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martes, 29 de julio de 2014

GUERRAS DEL SIGLO. EL SIGLO QUE SE VA. EL MILENIO QUE VIENE. Cardoso, Oscar Raúl.

2000. EL SIGLO QUE SE VA - EL MILENIO QUE VIENE: POLITICA MUNDIAL / LOS CONFLICTOS BELICOS Las guerras del siglo
Diario "Clarín". Buenos Aires, 26 de setiembre de 1999. P.34

Hubo dos conflagraciones a escala planetaria. El período que termina fue el más violento de toda la historia. Y pionero en el uso de armas de destrucción masiva.


OSCAR RAUL CARDOSO
Bautizado por los historiadores como el Siglo de la guerra total cuando no había agotado su primera mitad, marco temporal para dos conflagraciones de escala planetaria y pionero en el empleo de armas de destrucción masiva, el siglo XX ha sido -sin sombra de duda- el más cruento desde que la humanidad registra ordenadamente su historia mediante la palabra.El número de víctimas -contadas como muertes o simplemente como vidas destrozadas- lo muestra como cínica paráfrasis de la conocida definición de la guerra acuñada por el estratega alemán Karl von Clausewitz 60 años antes del inicio del siglo. Si para éste la guerra era apenas una modo diferente de continuar la política, el siglo XX parece haber conocido la paz sólo como prolongación de la guerra por otros medios.Esta es la clase de tránsito que medió entre las dos primeras guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) y esa extraña con frontación -nunca declarada, librada en centenares de escenarios distintos y nunca culminada formalmente- que se llamó Guerra Fría, iniciada con la guerra civil en Grecia a mediados de los años 40 y agotada en algún momento impreciso de inicios de la presente década, tras el colapso de la Unión Soviética. Es significativo que a lo largo de este último período la comunidad internacional se haya considerado a sí misma esencialmente en situación general de paz.En la Primera Guerra Mundial -que involucró a buena parte de Europa y Oriente Medio y a EE.UU. y Rusia- los combates cobraron más de 15 millones de vidas y dejaron más de 21.000.000 de heridos.En un estudio de reciente publicación sobre esa guerra, el eminente historiador militar John Keegan la definió como un conflicto trágico e innecesario.Innecesario -explicó- porque la cadena de hechos que llevó a su estallido pudo haber sido quebrada en cualquier momento de las cinco semanas de crisis que precedieron al primer choque de armas si la prudencia y la buena voluntad común hubieran hallado una voz; trágica porque (...) destruyó la cultura optimista y benevolente del continente europeo y dejó, cuando las armas finalmente se silenciaron cuatro años después, un legado de rencor y odio racial tan intenso que ninguna explicación de las causas de la Segunda Guerra Mundial puede subsistir sin referencia a esas raíces. Con este análisis, Keegan parece, en verdad, haber ensayado una explicación válida para casi toda la experiencia bélica del siglo XX: innecesaria y trágica.Para justificar ante la nación el ingreso de Estados Unidos a ese primer conflicto global, el presidente del día Woodrow Wilson -un autoproclamado pacifista- lo definió como la guerra para terminar todas las guerras. Y, sin embargo, apenas 21 años después de haber concluido esa primera experiencia, la misma geografía pero ampliada -los mismos protagonistas con el añadido de Japón, China y otras naciones asiáticas- se sumergió en la Segunda Guerra Mundial que tuvo casi dos veces más víctimas y dejó sin hogar a más de 45.000.000 de personas.Ambas conflagraciones tuvieron su bautismo particular en una nueva forma de devastar en escala, la que aportan las denominadas armas de destrucción masiva, categoría que agrupa tres componentes: químico, nuclear y biológico (este último aún no ensayado en combate). La I Guerra vio el uso del gas tóxico (químico) en las trincheras europeas y en la siguiente se conoció el horror del poder nuclear bélico empleado por Estados Unidos contra Japón en los bombardeos de las ciudades de Hiroshima (70.000 muertos) y Nagasaki (39.000) el 6 y 9 de agosto de 1945.La Guerra Fría -también aludida como III Guerra Mundial por algunos tratadistas- fue la más dilatada, casi medio siglo, y también la más difícil de definir en términos convencionales. Se libró literalmente en centenares de confrontaciones en las que se mezclaron guerras interestatales clásicas (Oriente Medio, Africa y Asia), de liberación nacional (Asia y Africa), contra regímenes coloniales y revoluciones domésticas (Asia, América latina y Africa), con o sin intervención extranjera directa (Asia, Africa, América latina) pero teniendo todas la invariable característica de ser escenarios subsidiarios del choque indirecto de los dos grandes bloques de poder del período (el Oeste bajo el liderazgo de EE.UU. y el Este detrás de la URSS).Es interesante notar que para explicar adecuadamente lo sucedido en términos de devastación durante el período haya que declarar concluido al siglo XX mucho antes de su último segundo formal, hace casi una década en verdad, como muchos historiadores lo hacen desde hace tiempo. Hablan del siglo XIX largo ubicándolo entre la Revolución Francesa de 1789 y el inicio de la I Guerra Mundial en 1914 que puso fin a la era de los viejos estados imperiales europeos y anunció el fin de sus posesiones coloniales de ultramar.En 1995 -en su obra La era de los extremos- el inglés Eric Hobsbawm complementó este enfoque delimitando el siglo XX breve, que habría corrido entre el comienzo de aquella primera conflagración planetaria y el derrumbe del comunismo en Europa (la caída del Muro de Berlín en 1989) o el fin de la URSS en 1991. En este caso se trató de saldar la rivalidad de dos sistemas de organización económica y social -capitalismo y comunismo- cuyas existencias dependían inevitablemente de la eliminación del otro.Es interesante notar que en ambos casos estos siglos de extensión atípica coinciden con la evolución y apogeo del Estado-Nación, entidad necesaria para generar las condiciones de guerras en esa escala. La agonía de ese Estado -hecho debatido hoy- debería augurar entonces el comienzo de una era mejor para la humanidad, premisa enteramente creíble de no haber mediado la experiencia de guerras étnicas y religiosas de los últimos tiempos.








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