Domingo 14 de diciembre de 2014
China, un día en la fábrica del mundo
Cómo se ensamblan y prueban computadoras en la tierra tech donde no funcionan Google, Facebook ni Twitter
Pekín-
A menos de diez minutos de aterrizar, Pekín asoma debajo de un velo
espeso de esmog. La polución en esta ciudad de 20 millones de habitantes
es una de las más severas del mundo, con días en los que los valores de
contaminación superan hasta en 26 veces los aceptables según la
Organización Mundial de la Salud.
La capital china es una maqueta
agitada de edificios amontonados que revela la inmensidad asiática. De
concreto y vidriados, con líneas rectas o en formas de óvalo, las
construcciones son verticales y altísimas en todas las direcciones hasta
donde llega la vista. La alta tecnología se mezcla con breves
departamentos humildes que conviven -sin contradicción aparente- en una
misma manzana. El resto de la semana, como por arte de magia, los cielos
estarán limpios. Por un encuentro de potencias económicas de Asia
Pacífico, el gobierno ordenó cerrar fábricas y prohibió la circulación
de buena parte de los vehículos para dar una buena imagen a los
invitados. Como si se tratara de bajar un interruptor, el efecto es
inmediato y el celeste gobierna el cielo pekinés durante mi estada.Llegué a China para conocer cómo es el proceso de fabricación de computadoras en una planta de las cientas que existen en el país más poblado del mundo. Como primeriza en cuestiones orientales, todo se presenta nuevo, ajeno e impactante, no sólo la tecnología. Tres días alcanzan (¿alcanzan?) para absorber los contrastes que entrega este tierra milenaria donde se combina una muralla que recorre 5000 kilómetros con oficinistas que colman los subtes y hacen colas de una cuadra para comprar su desayuno al paso, donde se impone la opulencia de la Ciudad Prohibida y la aridez de la plaza de Tiananmén junto con la tarea sumisa y dedicada de millones de trabajadores que gritan ofertas y pelean precios desde negocios apilados en cada rincón de la ciudad.
Cuna de innovación
Con ese contexto, comienza mi visita al campus, que a primera vista no difiere en mucho a las casas centrales de las tecnológicas norteamericanas en Silicon Valley. Edificios de líneas simples, pasto extenso y prolijo, jóvenes empleados con una computadora en una mano y un café extra large en la otra. Leo Curtis es el consultor senior y embajador de la marca que recibe a todo aquel que llega a Pekín para conocer cómo se trabaja en Lenovo, y quien nos acompañará en el recorrido. Curtis es canadiense y hace más de 10 años que vive aquí junto con su esposa e hijas chinas. Habla de los fuertes contrastes culturales que fue asimilando y que le dieron una perspectiva nueva y opuesta a la que tenía antes de llegar a Oriente. "Vivir acá te da una perspectiva completamente distinta de todo. Como canadiense, siempre tuve la mirada americana de apuntar lo que los demás hacen mal en la otra punta del mundo y no en casa. Cuando ves su punto de vista realmente entendés muchas políticas que desde lejos parecen restrictivas. Todo se debe hacer de manera gradual porque son 1300 millones de personas. China tiene un plan y está funcionando", dice seguro.
Luego de un repaso por la cultura corporativa y la historia camaleónica de Lenovo, ingresamos a los Laboratorios de Pruebas. A partir de ahora no están permitidas las fotos ni los videos. Avanzamos con escarpines antisépticos por pasillos blancos de pisos de goma azul brillante. Detrás de cada puerta, un equipo de trabajo somete a las computadoras -o a pedazos de ellas- al calor, el frío, el polvo, los golpes. Por ejemplo, en una de las habitaciones hay dos cajas grandes metálicas como hornos de panadería. Adentro hay computadoras que son llevadas desde los -10°C hasta los 50°C. Un monitor derretido yace sobre una mesada. En otra de las cajas se recrean situaciones de viento y polvo. Esto se hace no sólo con los equipos de la compañía, sino también con los de la competencia en busca de debilidades y fortalezas. Un empleado descansa con la cabeza sobre sus manos apoyadas en el escritorio. "Pueden dormir siestas de 45 minutos cuando así lo deseen. Sus trabajos tienen momentos en los que sólo hay que esperar un resultado, y descansar mientras tanto es una buena idea", dice Curtis.
Ahora es el turno de las pruebas de radiación y sonidos. En una habitación hermética, una antena redonda apunta contra una PC que protagoniza la escena en el medio del cuarto. La habitación tiene una ventana de vidrio, del otro lado un ingeniero mide los niveles de radiación que entran y salen de la PC. La siguiente es una habitación de sonido cero. Su construcción y acustización demandaron una inversión de 2 millones de dólares. Un paraguas de micrófonos envuelve una computadora. Paredes y piso están totalmente acustizados por paneles que se tragan todo el sonido. Al salir, las tres personas que oímos el silencio extremo estamos mareadas y con náuseas. "Esto pasa cuando el silencio es absoluto, nuestros cuerpos no están acostumbrados", nos tranquiliza el anfitrión.
Muralla digital
Luego de conocer las múltiples pruebas a las que son sometidos los equipos, viajamos por pocos minutos hacia lo que es la fábrica. Aprovecho el tiempo en la combi para hojear los diarios de los últimos días. El periódico China Daily tiene noticias relativas a la innovación y la tecnología en su portada toda la semana. Un arma láser que detecta y destruye drones fue probada con éxito. Un auto conceptual, muy parecido a una nave espacial, se lanza esta semana. Un nuevo robot ya coopera con los empleados con brazos con sensores que detectan el movimiento humano y los asiste en sus tareas. Esa nota cierra con este número: el uso de robots de avanzada puede contribuir en 4,5 trillones de dólares a la economía global.
Ya en la planta de ensamblaje nos disfrazamos con delantales y escarpines, y nos zambullimos por los pasillos de las líneas de montaje. La imagen me resulta familiar, pero hasta ahora había sido una reproducción en un televisor sobre un documental lejano. Ahora es real. Cientos de empleados parados uno al lado del otro en filas son la cadena humana que paso a paso, pieza a pieza, comienzan y terminan computadoras. Son muy jóvenes, promedian los 20 años, uniformados en celeste apenas levantan la cabeza al percibir nuestra intromisión, pero pronto siguen con su tarea que es, en todos los casos, muy específica. Un joven atornilla dos tornillos, siguiente. Otro coloca una cinta con cables de colores, siguiente. Una chica pega una etiqueta a una plaqueta madre y la mete en una caja, siguiente. El que sigue pone la carcasa metálica. Varios procesos más que terminan con una computadora completa dentro de una caja. Otras funciones que se hacen en el resto de las plantas son de limpieza de componentes, procesado de metal, pulido, inspección de pantallas, packaging, entre muchas otras. Una estantería, como de supermercado, muestra máquinas funcionando que son elegidas al azar al final del montaje para testear su funcionamiento.
Es el final del recorrido. A diferencia de la línea de montaje, aquí no hay presencia humana y son las máquinas las que trabajan. Es el depósito donde se distribuye todo el stock. Computadoras, televisores y periféricos colman pasillos interminables. Una estructura totalmente robotizada hace volar cajas entre pasillos angostos. Suben, bajan, se apilan. Alguien, desde otra habitación, da la orden a través de un software. Un bloque con 40 televisores que viajará a España se sube al brazo robótico y avanza vertiginosamente directo hacia mí. Frena a dos metros, desde donde contemplo su ciberdanza. Antes de llegar ralentiza sus movimientos y de manera delicada toca por fin el piso.
Fotos: EFE, AP y Marina Rua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario