Traducir

lunes, 24 de agosto de 2015

CHINA. Ya no hay más milagro chino

Diario "Clarín", Buenos Aires, 23 de agosto de 2015.

Ya no hay más milagro chino

EN FOCO

  • Marcelo Cantelmi.

China se está transformando y eso produce lo que efectivamente podemos llamar crisis. Aunque la palabra es correcta, no es un curso equiparable, sin embargo, a los terremotos en países cuya economía efectivamente colapsa. El gigante asiático, por el contrario, este año intenta garantizar un crecimiento de 7% y, aunque no es seguro, posiblemente lo alcance. Pero así como esa meta es muy baja en comparación con la performance tradicional que exhibió por años el Imperio del Centro, también indica el calado de la mutación. Hacia adelante lo que viene es una etapa inexorable de mayor desaceleración y un diseño radicalmente diferente de toda la estructura.
Este fenómeno es un producto objetivo de la crisis global iniciada en 2008, que no ha culminado, e impone un paso moderado al mundo. Europa, el principal socio comercial de Beijing, muestra una reacción mínima y Estados Unidos, la otra mayor locomotora mundial, exhibe los menores niveles de crecimiento en tres décadas. La propia China reconoció el viernes que su crucial sector manufacturero se había contraído a su menor nivel en seis años, provocando otro derrumbe de las bolsas en todo el orbe. Estas realidades alimentan la creciente percepción de que el mundo puede estar encaminándose a un nuevo ciclo recesivo. No se trata de pesimismo. Sólo téngase en cuenta que en la pasada década, el ímpetu del gigante asiático llegó a explicar un tercio de la expansión de la economía mundial. Ese tirón transformó al espacio periférico planetario productor de commodities, de petróleo o de soja y de metales que ahora se enfrenta a una realidad mucho más árida. Hoy el mundo produce 4,6% menos de acero, por ejemplo, que un año atrás debido al parate asiático.
Ya no habrá milagro chino. La estructura que nace en su lugar desde hace ya un puñado de años decidió apostar no a la exportación y la inversión, sino a explotar su amplio mercado interno y desarrollar el consumo doméstico. Ese suceder entre lo que era y lo que se supone que será, es un proceso tumultuoso y de difícil pronóstico, por eso el gigante se retuerce y sacude al mundo. Ninguna transición es sencilla y no existe liberada de incertidumbres, en especial cuando no se sabe en qué acabará. Pero es el desafío de lo que se pretende lo que genera multitud de interrogantes. China tiene niveles de consumo que son la mitad del promedio en Occidente. Revertir eso implica transformar la calidad de vida con mayores ingresos y alza del gasto. Por lo tanto el país debería asumir una menor competitividad por el lado de la fuerza laboral que hasta ahora ha sido uno de los secretos de este invento. Es por esto que además de las dificultades de la economía planetaria, están los problemas propios del modelo de acumulación que Deng Xiao Ping, el padre de la transformación, puso en marcha en los años ‘70 y que experimenta posiblemente un agotamiento definitivo y consistente con el fin del ciclo.
En las últimas breves semanas se sumaron una serie de indicadores que para algunos analistas pusieron por primera vez a China en un mapa imprevisible. Una luz roja fue el estallido de la burbuja bursátil en julio que acabó con un año de crecimiento exponencial de las acciones. Luego, tres jornadas de devaluación del yuan para recortar levemente la fuerte revaluación que experimenta  la moneda. Y, posteriormente, cierta sensación de pérdida de control por las inyecciones para sostener los precios bursátiles que, por el tamaño desmesurado del remedio, acabó generando sospechas y el efecto contrario al buscado, con mayores bajas. Otro episodio que aumentó el lastre fue el tremendo accidente industrial de Tianjin, que mató a más de un centenar de personas, y desnudó la porosidad de los controles de seguridad y cierta precariedad inexplicable. Ese episodio es un ejemplo nítido de la vigencia de la contradicción entre lo que se pretende y lo que todavía se es. 
Entre tanto, lo que el presidente Xi Jinping tiene hoy en sus manos, y de lo que hablará seguramente el mes que viene con un inquieto Barack Obama en EE.UU., es una potencia que crecerá en el futuro no más de 3% anual. En un escenario de mayor apertura. Y con un liderazgo más rígido y visible que lo que el propio Deng, enemigo  del autocrata y personalista Mao Tse Tung, hubiera tolerado. Ese aspecto es porque si se abren las compuertas hay temores de un  eventual descontrol al estilo del caótico derrumbe soviético. Las purgas por corrupción de esta era son parte de la limpieza de críticos internos de estos cambios que Xi tiene -o sospecha tener- y que amenazarían su fase de consolidación y el sentido futuro de la transformación. 
 @tatacantelmi mcantelmi@clarin.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario