Diario "La Capital". Rosario, Viernes, 30 de agosto de 2013
Las exigencias de las nuevas clases medias
Desde que, hace cinco años, comenzó la crisis financiera,
las potencias mundiales tradicionales y establecidas se esfuerzan, en
medio de grandes dificultades, en recobrar la confianza. No...
Por Ian Bremmer (*)
Desde que, hace cinco años, comenzó la crisis
financiera, las potencias mundiales tradicionales y establecidas se
esfuerzan, en medio de grandes dificultades, en recobrar la confianza.
No obstante, el hecho de que se haya agravado la polarización política
en Washington no puede impedirnos ver los indicios, cada vez más
numerosos, de que la economía estadounidense está fortaleciéndose. Por
su parte, los líderes europeos están aprovechando la crisis de la
eurozona para empezar a examinar todas las leyes que configuran el
diseño de la unión monetaria, y es de prever que el continente saldrá
reforzado en los próximos años. Japón ha avanzado considerablemente
hacia la recuperación después del triple desastre que sufrió en 2011, y
la Abenomics, el conjunto de planes que forman la estrategia del primer
ministro Shinzo Abe para impulsar la economía japonesa, ha comenzado su
andadura con buen pie.
Ahora, los mayores peligros que se ciernen sobre la
economía mundial están en los países del mercado emergente (ME),
precisamente los que tanto dinamismo y tanta esperanza han inyectado al
mundo entero durante los últimos años: China, India, Brasil, Turquía y
otros. En todos ellos, el crecimiento ha sufrido una desaceleración en
los últimos tiempos. Y las masivas protestas desarrolladas hace unos
meses en Brasil y Turquía son un recordatorio de que hasta los más
prometedores de los países emergentes siguen siendo mucho más
impredecibles que sus homólogos del mundo desarrollado.
En ciertos aspectos, los gobiernos de los países del
ME son víctimas de su propio éxito. Desde el comienzo del siglo, el auge
experimentado tanto en el sector de las materias primas como en el del
crédito alimentó la rápida expansión de los mercados emergentes más
dinámicos y contribuyó a sacar a decenas de millones de personas de la
pobreza para incorporarlas a las clases medias, un fenómeno que se
tradujo en los correspondientes beneficios para la popularidad de los
partidos gobernantes en esos países y sus dirigentes. Lo malo fue que
esa expansión hizo que las autoridades se sintieran menos obligadas a
poner en marcha reformas ambiciosas y les dio margen para gastar más
dinero del que debían con el fin de promover el crecimiento a corto
plazo y fomentar su propia popularidad, así como para hacer
extravagantes promesas sobre gastos aún mayores en el futuro.
Por si eso fuera poco, en algunos países, el hecho de
contar con unos ingresos constantes de dinero dio a los máximos
responsables la capacidad de incrementar el apoyo a las empresas de
propiedad estatal y a las grandes entidades económicas nacionales de su
preferencia, mientras que empezaban a retirar las concesiones que se
habían hecho a empresas extranjeras en periodos anteriores de debilidad
económica. Esta tendencia es hoy muy visible en China y Rusia, pero
existe también en democracias como Brasil, Indonesia e India.
Sin embargo, ahora resulta que el crecimiento se ha
frenado en la mayoría de los países del ME, y las autoridades se
encuentran con una clase media que tiene unas expectativas más altas,
creadas por ese éxito, al mismo tiempo que las perspectivas económicas
más modestas y los sacrificios económicos más duros que han conocido
desde hace muchos años. Los detonantes de las protestas que hemos
presenciado en Turquía y Brasil fueron problemas locales —la agresiva
respuesta de la policía a las manifestaciones contra el plan para
derribar una arboleda de sicómoros en el centro de Estambul y un aumento
relativamente pequeño del precio del billete de los autobuses públicos
en São Paulo—, pero los primeros disturbios desencadenaron una reacción
mucho más amplia de unos ciudadanos que hoy sienten que tienen derecho a
contar con un gobierno más responsable y que rinda cuentas, y unos
servicios públicos de mayor calidad. Una parte considerable de los
manifestantes que llenaron las calles de las ciudades en ambos países
consistió en miembros de esas clases medias que tanto han crecido en los
últimos años.
Estas personas a las que me refiero no tienen un
poder adquisitivo comparable al de las clases medias de otros países más
ricos. De acuerdo con los criterios de la Ocde, en los países del ME,
la pertenencia a la clase media consiste en tener unos ingresos
familiares de entre 10 y 100 dólares diarios, en dólares de 2005. Pero
la diferencia fundamental es que, mientras que las aspiraciones de los
pobres siguen siendo asegurarse la subsistencia básica, un techo y un
puesto de trabajo, las nuevas clases medias exigen mejores servicios,
mejor sanidad y mejores oportunidades educativas para sus hijos, además
de medidas para remediar la omnipresencia del crimen y la corrupción.
Los países en los que las clases medias han crecido
más deprisa son especialmente vulnerables a las presiones derivadas de
cambios sociales muy rápidos. Los países que han experimentado las
mayores protestas de las clases medias en los últimos años —Argentina,
Rusia, Chile, Turquía y Brasil— coinciden con este modelo.
A esto hay que añadir, en algunos países, la
impaciencia con el comportamiento del partido en el poder. En China, el
presidente Xi Jinping y el primer ministro Li Keqiang son rostros
relativamente nuevos en un partido que gobierna desde hace 64 años.
Ahora bien, en India, Manmohan Singh es primer ministro desde 2004, el
Partido de los Trabajadores, que es el de la presidenta Dilma Rousseff,
manda en Brasil desde 2003; Recep Tayyip Erdogan es primer ministro de
Turquía también desde 2003, y qué decir de Vladímir Putin, que domina la
política rusa desde el 2000. Todos ellos, Singh, Rousseff, Erdogan y
Putin, son mucho menos populares hoy de lo que lo fueron en otros
tiempos.
Además, la facilidad de acceso a las herramientas de
comunicación modernas —internet, smartphones y redes sociales— va a
hacer la vida aún más difícil a los responsables políticos de estos
países, a medida que a los frustrados ciudadanos les sea cada vez más
sencillo compartir su indignación y organizar formas de protesta. En
algunos países, los gobiernos reaccionarán con intentos de desviar la
furia de la población hacia otros objetivos. Hemos visto cómo sucedía,
por ejemplo, en China, donde las autoridades han permitido que las
manifestaciones y los boicots que se han organizado en contra de Japón y
las empresas japonesas se acalorasen y se prolongasen más de lo normal,
y lo han hecho para canalizar el resentimiento de la población,
alejarlo de Pekín y conducirlo hacia objetivos extranjeros. El
presidente ruso, Vladímir Putin, ha convertido la retórica antiamericana
y antieuropea en una herramienta política de lo más previsible. Incluso
el turco Erdogan ha empezado, en los últimos tiempos, a responsabilizar
a las potencias extranjeras de los disturbios y el malestar político y
social en su país.
Si tenemos en cuenta todos estos hechos, podemos
prever que en los próximos años veremos aún más muestras de agitación en
los países del mercado emergente, así como una disminución de los
instrumentos a disposición de los gobiernos para contenerlas.
(*) Escritor y politólogo
No hay comentarios:
Publicar un comentario