Diario "La Capital". Rosario, domingo, 17 de noviembre de 2013
"Si no hay
resistencia, no hay vida"
(Por Federico
Donner). _ El pensador
italiano Antonio Negri estuvo en Rosario. "Los dueños de la Argentina son
también los dueños de Wall Street. La
clase capitalista se ha unificado", dice.
En sociedad. "La multitud es un conjunto de
singularidades que viven precisamente porque se encuentran juntas. Un conjunto
no es algo que se constituye después", dijo Negri.
Por Federico Donner (fededonner@gmail.com)
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"El capital no es un Leviatán ni un patrón
absoluto", advirtió Antonio Toni Negri (Padua, Italia, 1933) en diálogo
con Señales apenas una hora antes de partir hacia el teatro La Comedia, donde
un auditorio colmado lo esperaba para escucharlo en un diálogo abierto acerca
de las prácticas sociales y la emancipación.
El filósofo italiano llegó a Rosario invitado por la
Facultad Libre y el Programa UNSAM/Lectura Mundi y también brindó una
conferencia bajo el título "Vivir la crisis". Durante la entrevista
revisó el concepto de clase, se explayó sobre el de resistencia y valoró el
lugar que ocupa la tecnología en el mundo del trabajo y el capital.
—Su crítica a la noción de imperialismo forma parte de
una crítica más vasta a las principales categorías políticas modernas como
soberanía, Estado-nación, pueblo y democracia. ¿Por qué esas categorías se han
vuelto obsoletas?
—Basta con estar atentos a ciertos fenómenos. Hoy en día
es muy fácil de comprender. Si un título de bolsa cae en Wall Street, eso
genera una crisis en China o en toda la Unión Europea. El mercado mundial se ha
construido cuando cayó la Unión Soviética. A partir de 1989 resulta imposible
considerar cualquier fenómeno fuera de la órbita del mercado mundial,
limitándolo a los confines del Estado-nación. Son los Estados-nación quienes
particularmente han entrado en crisis. Eso, por un lado; por otra parte, los
Estados-nación han sido reabsorbidos dentro de la gran unidad del sistema. Hoy
el destino de Argentina se decide en elecciones argentinas, seguramente; pero
también y al mismo tiempo ese destino se decide también en la bolsa de Nueva
York, de Londres o de San Pablo. Se trata de un tipo de unidad que le sustrae a
la vieja teoría —que también era una realidad— del imperialismo no digo todo su
valor pero sí gran parte de su valor. Esto se debe a que la teoría del
imperialismo imaginaba un mundo explotado desde un gran centro de gran
desarrollo industrial, capitalista, ubicado en primer lugar en el norte de
Europa y luego en Estados Unidos, a través de toda una serie de procesos
reales: procesos de colonización, de formación de elites político militares,
que se apropiaban y transferían el valor del trabajo hacia el centro. Hoy se
trata de una circulación que determina una unidad capitalista. De modo más
simple: los dueños de la Argentina son también los dueños de Wall Street. La
clase capitalista se ha unificado mundialmente, en buena parte. Obviamente se
trata de elites situadas, pero sus intereses colectivos se han unificado
mundialmente.
—En Commonwealth usted y Michael Hardt abordan la
categoría de lo común, que deconstruye la oposición público-privado. ¿Esta idea
de lo común mantiene algún vínculo con la idea de comunidad que en las últimas
décadas han trabajado autores como Blanchot, Nancy, Agamben o Roberto Esposito?
—La cuestión es muy equívoca. Porque yo lo pienso desde
un punto de vista marxista, mientras que Blanchot o Agamben son más bien
heideggerianos. De allí que para mí, el problema de lo común es, antes que
nada, analizar la producción. Eso en primer lugar, el resto viene después. Es
decir, lo común no es una cuestión moral, sino económico-social. Lo común
quiere decir, de hecho, que la producción hoy no se lleva a cabo a través de
aquellas funciones en las cuales el trabajo es organizado en el capital a partir
de una voluntad de dominio específica. Se encuentra organizado de modo
horizontal a través de la comunicación, de la producción de lenguajes, a través
de la transmisión de afectos. Esto permite la centralidad que tiene hoy, por
ejemplo, el trabajo de cuidados (categoría que engloba al trabajo doméstico),
que se ha vuelto uno de los elementos esenciales, esto es, la combinación de
elementos diversos del hacer y del saber. Todo el Welfare State, por
caso, está atravesado por el trabajo de cuidados. Estamos hablando de una
inserción fortísima de elementos afectivos en el trabajo. Todo esto es lo
común, es la constitución de elementos intelectuales. Para decirlo en los
términos marxianos de los Manuscritos económico-filosóficos, se trata
del general intellect.
—Una clave, entonces, sería la información en clave
tecnológica.
—Son las funciones intelectuales que tienen un rol
central en la informatización, sobre todo en la informatización del gran salto
tecnológico. La industrialización comienza con la técnica del motor a vapor;
luego vino la fase fordista, que se dio a partir de la electricidad; y esta
nueva fase, este nuevo período pasa por la informática. La informática
constituye una forma de producción reticular atravesada por afectos, por
saberes, por lenguajes. Estos son nuevos lenguajes, porque la producción no se
limita a una cuestión de brazos, de fuerza, sino que se define por la
inteligencia. Por eso hoy el lenguaje, la inteligencia y no los brazos son el
centro de la valorización: una multiplicidad de innovaciones inteligentes.
—Siguiendo esta línea, usted viene sosteniendo que el
capitalismo se apropió de todos los ámbitos de la vida.
—Sí, pero el hecho de cubrir una cosa no quiere decir
dominarla. Cubrir una cosa significa que por dentro existen ciertas
contradicciones. El capital no es un Leviatán ni un patrón absoluto. Porque sin
el trabajo vivo, sin la inteligencia, sin la capacidad de experimentar afectos
y lenguajes es imposible que haya valor. La valorización siempre se da a partir
del trabajo humano. Esto es el marxismo: el resto son puras palabras. Lo
fundamental aquí es el trabajo vivo. De lo contrario, todo lo que nos rodea es
trabajo muerto. La riqueza, que puede significar dinero, que puede significar
vida, es el producto del trabajo vivo, de la innovación.
—Usted trabaja algunas nociones de Foucault. En sus
últimos cursos, Foucault habló por un lado de gubernamentalidad y por el otro
retornó a la antigüedad, buscando formas de subjetivación no disciplinarias,
que no remitan a una instancia de control sino que son modos de subjetivación
de la libertad ¿Se puede pensar algo así en el marco de este capitalismo
cognitivo que recubre todas los aspectos de la vida?
—Una cuestión fundamental es que esta noción foucaulteana
de gubernamentalidad es prácticamente la crítica al concepto de imperialismo.
El modo de gobernar ya no es un modo que se basa en la aplicación de leyes
generales abstractas. No se trata de un acuerdo general ni de un contrato
específico. Ahora de lo que estamos hablando es de un eje de mando que
atraviesa todo esto, que parte desde los niveles disciplinarios y al que luego
se le agregan los niveles de control. ¿Por qué surgen estos niveles de control?
Porque existe una autonomía creciente del trabajo vivo; de la acción del trabajo
vivo. Y esta acción del trabajo vivo es una acción de subjetivación. Esta
subjetivación es, vale subrayarlo, siempre intransitiva. Cuando Foucault define
el poder, lo define como una acción sobre la acción de otro. Por lo tanto son
dos acciones: una que ordena y la otra que obedece. Aunque esto se puede dar a
la inversa. Puede darse que la otra acción reaccione y sea la que dé la orden.
En ese caso, se trata de una relación reversible. Mientras que para que sea
intransitiva es necesario que sean dos las acciones que ordenan. Y esto es una
cosa fundamental y profundamente marxista; se trata, nada menos, que del
concepto de la lucha de clases. La lucha de clases, en suma, expresa términos
sumamente graves: Klassenkampf. Esto es muy alemán (risas), muy prusiano.
Cuando en vez de hablar de lucha de clases hablamos de relaciones de
subjetivación entendemos este proceso de una manera mucho más sutil, flexible,
más dinámica.
—Hablando precisamente de la lucha de clases, la
categoría de multitud se opone, desde Spinoza, a la idea de pueblo y se
diferencia de la idea de clase. ¿Tiene siempre la idea de multitud un carácter
positivo? Dicho de otro modo, ¿qué ocurre con los regímenes de excepción? ¿Qué
ocurre con quienes están fuera —si es que acaso existe para usted algo así como
un afuera—, como los prisioneros de Guantánamo, los desocupados crónicos, los
inmigrantes que habitan permanentemente en las zonas de tránsito?
—Ese es el punto de mi polémica con Agamben. Yo lo
conozco a Agamben desde que éramos muy jóvenes. Somos muy amigos, hemos vivido
muchas cosas juntos. El punto del discurso de Agamben con el que difiero es que
pueda existir un afuera. Y también disiento con que exista la vida desnuda. No
existe un hombre desnudo porque el hombre siempre carga con cierta
historicidad. La violencia del Estado, del imperio, del patrón, puede ser
extremamente fuerte, pero nunca puede negar la existencia del otro. Para mí el
otro no es un límite del razonamiento ni un límite de la fuerza. El otro
siempre es una resistencia. En el pensamiento de Agamben falta esta idea de
resistencia. La resistencia como punto liminar. Para mí, si no hay resistencia
no hay más vida. Para Agamben, el musulmán del campo de concentración es
alguien al que se le ha arrebatado la capacidad de resistencia. Pero eso no es
cierto. Cuando leemos a Primo Levi no encontramos nada de esto. Encontramos una
resistencia que puede ser pasiva. Porque existencia y resistencia son
materialmente la misma cosa. Desde esta perspectiva, entonces, tenemos la idea
de multitud. La multitud es un conjunto de singularidades que viven
precisamente porque se encuentran juntas. Un conjunto no es algo que se
constituye después. Y tampoco se trata de un conjunto de individuos; es decir,
no somos individuos preexistentes que luego deciden, por ejemplo, a través de
un contrato, vivir juntos. Nada de eso. Vivimos porque estamos en relación con
los otros. No se puede vivir sin lenguaje, sin relaciones. Si lo pensamos bien,
es el mismo concepto que el de existencia-resistencia. Porque en el concepto de
existencia-resistencia está implícito el concepto de lenguaje, de relaciones.
—Entonces, ¿cómo se vincula ese concepto con el estado de
excepción?
—Respecto al estado de excepción, quería decir que es una
gran ideología fascista. En realidad, entre el concepto de estado y el de
capital hay poca diferencia. El estado de excepción es el Estado que impide la
acción. Desde este punto de vista, hay una mistificación ulterior, ya clásica
dentro de la doctrina del derecho constitucional de Carl Schmitt. Esta
mistificación sostiene que el concepto de poder constituyente, el poder que
construye una nueva sociedad, el poder de la revolución francesa, de la
revolución rusa, de la revolución americana, de la inglesa, el poder de
cualquier cuerpo político que logra imponer la propia existencia, el propio
derecho, es un poder ilimitado. Esto no es cierto. No existe tal poder
ilimitado. El poder constituyente, así como el poder de excepción, vive siempre
dentro de una relación. El capital no es un Leviatán. El Estado no es un
Leviatán. El otro día hicieron una conferencia en Berlín con un bellísimo
título: "Das Kapital ist keine Leviathan. ¿Se entiende? Esto es clave. Por
supuesto que todos los fascistas te dirían lo contrario. El que sostiene que el
Estado es un Leviatán es un fascista.
Domingo, 17 de noviembre
de 2013
Entre la militancia y la academia
Antonio
Negri creció en Padua, Italia. Militante político, filósofo y ensayista ha sido
electo diputado, ha sufrido persecuciones durante los años de plomo en Italia y
ha estado en prisión. Fue miembro del Partido Socialista Italiano, activista y
fundador de grupos obreristas que se oponían a la ortodoxia marxista. Formó
parte del consejo de redacción de "Quaderni Rossi." Es autor de una
vasta obra en la que ha reflexionado sobre obrerismo, marxismo, la filosofía de
Spinoza, el postestructuralismo, la globalización y las nuevas configuraciones
del capitalismo mundial. Su trilogía Imperio, Multitudes
y Commonwealth, en coautoría con Michael Hardt, lo ubican como
uno de los pensadores políticos más importantes de las últimas décadas. Entre
sus últimos libros publicados en castellano figuran Spinoza y nosotros (2011),
Declaración (2012), junto a Michael Hardt; y Elogio de
lo común (2012).
Negri
fue detenido en 1979 por su relación con el Movimiento de Autonomía. Aldo Moro,
el ex primer ministro italiano y líder de la Democracia Cristiana, fue
secuestrado en Roma el 16 de marzo de 1978 por las Brigadas Rojas. Nueve días
más tarde recibió un disparo en la cabeza y su cuerpo fue dejado en una calle
de la ciudad.
Negri
fue acusado de ser el autor intelectual del secuestro y asesinato, y de
conspirar para derrocar al gobierno. Un año más tarde, fue exonerado de los
cargos de asesinato, pero encarcelado por otros cargos relacionados.
Felix
Guattari y Gilles Deleuze protestaron por su detención y las leyes
antiterroristas de Italia. Sobre esto, Michel Foucault arrojó la famosa frase:
"¿No está en la cárcel simplemente por ser un intelectual?". Mientras
estaba en prisión en 1983, solo cuatro años después de su detención mientras se
encontraba a la espera de juicio, Negri fue elegido para ir al Parlamento
italiano con el Partido Radical. Luego fue puesto en libertad y huyó a Francia
temporalmente durante 14 años. Escribió y enseñó durante su estancia en Francia
y fue protegido por la "doctrina Mitterand". Enseñó cursos de filosofía
en la Universidad de París VIII (Saint Denis) y el Collège International de
Philosophie, que fue fundado por Jacques Derrida.
Durante
su estadía en Francia, Negri cumplió un rol activo entre los intelectuales.
Fundó la revista Futur Antérieur, con Jean-Marie Vincent y Denis Berger en
1990. En 1998, la revista dejó de publicarse, pero cambió de nombre y renació
como Multitudes en el 2000, cuando Negri fue nombrado miembro del consejo de
redacción internacional. En 1997, después de una declaración-pacto que reduce
su tiempo en prisión de 30 a 13 años, regresó a Italia para cumplir el final de
su condena. Muchos de sus libros más influyentes fueron publicados mientras él
estaba en la cárcel. Ahora vive entre Venecia y París.
Domingo, 17 de noviembre de 2013
El verdadero comunista
—¿Hay otros modos de pensar la idea de resistencia? ¿Qué
sucede con la idea mesiánica de Walter Benjamin de la interrupción del
progreso?
—No hay que olvidar que Benjamin era comunista. No
entiendo esa tendencia de leerlo en otra clave. Era un comunista derrotado que
se encontró de repente frente al régimen nazi, que debió huir y que terminó
suicidándose. Es una historia desesperada que la han convertido en algo que no
es, en una afirmación del tipo "¡ah, qué bello, el futuro!". Algo así
como "en el momento que llegó el nazismo, yo pienso. Yo pienso en la
redención". Eso es una burla. Ese no es el verdadero Benjamin. El
verdadero es alguien que ha experimentado una serie de derrotas. El comunista
ha tenido muchas derrotas, pero aún así continúa luchando. Este es el verdadero
mesianismo, la puesta en juego de tu propia voluntad, de tu praxis.
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