Diario "La Capital". Rosario, Viernes, 30 de agosto de 2013
Siria: otra vez la guerra justa
Es un ejercicio escolástico. Pero no es inútil. El belicismo lo resuelve todo con la violencia de la guerra, de la misma forma que el antibelicismo se opone radicalmente a cualquier guerra. Ambas...
Por Lluís Bassets / El País (Madrid)
Es un ejercicio escolástico. Pero no es inútil. El
belicismo lo resuelve todo con la violencia de la guerra, de la misma
forma que el antibelicismo se opone radicalmente a cualquier guerra.
Ambas posiciones suelen ser peligrosas en política, por lo que no es
ocioso contar con criterios para saber cuándo se puede hacer la guerra
legítimamente, con la razón moral y legal a la vez.
Desde que terminó la guerra fría, cada una de las
declaraciones de guerra que hemos conocido, especialmente aquellas en
las que han participado los países europeos junto a Estados Unidos, han
merecido el control de los criterios de legitimidad, que suelen
resumirse en seis puntos: 1) debe estar al servicio de una causa justa;
2) la intención debe ser recta; 3) siempre como último recurso; 4) con
notables posibilidades de éxito en la obtención de los objetivos; 5) con
proporcionalidad de medios y de violencia para evitar el mal mayor que
la ha suscitado; 6) con autorización y cobertura legal internacional.
Los reunían la primera guerra de Irak, que declaró y
organizó Bush padre; la campaña de bombardeos aéreos contra los
talibanes en Afganistán, lanzada por Bush hijo en respuesta a los
atentados del 11-S; y los bombardeos de la Otán sobre Libia, dirigidos
"desde atrás" por Obama y desde delante por Sarkozy y Cameron, para
detener la ofensiva de Khaddafi contra la resistencia a su régimen.
No los reunía la campaña de bombardeos contra la
Serbia de Milosevic en la llamada guerra de Kosovo, lanzada por Clinton y
crucial para la liberación e independencia del pequeño país; y tampoco
la segunda guerra de Irak de Bush hijo, ambas por falta, al menos, de
resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Lo que interesa ahora es determinar si sería un caso
de guerra justa un ataque contra Bachar el Asad por el uso de las armas
químicas, tal como ha amenazado Obama. Sabemos de antemano que faltará
la resolución del Consejo de Seguridad, gracias al derecho de veto de
Rusia y China, pero a la vista de los antecedentes sería perfectamente
posible que se siguiera el modelo de Kosovo y se buscara una
legitimación supletoria como en aquel caso, que ahora deberían ser la
Otán y la Liga Árabe.
Pero no sería suficiente. Una intervención en
represalia por el uso de armas químicas exige, en primer lugar,
garantizar que la responsabilidad efectiva es de Bachar el Asad, y en
segundo lugar y todavía más importante, que servirá efectivamente para
destruir el arsenal o impedir la repetición de los ataques. Un ataque
que tuviera un objetivo meramente de castigo, sin garantía alguna sobre
los efectos que ocasionaría en el país y en la zona, ni siquiera se
contempla en el análisis de la guerra justa, aunque falla
ostensiblemente en la exigencia de proporcionalidad y correspondencia de
medios y fines.
Tampoco entraría en el caso de la guerra justa si el
objetivo fuera mantener la autoridad del presidente Obama y preservar la
capacidad disuasiva de la superpotencia, cuestiones que sólo suscitan
los analistas pero no suelen estar en boca de los políticos.
Que todavía no se reúnen las condiciones en el caso
de Siria lo ha puesto en evidencia el secretario general de Naciones
Unidas, Ban Ki-moon, cuando ha pedido más tiempo para las inspecciones y
para la diplomacia. La guerra todavía no es el último recurso, y no lo
es, sobre todo, porque hemos dejado pasar dos años y medio antes de
desenfundar, sin que entre tanto se haya hecho apenas nada para frenar a
El Asad.
Hará bien Obama en aplazar una decisión que puede meterle en un berenjenal todavía peor que el de Irak.
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