Diario "Clarín". Buenos Aires, 15 de junio de 2008.
COLUMNISTA INVITADO
Diplomacia y educación, nuevos motores regionales
Con dos iniciativas potentes, Brasil apunta a revitalizar la integración de América del Sur. Chile aporta ímpetu.
Por:
Manuel Antonio Garretón
Se ha dicho muchas veces que sin la presencia protagonista de
Brasil —algunos hablan de liderazgo—, los procesos de integración
latinoamericana estarían condenados al fracaso y que la tradicional
tendencia al aislamiento de dicha nación conspira contra este rol activo
que se le exige. Parece que bajo la dirección del presidente Lula algo significativo está cambiando en la materia.
Como botón de muestra quisiera señalar dos iniciativas, que darían cuenta de un Brasil asumiendo liderazgo en cuestiones de integración. Ambas son relevantes porque apuntan a dinámicas más profundas que las estrictamente económicas, por importantes y necesarias que éstas sean.
Por un lado me tocó participar como profesor en el IV Curso para diplomáticos latinoamericanos organizado por Itamaraty, al que las cancillerías sudamericanas enviaban a dos funcionarios por país. Durante un mes asistían a clases de intelectuales y personalidades políticas latinoamericanas, realizaban talleres y visitaban lugares de importancia económica y política para la región. Existen pocos antecedentes de países que emprendan iniciativas de este tipo en el mundo, es decir, de ir formando diplomáticos en temáticas de su región.
Por otro lado, el presidente Lula ha nombrado una Comisión de Implantación, presidida por un prestigioso académico brasileño de las ciencias sociales, de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana, que será bilingüe y formará a unos 5.000 estudiantes de grado y posgrado de toda la región, empezando sus actividades el próximo año. Ambas iniciativas son unilaterales, pero apuntan a romper el inmovilismo integracionista de manera efectiva, para nada retórica.
La importancia de estas propuestas es triple.
En primer lugar, porque es Brasil el que las promueve, lo que muestra su voluntad de ser un actor importante en los procesos de integración.
En segundo lugar, porque se refieren a temas trascendentales y poco frecuentados por los proyectos de integración como la formación de diplomáticos que se vayan especializando en los temas de la región, y a la formación de profesionales universitarios que pasarán a ser actores importantes de estos procesos.
Se ha dicho hasta el cansancio que si los intentos de integración no tienen un sustento institucional con componentes educacionales y culturales, no tendrán sustentabilidad de largo plazo.
Por lo demás, no se trata sólo en el caso universitario de la formación de profesionales y académicos, sino, en la medida que se incluye el posgrado, será indispensable agregarle el componente de investigación de alto nivel, indispensable para la inserción autónoma como países y como región en la sociedad del conocimiento.
En tercer lugar, porque se marca un camino para iniciativas conjuntas en el futuro. Es cierto que esperar acuerdos de todos para emprender proyectos como éstos puede retardarlos indefinidamente y por eso es encomiable que un país de la importancia y recursos de Brasil no espere sino que encabece un proceso e invite a los otros a participar en él.
Si se piensa en el largo plazo será inevitable que se vayan creando instituciones regionales —que no reemplazan en ningún caso a las nacionales— para la formación de cuadros de funcionarios y dirigentes y también para formación de alto nivel, como doctorados, en áreas que ningún país por sí solo puede producir en la calidad y magnitud requerida.
Las iniciativas mencionadas son también un paso para generar otras tanto por parte de los países como del conjunto de la región.
Pero hay otros hechos recientes, ya más en el plano político, que juegan favorablemente para un proceso integrativo.
Uno de ellos es el giro del presidente Hugo Chávez respecto de la guerrilla colombiana, lo que, sin duda, mejora sus relaciones con países vecinos y, en general, su posición en la región.
El otro es que, al tomar Chile la presidencia pro témpore de la Unión de Naciones Suramericanas, se obliga a asumir una política mucho más integracionista que la tenida hasta ahora, aspecto no sin importancia en relación a otros instancias de integración.
Hay, sin duda, algunas sombras en este panorama auspicioso, más allá de los conflictos pendientes entre vecinos, uno de los cuales es la solución, de una vez por todas, de la salida al mar soberana de Bolivia.
Y quizás, siempre mirando en el largo plazo, la más preocupante sea que la mayor parte de las iniciativas apuntan a la integración sudamericana, que parece la más realista y viable, mientras la perspectiva latinoamericana tiende a desdibujarse y quedar como un sueño romántico pero imposible.
Es cierto que lo más probable es que el proceso de integración se vaya haciendo gradualmente a través de países ejes y bloques parciales. Así ha sido por lo demás la experiencia de la Unión Europea, que siempre actúa como el principal referente. Pero ello no debiera significar abandonar la idea de un proceso más amplio que incluye a toda América latina. Eso implica, al menos, que toda iniciativa de integración sudamericana, aunque válida en sí misma, contemple de alguna forma la proyección latinoamericana.
Pero también implica un nuevo giro en la orientación de la política exterior de algunos países, especialmente, el caso de México, pieza indispensable pero con distancia casi estructural del proceso integrativo latinoamericano.
Pero volvamos al punto inicial. Lo que se criticaba hace un tiempo de Brasil respecto de su aislamiento exhibe hoy importantes pruebas en contrario. Es de esperar que lo mismo pueda decirse de México en el futuro.
Como botón de muestra quisiera señalar dos iniciativas, que darían cuenta de un Brasil asumiendo liderazgo en cuestiones de integración. Ambas son relevantes porque apuntan a dinámicas más profundas que las estrictamente económicas, por importantes y necesarias que éstas sean.
Por un lado me tocó participar como profesor en el IV Curso para diplomáticos latinoamericanos organizado por Itamaraty, al que las cancillerías sudamericanas enviaban a dos funcionarios por país. Durante un mes asistían a clases de intelectuales y personalidades políticas latinoamericanas, realizaban talleres y visitaban lugares de importancia económica y política para la región. Existen pocos antecedentes de países que emprendan iniciativas de este tipo en el mundo, es decir, de ir formando diplomáticos en temáticas de su región.
Por otro lado, el presidente Lula ha nombrado una Comisión de Implantación, presidida por un prestigioso académico brasileño de las ciencias sociales, de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana, que será bilingüe y formará a unos 5.000 estudiantes de grado y posgrado de toda la región, empezando sus actividades el próximo año. Ambas iniciativas son unilaterales, pero apuntan a romper el inmovilismo integracionista de manera efectiva, para nada retórica.
La importancia de estas propuestas es triple.
En primer lugar, porque es Brasil el que las promueve, lo que muestra su voluntad de ser un actor importante en los procesos de integración.
En segundo lugar, porque se refieren a temas trascendentales y poco frecuentados por los proyectos de integración como la formación de diplomáticos que se vayan especializando en los temas de la región, y a la formación de profesionales universitarios que pasarán a ser actores importantes de estos procesos.
Se ha dicho hasta el cansancio que si los intentos de integración no tienen un sustento institucional con componentes educacionales y culturales, no tendrán sustentabilidad de largo plazo.
Por lo demás, no se trata sólo en el caso universitario de la formación de profesionales y académicos, sino, en la medida que se incluye el posgrado, será indispensable agregarle el componente de investigación de alto nivel, indispensable para la inserción autónoma como países y como región en la sociedad del conocimiento.
En tercer lugar, porque se marca un camino para iniciativas conjuntas en el futuro. Es cierto que esperar acuerdos de todos para emprender proyectos como éstos puede retardarlos indefinidamente y por eso es encomiable que un país de la importancia y recursos de Brasil no espere sino que encabece un proceso e invite a los otros a participar en él.
Si se piensa en el largo plazo será inevitable que se vayan creando instituciones regionales —que no reemplazan en ningún caso a las nacionales— para la formación de cuadros de funcionarios y dirigentes y también para formación de alto nivel, como doctorados, en áreas que ningún país por sí solo puede producir en la calidad y magnitud requerida.
Las iniciativas mencionadas son también un paso para generar otras tanto por parte de los países como del conjunto de la región.
Pero hay otros hechos recientes, ya más en el plano político, que juegan favorablemente para un proceso integrativo.
Uno de ellos es el giro del presidente Hugo Chávez respecto de la guerrilla colombiana, lo que, sin duda, mejora sus relaciones con países vecinos y, en general, su posición en la región.
El otro es que, al tomar Chile la presidencia pro témpore de la Unión de Naciones Suramericanas, se obliga a asumir una política mucho más integracionista que la tenida hasta ahora, aspecto no sin importancia en relación a otros instancias de integración.
Hay, sin duda, algunas sombras en este panorama auspicioso, más allá de los conflictos pendientes entre vecinos, uno de los cuales es la solución, de una vez por todas, de la salida al mar soberana de Bolivia.
Y quizás, siempre mirando en el largo plazo, la más preocupante sea que la mayor parte de las iniciativas apuntan a la integración sudamericana, que parece la más realista y viable, mientras la perspectiva latinoamericana tiende a desdibujarse y quedar como un sueño romántico pero imposible.
Es cierto que lo más probable es que el proceso de integración se vaya haciendo gradualmente a través de países ejes y bloques parciales. Así ha sido por lo demás la experiencia de la Unión Europea, que siempre actúa como el principal referente. Pero ello no debiera significar abandonar la idea de un proceso más amplio que incluye a toda América latina. Eso implica, al menos, que toda iniciativa de integración sudamericana, aunque válida en sí misma, contemple de alguna forma la proyección latinoamericana.
Pero también implica un nuevo giro en la orientación de la política exterior de algunos países, especialmente, el caso de México, pieza indispensable pero con distancia casi estructural del proceso integrativo latinoamericano.
Pero volvamos al punto inicial. Lo que se criticaba hace un tiempo de Brasil respecto de su aislamiento exhibe hoy importantes pruebas en contrario. Es de esperar que lo mismo pueda decirse de México en el futuro.
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