Greenpeace, cada vez con más poder
La
multinacional verde
En casi treinta años de vida se ha convertido en la
organización no gubernamental más grande del mundo. Sin embargo, quienes la
critican sostienen que se apartó de sus principios originales y que hoy está
más pendiente de su imagen en los medios que de las políticas ambientales.
Una constante
en el estilo de protesta de Greenpeace: publicidad espectacular. Aquí, en un
globo aerostático frente al Taj Mahal, el 12 de junio último, contra las
pruebas nucleares de India y de Paqu. Foto: John McConnico4
EL 15 de septiembre de 1971, en la Columbia Británica,
Canadá, fue un día nublado pero hermoso. Esa mañana, doce hombres zarparon de
Vancouver a bordo del Phyllis Cormack, un pesquero alquilado, para desafiar al
poder militar más grande de la Tierra. Su intención era llegar a la isla de
Amchitka, en las Aleutianas, en cuyas aguas los Estados Unidos pretendían
detonar una bomba de hidrógeno de cinco megatones. "Nos embargaba un
sentimiento maravilloso -recuerda uno de aquellos hombres, el canadiense
Patrick Moore-; éramos como Vasco da Gama o Magallanes, partiendo a conquistar
un nuevo estado de conciencia para la humanidad".
Esos hombres -el capitán exigió que se cumpliera la
tradición de no admitir mujeres en un buque pesquero- eran miembros del Don´t
Make a Wave Committee , fundado dos años antes por Jim Bohlen, Paul Cote e
Irving Stowe para oponerse a los ensayos nucleares en el Pacífico. Varios eran
periodistas; en tierra, la esposa de uno de ellos alimentaba a los medios con
información sobre la travesía.
La audaz forma de boicot se inspiraba en una tradición
cuáquera: dar testimonio ( bear witness ), es decir, protestar contra
una injusticia haciéndose presente en el lugar donde se está cometiendo. En
1958, un barco con miembros de esa confesión -a la que pertenecía Stowe- había
hecho lo mismo para denunciar los experimentos atómicos en el atolón Bikini,
con gran repercusión periodística.
El Phyllis Cormack fue detenido por un guardacostas
norteamericano, pero los Estados Unidos postergaron la explosión. Cuando se
anunció la nueva fecha, los jóvenes pacifistas (ahora eran 28) volvieron a
zarpar en otro buque, pero la bomba estalló antes de que llegaran a destino.
Sin embargo, la onda expansiva de la protesta golpeó de tal modo a la opinión
pública que el presidente Nixon canceló las pruebas. "Eramos David contra
Goliat -recordó Dorothy Metcalfe, la esposa de otro tripulante, en una
entrevista que le hicieron con motivo de los veinticinco años de Greenpeace-,
pero mucha gente estaba en contra de nosotros y decía: detengan a esos hippies
".
El comité buscó un nombre más corto, eufónico y
recordable. Alguien sugirió "Verde". Stowe -que moriría de cáncer
tres años después- dijo que la palabra "Paz" era mejor. Se acordó
unirlas, pero al diseñar el primer button de campaña, las dos palabras
no cabían por separado. Así nació Greenpeace.
Desde estos comienzos heroicos, Greenpeace ha recorrido
un largo camino. Hoy es la organización no gubernamental (ONG) más grande del
mundo, con cinco millones de socios, oficinas en 33 países, un staff de
1156 personas rentadas, una flota de doce buques propios y un presupuesto anual
de 125 millones de dólares. La mayor parte de ese dinero (120.816.000 dólares,
según el balance de 1997) proviene de donaciones individuales -a diferencia de
otras instituciones ambientalistas, Greenpeace no acepta dinero de empresas,
gobiernos o fondos multilaterales- y el resto, del merchandising y la
venta de licencias de la marca para la fabricación de productos ecológicos.
Con la llegada de los verdes al gobierno en
Alemania -el país en el que Greenpeace posee mayor cantidad de socios-, la ONG
podría convertirse en la primera organización capaz de influir en las políticas
ambientales de una de las potencias del planeta.
Los fundamentos
Las cosas cambiaron mucho desde que Stowe y sus
compañeros vendían remeras en la calle a 3 dólares cada una, para financiar su
aventura. Pero la campaña de Amchitka resume los principales aspectos de las
futuras acciones de Greenpeace: un pacifismo militante que emplea técnicas de
resistencia civil contra el establishment político y empresarial;
sentido épico de la acción; una filosofía espiritualista, que une la
cosmovisión de los pueblos indígenas americanos -el vínculo perdido del hombre
con la madre naturaleza- con el rechazo al materialismo de la civilización
industrial; afán polemista, en el que subyace cierta dosis de puritanismo
protestante; escepticismo sobre las recetas convencionales de la ciencia
contemporánea, y, sobre todo, una aguda conciencia de los medios de
comunicación. Sacando la voz de fondo de Joni Mitchell y el hippismo de
la época, estos elementos caracterizan aún hoy a la organización.
Sin embargo, no todos piensan que Greenpeace sigue fiel a
sus principios originales. Después de integrar su máxima conducción durante
quince años, Moore dejó el barco en 1986. "Greenpeace pudo haberse
convertido en una institución de política internacional de alto nivel, como la
Cruz Roja, pero degeneró hacia posturas extremas -dice-; ya no le importa la
verdad de los hechos sino su impacto en los medios de difusión masiva, y por
eso lanza consignas simplistas, que desinforman a la gente y oscurecen el
análisis racional".
Moore reivindica la campaña contra la energía atómica,
pero cree que Greenpeace privilegia la confrontación sobre la construcción de
consensos. "Los problemas ambientales no pueden reducirse a una oposición
del tipo blanco o negro -sostiene-; el error es enfocar todos los temas con
sentido apocalíptico, como si se tratara del riesgo del holocausto
nuclear".
Según Moore -un PhD en ecología, especializado en
ciencias forestales-, el cambio se produjo a comienzos de los ochenta, cuando
su compatriota, David McTaggart, tomó el control de la nave. Moore acusa a
McTaggart -que fue presidente de Greenpeace International durante varios años y
hoy es una suerte de consultor honorario- de haber impuesto las tácticas de la
agitación política callejera. "La acción directa contra las empresas es
una verdadera forma de chantaje -afirma-; si la empresa no hace lo que
Greenpeace dice, queda automáticamente del lado de los réprobos." Según
Moore, este perfil antinegocios se agudizó con la caída del Muro de Berlín.
"Muchos desilusionados del marxismo se hicieron ambientalistas -dice-;
ellos desvirtuaron la idea original de Greenpeace, que era trascender el juego
de derechas e izquierdas".
El crecimiento
Las críticas de Moore confirman una de las leyes de
cualquier organización: el crecimiento genera cambios y no todos quedan
conformes con el resultado. El extraordinario éxito que Greenpeace alcanzó en
pocos años trajo consecuencias ni siquiera soñadas por sus fundadores. Cuando
en 1975 se lanzó la que sería su campaña más famosa, "Salven a las
ballenas", muchos consideraron que Greenpeace se alejaba de sus objetivos
iniciales; pero fue esa campaña y la lucha contra los ensayos atómicos
franceses en la Polinesia lo que la proyectó fuera de América del Norte. Un
grupo que enfrenta a gobiernos y multinacionales en un ámbito tan vasto no
puede sobrevivir sin un poco de burocracia. En 1979 nació Greenpeace
International.
"Greenpeace es una única organización que trata los
mismos temas en todo el mundo -dice Martín Prieto, director ejecutivo de
Greenpeace Argentina-; como se ocupa de problemas globales, busca un impacto
global." El logro de este objetivo requiere un aceitado management profesional.
El funcionamiento interno de Greenpeace combina una
jerarquía de tipo piramidal con plenarios en donde participan todos los niveles
de la organización (ver recuadro El cerebro...). Esta estructura le otorga
cohesión y eficacia, pero al mismo tiempo ha sido -junto con el tema
presupuestario- su mayor fuente de tensiones.
Philippe Lequenne, ex director ejecutivo de Greenpeace
Francia entre 1988 y 1991 y autor de Dans les coulisses de Greenpeace (L´Harmattan,
París, 1997) -una dura crítica a sus ex camaradas- habla de falta de democracia
interna y un exceso de economicismo. "El poder está ligado al control del
dinero -dice-; quince o veinte personas toman las decisiones finales y los
socios no tienen ni voz ni voto." Según Lequenne, los representantes de
Alemania, Holanda, Gran Bretaña, los Estados Unidos, Suecia, Suiza, Austria y
Canadá -que reúnen alrededor del noventa por ciento de los fondos- deciden el
rumbo de la organización.
El problema es semántico. Para Greenpeace, socios son
quienes donan dinero, en cuotas que varían según el país (en la Argentina, el
mínimo es de 5 pesos por año); a cambio, reciben información y son invitados a
participar como voluntarios en las campañas. "Al ser Greenpeace Argentina
una fundación, los socios están legalmente excluidos de la conducción",
dice Prieto. En otros países, como España, nombran delegados al board .
"Greenpeace vive del dinero de la gente y tiene la
obligación de rendir cuentas", agrega Prieto. Todos los años se publican
los estados financieros, auditados por la consultora internacional KPMG.
"Mayor transparencia, imposible." Además niega que se bajen órdenes
de arriba. "En todas las reuniones mundiales, cada oficina interviene en
un plano de igualdad con las otras; la única excepción es la discusión del
techo del presupuesto".
El principio preventivo
"A Greenpeace se la ha acusado de todo, pero nunca
se le pudo probar nada -dice Juan Schroeder, ex director ejecutivo de
Greenpeace Argentina-; lo más cuestionable es que haya personas que con un
pequeño aporte anual limpien su conciencia."
Las campañas de Greenpeace parecen diseñadas para
convertirse en un producto para consumo de los medios de difusión masiva, y
merecerían ser estudiadas en las escuelas de negocios como casos de excelencia
en materia de comunicación (Federico Edelstein, de la Universidad Austral, es
un pionero en el tema). Su director internacional de Comunicaciones es
Jonatthan Wootliff, un ex Hill & Knwolton, compañía que hasta la Guerra del
Golfo fue la número uno del mundo en relaciones públicas. "Hacemos
campañas masivas de consumidores, porque las empresas les temen más a ellos que
a nosotros -dice Prieto-, pero primero agotamos el diálogo con las firmas
involucradas".
Sin embargo, Eduardo Alvira, presidente de la Asociación
Argentina del PVC y directivo de Indupa-Solvay, afirma que no recibió ningún
llamado de Greenpeace antes de la campaña contra los juguetes de PVC, y Daniel
Sammartino, director general de Techint -cuestionada por la traza del oleoducto
en la selva de Yungas-, dice que sólo hubo una reunión. "La impresión que
dejaron fue la de la oposición por la oposición misma", sostiene.
"Nuestras acciones se fundamentan en el principio
precautorio", dice Prieto. Este principio (ante la menor duda de que se
esté produciendo un daño irreparable al ambiente, deben tomarse todas las
medidas para evitarlo) es una de las bases del derecho ambiental internacional;
la cuestión es cómo ponerlo en práctica. "El precautorio no está por
encima de los demás principios del sistema jurídico, como el de propiedad -dice
el constitucionalista Daniel Sabsay, director ejecutivo de la Fundación
Ambiente y Recursos Naturales (FARN)-; algunas acciones rayan con el delito y
en ese caso los jueces deben decidir qué principio prevalece".
La historia del derecho ambiental muestra que, en
general, el sector privado no cambió sus procesos hasta que la presión de la
opinión pública lo hizo inevitable. Pero a veces las empresas tienen razones
para dudar. "El acuerdo que firmamos con las comunidades indígenas es el
mismo que existía antes de que Greenpeace entrara en escena", dice
Sammartino. La interrupción de las obras ocasionó a la firma pérdidas
monetarias y de imagen, pero no está claro cuál fue su beneficio para la
sociedad. Tampoco hay acuerdo entre los ecologistas: "Muchos cuestionan
los argumentos de Greenpeace, además la Universidad de Tucumán y la Fundación
Vida Silvestre trabajan con Techint en la implementación del proyecto", agrega.
Lequenne sostiene que hay un vínculo entre la forma de
financiamiento de Greenpeace y la radicalización de sus campañas. "Usa
temas que despiertan la simpatía de la gente para aumentar su caudal de
socios", dice. Prieto responde que si esto fuera así, no invertiría tanto
dinero en la campaña de cambio climático, que es difícil de entender para el
público. "Nuestro objetivo es colocar determinados temas en la agenda
global", afirma.
El punto crucial es su fundamento científico. Greenpeace
financia investigaciones en la universidad inglesa de Exeter y recibe apoyo de
profesionales independientes, pero Moore cree que la organización rompió con la
ciencia hace tiempo. "Si bien muchos miembros tienen formación académica
-dice-, la mayoría está fuera de la corriente central de la ciencia
contemporánea." "Nuestra tarea no es la discusión científica sino
forzar cambios en las políticas de Estados o empresas", responde Prieto.
Greenpeace quiere demostrar que la tecnología actual permite alternativas
positivas para el ambiente, que no son desarrolladas por intereses económicos.
"Si pudimos crear un motor que gasta menos combustible que el convencional
o un sistema de refrigeración sin CFC, ¿por qué no lo hacen las empresas, que
tienen más recursos?".
Cabe recordar que ingenieros de Greenpeace crearon una
variante de motor para el modelo Twingo, de Renault, denominado SmILE -Small,
Intelligent, Light and Efficient-, que reduce el consumo de combustible en 3,5
litros por cada 100 km. El sistema de refrigeración Greenfreeze fue
desarrollado por Greenpeace Alemania.
En la opinión de Prieto, Greenpeace sufre el destino de
los pioneros: "Desafiamos a la energía nuclear cuando el establishment científico
decía que era fantástica, y hoy pasa lo mismo con la tala de bosques, los
productos biotecnológicos o el PVC".
Sin embargo, Greenpeace ha tenido que reconocer su error
en casos como el del hundimiento de la plataforma petrolera Brent Spar o el
incendio del aeropuerto de Düsseldorf, que atribuyó erróneamente al PVC. Esto
arroja dudas sobre la solidez de sus argumentos. ¿No podría pasar lo mismo en
los otros casos?
Empresas, científicos, reguladores y organizaciones no
están libres de error. En todo caso, lo que los críticos de Greenpeace parecen
negarse a enfrentar es por qué la gente escucha su mensaje.
La ecología ocupa para muchas personas el lugar de la
religión o de las utopías políticas muertas, y las organizaciones como
Greenpeace dan un sentido a su vida.
"Greenpeace es antipática para muchos, pero en la
difícil lucha por preservar el planeta -dice Sabsay- todas las ONG cumplen un
papel importante".
El autor es un periodista especializado en temas económicos y de
ecología.
El cerebro de la organización
GREENPEACE INTERNATIONAL, con sede en Amsterdam, es la
cabeza de una organización global que en cada país asume la forma de una
asociación sin fines de lucro. Su máximo órgano ejecutivo es la Junta Directiva
( Board of Directors ), integrada por siete miembros elegidos por el
Consejo Mundial ( Stichting Greenpeace Council ), que a su vez está
formado por los representantes ( trustees ) de las oficinas nacionales.
El board nombra al director ejecutivo internacional -desde 1994, el
alemán Thilo Bode- y a los directores de área, encargados de coordinar y
monitorear las operaciones de Greenpeace en cada país. Todos los años se reúne
la Asamblea General Ordinaria, que fija las estrategias de largo plazo de la
organización, elige a los miembros del board y decide el presupuesto.
Para intervenir en ella, las oficinas nacionales deben
lograr que el consejo internacional apruebe su Organization Development Plan
(ODP) para el próximo ejercicio. El ODP consiste en un programa de campañas,
con su correspondiente propuesta financiera. Las oficinas nacionales deben
aportar dieciocho por ciento de sus ingresos brutos a Greenpeace International;
este requisito es indispensable para participar en la votación del presupuesto
general.
El temario de la asamblea anual se elabora a lo largo de
reuniones en las que participan todos los niveles ejecutivos de Greenpeace
International y sus filiales. La más importante es la reunión de directores
ejecutivos. En el Joint Campaign Meeting , los directores de campaña de
cada oficina nacional discuten qué acciones deberían realizarse al año
siguiente. Las campañas son el corazón de Greenpeace y demandan la mayor parte
del presupuesto mundial (Tóxicos: US$ 13.602.000; cambio climático: US$
13.394.000; biodiversidad: US$ 10.680.000; y antinuclear: US$ 8.461.000).
Greenpeace Argentina fue creada en 1986 por el Consejo
Mundial de la institución. Este designa a los miembros del board local
-el antropólogo Jorge Romano, el empresario Claudio Wasibord y la abogada
Carmen González, quien a su vez es la trustee -, que rotan cada dos
años, no cobran sueldo, y eligen entre ellos a sus sucesores. El board define
las líneas de trabajo de largo plazo, aprueba el balance y elige y remueve al
director ejecutivo. La remuneración de este último es de $ 3300 por mes.
Debido a su escasa recaudación, Greenpeace Argentina es
subsidiada por la oficina internacional. Entre 1990 y 1995 la cantidad de
socios se mantuvo estable en alrededor de trescientas cincuenta personas. En
1996 pasó a setecientas, en 1997 trepó a tres mil setecientas y para fines de
este año se espera que llegue a siete mil quinientas. Esto representó un
aumento del ochenta y cuatro por ciento de los ingresos brutos en el último
año. A este ritmo, en el 2000, Greenpeace Argentina dejará de ser deficitaria y
comenzará a pagar su cuota a Greenpeace International.
En clima de ola eólica
UNO de los puntos centrales de la IV Reunión de la
Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que comienza mañana
en Buenos Aires, será discutir el otorgamiento de recursos para desarrollar
formas no contaminantes de energía. Este era uno de los principales intereses
de Greenpeace, pero quedó frustrado cuando el presidente Carlos Menem vetó la
ley nacional de energía eólica, sancionada por el Congreso en septiembre
pasado.
Pero, esta última semana, la Cámara de Diputados
confirmó, con dos tercios de los votos, la ley que había vetado parcialmente el
Poder Ejecutivo. Ahora deberá expedirse el Senado.
El encuentro climático, que está abierto a la participación
de las ONG, sucede al realizado en Kyoto el año pasado, en el que se acordó que
para el 2010, los países industrializados reduzcan 5,2% las emisiones de gases
que agravan el efecto invernadero -como el dióxido de carbono y los
clorofluorcarbonados (CFC)- y que, por lo tanto, contribuyen al recalentamiento
de la atmósfera.
Greenpeace había sido el impulsor de la ley de energía
eólica, que promovía la instalación de un parque generador de energía eólica de
3000 MW de potencia para el 2010. Esta potencia representaría el siete por
ciento del consumo total de energía proyectado para ese año, una inversión de
US$ 3000 millones y la creación de 15.000 empleos directos y otros 45.000
asociados. Actualmente, la Argentina -considerada una de las mayores reservas
de energía eólica del mundo- tiene una potencia instalada de 12 MW.
El secretario de Energía, Alfredo Mirkin, recomendó vetar
la ley para evitar distorsiones en el mercado eléctrico. Entre otras medidas,
dicha ley establecía un reembolso de 1 centavo para cada generador o
distribuidor, por cada kWh generado por turbinas eólicas. Este fondo destinado
al pago de este subsidio debía ser financiado por los demás integrantes del
sistema generador de energía.
¿Maquillaje petrolero?
"Mientras el área nuclear sigue siendo subsidiaria y
se prevé construir nuevos reactores, el Gobierno quiere aprobar una legislación
de maquillaje que permita a las empresas petroleras plantar árboles, algo
absolutamente inútil para mitigar el cambio climático -dice Juan Carlos
Villalonga, coordinador de la campaña de Energía de Greenpeace-, en vez de
incentivar una verdadera transformación de la producción energética.
El plan de energía eólica de Greenpeace complementa un
proyecto que seguramente ocupará el lugar que la campaña contra la energía
nuclear tuvo en las décadas pasadas: detener las exploraciones de nuevas
reservas petroleras, para que las inversiones que actualmente se destinan a ese
fin se orienten al desarrollo de energías limpias. "La cantidad máxima de
combustibles fósiles que el mundo puede consumir sin superar los límites
tolerables de dióxido de carbono en la atmósfera es del 25 % de las reservas
conocidas", afirma Villalonga.
Según Greenpeace, al actual ritmo de consumo de
combustibles, ese límite se alcanzaría en 40 años. "Si las petroleras no
detienen la búsqueda de nuevas reservas, el mundo se estará comprometiendo con
un uso de petróleo, gas y carbón incompatible con la estabilidad del clima
global". .
Por Claudio Iván Remeseira
Diario “La Nación”.
Buenos Aires, 1 de noviembre de 1998.-
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