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viernes, 28 de agosto de 2015

CARIBE 2008 Islas del Caribe

Diario "La Nación". Buenos Aires, 16 de marzo de 2008.
Temporada siempre alta

Islas del Caribe

Mar transparente, laberintos de coral, playas perfectas, un sol casi eterno y lujosos resorts con todo incluido forman el seductor cóctel de estas pequeñas naciones y colonias de hospitalaria y romántica tradición
Por   | LA NACION



Debe de haber pocas personas en el mundo que no hayan fantaseado alguna vez con escaparse a una isla del Caribe, tirarse panza arriba en esas arenas blanquísimas y entregarse al dolce far niente. Ahora, ¿cuál de todas elegir? Más allá del mar transparente, de los laberintos de coral meciéndose silenciosos en los fondos marinos, o de las hileras interminables de palmeras, hay características propias de cada isla que las hacen ciertamente únicas.
Dentro del vasto universo de estos pequeños paraísos caribeños, lo que sigue a continuación es un breve pantallazo de algunos de ellos, para seguir alimentando la fantasía.

Aruba

La impronta holandesa es tan fuerte en Aruba que parecería que el queso gouda está presente en todos los menús. Claro que, además de la colorida arquitectura colonial de los Países Bajos, esta diminuta porción de tierra cercana a la costa de Venezuela tiene todo lo que se espera de una isla en el Caribe: sol, playas extensas y mar translúcido, sin contar con pujantes casinos y negocios free shop.
También, infinidad de cabras y dividivi, árbol emblemático de Aruba, siempre inclinado hacia el lado del viento. Aquí se habla el papiamento (así como en las vecinas Curaçao y Bonaire), una mezcla basada en el español y el portugués, muy influido por el holandés.

St. Barts

En un lugar donde una botella de champagne Cristal puede alcanzar los 1500 euros se puede esperar de todo menos economía de bolsillo. De hecho, St. Barts (o Saint Barthélemy, si usamos su nombre completo) es una de las islas más chic del Caribe francés, sede de tiendas superexclusivas (no falta ninguna, desde Armani hasta Zegna, con el plus de que acá son libres de impuestos), clientes millonarios y playas de arena brillante. El refinamiento francés convive con un paisaje salvaje, de espesa vegetación y grandes lagunas, aunque en un territorio mínimo (menor a los 21 km2).

Islas Caimán

Resulta curioso que con menos de 25.000 habitantes, en las islas Caimán haya censadas 500 entidades bancarias y 18.000 empresas. Será por su condición de paraíso fiscal, precisamente, que sus habitantes gozan del más alto nivel de vida de todo el Caribe. El resultado es un lugar exageradamente tranquilo, sin desempleo ni delincuencia, en el que existe un límite de 300.000 turistas al año (los habitantes piensan que más gente podría alterar su ritmo de vida). Gran Caimán es la mayor de las tres islas y la más desarrollada, aunque los edificios no pueden tener más de tres pisos (la ley exige que ninguno sobresalga por encima de los cocoteros). Pese a que la tierra es seca y está cubierta de maleza, los paisajes submarinos son algunos de los más espectaculares del Caribe.

Curazao

Con 160.000 habitantes, Curazao es la isla más grande y poblada de las Antillas Holandesas, y la que muestra mayor influencia del antiguo colonizador.
De hecho, con sus casas color pastel, Willemstad, la capital, parecen una mini Amsterdam (su casco histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco). Aunque sin cactos, claro. Las playas de Curazao no son las más lindas, pero aquí se encuentran algunos de los mejores arrecifes para bucear, en tanto que, gracias a los suaves vientos alisios, jamás hace demasiado calor. Por lo demás, en la costa noroeste se puede visitar la antigua refinería de petróleo, que llegó a ser la más grande del mundo. De todos modos, la atracción más popular es el blue room, una cueva bajo el mar donde la luz hace que el agua adopte diferentes y extraños colores.

St. Martin

Es la isla más pequeña del mundo dividida entre dos estados soberanos: Holanda y Francia. Con altas laderas cóncavas, lagunas, salinas y magníficas playas de arena blanca, St. Martin es también el lugar ideal para practicar deportes acuáticos: buceo, windsurf, kitesurf y, sobre todo, vela (las regatas, como la Heineken Regatta, son un clásico de las Antillas). Además, St. Martin cuenta con una reserva marina protegida a la que acuden las ballenas y los delfines para reproducirse. Aunque la isla se destaca por su comodidad y elegancia, no es sin embargo uno de las mejores destinos si se pretende huir de las multitudes.

Bonaire

No es por casualidad que Bonaire sea conocida como la capital mundial del buceo. La B de las ABC (Aruba, Bonaire y Curaçao) tiene uno de los arrecifes de coral más intactos del mundo, y su vida submarina ha sido declarada santuario protegido. Además de ser una meca para submarinistas, es una isla desierta y austera, perfecta para quien busque escapar del estilo de vida más comercial de otras islas. Su capital, Kralendijk, todavía tiene sólo una calle principal, la mayoría de la costa está formada por caliza coralina y la comunidad más numerosa está compuesta por dos colonias de flamencos.

Barbados

Barbados, la isla más al este del Caribe, también es probablemente la más británica. Es un país relativamente próspero y tranquilo, donde son famosos el ron, la vida nocturna de su costa sur (la principal zona turística) y el cricket. La costa este, en tanto, se conserva casi sin explotar, mientras que en la oeste abundan los hoteles lujosos.
Barbados es ideal para los amantes del buceo no sólo por la profusión de arrecifes coralinos y especies marinas, sino también por los barcos hundidos en las proximidades, además de las numerosas cuevas (a la cueva de Harrison, curiosamente, se accede por medio de tranvía eléctrico).

Puerto Rico

San Juan, la capital de este territorio semiautónomo de Estados Unidos, guarda dos ciudades en una: la vieja San Juan, con sus casas de vivos colores, el sabor hispano y el aire encantadoramente colonial (dicen que es la ciudad española mejor conservada del Caribe), y el San Juan de rascacielos, hoteles de grandes cadenas, autos llatodo más parecido a Estados Unidos. Los accesos a la isla son fáciles (hay vuelos regulares desde Miami y Nueva York), y una vez allí hay una moderna autopista que recorre toda la costa. La isla entera, más allá de la costa, ofrece la posibilidad de explorar cuevas, selvas, montañas y playas escondidas (las mejores están en el Sudoeste, y también en los islotes de Vieques y Culebra).
Lo llamativo es que, a causa de la cadena montañosa que atraviesa Puero Rico de Este a Oeste, existen dos zonas climáticas bien diferenciadas: el Norte, húmedo y selvático, y el Sur, seco y prácticamente cubierto de cactos.

Jamaica

Con selvas tropicales en las cimas de las montañas, cascadas cristalinas y playas idílicas, es difícil no dejarse cautivar por los encantos de Jamaica, la tercera isla más grande del Caribe. Su alborotada cultura rastafari y música vibrante (léase, reggae) le añaden ese aura de misticismo hippie, tan atractivo a los ojos de muchos. Lejos del hippismo, la industria turística en esta isla montañosa y de vegetación lujuriosa ha crecido sin respiro en los últimos 30 años, y hoy puede encontrarse una gran variedad de alojamientos, desde resorts de estilo mediterráneo sobre el mar hasta exclusivas villas y refugios de montaña. Montego Bay y Ocho Ríos, en la costa norte, y Negril, en el extremo occidental, concentran el mayor número de hoteles y turistas.

Antigua y Barbuda

El territorio de Antigua & Barbuda en realidad está compuesto por tres islas: Antigua, la mayor y más desarrollada; Barbuda, salvaje y con playas casi vírgenes, y Redonda, un peñasco rocoso y deshabitado. Antigua siempre acaparó el mayor porcentaje de turismo, aunque en los últimos años también levantaron allí sus mansiones ricos y famosos como Eric Clapton o Giorgio Armani. Su paisaje es más bien seco y llano, pero sus playas -de mares con olas o sin, usted elige- se han llevado varios primeros puestos en los rankings de las mejores playas del mundo, según diversas publicaciones de turismo. El centro histórico restaurado constituye también una gran atracción, en tanto English Harbour es un hervidero de actividad durante la semana de vela, Race Week, a fines de abril.
Más tranquila y agreste, Barbuda está formada por caliza coralina -de ahí el color rosado de su arena- y su única población es Codrington, bautizada por la familia que fue propietaria de la isla y que la usó como rancho privado. Cuenta con muy pocos hoteles y superexclusivos: para darse una idea, aquí solía refugiarse la princesa Diana cuando buscaba verdadero descanso.

Turcos y Caicos

Cuarenta islas integran el exclusivo archipiélago de Turcos y Caicos, aunque sólo ocho están habitadas. Eso sí, el total no supera las 30.000 personas. Para darse una idea, Providenciales, una de las dos ciudades más importantes de Turcos y Caicos, tiene un centro de apenas dos cuadras. Providenciales (o Provo) es también la isla con mayor concentración de hoteles, aunque todavía se puede caminar despreocupadamente por sus kilómetros de costa sin toparse con oleadas de sombrillas. Si se aburre de la arena o el buceo (excelente, por cierto), también puede jugar golf (hay un campo profesional de 18 hoyos), internarse en una cueva junto al mar en Middle Caicos o esperar el atardecer en Juba Point, una laguna artificial llena de agua de mar. O puede visitar la pequeña isla de las Iguanas, reserva natural para proteger a estos tímidos reptiles.
Eso sí, a algunos les gusta posar inmóviles para las cámaras, aunque en el momento menos esperado huyen a paso ligero para esconderse entre arbustos.
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Caribe / Las Antillas

Por los paisajes dramáticos de Santa Lucía

La intensidad de la isla se respira a través de sus volcanes humeantes, montañas, selvas impenetrables, playas de película y un pueblo vibrante
Por   | LA NACION

CASTRIES.- Todo en Santa Lucía parece exagerado. El turquesa imposible del mar, la selva negra de tan espesa, las montañas abruptas, las cascadas torrentosas, el clima de fiesta perpetua, el buen humor -¡inalterable!- de los locales...
Aunque se trate de un destino poco común entre argentinos, los europeos lo descubrieron hace años: de 1674 a 1814, para ser exactos, franceses e ingleses se disputaron la soberanía de este pequeño, pero estratégico, territorio volcánico, hasta tal punto que la isla cambió de manos no menos de 14 veces. Fueron los británicos los que finalmente obtuvieron el trofeo, y por eso el idioma oficial es el inglés, se maneja por la derecha y el cricket despierta pasiones comparables al fútbol por nuestros pagos.
Aun así, el legado francés continúa latente, principalmente en el patois (mezcla de francés y dialecto nativo) que se habla ampliamente, en la religión (predomina el catolicismo), o en el nombre de ciudades y comidas (dicho sea de paso, vale la pena probar la típica soupe Germou, sopa de calabaza con ajo, o el pouile dudon, pollo cocido con coco y azúcar).
La isla entera tiene aproximadamente la superficie del glaciar Upsala (600 km2), no más de 170.000 habitantes y un inmenso cinturón de playas (158 km2 en total). La mayoría de los hoteles se levanta sobre la costa misma, así que no hace falta ir muy lejos para nadar o bucear entre corales, tortugas y caballitos de mar (ojo que parece que en las mismas aguas también merodea The Thing o La Cosa, que vendría a ser la versión local del monstruo de Loch Ness).
Pero en este paraíso de paisajes indómitos hay más que sol, palmeras y resorts de lujo. Claro que hace falta un poco de voluntad para levantarse de la reposera, dejar el trago con la cereza a un lado y aventurarse a algunas de las variadas paradas que ofrece la isla.
Gros Islet: a este pueblito de casas de madera hay que ir los viernes por la noche, cuando se transforma en una enorme fiesta al aire libre. Turistas y locales desbordan la calle principal al ritmo del calypso, soca y reggae. Por precios mínimos hay pescado asado, pollo picantísimo, ron y cerveza helada.
Los Pitons: aunque el punto más alto de la isla es el monte Gimie (950 m sobre el nivel del mar), los picos más famosos son los Pitons (Petit Piton, de 739 m, y Gros Piton, de 786 m), dos conos volcánicos que surgen desde el mar y que pueden admirarse mejor en el descenso hasta el pueblo de Soufrière. Sus siluetas sirvieron de inspiración para el diseño de su bandera y fueron declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Una curiosidad: en Superman II , nuestro héroe vuela entre los Pitons en busca de una rara flor para Luisa Lane.
Soufrière: fue la primera capital de la isla y hoy sobreviven sus casas de madera, balcones colgantes y algunos elegantes edificios coloniales desteñidos por el tiempo. Su nombre proviene del cercano Soufrière, un cráter de volcán que colapsó hace miles de años, y que se observa desde lejos por su penetrante olor a huevo podrido. Ningún aliciente, es verdad, pero se puede entrar directamente con el auto, ver los pozos de agua burbujeante y sumergirse en los chorros de sulfuro, famosos por sus aplicaciones terapéuticas. Además, todavía se pueden tomar los baños minerales construidos por el rey Luis XVI para refrescar y curar a las tropas francesas estacionadas en la isla.
Bastante más atractivo -al menos en el aspecto olfativo- es dar un paseo por el vecino jardín botánico, no sólo por el exotismo y la exuberancia de la flora, sino también por lo didáctico (por ejemplo, ¿sabía que la banana y el coco, dos iconos del Caribe, fueron en realidad introducidos del sudeste asiático y la Polinesia?). El recorrido finaliza en una espectacular cascada de aguas grises.
Anse la Raye: por las rutas ondulantes de la isla (consejo: mejor tomarse un Dramamine de antemano) se llega a este pintoresco pueblito pesquero donde las rayas, abundantes en otros tiempos, han desaparecido, pero los pescadores todavía están ahí, entre marañas de redes y barcazas de caucho. Si tiene tiempo tómese un trago en alguna de las modestas casitas de familia que funcionan como cantinas. Los dueños abren sus puertas, instalan un par de mesas y comparten bebida y tabaco a ritmo de soca.
Castries: la capital de Santa Lucía, que debe su nombre al ministro francés de la marina Maréchal de Castries, poco conserva de la época colonial en que fue fundada (1760), principalmente por los numerosos incendios que arrasaron la ciudad (el último fue en 1948). La plaza principal fue rebautizada en honor a uno de los dos premios Nobel de Santa Lucía, el poeta Dereck Walcott (el otro laureado es el economista sir W. Arthur Lewis). Tiene una catedral del siglo XIX, un árbol de 400 años y un colorido y bullicioso mercado.
Marigot Bay: pocos kilómetros al sur de Castries, en esta bahía tropical que durante siglos fue refugio de piratas hoy fondean algunos de los yates más suntuosos del Caribe. En los años 50, estrellas como Ava Gardner eran habitués de sus bares y restaurantes, y en los 60, la subyugante belleza de la bahía la convirtió en escenario perfecto para el rodaje de películas (una de las más famosas sea tal vez Dr. Doolittle ).
Central Forest Reserve: es una zona protegida de selva tropical con varios senderos, hogar del papagayo de Santa Lucía, hoy en peligro de extinción. Se organiza una gran variedad de excursiones por la selva, la montaña e incluso por antiguas plantaciones de cacao y azúcar.
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Alma de valija

La isla con doble apellido y nacionalidad

Saint Martin-Sint Maarten: una tranquila mitad francesa y una trasnochadora zona holandesa
El Caribe, todo el Caribe, es una maravilla, con sus paisajes de aguas transparentes y templadas, y temperatura primaveral para adquirir un tostado único. Y ahora es la mejor época porque pasó el invierno de la alta temporada (con precios ídem) y estamos lejos del tiempo de huracanes, que comienza a mediados de junio.
Si bien la geografía es compartida, la cultura y las costumbres de cada isla son bastante diferentes. Por mi experiencia en la región, aunque uno la pasa bien en todas, elijo una isla de doble apellido: Sint Maarten-Saint Martin, vecina a las exclusivas St. Barth y Anguila.
Una mitad pertenece a Holanda y la otra, a Francia, sin fronteras. Dos países por el precio de uno. Es un doble de cuerpo y de alma. En torno de Philipsburg nos sentimos en Amsterdam y en Marigot, en París.
Respetan sus idiomas aunque hablan todos los lenguajes del comercio. Comenzando por el inglés, que es la lengua franca de la globalización, y cada vez más el castellano, por la presencia de españoles y sudamericanos.

De compras en el paraíso

La mayor calle comercial, muy cercana al nuevo puerto para los cruceros y paralela a la playa, respira espíritu holandés con la sucesión de tiendas que constituyen un gigantesco muestrario de free shop o duty free. Están al día con los nuevos productos y los precios son fijos y convenientes, especialmente en los legítimos caros: joyas, piedras preciosas (esmeraldas), relojes de lujo, cámaras fotográficas y de video, audio y teléfonos, porcelanas, encajes holandeses.
En el lado francés el estilo es de una villa, con negocios personalizados y el acento puesto en la moda. Hay un hermoso centro comercial, de varios pisos con ascensor transparente. Exhiben las principales marcas y un gran surtido en cosmética de la Provenza, e incluso de perfumes sin impuestos que no se encuentran en los aeropuertos.
La comida es muy buena en general, pero en torno de la zona de Grand Case se congregan los mejores chefs no sólo franceses, que le han dado el título de capital de la gastronomía en las Antillas. Pero los holandeses atraen con los casinos donde hay juego, discotecas, bares y muy buenos restaurantes que compiten en creatividad a veces a precios menores a igualdad de calidad.
La mayor diferencia, entre una y otra zona, es la tranquilidad en la francesa y la actividad intensa y trasnochadora en la holandesa. También que en una permiten el nudismo y en la otra está prohibido. Los que llegan por primera vez se tientan con curiosear en la playa de Oriente Beach, donde hay un club sin ropas.
Para alojarse hay más oferta en la zona holandesa, en especial cerca de la playa del casino en Maho Bay. Los resorts más exclusivos están en zonas más lejanas de la francesa.
Y por último, pero no menos importante, está la gran posibilidad de hacerse una escapada a St. Barthélemy, para pasar el día en el paraíso que vimos en aquel entonces erótico aviso del cigarrillo de la rubia con el negro buen mozo (antes que Barack Obama). Se puede llegar en un encantador vuelo de 15 minutos en avioneta o en lanchas rápidas o catamarán. Para luego tomarse un taxi por medio día y mezclarse, de ojito, entre los ricos y famosos en sus magníficas villas. Otro viaje corto muy recomendable es ir en barco hasta la inglesa Anguila, otra isla de elite. .
Por Horacio de Dios almadevalija@gmail.com
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