Yom Kippur, la última guerra entre Israel y sus vecinos árabes
El
enviado de Clarín al conflicto evoca la contienda iniciada el 6 de octubre del
73, que acabó casi un mes después con el triunfo israelí. Chaim Topol, el actor
del célebre filme “El violinista en el tejado”, fue guía de los periodistas.
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MADRID. CORRESPONSAL - 06/10/13
Hace cuarenta años,
cuando arreciaba la guerra de Yom Kippur, Clarín cruzó el Canal de Suez
con el violinista en el tejado. El enviado especial llegó hasta la orilla del
Canal en medio de un enorme batifondo de explosiones, órdenes militares,
tanques y camiones que circulaban enloquecidos y una nube de arena y polvo que
lo envolvía todo. Allí estaba esperándonos de uniforme Chaim Topol, el famoso
actor israelí que había alcanzado fama mundial protagonizando con gran talento
la película “El violinista en el
tejado”.
Era mi día de suerte.
Topol fue mi valioso guía
en esa jornada inolvidable en que Israel ganó la guerra después de llegar a la
otra orilla colándose por una brecha estratégica entre el segundo y tercer
ejércitos egipcio.
Habían pasado con éxito
el canal cuando comenzó la guerra y eran la base del
dispositivo egipcio en el Seinarí.
Comandados por el
volcánico general Ariel Sharon, la ofensiva israelí barrió desde atrás las
posiciones egipcias– sobre todo los misiles que martirizaban a su aviación–,
llegó hasta la ciudad de Suez y, por el otro lado, al cruce de caminos que
llevaba hasta El Cairo. Solo se interponía, se supo después, un solo regimiento
entre la ofensiva israelí y la inmensa capital.
Cuando los israelíes
aislaron al poderoso tercer ejército y comenzaron a aniquilarlo, Egipto pidió
una tregua.
Para el enviado especial,
todo había comenzado un día antes con una queja ante un viejo conocido, el
Ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Abba Eban, en el hotel Dan de Tel
Aviv, donde residía el periodista, en cuyos salones y habitaciones se
concentraban por las noches políticos, jefes militares, periodistas y espías de
toda laya. Me acerqué al canciller y le hice un gesto para propiciar una charla
discreta. “A los periodistas de lengua española nos postergan en las mejores
visitas a los frentes”, le dije sabiendo su gran debilidad por la cultura de
España y la América Latina.
Hizo un gesto de
contrariedad y me confió: “Mañana va a hacer un
buen viaje, se lo aseguro”. Fue una promesa extraordinaria que se
cumplió a la letra. Apenas pasada la medianoche se presentó en mi habitación un
joven teniente coronel que me advirtió: “¡Prepárese bien! Lleve antiparras para
proteger los ojos. Una botella de agua y poca comida. Lo espero abajo”.
El teniente coronel me
llevó hasta un ómnibus con periodistas y militares y se despidió: “Nunca
olvidará lo que va a ver”. Salimos hacia el sur y pronto llegamos a las
inmediaciones de Gaza. Creí que era otra visita a la zona del desierto, que
había visitado esos días, donde se produjeron las más grandes y enconadas
luchas de blindados desde la Segunda Guerra Mundial.
El ómnibus se detuvo y
nos cambiaron a esos rígidos camiones militares que te rompen los riñones y
asfixian con el polvo y el olor a nafta. Uno de los periodistas alertó: “¡Vamos
hacia el Canal de Suez!”.
Y así llegó Clarín a la orilla asiática del
Canal de Suez, se alegró por Topol y avanzó en un pequeño vehículo que se
sacudía constantemente. El puente militar estaba desplegado en una zona angosta
junto al lago Amargo (Timsha) cerca de la vasta ciudad de Ismailia.
Apenas tuvimos tiempo de
echar un vistazo.
Cuatro grandes barcos
estaban anclados en el lago, se observaban los inmensos muros de arena
que protegían la ineficaz línea Barlev, lanchas de desembarco, cadáveres
egipcios por todos lados y un horizonte de columnas de humo que señalaba la
gigantesca batalla. Llegamos enseguida a Africa.
Topol nos subió a una
camioneta azul y nos sumergimos en el “frente del frente”, la guerra en todo su
siniestro esplendor. Por tierra avanzaban los blindados, carriers, camiones de
tropas, con abastecimientos, municiones artillería grúas y cisternas.
Los helicópteros volaban
rasantes, un poco más arriba aviones de transporte y en el cielo el duelo entre
los cohetes egipcios y la aviación de combate israelí. El estruendo era
ensordecedor: artillería, ametralladoras y los cañonazos de los tanques. Una
columna israelí nos pasó a toda velocidad y dobló hacia un camino donde
resonaba la batalla.
Paramos para ver a los
misiles egipcios que buscaban, señalados por estelas blancas, los aviones israelíes.
Tres aparatos cayeron, uno dando vueltas como un trompo. Se abrió un
paracaídas, uno solo, y los soldados gritaron y aplaudieron.
Avanzamos a toda
velocidad pero zigzaguendado para no pasar encima de los cadáveres que
sembraban la ruta. La devastación era terrible: puestos de combate en llamas,
más restos humanos en posiciones grotescas, uno partido por la mitad por un
tanque.
La mezcla de olores
repugnantes a pólvora, a cuerpos humanos se sumaba a todo ese espectáculo
deslumbrante y siniestro de la guerra para exaltarnos.
Nos metimos de cabeza en
la tierra de nadie. Una fila de tanques en batería detrás de nosotros hizo
sonar sus sirenas para alertarnos. Topol, impertérrito, nos confió con una
sonrisa cómplice. “Muchachos, nos hemos pasado de las líneas israelíes. Mejor regresar”. Nadie se opuso.
Los tanques comenzaron a
disparar sus cañones, una andanada tras otra. Sobre una colina apareció un
blindado egipcio despistado y casi de inmediato lo alcanzó el disparo de un
tanque israelí. Hubo una explosión tremenda, seguida de otras, del tanque de
gasolina y las municiones. Quedó un guiñapo de acero envuelto en llamaradas
anaranjadas y azules.
No pudimos entrar en Suez
y emprendimos a toda carrera la vuelta a Tel Aviv para transmitir la
información. A dos kilómetros de la cabecera de puente del Canal había un
atasco formidable. Nos cayó encima un bombardeo de la artillería egipcia.
Corrimos a refugiarnos en un maizal, donde aguantamos las barreras de
artillería durante agónicos 45 minutos.
(En la primera página del
diario Ya madrileño se publicó una
información firmada por Pedro Mario Herrero. “Mientras nos caen las bombas, el
enviado especial de Clarín dice: “Le dedico este
cagazo a mi tía Martita que me estará escuchando”).
Caminamos hacia el puente
y de pronto las antiaéreas y los tanques abrieron fuego contra un misil que
trataba de alcanzar Tel Aviv. Lo delataban las llamas azules del motor. Los
egipcios contestaron y el cielo se cubrió de fogonazos, de las líneas rojas de
las trazadoras antiaéreas y bengalas que caían en paracaídas.
Cruzamos temblando de
miedo el puente precario y llegamos a la otra ribera donde una formidable
concentración militar esperaba para reforzar a Ariel Sharon.
Volvimos como una
exhalación a Tel Aviv. Cuando llegamos al hotel Dan envié por el telex, con el
censor al lado, un despacho breve informando a la redacción de la lejana Buenos
Aires que el tercer ejército de Egipto estaba rodeado y que Israel había ganado
prácticamente la guerra. Gracias a la diferencia horaria, Clarín pudo parar las rotativas
y publicarlo en portada.
Me fui exultante a mi
habitación. Creí haber participado en lo más parecido a una primicia mundial.
Era el cien por cien de nada, pero me dormí a plomo. Agotado y contento.
Diario “Clarín”. Buenos
Aires, 6 de octubre de 2013.
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