Alta desigualdad = bajo crecimiento
Desde el FMI a Standard & Poor’s, cada vez
más crece el consenso de que la extrema desigualdad en una economía es
un obstáculo, en lugar de un incentivo, para crear riqueza. “Resulta que
ser amable con los ricos y cruel con los pobres no es la clave del
crecimiento económico”, dice Paul Krugman. “La desigualdad extrema le
quita a mucha gente la oportunidad de aprovechar su potencial”, agrega.
Bienvenida la riqueza de abajo hacia arriba: hacer más justa a la
economía también la hará más rica, dice el columnista.
Por Paul Krugman
Por más de treinta años, casi todas las personas influyentes de la política de Estados Unidos coincidieron en que los impuestos más altos a los ricos y el aumento en la ayuda a los pobres han perjudicado el crecimiento económico.
Los progresistas, en general, han considerado esto como una concesión que vale la pena hacer, argumentando que es válido aceptar algún precio en la forma de un PBI más bajo para ayudar a los compatriotas en dificultades. Los conservadores, en cambio, han apoyado la economía del derrame de riqueza hacia abajo, insistiendo en que la mejor política es reducir los impuestos a los ricos, recortar la ayuda a los pobres y confiar en que una marea creciente levante todos los botes por igual.
Pero hoy hay cada vez más evidencia de un nuevo enfoque: que toda la premisa de este debate está equivocada, que no existe compensación entre equidad e ineficiencia.
¿Por qué? Es verdad que las economías de mercado requieren de cierta cuota de desigualdad para funcionar. Pero la inequidad estadounidense se ha vuelto tan extrema que está causando mucho daño económico. Y esto, a su vez, implica que la redistribución –es decir, cobrar impuestos a los ricos y ayudar a los pobres – bien puede aumentar, no disminuir, la tasa de crecimiento de la economía.
Podríamos desechar esta idea pensando que se trata de una expresión de deseo, una suerte de equivalente “progresista” de la fantasía de la derecha de que bajarles los impuestos a los ricos realmente incrementa el ingreso. Sin embargo, lo cierto es que existen pruebas fehacientes, provenientes de lugares como el FMI, de que un alto grado de desigualdad es un fastidio para el crecimiento, y de que la redistribución puede ser buena para la economía.
A comienzos de esta semana, este nuevo enfoque sobre la desigualdad y el crecimiento obtuvo un espaldarazo de la agencia calificadora Standard & Poor’s, que publicó un nuevo informe que apoya la noción de que mucha desigualdad es un fastidio para el crecimiento. La agencia resumía trabajos de otros, no informaba sobre una investigación propia, y uno no tiene que tomar esta opinión como palabra santa (recordemos la absurda reducción en la calificación de la deuda de Estados Unidos). Lo que el visto bueno de S&P muestra, sin embargo, es lo generalizado que se ha vuelto este nuevo enfoque. A esta altura, no hay razón para creer que confortar al que goza de confort y afligir al afligido sea positivo para el crecimiento, pero sí hay motivos para creer lo contrario.
Específicamente, si observamos en forma sistemática la evidencia internacional sobre desigualdad, redistribución y crecimiento –que es lo que los investigadores del FMI hicieron-, vamos a ver que los niveles más bajos de desigualdad están asociados con un crecimiento más rápido, no más lento.
Más aún, la redistribución del ingreso en los niveles de los países avanzados (Estados Unidos está muy por debajo del promedio) “está fuertemente relacionada con un crecimiento más grande y duradero”.
Es decir, no existe evidencia de que hacer más ricos a los ricos enriquezca a la nación en su conjunto, pero hay evidencia concreta de los beneficios de hacer menos pobres a los pobres. Pero ¿cómo es posible? ¿No es que gravar a los ricos y ayudar a los pobres reduce el incentivo de hacer dinero?
Bueno, sí, pero los incentivos no son lo único importante para el crecimiento económico. La oportunidad también es fundamental. Y la desigualdad extrema le quita a mucha gente la oportunidad de aprovechar su potencial.
Pensemos. ¿Los niños talentosos de familias estadounidenses de bajos recursos tienen la misma posibilidad de hacer uso de su talento –recibir la educación adecuada, seguir el rumbo profesional apropiado– que los nacidos más arriba en la escala?
Claro que no. Más aún: no sólo es injusto sino caro. La desigualdad extrema significa un desperdicio de recursos humanos. Y los programas de gobierno que reducen la desigualdad pueden hacer que la nación sea más rica en su conjunto si reducen ese desperdicio.
Consideremos, por ejemplo, lo que sabemos sobre cupones para alimentos, desde siempre blanco de los conservadores que alegan que reducen el incentivo para trabajar. La evidencia histórica sugiere firmemente que disponer de cupones para alimentos de alguna manera disminuye el esfuerzo laboral, en especial, de las madres solteras.
Pero también sugiere que los estadounidenses que de niños tuvieron acceso a estos cupones crecieron más saludables y productivos que los que no, lo que significa que esos cupones hicieron una contribución mayor a la economía.
Lo mismo, diría, terminará por ser cierto en el caso del Obamacare. El seguro subsidiado inducirá a algunos a bajar la cantidad de horas que trabajan, pero también significará una mayor productividad de estadounidenses que finalmente están obteniendo la atención médica que necesitan, por no mencionar que están haciendo mejor uso de sus capacidades porque pueden cambiar de empleo sin el temor de perder su cobertura de salud. Sobre todo, la reforma sanitaria probablemente nos hará más ricos y más seguros.
¿Este nuevo enfoque sobre la desigualdad cambiará nuestro debate político?
Debería. Resulta que ser amable con los ricos y cruel con los pobres no es la clave del crecimiento económico. Por el contrario, hacer más justa a la economía también la hará más rica. Adiós a la riqueza de arriba hacia abajo; bienvenida la riqueza de abajo hacia arriba.
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