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martes, 23 de junio de 2015

EE.UU. 2003 La insoportable levedad de la memoria

La insoportable levedad de la memoria

Por Maureen Dowd
The New York Times
WASHINGTON
Son bonitos. Bonitos y sedantes. Sedantes y suaves. Suaves y luminosos. Luminosos y acuosos. Con sus fulgores de velas colgantes, tubos traslúcidos, espejos de agua y los rostros sonrientes de los que murieron el 11 de septiembre, los ocho diseños para un monumento conmemorativo en Ground Zero pretenden sobresalir, traspasar los límites. Y lo consiguen.
Están por encima del terror. Poseen la banalidad de la ausencia del mal. Representan el triunfo de la atmósfera sobre la atrocidad, del estado anímico sobre el significado. Les importa más el juego de la luz sobre el agua que el de las tinieblas sobre la vida.
Han tomado el acontecimiento más agobiador de la historia moderna de Estados Unidos y lo han convertido en los monumentos conmemorativos más frívolos que se puedan concebir.
Al recorrer el jardín de invierno del World Financial Center y contemplar los diseños finalistas del concurso patrocinado por Lower Manhattan Development Corp., me costó percibir algún nexo entre ellos y la maldad grotesca que dos años atrás se había estrellado contra la inocencia ahí afuera, nomás. Esa maldad que aún irradia de ese pozo enorme y nos hace mascullar vituperios contra Osama ben Laden. "Son diseños espantosamente blandos", se lamentó Eric Gibson en The Wall Street Journal.
La fealdad del perverso ataque de Al-Qaeda contra Estados Unidos queda eclipsada por estos diseños acicalados, que se asemejan extrañamente a spa , elegantes paseos comerciales o centros de aromoterapia. Resulta fácil visualizar mujeres bronceadas, con sus alfombras para yoga, paseando por estos pabellones de la Nueva Era llenos de cascadas, árboles flotantes, jardines hundidos y luces votivas suspendidas. Es el asesinato en masa embotado por una Musak arquitectónica.
Los diseños reflejan nuestra cultura de la cháchara psicológica, rezuman ese concepto horrible e imposible del cierre, la conclusión, el fin. Han convertido en sentimentalismo nuestra aflicción y nuestra ira; las han despojado de un sentido histórico y moral más grande.
Hasta sus títulos suenan a libros de Deepak Chopra y Marianne Williamson: "Jardín de luz", "Inversión de la luz", "Luces votivas en suspensión", "Suspensión de la memoria", "Reflejando la ausencia", "Transiciones de luz: la nube conmemorativa". Todo es iluminación ambiental y emoción pasajera; no hay nada áspero, duro o descarnado contra lo que puedan chocar el corazón o la mente.
Los diversos recordatorios espontáneos que brotaron inmediatamente después del 11 de septiembre, tanto en los alrededores de Ground Zero como en las comisarías y cuarteles de bomberos de toda Nueva York, tenían más fuerza y pasión en bruto. En los diseños, falta algún rastro de lo que sucedió realmente en este lugar. ¿Por qué no reinstalan aquella cruz esquelética de metal retorcido, que transformó las ruinas del World Trade Center en un recuerdo tan escalofriante e indeleble para los miles de norteamericanos que se congregaron allí en los meses subsiguientes al ataque?
Si otros monumentos nos conmueven tanto, es por esos rastros. En Pearl Harbor, el Arizona todavía emite burbujas de petróleo a casi 62 años de su hundimiento. En Berlín, una iglesia reconstruida conserva su campanario bombardeado. Siguen dando testimonio de los males de la historia moderna.
Estos diseños remilgados también carecen de fuerza narrativa. El sobrio mármol negro del Monumento a los Veteranos de Vietnam nos cuenta la historia angustiada de cómo Estados Unidos fue succionado cada vez más; su silueta ascendente en V nos dice cómo fueron aumentando las bajas.
Igual que la Casa Blanca, no quieren examinar los errores cometidos y no brindan enseñanza alguna. ¿Por qué fuimos tan vulnerables al ataque? ¿Quiénes son nuestros enemigos terroristas? ¿Por qué nos odian? El Museo del Holocausto, en Washington, nos demuestra que no es preciso optar entre la reflexión y la instrucción. Ofrece ambas.
En estos diseños no hay oscuridad; ni literal, ni metafórica. Han extraído de este cementerio pulverizado la muerte y la finalidad.
El año pasado, en un debate en Columbia con Daniel Libeskind, arquitecto de la empresa que presentó el primer proyecto y no obtuvo apoyo suficiente, Leon Wieseltier, editor literario de The New Republic, dijo que el lugar en sí posee tanta fuerza que bastarían una bandera y un espacio vacío. "Desde luego, no debemos transformar el bajo Manhattan en un vasto mausoleo, pero tampoco debe convertirse en un parque temático que refleje los gustos arquitectónicos avanzados."
El monumento no puede ser una terapia de sol y luz para que las generaciones actuales sientan que han dejado atrás la aflicción y la conmoción. Debe ser testigo y guía para que las generaciones futuras puedan comprender qué tinieblas laceraron esta tierra.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

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