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martes, 23 de junio de 2015

IRAK 2008 Ojos bien abiertos para Irak


Diario "La Capital". Rosario, Domingo, 17 de agosto de 2008  | Señales

Ojos bien abiertos para Irak

Desde hace ya cuatro años, el Comité de Amigos Americanos, una organización de origen cuáquero creada luego del fin de la Primera Guerra Mundial y de activo trabajo a favor de la objeción de conciencia, viene desarrollando una acción visual que bajo el nombre de Ojos bien abiertos...

  Por Rubén Chababo

Desde hace ya cuatro años, el Comité de Amigos Americanos, una organización de origen cuáquero creada luego del fin de la Primera Guerra Mundial y de activo trabajo a favor de la objeción de conciencia, viene desarrollando una acción visual que bajo el nombre de Ojos bien abiertos (Eyes Wide Open) consiste en reunir miles de pares de calzado pertenecientes a soldados norteamericanos que han luchado en Irak, instalándonos en la vía pública, interrumpiendo de ese modo, con su presencia, la habitualidad del paisaje urbano de las ciudades norteamericanas.
El efecto buscado y también logrado es estremecedor. La guerra, al desarrollarse a miles de kilómetros de distancia, muy lejos de Washington o Kentucky parece más un rumor que una realidad sangrienta. Y a pesar de que si se pregunta no son pocos los que conocen a alguien que ha caído en combate, la guerra sigue siendo para la gran mayoría de los norteamericanos algo que sucede lejos de casa, una realidad que aparece a destellos fugaces cuando los canales de televisión anuncian con voz monocorde su desarrollo entre las pausas que invitan al consumo o a la diversión.
De ese modo, los muertos, los heridos, los enloquecidos, son invisibles. Pocos o nadie los ve, son fantasmas perdidos en esa inmensa maraña humana de más de trescientos millones de habitantes que pueblan el territorio norteamericano.
Los organizadores de la exhibición han elegido las botas de los soldados como metáfora de la guerra y de su absoluta invisibilidad de este lado del Atlántico. Instaladas en el centro de parques o avenidas, su sola presencia evoca la dimensión de una tragedia que día a día se cobra más víctimas y que sólo alcanza a traducirse en la frialdad de los números estadísticos. Nadie quiere preguntar demasiado y son escasas las personas que se atreven a formular en voz alta su desacuerdo con una escalada militar que prometía durar días y que ya lleva años.
Las botas, puestas en hileras o formando círculos, no dejan a nadie indiferente. Obligan al que las ve a detenerse, en muchos casos a dejar flores, mensajes o a garabatear el nombre de un ser querido que no ha retornado con vida. Son, de alguna manera, un poderoso memorial cuya efectividad se activa con cada una de las personas que lo ve o se detiene frente a él. A diferencia de los monumentos tradicionales que sólo invitan, en el mejor de los casos, a una evocación pasajera y pasiva, los miles de pares de calzado provocan la sensación de que eso que se está mirando alude a algo en continua transformación y crecimiento, una creación viva que evoca una de las formas de la muerte que sigue reproduciéndose minuto a minuto. La exhibición se completa con el despliegue de un muro que contiene los nombres de los más de once mil iraquíes muertos hasta la fecha. Una forma de demostrar públicamente el costo en vidas humanas que el conflicto tiene para ambas naciones.
Imágenes prohibidas
El memorial funerario e itinerante puede ser leído a su vez como una respuesta al interdicto que el gobierno de los Estados Unidos ha impuesto con férrea dureza a mostrar imágenes dolorosas de la guerra. El caso del fotógrafo Zoriah Mille, que tomó imágenes de un ataque suicida en Irak para luego subirlas a su website es uno de los más emblemáticos: la difusión de esas imágenes obtenidas en su trabajo como reportero de guerra se convirtió inmediatamente en cuestión de estado.
Al buscar el nombre Zoriah Mille en Internet no tardan en aparecer decenas de referencias a la historia de estas fotografías que según las autoridades norteamericanas nunca debieron salir de territorio iraquí. Lo que sucede allí solo debe ser visto y experimentado por los que allí estén. "Esas imágenes —argumentan desde la Marina norteamericana— le faltan el respeto a las víctimas, a sus familiares, a sus amigos". Escudados tras el dudoso argumento del pudor y el cuidado, en verdad, el sentido de la prohibición de las imágenes no es otro que el de retrasar un poco más la conciencia pública acerca de los estragos humanos producidos por esta guerra.
Mientras las fotografías de Millie y otros reporteros logran sortear la censura estatal, las botas evocadoras de ausencia siguen recorriendo los diferentes estados norteamericanos. Sin embargo, la esperanza de que acciones visuales o performáticas de este tipo logren quebrar la indiferencia generalizada no está en absoluto garantizada. En tanto la guerra sóo sea algo que transcurre lejos y los rostros de los muertos y los heridos sigan siendo una referencia pasajera en los breaking news de todos los días, la maquinaria bélica seguirá devorando unas cuantas decenas de miles de cuerpos más. La muestra más evidente acaso lo sean los miles de veteranos de Vietnam apostados hoy, como restos de un lejano naufragio, en umbrales y esquinas de las grandes ciudades, exigiendo ayuda económica o ser reconocidos por una labor realizada cuarenta años atrás. Mientras la nación se embarca en nuevas empresas heroicas va dejando tras de sí ejércitos de olvidados, habitantes permanentes de la calle y de los hospitales psiquiátricos.
La acción de las botas, tristemente, acaso corra, con el paso del tiempo, con el mismo riesgo: ser naturalizadas en el paisaje cotidiano al punto de transformarse en invisibles tótems humanos que hablan de una parte de la historia que pocos quieren ver y muchos prefieren olvidar.

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