Diario "Clarín". Buenos Aires, 30 de octubre de 2011.
“América latina es un modelo posible para la paz entre Israel y Palestina”
ARIE KACOWICZ PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES ISRAELIPese a las grandes diferencias, los países latinoamericanos – y la Argentina, en particular- ofrecen ejemplos de resolución de conflictos que pueden ser útiles para Oriente Medio.
Argentino de
nacimiento, Arie Kacowicz estudió, vive y enseña en Jerusalén desde hace
poco más de treinta años. En Israel es un experto en política
latinoamericana. En América Latina le preguntan sobre Oriente Medio y la
política israelí. Ese destino arraigado y a la vez diaspórico lo llevó a
especializarse en las relaciones internacionales buscando dejar de lado
las visiones maniqueas y simplistas.
Este académico
internacionalista “con los pies sobre la tierra” trabaja actualmente
sobre la revalorización del rol del Estado como mediador entre las
fuerzas externas de la globalización y sus implicancias y consecuencias
socioeconómicas dentro de las sociedades. Es un planteo de lo que hoy se
conoce como “realidades inter-masticas”: “nada de lo externo puede
sernos ajeno”, explica, en nuestra vida local y nacional, y es cada vez
más difícil separar “lo que está afuera de lo que está adentro” en la
vida de los sociedades nacionales. Esto tiene obviamente fuertes
implicancias para el conflicto palestino-israelí, dos pueblos que
construyen su identidad mientras definen y redefinen sus fronteras en un
mismo territorio. Kacowicz es profesor de Relaciones Internacionales en
la Universidad Hebrea de Jerusalén y doctor en Ciencia Política de la
Universidad de Princeton (EE.UU.). Estuvo en Buenos Aires para dictar un
curso en la Universidad del Salvador, y conferencias.América latina y Oriente Medio están vinculados por múltiples conexiones históricas: migraciones comunes, construcciones nacionales inacabadas, conflictos territoriales … ¿Pueden enseñarse experiencias comparadas que sean útiles para encaminar el proceso de paz? Los conflictos entre países en América Latina han sido generalmente territoriales, disputas limítrofes, no conflictos existenciales, con la excepción del caso de los pueblos originarios. El conflicto de Oriente Medio, si tomamos el epicentro israelí-palestino desde 1947 hasta nuestros días, tiene una dimensión territorial, nacional, pero también tiene dimensiones trascendentales: qué hacer con Jerusalén; qué hacer con 4 millones de palestinos que son los refugiados originales, con sus hijos, nietos y bisnietos; qué hacer con los colonos israelíes que viven en los territorios ocupados. Israel y Egipto han tenido una disputa sobre el Sinaí, que terminó en 1979 cuando Egipto reconoce a Israel. Con Siria está todavía el problema de las alturas del Golán desde 1967, pero con los palestinos hay temas más trascendentales. ¿Reconocen los palestinos a Israel como Estado judío? ¿Reconoce Israel lo que ocurrió con los refugiados palestinos? Son temas mucho más difíciles de reconciliar en términos narrativos, no sólo territoriales.
¿El reconocimiento palestino en la ONU en base a las fronteras de 1967 con Jerusalén Oriental incluida no ofrece una nueva oportunidad para encaminar el proceso de paz? Tiene potencialmente grandes ventajas. Inclusive desde el ángulo israelí, porque transformaría el conflicto israelí-palestino (que es muy peculiar, muy sui generis, ya que no envuelve a dos Estados sino a uno y medio) en algo que se parezca un poco más a los conflictos que hemos visto en América Latina. Si se pudiera enfocar el conflicto en términos territorial-nacionales, en donde lo que hay que hacer es sentarse y debatir sobre mapas, tomando como antecedentes lo que se firmó en 1949, que son las fronteras hasta 1967, esto cambiaría un poco el paradigma y le daría al conflicto palestino-israelí algo un poco más parecido a lo que ocurre en América Latina, lo que a mí me gusta llamar la “latinoamericanización” del conflicto israelí-palestino, un invento académico pero que puede ser de utilidad para la resolución del conflicto palestino-israelí y la construcción de un nuevo Estado nacional, el palestino.
Podría ser una estrategia diplomática exitosa, pero para eso se necesitan dos, como en el amor o el tango … Claro, en el momento en que usted tiene un conflicto entre dos Estados, cuando hay una disputa territorial (hay muchos casos que hemos tenido aquí en América Latina, incluyendo Argentina-Chile, en los que con las excepciones de Bolivia y Paraguay, o Ecuador y Perú), en la mayoría no han ido a la guerra. Son conflictos territoriales que de alguna forma se manejan, se resuelven, sobre todo cuando se trata de democracias.
¿Es el conflicto israelí-palestino un arrastre de los conflictos que nos dejó el siglo XX o es ya otra cosa, con las características más complejas de los conflictos del siglo XXI? La respuesta puede ir para dos lados. Si lo vemos en términos racionales, donde hay un pedazo de territorio muy pequeño, más pequeño que la provincia de Tucumán, que desde fines del siglo XIX dos pueblos formulan sus movimientos nacionalistas, el sionista y el movimiento nacionalista árabe (el movimiento palestino viene más tarde, en parte como resultado de lo que ocurre después de 1967), entonces tenemos un conflicto típico del siglo XX. Son dos pueblos que se disputan el mismo territorio, con una narrativa árabe que inscribe el retorno de los judíos a Israel como parte de un proyecto colonialista. En este sentido se puede decir que el conflicto israelí-palestino suena un poco anacrónico, con elementos territoriales y étnico-nacionales. Hay algo que suele no tenerse en cuenta y es que no se trata sólo de definir las fronteras del futuro Estado palestino: Israel es uno de los pocos países del mundo que todavía, luego de más de sesenta años, no ha podido definir sus fronteras.
¿Cómo se inserta esta cuestión heredada del siglo XX, en los conflictos de este nuevo siglo? En primer lugar, la internacionalización del conflicto en Oriente Medio, que por el lado del terrorismo ha golpeado a escala global, tiene sin embargo una contracara positiva: haciendo buen uso de los recursos que ofrece la globalización, de la sociedad de la información y en el contexto ahora de la primavera árabe, del impacto de la sociedad civil internacional -y estos sí son elementos novedosos del siglo XXI-, la diplomacia puede tener otro papel y peso. Como bien lo mostraron los últimos grandes episodios, la presentación palestina en la ONU y el canje de prisioneros muestran una interdependencia de temas que hace que este conflicto no sea simplemente un conflicto local por un pedazo de tierra muy pequeño, sino un proceso más complejo que debe ser abordado desde una visión global.
¿El reconocimiento del Estado palestino en la ONU debe considerarse una derrota diplomática para Israel o es una reivindicación de lo hecho a partir de los acuerdos de Oslo? Puede ser que sean las dos cosas. De hecho, si uno lo analiza en términos objetivos, acá ha habido una iniciativa diplomática palestina y la postura israelí ha sido muy pasiva. Al mismo tiempo, se puede decir que de alguna forma esto reivindica la lógica del proceso de Oslo, que es la lógica de la partición que va desde el plan original de 1947, en el sentido de que lo que los palestinos están demandando es establecer un Estado al lado de Israel, y no en el lugar de Israel. En ese sentido, esta decisión avanza sobre el camino trazado en los acuerdos de Oslo y los palestinos pueden retomar la negociación en mejor posición, ya no son un ente no estatal o semi-estatal sino un Estado reconocido. Pero esto, que la opinión pública israelí acepta mayoritariamente, se debe traducir a las esferas del gobierno, que deben entender las ventajas que se abren.
¿Cuáles ventajas, por ejemplo? Si uno toma la premisa del acuerdo con el Estado palestino, porque en primer término, si consideramos las alternativas, son todas espantosas. Si no hay un Estado palestino, las alternativas son que Israel de hecho siga en el control sobre una población sin dar derechos democráticos, lo cual sin eufemismos es el camino a una especie de apartheid.
¿Es inviable pensar en Israel como un estado binacional? Es una alternativa que se baraja en círculos intelectuales. Un país que sea democrático, pero siendo democrático, obviamente Israel no va a poder seguir siendo un Estado judío. Por otra parte, la mayoría de los ejemplos de Estados binacionales o multinacionales han sido fracasos o han terminado en guerras civiles. La excepción quizás sea Quebec en Canadá, o ya vemos que, aunque sin llegar al derramamiento de sangre, hasta en Bélgica hay muchos problemas, pero si vemos los casos del Líbano, de Yugoslavia, etc., un Estado binacional es muy difícil de concebir entre Israel y Palestina. Es por eso que habría que apoyar la coexistencia de dos Estados. Israel no puede ir contra la ola, pero aún más, el hecho de que no se cree un Estado palestino a la larga va a implicar el fin de Israel tal como fue concebido, por lo menos en términos de “seguridad ontológica”, de su propia identidad. Si no se crea un Estado palestino, Israel va a perder algo que forma parte de sus orígenes, como “faro a la humanidad”. Han quedado cicatrices psicológicas en ambas sociedades y se necesita el apoyo de los hermanos mayores, de la comunidad internacional, de la diplomacia multilateral e incluso de la intervención multinacional, por qué no. Este no es un conflicto común, porque esta es -recordémoslo siempre- la Tierra Prometida. Quizás, demasiado prometida a demasiadas partes …
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