Corrupción. Estados mafiosos. Estado como bien de
familias poderosas. Pujas por el poder. Desconocimiento de la res pública. El
interés privado por encima de la ley. El dilema de la sucesión de gobierno.
No, no hablo de Argentina. El tema es Medio Oriente y el
análisis lo hace el intelectual francés de origen argelino Sami Naïr, de 67
años, una mente brillante a la hora de comprender en serio a esas regiones del
mundo siempre convulsionadas, que nos quedan lejos y que parecen estructurarse
en torno a valores extraños para nosotros. Eso creemos, al menos. Pero no es
necesariamente así.
"El problema fundamental de Medio Oriente no es la democracia,
que han alcanzado, sino la res pública, o sea, la separación de lo privado y de
lo público, la construcción de una ley pública, de un interés general público
por encima de los intereses particulares", dirá Naïr.
Sociólogo, politólogo, filósofo, profesor de Ciencias
Políticas. Colaboró en el gobierno socialista de Lionel Jospin y fue
eurodiputado. Naïr se formó en la Sorbona. Fue universitario en pleno Mayo del
68. Hace pocos meses se tradujo su libro ¿Por qué se rebelan? Revoluciones y
Contrarrevoluciones en el mundo árabe, publicado en Argentina por Capital
Intelectual.
Sus tesis explican un hecho desconcertante: que los
vientos seculares y modernos impulsados por las juventudes de la
"primavera árabe" hayan dado origen a mayorías religiosas, casi
medievales. En charla telefónica con LA NACION hablará de aquellas aldeas. Pero
también podremos reconocer a la nuestra.
-Pasaron poco más de dos años de la "primavera
árabe" de 2011. Parece un siglo. ¿Qué quedó como balance de aquel proceso?
-La "primavera" tiene un sentido histórico,
porque por primera vez vimos en los países de Medio Oriente una demanda
democrática impulsada directamente por la sociedad. Fue la primera revolución
de la sociedad contra el Estado. Evito el término "sociedad civil"
porque el concepto de "civil" es algo muy complejo y no se puede
aplicar de manera mecánica a estos países. Pero en los últimos veinte años,
sobre todo sobre finales de los años noventa, se podía percibir que había una
fractura cada vez más importante y profunda entre la sociedad en general y el
Estado.
-¿Por qué aclara con tanto énfasis que no podemos pensar
en una sociedad civil?
-Una sociedad civil significa la organización de grupos
de intereses y la existencia de una opinión pública, de un debate, significa
una democracia de hecho. En estas sociedades el Estado dominaba totalmente la
sociedad. Su función esencial en los últimos treinta años fue destrozar todos
los focos de construcción de una opinión pública autónoma y libre.
-En América latina o en la Argentina las crisis
económicas suelen originar crisis políticas. ¿La situación económica fue una
variable importante?
-Por supuesto. En todos los países desde los años 90,
desde el 95, hemos visto una degradación de la situación social, en especial en
las capas medias. Por un lado, un sector se integró en el poder político y en
los medios de negocios y financieros. Pero gran parte de las clases medias fue
empujada hacia las capas populares, las pobres y cada vez más pobres. Ese
proceso representó un elemento significativo de toma de conciencia. En Túnez y
en Egipto fueron estos grupos de gente con diplomas sin empleos los que
constituyeron la punta de lanza de la sublevación. Detrás de ellos estaba el
pueblo, es decir el 60 o 70 por ciento de la población. Y un 30 o 40 por ciento
de la población vivía en situación de exclusión total en relación con el
sistema social.
-Usted destaca también el peso del cambio demográfico
como variable en la "primavera".
-Sí. Hubo un crecimiento demográfico con un promedio
-entre Marruecos y Yemen, todo el arco que va del sur del Mediterráneo a la
península arábiga- de casi 3 por ciento al año. Cada año millones de jóvenes
entran al mercado de trabajo. En un país como Túnez todo el mundo creía que
había unos 100.000 jóvenes sin trabajo. Cuando se democratizó el país y se
hizo, con el apoyo de la Unión Europea, el primer sondeo serio, se supo que más
de 500.000 jóvenes vivían sin trabajo y más de 400.000 de ellos tenían un
diploma de tercer nivel en la universidad.
-Las sucesiones políticas en los países de Medio Oriente
son momentos críticos. Y eso pesó también.
-La debilidad de los poderes políticos se dio no
solamente porque había una sociedad exteriorizada, sino también por
contradicciones internas en el mismo poder. Y era una contradicción interna
doble: por un lado, una reorganización del reparto de la riqueza nacional y por
otro lado, la sucesión, el fin de una época biológica de los gobernantes tanto
en Túnez, en Egipto, en Siria y en Libia.
-Líderes con mucha edad y que, en muchos casos, habían
estado mucho tiempo en el poder.
-Son sistemas mafiosos y tienen un problema: como en
todas las mafias, el jefe, cuando se va, necesita una persona de confianza que
lo suceda, porque si viene una persona de fuera de la familia, fuera del clan,
puede develar absolutamente todos los secretos y desestabilizar. El gran
problema era qué iba a venir después. Khadafy, Mubarak, preparaban a sus hijos.
En Siria, este sistema de transmisión patrimonial del poder había sido
organizado por el propio padre del presidente Bashar al-Assad, que dejó todo
arreglado para que su hijo lo sucediera. Es decir, son todas repúblicas
monárquicas que tienen sólo el nombre de república. Son despotismos.
-Sistemas hereditarios.
-Sí, y eso es un elemento muy importante para entender la
crisis. Porque no siempre, dentro del poder, había consenso en relación al
sucesor. Por ejemplo, en Túnez o en Egipto.
-La palabra "corrupción" es clave para
sintetizar la visión que esta sociedad tiene del poder.
-La corrupción ha sido organizada. Se explica a partir de
la ausencia de democracia y transparencia. Cuando no hay transparencia ni
democracia, se desarrolla ineluctablemente la corrupción. El problemas es que
tanto en Túnez, en Libia o en Egipto, esa corrupción se ha transformado en
verdadero vínculo social. Implica que no había una función social que no
necesitara en algún grado la intervención de la corrupción como elemento
conector y director esa relación social. Doy ejemplos: en Túnez, para que la
economía oficial pueda funcionar, se necesitaba pasar por el sistema de
corrupción organizado por la familiar Ben Alí. Era imprescindible. No se podía
firmar un contrato del Estado tunecino con una empresa extranjera para
construir una empresa carretera sin pasar por el poder.
-Sin una coima, tal como lo llamamos en Argentina.
-El problema es que en Túnez se han transformado en
vínculo social.
-La corrupción como vínculo social, ¿también se refiere a
la sociedad, igualmente marcada por ese sistema en sus transacciones diarias?
-Es así. Si mañana necesitas un fontanero, viene y te
dice "yo no quiero una factura". Es un sistema sin ley. En Túnez, la
familia Ben Alí se robó en los últimos días del régimen más de cien kilos de
oro del banco nacional de Túnez. No es por casualidad que en todos los países
el lema fundamental de las movilizaciones era "Queremos dignidad frente a
la corrupción".
-Siria, que tanto preocupó por el uso de armas químicas
contra la oposición, viene atravesando un proceso diferente desde 2011.
-El problema en Siria es algo diferente comparado con los
otros países. El cuadro que pinté en los otros casos era menos fuerte allí.
Entre otras cosas, porque el poder estaba depositado en una minoría: la familia
Assad y los alauitas, con un poder etnoconfesional. Los alauitas son una
minoría, que representa el 10 por ciento de la población. El 80 por ciento es
sunnita y el resto, cristiano, kurdo, etcétera. La revolución de marzo de 2011
fue una revolución democrática: la gente pedía únicamente la liberación de los
prisioneros políticos encarcelados. Pero Assad hizo algo genial: liberó sólo a
los prisioneros integristas de Al-Qaeda, y no a los demócratas, y transformó la
revolución democrática en guerra civil confesional, instaló la idea de que se
trataba de la voluntad de los sunitas de destrozar la minoría alauita que
representa la familia. Además, entró en la batalla Arabia Saudita para
radicalizar la lucha en contra de Assad, porque representa el mejor aliado de
Irán, su enemigo.
-¿Cuál es el rol de Estados Unidos en esta oleada
revolucionaria y especialmente en el caso de Siria?
-Hay que diferenciar. En el caso de Túnez, a partir del
año 2000, Estados Unidos jugó un papel clave. No había partidos políticos,
salvo el oficial. El principal partido opositor era la embajada de Estados
Unidos. Y tuvo también un papel importante para movilizar a la sociedad. En
Egipto no jugó directamente, pero apoyaba a Mubarak. Y cuando vieron la
movilización de la sociedad civil y sobre todo el alineamiento del ejército y
de los altos dirigentes, lo abandonaron. En Siria es otra cosa: no quieren
contribuir al caos en esa región. En realidad, todos los pasos que han hecho en
contra del régimen de Assad fueron determinados sobre todo para tranquilizar a
los israelíes. Porque Israel quiere terminar con los Estados-naciones para no
tener frente a él Estados fuertes con ejércitos fuertes. Al mismo tiempo, los
norteamericanos no veían con buen ojo la alianza entre Assad e Irán, que sí les
preocupa.
-Volvamos a su tesis central. ¿Cómo se explica que una
vez conquistada la democracia a partir de una revolución moderna y laica, se da
un paso atrás votando a regímenes autocráticos?
-De lejos parece un retroceso. En realidad, la gente votó
a favor de grupos políticos religiosos que habían desarrollado una política de
solidaridad, de ciudadanía dentro de la sociedad civil, en contra de los
poderes políticos. Cuando empezaron a experimentar la democracia, se hizo
evidente que no hay tradición democrática, por eso podemos hablar de una
democracia sin demócratas. Después, ya en el poder, tanto en Túnez como en
Egipto, esos partidos demostraron rápidamente que su visión del mundo no podía
caber en el sistema democrático moderno: querían islamizar la democracia.
-Y ese plan no estaba explicitado a la hora de las
elecciones.
-Claro. La gente que había hecho la revolución no la
había hecho para que esta gente mucho más despótica impusiera un sistema mucho
más teocrático, de la Edad Media.
-Usted plantea una pregunta muy interesante: si el
laicismo es "un invento superficial de Occidente o más bien una vía de
paso obligatoria" para llegar a la modernidad, que el mundo islámico
deberá adaptar según sus peculiaridades.
-El laicismo y la democracia van de la mano. Y eso pasa
por una innovación fundamental: la república. Las res pública. El problema
fundamental de Medio Oriente no es la democracia, que han alcanzado, sino la
res pública, o sea, la separación de lo privado y de lo público, la
construcción de una ley pública, de un interés general público por encima de los
intereses particulares. La República es la lucha en contra de la corrupción. Es
la separación entre lo espiritual y lo temporal, el hecho de que no voy a
imponer mis convicciones religiosas en el espacio público, el espacio público
es el espacio de la neutralidad. La mejor manera de defender las convicciones
religiosas es precisamente sacarlas del espacio público. Es el poder de la ley,
el poder del legislador, un sistema jurídico autónomo, un sistema de medios de
comunicación libre, un sistema ejecutivo que obedezca a la voluntad popular. El
problema es poner por encima de todo y de todos a la ley. Es lo que decía
Pericles a los griegos en la Oración Fúnebre: lo que nos diferencia a nosotros,
los griegos, de los egipcios, es que los egipcios adoran un rey, un faraón y lo
pusieron por encima de ellos, y nosotros hemos decidido poner por encima de
nosotros a la ley..
Vazquez, Luciana, Entrevista a Sami Naïr. Diario "La Nación". Buenos Aires,17 de noviembre de 2013.
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