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lunes, 1 de junio de 2015

SNOWDENS 2013 “Necesitamos más Mannings y Snowdens”


“Necesitamos más Mannings y Snowdens”


  • Slavoj Zizek*

Todos recordamos la cara sonriente del presidente Obama, llena de esperanza y confianza, cuando enunció el lema de su primera campaña: “¡Sí, podemos!” Podemos deshacernos del cinismo de la era Bush y ofrecerle justicia y bienestar al pueblo estadounidense. Pero ahora que Estados Unidos sigue realizando operaciones encubiertas y amplía su red de inteligencia, e incluso espía a sus aliados, podemos imaginar a unos manifestantes gritándole: “¿Cómo puede usar drones para matar? ¿Cómo puede espiar a nuestros aliados?” Obama les devuelve la mirada y murmura con una sonrisa maligna: “Sí, podemos”.
Sin embargo, una caracterización tan simple pasa por alto lo fundamental. La amenaza a nuestra libertad revelada por los whistle-blowers tiene raíces sistémicas mucho más profundas. Edward Snowden debería ser defendido no sólo porque sus revelaciones incomodaron al gobierno estadounidense sino también porque reveló que muchas grandes (y no tan grandes) potencias -Francia, Rusia, Alemania, Israel- están haciendo lo mismo. Las revelaciones de Snowden dieron así fundamento fáctico a nuestras premoniciones sobre lo mucho que nos vigilan y nos controlan.
La lección es mundial y va más allá de tirarle piedras a Estados Unidos. No supimos por Snowden (o por Bradley Manning) nada que no supusiéramos cierto de antemano. Pero una cosa es saberlo en general y otra tener datos concretos. Es como saber que nuestra pareja mariposea: uno puede aceptar el conocimiento abstracto del hecho pero el dolor surge cuando se entera de los ardientes detalles.
Los detalles de Snowden brindan una visión del proceso mundial de la gradual reducción del espacio de lo que Emmanuel Kant llamaba el “uso público de la razón”. En el ensayo “¿Qué es la Ilustración?”, Kant opone los usos “público” y “privado” de la razón. Para Kant, lo “privado” es el orden comunitario-institucional en el que vivimos (nuestro estado, nuestra nación), mientras que lo “público” es la universalidad transnacional del ejercicio de nuestra razón: “El uso público de la razón siempre debe ser libre y es el único que puede producir ilustración en los hombres. El uso privado de la razón, en cambio, a menudo puede ser gravemente restringido sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración. Entiendo por uso público de la razón el que alguien hace de ella como estudioso ante el público lector. Llamo uso privado a aquel que uno puede hacer de ella en un puesto o cargo civil que se le confía”.
Vemos dónde Kant se aleja de nuestro sentido común liberal: el dominio del Estado es “privado”, ya que está restringido por intereses particulares, mientras que los individuos que reflexionan sobre cuestiones generales usan la razón de un modo “público”. Esa distinción kantiana es especialmente pertinente con respecto a Internet y otros medios nuevos desgarrados entre su uso “público” libre y su creciente control “privado”. En nuestra era de computación en nube, ya no necesitamos computadoras personales potentes. Los datos y la información se reciben a pedido y los usuarios pueden acceder a herramientas o aplicaciones con base en la Web a través de navegadores como si fueran programas instalados en su propia computadora.
Este maravilloso mundo nuevo, sin embargo, es sólo una cara de la historia. Los usuarios acceden a programas y archivos que se guardan a gran distancia en salas de clima controlado con miles de computadoras. Para administrar la nube, debe haber un sistema de vigilancia que controle sus funciones, y ese sistema no está a la vista de los usuarios. Cuanto más personalizado, fácil de usar y “transparente” en su funcionamiento es el aparato que tengo en la mano, más debe depender todo el montaje del trabajo que se hace en otra parte, en un circuito oculto de máquinas. Cuanto más compartida, espontánea y transparente es nuestra experiencia, más regulada está por la red invisible que controlan organismos estatales y grandes compañías privadas.
Una vez que decidimos seguir la trayectoria de los secretos de Estado, tarde o temprano llegamos al punto fatídico en el cual las mismas normas legales que disponen lo que es secreto se vuelven secretas. Kant formuló el axioma del derecho público: “Todas las acciones referentes al derecho de otros hombres son injustas si su máxima no es congruente con la publicidad”. Una ley secreta, desconocida para las personas, legitima el despotismo arbitrario de los que la aplican.
Además, lo que hace tan peligroso el amplísimo control de nuestra vida no es que perdamos nuestra intimidad a manos del Gran Hermano. No hay organismo del Estado capaz de ejercer tal control -no porque no sepa lo suficiente sino porque sabe demasiado-. El volumen mismo de los datos es demasiado grande. Pese a todos los programas de alta tecnología para detectar mensajes sospechosos, las computadoras que registran miles de millones de fragmentos de datos no pueden interpretar y evaluar esos datos de manera adecuada, lo que da como resultado errores ridículos como cuando se toma a espectadores inocentes por posibles terroristas. Esto vuelve aún más peligroso el control estatal de nuestras comunicaciones. Sin saber por qué, sin hacer nada ilegal, de pronto podemos figurar en una lista de vigilancia de terroristas.
Existe una leyenda sobre el magnate de los diarios William Randolph Hearst. Una vez le preguntó a uno de sus principales editores por qué no quería tomarse unas largas y merecidas vacaciones, y el editor le contestó: “Tengo miedo de que, si me voy, haya caos, que todo se caiga a pedazos, pero tengo aún más miedo de que, si me voy, todo funcione normalmente sin mí, ¡demostrando que no soy necesario!” Algo parecido puede decirse sobre el control estatal de nuestras comunicaciones. Debemos temer que los organismos estatales sepan todo pero debemos temer todavía más que fracasen en su empeño.
Es por eso que los whistle-blowers tienen un papel crucial en mantener viva la razón “pública”. Julian Assange, Manning y Snowden son nuestros nuevos héroes, ejemplos de la nueva ética propios de nuestra era de control digitalizado. Los whistle-blowers ya no denuncian las prácticas ilegales de compañías privadas como los bancos, las tabacaleras y las petroleras a las autoridades públicas; denuncian a las autoridades públicas mismas cuando se dedican al “uso privado de la razón”.
Necesitamos más Mannings y Snowdens en China, Rusia y en todas partes. Hay estados mucho más opresores que los Estados Unidos. Imaginen qué le habría pasado a alguien como Manning en un tribunal ruso o chino. (¡Muy probablemente, no habría juicio público!) Sin embargo, no se debe exagerar la blandura de Estados Unidos. Es cierto que EE.UU. no trata a los prisioneros con la misma brutalidad que China o Rusia. Debido a su superioridad tecnológica, EE.UU. no necesita emplear un enfoque abiertamente brutal. (Pero está más que dispuesto a aplicarlo cuando es necesario.) En este sentido, EE.UU. es aún más peligroso que China por cuanto sus medidas de control no se perciben como tales, mientras que la brutalidad de China ahora está al descubierto.
Por consiguiente, no basta con utilizar a un estado contra otro (como Snowden, que usó a Rusia contra EE.UU.). Necesitamos una red internacional para organizar la protección de los whistle-blowers y la difusión de sus mensajes. Los whistle-blowers son nuestros héroes porque demuestran que, si los que están en el poder pueden hacerlo, nosotros también.
*Slavoj Zizek es un filósofo político y crítico cultural nacido en Eslovenia.
Traducción: Elisa Carnelli

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