobel de la Paz como director y en nombre de Unicef.
Como los Curie, otros padres e hijos fueron premiados: Niels Bohr (1922, Física) y Aage Bohr (1975, Física); Hans von Euler-Chelpin (1929, Química) y Ulf von Euler (1970, Medicina), que trabajó con Houssay y lo recibió el mismo año que Leloir (1970, Química); Joseph Thomson (1906, Física) y George Thomson (1937, Física); William y Lawrence Bragg, que lo recibieron juntos (1915, Física). Este último fue el más joven de los premiados, tenía 25 años.
Recibieron dos veces el premio: Linus Pauling (1954, Química y 1963, de la Paz); Fred Sanger (1958 y 1980, Química); John Bardeen (1956 y 1972, Química).
Respecto de la nacionalidad de los científicos, encabeza el ranking Estados Unidos, con 215; Gran Bretaña, con 72; Alemania, con 71, y Francia, con 25.

Vidas excepcionales

Quizá lo verdaderamente interesante sea aproximarse a sus vidas. En muchos casos se descubre que sus vocaciones fueron despertadas por excelentes profesores de enseñanza media. O por la decisiva creencia de los padres en el poder de la cultura y la educación. Todo esto, más allá de las condiciones sociales y económicas de la familia.
Por ejemplo, Daniel Tsui (1998, Física), que nació y pasó su infancia en una aldea campesina china asolada por la guerra. Sus padres nunca tuvieron oportunidad de aprender a leer y escribir, y el dolor que eso les provocaba generó en ellos el vehemente deseo de que su hijo se ilustrara. En cuanto tuvieron oportunidad, lo enviaron a Hong Kong donde terminó la escuela elemental. En el secundario tuvo profesores excepcionales, que exhortaban a los alumnos a mirar más allá del dinero y explorar las nuevas fronteras del conocimiento humano.
En 1957 comenzó su carrera universitaria en Hong Kong , al año siguiente recibió una beca para estudiar en Estados Unidos. En la Universidad de Chicago dos de sus compatriotas, Cheng Ning Yang y Tsin Dao, ganaron el Premio Nobel de Física en 1959, convirtiéndose en modelos de los estudiantes chinos. El peregrinaje de Tsui concluyó en esa universidad, con el Nobel por los logros de sus investigaciones sobre el quantum.
Su vocación por la enseñanza se basó en la máxima de Confucio: La única verdad significativa es una vida de aprendizaje, y su respuesta en los hechos fue: "¿Qué mejor camino para aprender que a través de la enseñanza?" Hoy es profesor en la Universidad de Princeton.
Otro caso interesante es el de Roald Hoffman (1981, Química). Nació en Polonia en 1937. Durante la ocupación alemana toda su familia, de origen judío, fue enviada a un campo de concentración. En un descuido de sus captores, el padre logró sacar a Roald y su madre del campo, un campesino ucranio los ocultó en su altillo hasta la llegada del Ejército Rojo, mientras el padre, cabecilla de un levantamiento en el campo de concentración, era fusilado. Cuando el futuro Nobel tenía 12 años, emigraron a Estados Unidos.
En 1981, ganó el premio por sus investigaciones sobre el curso de las reacciones químicas.
A los 40 años comenzó a escribir poemas, que fueron publicados en revistas y dos libros, traducidos al francés, portugués, ruso y sueco. En 1988, recibió el Premio Pergamon Press. Para Hoffman, "ciencia y poesía son partes vitales de la riesgosa empresa de vivir".
Para saber más
El autor de esta nota es vicepresidente de la Fundación Instituto Leloir

Los ganadores 2003

  • Física
Alexei A. Abrikosov (EE.UU y Rusia)
Vitaly L. Ginzburg (Rusia)
Anthony J. Leggett (Gran Bretaña y EE.UU.)
  • Química
Peter Agre (EE.UU.)
Roderick MacKinnon (Estados Unidos)
  • Paz
Shirin Ebadi (Irán)
  • Fisiología o Medicina
Paul C. Lauterbur (Estados Unidos)
Sir Peter Mansfield (Gran Bretaña)
  • Literatura
John Maxwell Coetzee (Sudáfrica)
  • Economía
Robert F. Engle (EE.UU.)
Clive W. J. Granger (Gran Bretaña) .
Por Enrique Belocopitow

No hay comentarios:

Publicar un comentario