Europa: ¿llegó la hora de volver a crecer?
opinionLas políticas fiscales europeas fueron abandonando la postura fuertemente restrictiva adoptada como respuesta a la crisis de la deuda soberana y se enriquecieron con el Plan de Inversiones para Europa (Plan Juncker), destaca el columnista. ¿Será esta la ocasión justa para que la economía europea arranque nuevamente y no sea otra vez una falsa reactivación? Todo indica que hay mejores chances. A seis años de la Gran Recesión, una combinación de factores podría favorecer la reactivación de la eurozona.
A seis años de la
Gran Recesión, la devaluación del euro, los bajos precios de las
materias primas y los impulsos expansivos de la política económica están
determinando una combinación excepcional de elementos favorables para
la consolidación de la reactivación de la Unión Monetaria Europea. ¿Será
esta la ocasión justa para el crecimiento europeo?
La Unión
Monetaria Europea (UME) comparte con los EE.UU. la debilidad de la
actual fase cíclica, pero se caracteriza por dificultades más profundas
en la inversión, la ocupación y la productividad del trabajo, mientras
para EE.UU. sólo la evolución de la productividad representa un
importante límite para el ritmo de la reactivación. En Europa, el ciclo
de inversiones que se inició a fines de 2009 fue interrumpido por la
crisis de las deudas soberanas que estalló en 2010 con la aparición del
grave desequilibrio de las finanzas públicas de Grecia. En 2011 y 2012
las inversiones siguieron declinando, contribuyendo al double-dip
de la UME, que en cambio fue evitado en EE.UU. La ocupación en Europa
no recuperó todavía el nivel pre-crisis y el crecimiento de la
productividad horaria del trabajo es muy baja.Dados los límites de la demanda interna derivados de las políticas fiscales empeñadas en el reposicionamiento de una estabilidad sostenible, desde el estallido de la crisis de la deuda se consideró a la demanda externa como el factor capaz de remolcar el crecimiento europeo. La política económica expansiva de EE.UU. y el catching up de los países emergentes habrían debido determinar la demanda de los productos europeos.
Sin embargo, tales condiciones nunca se terminaron de desplegar completamente. En los países emergentes las medidas expansivas puestas en juego para contrastar la Gran Recesión dieron sus resultados sin dar inicio a un mecanismo de crecimiento endógeno.
El quantitative easing (Qe) en EE.UU. contribuyó sí a reducir las las tasas de interés europeas, pero la crisis de las deudas soberanas puso en discusión la sostenibilidad del euro, desplomando la confianza y determinando una profunda fragmentación de los mercados financieros europeos.
Entre 2012 y 2013, el diferente grado de expansión de la política monetaria de los EE.UU. y la Ume, con la Fed aumentando significativamente su activo (y en consecuencia la base monetaria) mientras se reducía con relación al PBI el activo del Banco Central Europeo, contribuyó al refuerzo del euro.
La lentitud con la cual se procedió a reforzar el diseño institucional europeo después de la crisis de la deuda soberana alimentó durante un período prolongado la incertidumbre sobre la sobrevivencia del euro y, en consecuencia, la desconfianza sobre toda la región.
En 2012-2014, el comercio exterior, que debería haber sido el tractor de la reactivación europea, creció poco más del 2% por año y el PBI de la UME durante el mismo período acumuló en total una caída del 0,3%.
El modesto crecimiento de la economía mundial contribuyó, sin embargo, a la fuerte reducción de los precios en dólares de las materias primas en los mercados internacionales, aportando una bocanada de oxígeno a los países importadores netos. En las economías más débiles de la Unión Monetaria, estos impulsos deflacionarios fueron mutando en deflación, aumentando notablemente así el riesgo para toda la Unión de reproducir la experiencia japonesa y demandando una respuesta más incisiva de la política económica.
Ahora el BCE puso en juego la compra de títulos de los gobiernos y sobrenacionales, como un nuevo elemento del abanico de medidas adoptadas para reactivar los canales de trasmisión de la política monetaria y perseguir una meta de inflación, cercana aunque inferior al 2% en el medio período. Finalizando el mes de abril de 2015 ,los efectos de estas medidas son importantes.
Las políticas fiscales europeas fueron abandonando la postura fuertemente restrictiva adoptada como respuesta a la crisis de la deuda soberana y se enriquecieron con el Plan de Inversiones para Europa (Plan Juncker). La reducción de la deuda pública es postergada de hecho en el tiempo privilegiando en el corto plazo el empleo de recursos para sostener el crecimiento, respetando, de todas maneras, el compromiso de mantener un déficit fiscal en el límite previsto del 3% del PBI, sobre todo en los países con deudas públicas elevadas. El Plan de Inversiones prevé un gasto total de 315.000 millones de euros distribuidos en tres años, coparticipados por el sector público de los países de la UE y por operadores privados, en inversiones que podrían iniciarse este mismo año.
En consecuencia, la política económica está virando la palanca para la reactivación europea desde la demanda externa al gasto interno. ¿Será esta la ocasión justa para que la economía europea arranque nuevamente y no sea otra vez una falsa reactivación?
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