Diario "La Nación". Buenos Aires, Lunes 07 de enero de 2013 |
¿Ha perdido Estados Unidos la guerra contra las drogas?
El entonces presidente de Estados
Unidos Richard Nixon declaró en 1971 "la guerra contra las drogas". La
expectativa era que el narcotráfico en el país podría reducirse
drásticamente en poco tiempo mediante operaciones policiales. Sin
embargo, la lucha continúa. El costo ha sido grande en términos de
vidas, dinero y el bienestar de muchos estadounidenses, especialmente
los pobres y los de menor nivel educativo. Según la mayoría de los
recuentos, los beneficios de la guerra han sido modestos en el mejor de
los casos.
El costo monetario directo de la guerra contra las
drogas para los contribuyentes de EE.UU. incluye gastos en policía,
funcionarios judiciales que procesan a los consumidores y traficantes, y
guardias y otros recursos invertidos en el encarcelamiento y castigo de
los condenados por delitos relacionados. El gasto total actual
superaría los US$40.000 millones anuales, según las estimaciones.Estos costos no contabilizan otros efectos nocivos de la guerra contra el narcotráfico que son difíciles de cuantificar.
En los últimos 40 años, por ejemplo, la fracción de estudiantes que no completó la escuela secundaria en EE.UU. ha seguido siendo amplia: cerca de 25%. Los índices de abandono escolar no son altos entre los adolescentes blancos de clase media, pero sí lo son entre los negros e hispanos que viven en barrios pobres. Muchos factores explican estas tasas de abandono escolar, especialmente malas escuelas y el débil apoyo familiar. Pero otro factor importante en estos vecindarios marginales es la tentación de dejar de estudiar para ganar dinero vendiendo drogas.
El total de personas encarceladas en prisiones estatales y federales de EE.UU. ha crecido de 330.000 en 1980 a 1,6 millones hoy en día. Gran parte del incremento se debe directamente a la guerra contra las drogas y las severas condenas que reciben las personas por narcotráfico o consumo de drogas. Los numerosos pequeños traficantes y consumidores de drogas que cumplen una sentencia en la cárcel tienen menos oportunidades para encontrar empleo legal a su salida y, en cambio, desarrollan mejores aptitudes para las actividades delictivas.
Los precios de las drogas ilegales escalan cada vez que muchos traficantes son arrestados y castigados. Los precios más altos que obtienen por las drogas los ayudan a compensar los riesgos de ser capturados. El encarecimiento de las drogas puede desincentivar la demanda, pero también permite que algunos grandes capos se enriquezcan si evitan ser descubiertos, operan a gran escala y logran reducir la competencia con otros traficantes. Eso explica por qué los grandes carteles de la droga son tan rentables en EE.UU., México, Colombia, Brasil y otros países.
La paradoja es que mientras más intensifican los gobiernos el combate contra las drogas, más tienen que subir los precios para compensar por los mayores riesgos. Eso se traduce en ganancias más suculentas para los traficantes que eluden ser castigados. Esta es la razón por la que las bandas más grandes a menudo se benefician de una guerra más intensa contra el narcotráfico, especialmente si la lucha se enfoca en los pequeños traficantes en vez de los grandes. Además, en la medida que una guerra más enérgica contra las drogas hace que los traficantes reaccionen con mayores niveles de violencia y corrupción, intensificar el combate puede exacerbar los costos impuestos a la sociedad.
Las grandes ganancias de los traficantes que logran permanecer en libertad los incentivan a tratar de sobornar e intimidar a policías, políticos, militares y cualquiera que esté involucrado en la guerra contra las drogas. Si la policía y demás autoridades se resisten a los sobornos y tratan de hacer su tarea, son amenazados con violencia.
México ofrece un ejemplo bien documentado de algunos de los costos de la guerra contra las drogas. Probablemente más de 50.000 personas han muerto desde que comenzó la campaña contra los estupefacientes en 2006. En comparación, esa cifra ascendería a 150.000 si hubiese muerto la misma fracción de estadounidenses. Eso supera con creces la cantidad de estadounidenses perdidos en las guerras combinadas de Irak y Afganistán. Muchas de las víctimas fueron civiles inocentes y militares, policías y funcionarios de los gobiernos locales involucrados en el combate contra el narcotráfico.
En México también existe un considerable rencor hacia la guerra contra las drogas puesto que la mayoría de ellas van a parar a EE.UU. Los carteles mexicanos y los traficantes de otros países latinoamericanos serían mucho más débiles si sólo vendiesen drogas a los consumidores locales (las bandas de Brasil y México también exportan grandes cantidades de drogas a Europa).
Sus defensores sostienen que el principal beneficio de seguir adelante con la guerra contra el narcotráfico es una reducción del número de consumidores y de la adicción a las drogas. Algunos principios básicos de la economía indican que, en determinadas circunstancias, los precios más altos de un bien disminuyen su demanda. La magnitud de ese efecto depende de la disponibilidad de sustitutos para el bien cuyo precio aumentó. Por ejemplo, muchos usuarios podrían encontrar en el alcohol un buen sustituto para las drogas que se encarecieron demasiado.
La conclusión de que un alza de los precios reduce la demanda sólo "bajo ciertas condiciones" es especialmente importante a la hora de evaluar los efectos de los mayores precios de los estupefacientes como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico. Declarar ilegal la venta y el consumo de drogas no sólo eleva los precios sino que también tiene otros efectos importantes. Por ejemplo, mientras que algunos consumidores son reacios a comprar productos ilegales, las drogas podrían ser una excepción porque normalmente el consumo suele empezar cuando son adolescentes o adultos jóvenes. Un brote de rebeldía puede llevarlos a consumir y vender drogas precisamente porque son actividades ilícitas.
Aún más importante es que algunas drogas, como el crack o la heroína, son muy adictivas. Muchos adictos al tabaco y el alcohol consiguen acabar con sus vicios cuando contraen matrimonio, encuentran un buen empleo o como resultado de otros eventos que les cambian la vida. También es común que recurran a la ayuda de grupos como Alcohólicos Anónimos o usen parches de nicotina o cigarros "de mentira" para reducir gradualmente su dependencia de la nicotina.
En general, es más difícil romper con la dependencia de bienes ilegales, como las drogas. Los drogodependientes pueden ser reacios a buscar ayuda en clínicas o grupos sin fines de lucro. Temen ser denunciados y puesto que el uso de sustancias ilegales debe hacerse a escondidas para evitar el arresto y condena, muchos consumidores deben alterar sus vidas para no ser descubiertos.
Un aspecto que generalmente se pasa por alto en la discusión sobre los efectos de la guerra contra las drogas es que su ilegalidad perjudica el desarrollo de medios para ayudar a los drogadictos, como un equivalente a los parches para la nicotina.
Así, aunque es posible que la guerra contra las drogas haya disminuido su consumo al encarecerlas, también es probable que haya aumentado la tasa de adicción. La ilegalidad de las drogas dificulta que los dependientes busquen ayuda para librarse de su adicción.
La principal preocupación de los padres que apoyan la guerra contra el narcotráfico es que sus hijos se vuelvan adictos en lugar de consumidores ocasionales o moderados. No obstante, el combate contra el narcotráfico puede aumentar los niveles de adicción e incluso el total de drogodependientes.
Una alternativa moderada a la guerra contra las drogas es seguir el ejemplo de Portugal y legalizar todo consumo de drogas pero manteniendo al mismo tiempo la ilegalidad del narcotráfico. Eso implica que las personas no pueden ser castigadas penalmente cuando llevan pequeñas cantidades de drogas destinadas al consumo propio. La medida también facilitaría que los adictos busquen abiertamente ayuda en clínicas y grupos, y haría que las empresas estuvieran más inclinadas a desarrollar productos y métodos para combatir las adicciones.
Ya existen evidencias de los efectos de la despenalización de las drogas en Portugal, que comenzó en 2001. Un estudio publicado en 2010 en la revista British Journal of Criminology encontró que, desde la legalización del consumo, el encarcelamiento por cargos relacionados a las drogas ha disminuido; el uso de drogas entre jóvenes parece haber aumentado modestamente (si es que llegó a subir); las visitas a clínicas de ayuda para adictos aumentaron y se redujo el número de muertes ligadas a las drogas.
La despenalización de todas las drogas en EE.UU. sería un gran paso positivo en la dirección contraria a la guerra contra las drogas. En los últimos años, diferentes estados de EE.UU. comenzaron a descriminalizar la marihuana.
Si bien la legalización del consumo de drogas tendría muchos beneficios, no bastaría para reducir por sí sola los numerosos costos de la guerra contra el narcotráfico. Estos costos no disminuirían en forma significativa a menos que se despenalizara la venta de drogas.
La completa legalización en ambos lados del mercado bajaría el precio de las drogas, reduciría el papel de los delincuentes en su producción y venta, mejoraría la calidad de vida en muchos barrios marginales, incentivaría a más estudiantes de minorías étnicas en EE.UU. a terminar su educación secundaria y aliviaría sustancialmente los problemas en México y otros países involucrados en el suministro de drogas. También reduciría en gran medida el número de presos en cárceles estatales y federales de EE.UU. y los efectos nocivos que sufren los drogadictos al pasar años en prisión. Además, podría ahorrarle algunos recursos financieros al Estado.
El abaratamiento de las drogas que resultaría de la legalización plena podría provocar un alza en el consumo, pero también llevaría a menores tasas de adicción y, tal vez, a menos drogadictos, al facilitar el acceso a programas de asistencia. Los impuestos sobre la venta de drogas, semejantes a los que se aplican sobre el tabaco y el alcohol, podrían usarse para compensar parcialmente el aumento en el consumo causado por la caída de los precios.
Imponer impuestos a la producción legal eliminaría la ventaja de la que gozan los traficantes ilegales y violentos en el mercado actual. Debido a que los mayores costos de la guerra contra el narcotráfico son los de los delitos ligados al tráfico, los costos para la sociedad se verían drásticamente reducidos incluso si el consumo general experimentara un ligero aumento.
La despenalización tanto del uso como del mercado de las drogas no es fácil de lograr, dado que la oposición a ambas es poderosa. Sin embargo, los efectos desastrosos de la guerra contra las drogas en EE.UU. se están volviendo más evidentes no sólo en el país, sino en el extranjero. El ex presidente mexicano Felipe Calderón ha sugerido "alternativas de mercado" como una forma de abordar el problema.
Tal vez los esfuerzos combinados de los líderes en diferentes países puedan lograr un impulso lo suficientemente grande para poner fin a este prolongado y altamente destructivo experimento..
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